CAIRN-MUNDO.INFO : Mundo Plural

Jacques T. Godbout escribió en 2019 una reseña del último libro de Serge Latouche, La Décroissance et le Sacré, a la cual Latouche respondió. Se produjo una correspondencia entre ambos que reproducimos a continuación (N. de la R.).

¿Cómo cautivar de nuevo al mundo? Sobre La Décroissance et le Sacré[1] (Jacques T. Godbout)

1 Serge Latouche, autor prolífico, denuncia desde hace varias décadas la «religión» del crecimiento, asociada a la fe en el progreso. Desde de las primeras páginas de este último libro, reafirma la idea de una «sustitución de la religión tradicional por la religión económica» (p. 8). Pero todavía no había abordado directamente la sacralización de la economía. Es precisamente lo que hace en este libro, de manera más bien inesperada, al discutir los escritos de los dos últimos papas al respecto.

2 Luego de haber desarrollado la idea, en una primera parte considerablemente corta, de que el paradigma del crecimiento posee todas las características de una religión, analiza las dos encíclicas. Mientras que con Benedicto XVI es bastante expeditivo («lo que más impresiona en el texto de la encíclica es que predomina la doxa económica sobre la doxa evangélica», p. 57), con el papa Francisco es mucho más positivo, y prácticamente lo considera un decrecentista. Esta segunda encíclica representa para el autor una ruptura con respecto a la tradición centenaria –incluso milenaria– de la Iglesia católica, y constituye una «crítica radical a los efectos destructivos del productivismo» (p. 77), lo que representa un «cambio radical en la actitud de la Iglesia de Roma» (p. 79). No obstante, a pesar de todas sus cualidades, Latouche considera finalmente que es ambigua y afirma que no llega «hasta el fondo de una necesaria ruptura con la economía» (p. 94 y ss.). En el último capítulo, el autor confronta directamente (y valientemente…) la pregunta central del libro: ¿el decrecimiento es una religión? La lectura de esta obra tan estimulante y original me llevó a plantear dos preguntas a lo largo de estas reflexiones.

¿Desacralizar qué? ¿El mercado o el crecimiento?

3 La crítica al modelo neoliberal, como es usual en Latouche, es radical y frecuentemente parece enfrentarse tanto al mercado como al crecimiento. Ahora bien, el individuo moderno, al adoptar el modelo del crecimiento, no está ligado solamente a este. El individuo valora también, y puede que cada vez más, los otros elementos esenciales de este modelo. En la teoría de la elección racional sobre la cual reposa el mercado, existe la idea de que cada cual sabe qué es bueno para sí mismo y que no se deben imponer los valores de otros sobre los propios. La noción de la preferencia, central en el modelo neoclásico, no solo es negativa. Esta idea nace como una alternativa a la jerarquía impuesta y contiene un principio básico de autonomía y libertad que la izquierda clásica siempre ha tenido la mala voluntad de no querer reconocer, como bien evidenció George Orwell. [2] En ese sentido el mercado es un ingrediente importante de la autonomía que el individuo no querrá sacrificar fácilmente (p. 114). Sin duda, cuando habla de «la ideología del mercado como mito» (p. 106), el autor piensa más en el mercado autorregulado de Polanyi que en cualquier transacción mercantil. Pero la distinción no está clara. Sin embargo, es importante porque, si queremos que la humanidad se vuelva decrecentista, no hay que pedirle que renuncie a todo aquello que el mercado le ha proporcionado, sino solamente al paradigma del crecimiento, lo cual ya es inmenso. El self-regulating market –no el mercado en sí mismo– es lo que ha dado lugar al crecimiento como valor absoluto, y eso es lo que es preciso denunciar: el aumento de la libre circulación de cosas que se comporta como una célula cancerosa que prolifera ajena al código genético de la persona.

4 ¿Cómo reintegrar este electrón libre que es el Homo economicus en el funcionamiento normal de la sociedad? Una cosa es cierta: mientras tiremos la fruta fresca de la liberación mercantil junto con la fruta podrida del crecimiento, será difícil que se acepte el decrecimiento. Desacralizar el mercado, sin duda, pero no rechazar todo aquello que no está necesariamente ligado al modelo de crecimiento, y establecer bien la diferencia. Ya es tremendamente difícil convencer a cualquier ciudadano de no temer ante el anuncio de un crecimiento bajo del PIB. ¿Por qué pedirle además que sacrifique las ventajas legítimas que le ha procurado este modelo?

