1 No sabemos qué es exactamente el capitalismo. A pesar de la cantidad de escritos que ha generado, a pesar de la contribución a su comprensión de grandes obras aún de actualidad, es difícil definirlo o dominarlo intelectualmente. Hoy estamos en el capitalismo por necesidad. Este sistema nos engloba, no hay alternativa. Los sistemas económicos y sociales de lo que se ha conocido como «socialismo real» desaparecieron, salvo algunos vestigios que subsisten en lugares puntuales como Cuba o Corea del Norte, pero que no pueden considerarse como «modelos». También podemos estar en el capitalismo por creencia. Siempre he sido un adepto del capitalismo intelectualmente hablando. En secundaria ya creía en las virtudes de un régimen gobernado por la competencia, y aún creo en él, aun cuando aquí vaya a defender un neoproteccionismo. Puede parecer contradictorio, pero explicaré mis razones. Abrazar el capitalismo por convicción es aceptar que el desarrollo económico sea un objetivo constante y permanente de las nuevas sociedades; es aceptar la competencia entre estructuras de producción, como las empresas, pero también entre naciones, Estados, pueblos, sistemas públicos… Es aceptar cierta instrumentalización de los recursos humanos con vistas a un fin económico, así como una instrumentalización correlativa de la naturaleza (el problema ecológico). El proceso de desarrollo económico implica a un agente económico especializado que adopta el nombre de «empresa».
2 Hay que realizar grandes reformas y son inevitables, pero hay que ser prudentes en la noción de «control», porque el capitalismo es una realidad relativamente reciente —cuatro siglos aproximadamente— y es un sistema que se ha caracterizado por su capacidad de mutación, por sus transformaciones sucesivas. La sensación de impotencia que experimentamos desde hace veinticinco años se debe a que, en este momento, estamos ante una nueva fase de desarrollo del sistema: la de una bifurcación económica, financiera y comercial.
La emergencia histórica de un nuevo sistema
3 ¿De dónde viene el capitalismo? La cuestión sigue abierta siglo y medio después de los esfuerzos de Karl Marx por responder a ella de manera exhaustiva y definitiva. Y si esta gran pregunta legítima de Marx conserva actualidad —con independencia de su análisis del sistema propiamente dicho— es porque el sistema no resulta evidente y porque constituye una innovación radical en la historia de las sociedades humanas y en la organización del trabajo humano. Marx lo intuyó. No creo que su explicación sea la mejor de las explicaciones posibles, pero estoy de acuerdo con él en un punto esencial: no hubo una transformación gradual desde la Antigüedad hasta la Edad Moderna para desembocar en el capitalismo; lo que ocurrió fue el surgimiento de un nuevo sistema. Existe una fractura entre las sociedades precapitalistas y las sociedades capitalistas.
4 Tres elementos contribuyen a la aparición del sistema económico capitalista. En primer lugar, a finales de la Edad Media, en Europa occidental, apareció el Estado moderno, el Estado de servicio, cuyos dos primeros prototipos fueron los Estados monárquicos inglés y francés. Guillermo I el Conquistador y, en Francia, Felipe II el Augusto fueron los primeros líderes de un nuevo Estado diferente de los anteriores. Este nuevo Estado se basa en la protección, la obediencia a la ley, el orden y la justicia. Se ubica fuera de la sociedad; actúa como un instrumento de la sociedad —que no es aún una nación en el sentido formal del término—, para su protección. En la zona demarcada por estos nuevos Estados nació la economía moderna, no en otro lugar. Otras regiones del mundo estaban experimentando un importante desarrollo económico. En la época de nuestra Edad Media, China era un país técnica y económicamente más avanzado que Europa.
5 A continuación, según Karl Polanyi, [2] se relajaron los vínculos sociales tradicionales y las relaciones de dependencia mutua. Este autor llama a este fenómeno «desincrustración»: en las sociedades antiguas, desde el clan y la tribu arcaica hasta los imperios y las ciudades, el individuo —que aún no tiene ese nombre— está atrapado en una red de relaciones (familia, clan, estatus profesional, función social, etc.). Hacia el final de la Edad Media europea, estos vínculos empiezan a deshacerse, algo que constituye una condición para el surgimiento del capitalismo.
6 Finalmente, aparece la empresa como persona jurídica. Este nuevo agente económico nace, según parece, en torno a principios del siglo XVII en Holanda. Asistimos a la aparición de nuevas profesiones, una nueva manera de abordar la incorporación al mercado: mayorista, asegurador, armador, editor, etc. Los primeros editores fueron libreros holandeses que empezaron a asumir los riesgos de poner a la venta un manuscrito. En cierto modo, la empresa fabrica su propio mercado, elabora el trabajo, como explica muy bien el conocido autor Joseph Alois Schumpeter, hoy en día recuperado. [3] El libro principal de Schumpeter, Teoría del desarrollo económico, publicado en 1911, cuando solo contaba veintiocho años, es, sin embargo, poco leído. Schumpeter afirma que la empresa tiene un papel pedagógico, es decir, que transforma el comportamiento de los compradores. Los anima a cambiar sus hábitos de compra y abandonar viejas pautas de consumo. Este nuevo agente económico es un productor-vendedor puro. Y la competencia es una consecuencia directa de ello.