5 Latouche parece condenar tanto la economía como el crecimiento, una economía que a menudo tiende a identificarse con el mercado. Este ataque sin matices no tiene en cuenta el carácter liberador del mercado. El individuo moderno, cada vez más, quiere cuestionar el modelo de crecimiento ilimitado. Pero ¿renunciaría tan fácilmente a la libertad adquirida por esta idea de que el cliente siempre tiene la razón? ¿Debemos pedirle al mismo tiempo que renuncie a otros elementos de este modelo que valora?

¿Resacralizar qué?

6 Sin duda, es necesario desacralizar el crecimiento. Pero ¿con qué lo remplazamos? En su primer capítulo, el autor aborda con lucidez el problema más difícil: ¿cómo cautivar de nuevo al mundo una vez que se libere de la religión del crecimiento? El decrecimiento no le da sentido a la vida. Este no permite movilizar la energía necesaria para cambiar de paradigma. Los humanos necesitan mitos, incluso si no creen en ellos (Vernant). Latouche arroja varias pistas interesantes, como la del animismo. Pero me parece que descuida un ingrediente esencial en cualquier visión positiva del crecimiento: el don. Para abordar frontalmente el paradigma del crecimiento, hay que dejar de considerar a la naturaleza como un simple recurso explotable y reconocer todo lo que ella nos aporta, que es definitivamente más importante que aquello que le arrebatamos explotándola. Dicho de otra manera, hay que establecer una relación de don con la naturaleza, percibirse como un receptor que a su vez debe dar, y esto permite, como describe Mauss, «salir de sí mismo» y reconocer «este conocimiento: que nuestro verdadero yo no existe únicamente en la propia persona, ese fenómeno individual, sino en todo lo que vive. […] Por su parte, el conocimiento de que todo lo viviente es nuestro propio ser tanto como lo es nuestra propia persona, extiende nuestro interés a todo ser vivo, y así el corazón se ensancha» [Schopenhauer, 2004, pp. 434-435]. Este es el lado positivo de la idea del decrecimiento, esencial para infundirle un alma. Esta transformación de nuestra relación con la Naturaleza, visión siempre presente en numerosas sociedades, podrá ser la base de una nueva sacralización, de nuevos mitos que remplazarán el paradigma del crecimiento. El don es un ingrediente esencial de esta «suerte de conversión masiva» (p. 110) que el autor reclama.

7 El autor concluye preguntándose: «Las experiencias que duran… tienen una dimensión casi religiosa». Por lo tanto, ¿cómo sería una religión del decrecimiento? El autor desea una «trascendencia inmanente» (p. 121). La mayoría de las sociedades se comunicaban con la naturaleza a través de multitud de tipos diferentes de trance. El hombre occidental inventó el trance-sin-danza… Posiblemente sea necesario poner en tela de juicio la distinción sujeto-objeto y volver a una forma de animismo, propone Latouche, que se define por esta ausencia de distinción. ¿Sería esto un regreso al pensamiento arcaico? No necesariamente si pensamos que físicos de la teoría cuántica como Neils Bohr cuestionaron esta distinción [Feuer, 2005, p. 366 y ss.]. En las sociedades del crecimiento, los artistas son los últimos testigos de esta relación de don con la naturaleza, como lo señala el autor al terminar su reflexión.

8 Aunque elogia la encíclica del papa Francisco, Latouche le reprocha, en última instancia, «que se quede en un registro de lo mágico» (p. 71) cuando se trata de aportar soluciones. ¿No podríamos hacerle la misma crítica al autor? La última frase del libro habla de «gestión democrática del sentido», de «vigilancia de los ciudadanos»… (p. 123). ¿Cómo volver a cautivar al mundo una vez que se libere de la religión del crecimiento? Una pregunta esencial que el «descreído» Serge Latouche aborda valiente y honestamente en uno de sus mejores libros. Pero el camino para responderla pasa por el don. Solo el don puede frenar esta tendencia a transformarlo todo en mercancía. La visión del mundo y del hombre fundada en el don se sitúa en el extremo opuesto al modelo dominante en nuestra relación con la Naturaleza. Al definirnos como receptor, esta visión consiste «simplemente» en reconocer aquello que la Naturaleza nos ofrece y afirma que la producción económica debe someterse a las exigencias de la Naturaleza, y no al contrario. Esta visión del mundo progresa en la actualidad, en parte gracias a las obras de Serge Latouche.

Respuesta a la crítica de Jacques T. Godbout (Serge Latouche)

9 Creo que no estoy en desacuerdo con respecto a las observaciones que realiza Jacques Godbout en su excelente análisis de mi libro; en todo caso, las comprendo todas. Para empezar, conviene disipar un malentendido en cuanto al título. Como suele pasar, los editores buscan por razones comerciales imponer un título que sea llamativo. En este caso, mi editora tomó como título la conclusión inicial del libro para hacer de esta la obra en sí. Como resultado, esta conclusión se convirtió en el último capítulo con un título diferente: La décroissance est-elle une religion ? [¿Es el decrecimiento una religión?]. En consecuencia, el lector que esperara encontrarse con un verdadero tratado sobre cómo volver a cautivar al mundo acabará lógicamente frustrado, puesto que la conclusión menciona únicamente algunas pistas para responder a tan difícil cuestión. Sin embargo, Jacques Godbout no se dejó confundir y comprendió que se trataba, como lo indica el subtítulo, de un ensayo sobre el decrecimiento y la espiritualidad.

10 No obstante, muestra dos reservas, la primera sobre el mercado y la segunda sobre el don. Me parece importante aportar algunas precisiones sobre estos dos puntos.

Sobre el mercado

11 Si digo que no tengo un verdadero desacuerdo con Jacques Godbout, es porque él mismo afirma su compromiso con la libertad verdadera o ilusoria que las relaciones de mercado dan a los individuos, aunque rechaza el mercado omnipresente del neoliberalismo. En una correspondencia privada, me confesó su sorpresa por la falta de desacuerdo con él y me recordó que en 2007 lo acusé de ser un defensor del mercado en su libro Ce qui circule entre nous [Lo que circula entre nosotros], lo cual le afectó y yo había olvidado por completo. Entonces volví a revisar ese libro que, además, había considerado excelente y del cual, incidentalmente, había recuperado un fragmento importante que cito en el libro reseñado. Como se verá a continuación, rápidamente encontré los fragmentos implicados.

12 Por otra parte, esta pregunta nos remite de nuevo a un debate más amplio que fue planteado particularmente en las discusiones con Claude Lefort, de las que Jacques Godbout se reivindica explícitamente en la obra anteriormente citada. ¿Qué se debe conservar del liberalismo cuando se quiere romper con el totalitarismo inverso de la sociedad de mercado? El problema se ha vuelto aún más sensible con las tesis radicales de nuestro amigo Jean-Claude Michéa, para quien el liberalismo forma un todo y quien insiste en la imposibilidad de separar el liberalismo político del liberalismo económico o del liberalismo cultural. Curiosamente, Godbout escribe en la conclusión de su libro (p. 371): «Repitámoslo hasta el fin: no creemos posible reemplazar el paradigma neoliberal dominante». Literalmente, tal declaración, contraria a lo que dice en el análisis, lo excluiría no solamente de la idea de los objetores del crecimiento, sino incluso de la de los convivialistas, y se convertiría en una discusión inútil. Sin duda alguna, no hay que darle demasiada importancia a la redacción y conservemos solamente la posición expuesta en el análisis: «El self-regulating market –no el mercado en sí mismo– es lo que ha dado lugar al crecimiento como valor absoluto, y eso es lo que es preciso denunciar: el aumento de la libre circulación de cosas que se comporta como una célula cancerosa que prolifera ajena al código genético de la persona».

13 Esta idea me preocupó bastante y la abordé en varias ocasiones durante los últimos años. La sociedad del crecimiento fundada sobre la economía capitalista y la ideología liberal busca transformar a cada uno de nosotros en Homo economicus, Homo consumans, Homo laborans… liberándonos de todos los vínculos sociales. La perversión del liberalismo consiste en hacernos a todos esclavos (de la publicidad, de los medios de comunicación, de las modas) bajo la apariencia de una total libertad sin contenido, por ello se puede hablar de un «totalitarismo inverso». Nuestra subordinación programada es consentida, incluso deseada. Afortunadamente, el formateo del cerebro humano no se logra jamás por completo porque el hombre no es una máquina y tiene siempre una resistencia y una disidencia que anidan al lado de la sumisión.

14 No obstante, me parece claro que una sociedad que fue formateada de esta manera por un individualismo cuasitotalitario no podrá jamás volver al molde de una sociedad/comunidad holística como lo eran las sociedades tradicionales. Para bien o para mal, junto con la libertad de comercio, hemos experimentado una forma de libertad subjetiva (la libertad de los modernos de Benjamin Constant) a la que nos es imposible renunciar voluntariamente. «Una sociedad moderna», escribe Godbout (p. 351), «en la que siempre fuese necesario pasar a través del vínculo primario para acceder a los bienes sería invivible. El individuo moderno está tan acostumbrado a acceder a una infinidad de bienes con un mínimo de vínculos (la relación mercantil monetaria y la relación burocrática y profesional) que difícilmente podría soportarlo». Ante dicho planteamiento, mi posición no es realmente diferente. Por tal razón la democracia radical, más o menos inspirada en las tesis de Cornelius Castoriadis y que el decrecimiento y otras ideas alternativas proponen inventar, no puede basarse más en la philia, en el sentido en que la comprendían Platón y Aristóteles y que nos remite a la «libertad de los antiguos» de Constant. Ivan Illich, por su parte, era perfectamente consciente de esto y por ello proponía el concepto de «convivialidad», una manera light, podría decirse, de hablar de lo imposible de la philia. Al menos así lo comprendí y lo retomé en mis propuestas para construir un decrecimiento convivial. Y pienso que este es también el fundamento de la idea de los convivialistas.

15 ¿Y el mercado? El mercado efectivamente tiene un rol que representar en este asunto porque el intercambio mercantil pone en contacto a individuos que se reúnen para una operación limitada que se sitúa por fuera de los vínculos estructurados a través de la dimensión holística de lo social, esa sociabilidad primaria de la cual habla Jacques Godbout en la cita ya mencionada. Me parece que su principal y legítimo interés es la preservación de esta libertad del intercambio. Poder comprar y vender libremente, por lo tanto elegir, con desconocidos que están también interesados en esta misma libertad. El desacuerdo del 2007 radicaba en la declaración siguiente de la página 93 del libro: «El mercado sigue siendo la forma menos mala de conseguir el bien del usuario. Hay que ser un discípulo de Popper aquí y ver que el modelo de mercado prevalece porque, en este contexto de la división productor-usuario, todas las demás soluciones han resultado peores». La referencia a la perversa obra del ideólogo Popper tuvo en mí el efecto de un trapo rojo agitado ante los ojos de un toro…

16 Por el contrario, en la reseña del 2019, Godbout precisa que rechaza el «mercado cataláctico» que denunció Polanyi, y que yo llamo «omnimercantilización del mundo» o incluso «la sociedad de mercado» (lo que contradice un poco la adhesión al paradigma neoliberal que se mencionó previamente). Esta posición es y siempre ha sido la mía. Por lo menos desde mi artículo que es fundamental en mi enfoque, Marché et marchés [Mercado y mercados] de 1994, y que retomo en mi libro L’Autre Afrique entre don et marché [La otra África: Autogestión y apaño frente al mercado global] de 1998, que Godbout no ignora y cita favorablemente en una nota de la página 286. Solamente los mercados con una «m» minúscula, estudiados también por el propio Polanyi en su otro libro, Commerce et marché dans les premiers empires [Comercio y mercado en los imperios antiguos], son muy anteriores a la modernidad y a la aparición de una sociedad individualista. Ciertamente, los mercados han sido siempre lugares donde se exhibe cierta libertad, como lo atestiguan, por ejemplo, las ferias medievales. Salimos total o parcialmente de las limitaciones e imposiciones del marco holístico –sea tribal o real–, ya que estos lugares se sitúan al margen del espacio controlado por la autoridad, en un no man’s land, o en una zona franca. No es gratuito que palabras como «feria», «bazar» o «zoco» sean utilizadas metafóricamente para referirse a lugares de desorden, incluso de libertinaje… Cabe señalar que estos mercados transforman los bienes y servicios que allí se intercambian en mercancías, pero la mercancía no impone su ley ni en la producción ni en la estructuración del espacio social o el formateo de los miembros del cuerpo social. El intercambio mercantil a través de la negociación y las relaciones con los clientes no excluye el espíritu del don (positiva o negativamente), como lo ilustra la compra de la famosa oveja por parte de Panurgo en el Quart Livre [Cuarto libro] de Rabelais.

17 Nunca pensé excluir esos mercados, los mercados con «m» minúscula, en los proyectos de reconstrucción societal del decrecimiento. La ruptura con la economía de mercado / sociedad de mercado, o incluso la salida de la economía, no implica el rechazo de los mercados que de hecho son anteriores a la invención de la economía. Sin embargo, me parece que en las observaciones de Godbout su apego a la libertad del mercado va más allá de la simple existencia de mercados en una sociedad que ya no sería mercantil. La libertad de elección en esta sociedad alternativa de poscrecimiento puede parecer, en efecto, limitada con respecto a lo esperado. Pero está claro que una sociedad posindividualista tendría mercados que no funcionarían como los mercados bereberes o subsaharianos que se estudian en el mencionado libro de Karl Polanyi y Arensberg. El juego de la ley de la oferta y la demanda sería mucho más fuerte porque ya no tendríamos costumbre alguna que la limitara. ¿Sería esto suficiente para satisfacer aquello que quiere conservar Godbout? No estoy del todo seguro, pero no logro establecer lo que sería un punto intermedio entre Mercado y mercados. Godbout escribe que la distinción entre el mito del Mercado autorregulado que critico y el mercado que no sacrificaría puede no ser tan clara. En efecto, esta distinción no es explícita en el libro, pero, en cambio, en el artículo de 1994, me parece muy clara. Y ahí, vuelvo a dejar la pelota en su tejado, es su posición la que no me parece clara. Le corresponde precisar qué sería ese «mercado en sí», ese espacio de mercado más mercado que los mercados, pero menos que el Mercado. Pienso, junto con Karl Polanyi, que la desmercantilización de esas tres mercancías ficticias como lo son la tierra, el trabajo y el dinero –junto con la necesaria descolonización del imaginario– implicaría una transformación inversa y aboliría el Mercado (y por tanto la sociedad y la economía de mercado) en favor de una sociedad no mercantil con mercados. Si, en la práctica, se pueden concebir situaciones híbridas o transitorias, no veo ningún espacio teórico para una organización intermedia.

Acerca del don

18 En su reseña, Jacques Godbout me acusa de «haber descuidado un ingrediente esencial en cualquier visión positiva del decrecimiento: el don». Sin duda tiene razón al atenerse a la letra del libro. El capítulo incriminado, que solo era un esbozo de las soluciones mencionadas a modo de conclusión del libro, no se refiere explícitamente al don. Sin embargo, sin llegar a hacer, como el amigo Caillé, del don un paradigma alternativo y el alfa y omega de una comprensión de la realidad social, así como de cualquier solución alternativa concreta, no solo no lo olvido, sino que lo integro a mi programa desde la aparición de L’Esprit du don [El espíritu del don], un libro que me ha influenciado enormemente. El espíritu del don, actualmente, constituye para mí un ingrediente esencial en mi receta de la sociedad de abundancia frugal y de prosperidad sin crecimiento. Esto se ilustra ampliamente en el capítulo III, «Esprit du don, économie de la félicité et décroissance» [«Espíritu del don, economía de la felicidad y decrecimiento»], de mi libro de 2010, Sortir de la société de consommation [Salir de la sociedad de consumo]. Estoy totalmente de acuerdo con lo que escribe Jacques Godbout y con la hermosa cita de Schopenhauer que desempolvó:

19

Para abordar frontalmente el paradigma del crecimiento, hay que dejar de considerar a la naturaleza como un simple recurso explotable y reconocer todo lo que ella nos aporta, que es definitivamente más importante que aquello que le arrebatamos explotándola. Dicho de otra manera, hay que establecer una relación de don con la naturaleza, percibirse como un receptor que a su vez debe dar, y esto permite, como describe Mauss, «salir de sí mismo» y reconocer «este conocimiento: que nuestro verdadero yo no existe únicamente en la propia persona, ese fenómeno individual, sino en todo lo que vive. […] Por su parte, el conocimiento de que todo lo viviente es nuestro propio ser en sí tanto como lo es nuestra propia persona, extiende nuestro interés a todo ser vivo, y así el corazón se ensancha»
[Schopenhauer, 2004, pp. 434-435].

20 En un próximo libro, L’Abondance frugale comme art de vivre. Bonheur, gastronomie et décroissance [La abundancia frugal como arte de vivir. Felicidad, gastronomía y decrecimiento], la cuestión se retoma de una manera nueva. El siguiente pasaje deja clara mi posición: «Un importante elemento complementario para superar las aporías de la modernidad es la convivialidad. Del mismo modo que aborda el reciclaje de residuos materiales, el decrecimiento debe interesarse por la rehabilitación de los despojados. Si el mejor residuo es aquel que no se produce, el mejor despojado es aquel que la sociedad no engendra. Una sociedad decente o convivencial no debería producir parias».

21 La convivialidad, término que Ivan Illich toma prestado de un gran gastrónomo francés del siglo XVIII, Brillat-Savarin (Physiologie du goût. Méditations de gastronomie transcendante [Fisiología del gusto o Meditaciones de gastronomía trascendente]), busca precisamente volver a tejer el vínculo social deshecho por el «horror económico» (Rimbaud). La convivialidad reintroduce el espíritu del don en el comercio social al lado de la ley de la jungla, y revive así la philia (amistad) aristotélica, sin dejar de conservar el espíritu del ágape cristiano [Bruni, 2010]. Esta preocupación es totalmente coherente con la intuición de Marcel Mauss que, en su artículo de 1924, Appréciation sociologique du bolchevisme [Apreciación sociológica del bolchevismo], aboga «a riesgo de parecer anticuado y tópico» por «volver a los viejos conceptos griegos y latinos de caritas, que hoy traducimos tan mal como caridad, de philia, de koinomia, de esa «amistad» necesaria, de esa «comunidad», que son la delicada esencia de la ciudad» [Chanial, 2009, p. 35].

22 También es importante alejar la rivalidad mimética y la envidia destructiva que amenazan a cualquier sociedad democrática. En la sociedad moderna, en efecto, la justicia a la cual se confía la tarea de resolver los conflictos es a la vez necesaria e improbable. Necesaria para evitar que la guerra de todos contra todos, que provocaría –sin ella– la desaparición de los vínculos tradicionales, se convierta en una masacre generalizada. Improbable porque supone la igualdad, en sí misma imposible, y un mundo común destruido por la fantasía de la libertad sin límites. Por esto, el espíritu del don y su gracia son necesarios en una sociedad posterior al crecimiento para que sea convivencial. Efectivamente, una justicia puramente formal, incluso cuando funciona bien –lo cual es raro–, arregla los conflictos entre los individuos, pero encierra los átomos sociales en el desierto de su soledad sin aportar una solución a situaciones de miseria material y moral que se derivan en particular de antagonismos de clase. La convivialidad, forma atenuada de la philia, permitiría la compatibilidad de un individualismo auténtico al cual nos es imposible renunciar y la solidaridad necesaria para la existencia de una comunidad.

23 Eso es todo. Solo me queda agradecer a Jacques Godbout por su amable y atenta lectura de mi ensayo, que me permite ir más allá en la elucidación de estas delicadas cuestiones.

Correspondencia

24 Querido Serge:

25 Leí tu texto, que valoro y que he disfrutado mucho. Quiero solamente aportar una precisión acerca de ese comentario que me había afectado y que olvidaste porque la referencia a Popper no es la que me habías reprochado, sino esa que vuelves a citar: «Repitámoslo para terminar: no creemos posible reemplazar el paradigma neoliberal dominante». Esta frase, como dijiste, la tomaste al pie de la letra, como si yo pudiera desear que el modelo neoliberal siga siendo el dominante. Soy consciente de que la redacción de la frase es poco acertada, pero el contexto parece indicar que no es en absoluto lo que yo quería decir. Este es el contexto de la frase:

26

Pero el don no lo es todo: no es justo, no es siempre deseable y no es siempre moral. Por ello, repitámoslo para terminar: no creemos que sea conveniente reemplazar el paradigma neoliberal dominante. Tampoco deseamos que todos los vínculos sociales se rijan por el don. Si una sociedad funcionara solamente por el don, desaparecería rápidamente del mapa, no solo por todos los que se aprovecharían de este comportamiento, sino también por el agotamiento de sus miembros, porque toda sociedad se arma de mecanismos para funcionar en parte de una manera más o menos automática y para asegurar la circulación de cosas entre sus miembros. Queremos solamente que el don ocupe el lugar que le corresponde, al lado de otros modelos.

27 Esto significa que no creo que el don deba dominarlo todo, como lo intenta hacer el mercado, ya que el don no lo es todo, como el mercado intenta serlo.

28 La misma idea ya estaba en L’Esprit du don, por ejemplo, en lo siguiente:

29

El don existe y constituye un sistema importante. Pero no pretendemos que sea lo único, ni que todo se pueda explicar a través del don. Mientras que los utilitaristas buscan reducir todo al interés, nosotros no negamos el interés y no pretendemos incluir todo en el don. El interés, el poder, la sexualidad –estas tres claves de la explicación moderna– existen y son importantes. El don no es ni bueno ni malo en sí, ni deseable en todos los contextos. Todo depende del contexto de la relación que le da un sentido. El mercado puede ser preferible. Por ejemplo, uno no tiene interés alguno en aceptar el don de alguien del que quiere seguir siendo independiente. El mercado es una invención social única, el Estado también. Como el don se apoya en la confianza más que el mercado, es más riesgoso, más peligroso y afecta más profundamente a la persona cuando no se respetan las reglas, cuando se le engaña. A la inversa, en el otro extremo, el peligro del don es el peso de la obligación que se transforma en coerción. Hijos que huyen de sus padres, don muy pesado, don-veneno, regalo envenenado. El individuo moderno se vuelve desconfiado, a menudo con razón.

30 Sé perfectamente que eres reacio a hablar positivamente del mercado y, en cierto sentido, con razón. Pero mi sensibilidad diferente sobre este tema surge de que estudié mucho los aspectos negativos de la relación de dominación profesional en las organizaciones públicas. Desde esa perspectiva, la relación mercantil parecía a menudo positiva.

31 Así que me alegro de que este malentendido se haya aclarado más de una década después…

32 Saludos,

33 Jacques T. Godbout


34 Querido Jacques:

35 Había releído la famosa frase sobre el paradigma neoliberal en su contexto, pero eso no cambia el significado para mí y creo que para la mayoría de los lectores de MAUSS tampoco. La redacción es muy poco acertada ya que induce al lector a un error sobre tu pensamiento con el cual estoy totalmente de acuerdo, tal y como lo explicas, hábilmente esta vez, en tu carta.

36 Sí, es una suerte que hayamos tenido la oportunidad de aclarar este malentendido.

37 Saludos,

38 Serge


39 Querido Serge:

40 ¡Muy poco acertada! De acuerdo, acepto tu veredicto… debería corregirse. Lamentablemente, no hay ninguna reimpresión a la vista…

41 Bien está lo que bien acaba. O puede ser lo que comienza, pues la pregunta en la que se centra nuestro intercambio, finalmente, y que tú me haces, es: ¿Cuál debería ser el rol del mercado en una sociedad maussiana, convivialista? Yo le doy un rol más importante que tú, pero no tengo una respuesta precisa. Seguramente no he reflexionado lo suficiente sobre esta pregunta. Lo único que sé es que una sociedad moderna sin intercambio de mercado sería una sociedad totalitaria, burocrática, filantrópica, y que el mercado es a menudo una suerte de válvula de escape del totalitarismo estatal y también del «totalitarismo» del don, del receptor sin poder sobre el donador. Trade not aid, no es a ti a quien debo enseñárselo puesto que yo cito a menudo una frase tuya: «Más aún que a través del mercado, es a través de los dones no devueltos como las sociedades dominadas acaban identificándose con Occidente y perdiendo su alma».

42 Pero ¿ha investigado realmente MAUSS [Movimiento Antiutilitarista en las Ciencias Sociales] el asunto? La pista de Polanyi es esencial, y seguramente un buen punto de partida, una buena base. A menudo hemos confiado en Polanyi, pero ciertamente podríamos ir más allá. De hecho, tu podías haber ido mucho más allá.

43 Saludos,

44 Jacques


45 Querido Jacques:

46 Gracias por tu mensaje. Sí, en ocasiones he usado el lema Trade not aid para criticar la nocividad de la ayuda al tercer mundo como una forma de imperialismo y de occidentalización del mundo. Sin embargo, siempre hay que contextualizar. Nuestras construcciones teóricas abstractas, ya sea «el paradigma del don» o el paradigma del Mercado, son útiles, pero la realidad histórica concreta nunca les corresponde. No existe una esencia eterna del don, ni siquiera del Mercado, a pesar de los esfuerzos de los propagandistas por hacer profecías autocumplidas. Al igual que tú, estoy tanto contra el totalitarismo del don como contra el totalitarismo del mercado.

47 Saludos,

48 Serge

Notes

  • [1]
    Latouche [2019]. N. del T.: todas las traducciones de las citas de esta obra incluidas aquí son propias.
  • [2]
    He desarrollado este punto en Ce qui circule entre nous [Godbout, 2007, pp. 31-38].
Español

A partir de un análisis realizado por Jacques T. Godbout del último libro de Serge Latouche, La Décroissance et le Sacré [El decrecimiento y lo sagrado], se estableció un diálogo entre los dos autores sobre las relaciones entre mercado y democracia y sobre el lugar que se le debe conceder al mercado en una sociedad posneoliberal.

Referencias bibliográficas

  • Brillat-Savarin, Jean A. 1848. Physiologie du goût. Méditations de gastronomie transcendante, Gabriel de Gonet, París.
  • Bruni, Luigino. 2010. L’Ethos del mercato. Un’introduzione ai fondamenti antropologici e relazionali dell’economia, Bruno Mondadori, Milán-Turín.
  • Godbout, Jacques T. 2007. Ce qui circule entre nous. Donner, recevoir, rendre, Seuil, « La couleur des idées », París.
  • Godbout, Jacques T. con la colaboración de Alain Caillé. 2000 (1992). L’Esprit du don, La Découverte, París.
  • Chanial, Philippe. 2009. La Délicate essence du socialisme. L’association, l’individu et la République, Le Bord de l’eau, Lormont.
  • Feuer, Lewis S. 2005. Einstein et le conflit des générations, Broché, París.
  • Latouche, Serge, 1994. « Marché et marchés », Cahiers de sciences humaines vol. 30, n° l-2, París.
  • Latouche, Serge, 1998. L’Autre Afrique. Entre don et marché, Albin Michel, París.
  • Latouche, Serge, 2010. Sortir de la société de consommation, Les Liens qui libèrent, París.
  • Latouche, Serge, 2020. L’Abondance frugale comme art de vivre. Bonheur, gastronomie et décroissance.
  • Polanyi, Karl, Arensberg, Conrad M. 2017. Commerce et marché dans les premiers empires. Sur la diversité des économies, Le Bord de l’eau, Lormont.
  • Schopenhauer, Arthur. 2004. El mundo como voluntad y representación I, Editorial Trotta, Madrid.
Jacques T. Godbout
Sociólogo, profesor emérito del Instituto Nacional de Investigación Científica de Quebec.
Serge Latouche
Profesor emérito de economía en la Universidad de Orsay, objetor del crecimiento.
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Subido a Cairn Mundo el 16/03/2023
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