7 El productor-persona natural, que precede a la empresa, produce y vende en un sistema de mercado, pero vende para comprar, es decir, para cubrir su consumo personal. El acto productivo tiene como horizonte la obtención de los medios que permitan la supervivencia o eventualmente la vida acomodada de quien produce y vende en el mercado. Los productores-personas naturales no tienen por qué hacerse la competencia en el sentido moderno del término. Su objetivo, por el contrario, es elevar las condiciones del intercambio, es decir, obtener en contraprestación de lo que venden el máximo de ingresos, para poder negociar luego el máximo de bienes en el mercado. El objetivo de la empresa, por su parte, es únicamente vender todo lo que pueda y realizar con esta venta el máximo beneficio. Es un vendedor puro. La empresa solo vende; compra para vender; la empresa consume únicamente para producir. Desde este punto de vista, Marx no se equivocó al señalar la innovación que significó la economía capitalista, pero olvida indicar que esto se realiza a través de un proceso de competencia que implica innovación y crecimiento continuo de la productividad. En el esquema marxista, nada obliga a la competencia, que se intensifica y se renueva permanentemente. La razón última del capitalismo no es, por tanto, la concentración total y el acaparamiento de la producción en cada sector mediante la creación de un «monopolio».
8 No abordaré los aspectos científicos y técnicos. El capitalismo moderno se apropió de la ciencia y la técnica con el objetivo de perfeccionar su producción e introducir en el mercado nuevos productos y servicios. Y hay que señalar que la gran revolución intelectual constituida por la ciencia moderna en el siglo XVII es concomitante con la aparición del capitalismo de la Edad Moderna. En esta época, el ser humano logró grandes progresos en el ámbito intelectual, político y económico.
Renovación y reorientación del capitalismo
9 La nación y el pueblo francés siempre rechazaron la idea del capitalismo y, sobre todo, el hecho de que pudiera ser predominante. Solo recientemente, tras la Segunda Guerra Mundial, terminó por adoptarse en Francia, y se hizo en dos etapas. Al terminar la guerra, adoptamos la productividad. Gracias a la convergencia de las fuerzas sindicales, políticas, patronales, mediáticas —y tal vez intelectuales, aunque solo hasta cierto punto—, Francia se convirtió en un gran país taylorista. Luego, en los años ochenta, adoptó la figura de la empresa. Se diga lo que se diga en el ámbito de expresión del neoliberalismo, Francia ha adoptado la idea de que la empresa es efectivamente el agente del crecimiento y que no hay ningún agente alternativo.
10 En los años treinta, el capitalismo estaba al borde del colapso. Las grandes democracias —Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña— mantuvieron a duras penas un régimen económico que atravesaba grandes dificultades. Estos mismos Estados y algunos otros, tras la guerra, se reorientaron hacia una forma económica de capitalismo bastante renovada e insistían en la necesidad de equilibrar socialmente el sistema. Todo lo que se hizo en la posguerra —mediante los acuerdos de Bretton Woods, organizaciones internacionales como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Declaración de Filadelfia, etc.— implica que el proyecto económico solo tiene sentido si va acompañado de un proyecto social e incluso de cierto progreso intelectual y moral.
11 Tras la guerra, vivimos un período de crecimiento económico a niveles nunca alcanzados, del orden del 4,8 por ciento anual en Francia durante veinticinco años. Este período estuvo marcado por la revolución agrícola, la transformación productiva de la industria y la expansión excepcional de la distribución. Al mismo tiempo que se intensificaba la crítica social anticapitalista de izquierda, el capitalismo mostró un rostro verdaderamente social. El poder adquisitivo y las retribuciones de todo tipo aumentaron al mismo ritmo que la propia producción. En Francia y otros países se asistió a la implementación de auténticos sistemas de protección social que nuestros antepasados de antes de la guerra o del siglo XIX difícilmente hubieran imaginado. El sistema actual de seguro de enfermedad, vejez, protección contra la enfermedad y los accidentes laborales, seguro de desempleo, subsidios familiares supone una enorme exacción sobre la riqueza colectiva, alimentada por el aumento de la productividad y aceptada por las empresas como medio de regulación del sistema.
12 Este sistema funcionó perfectamente durante veinticinco años, hasta principios de los setenta; luego empezó a fallar. La crisis del precio del petróleo desempeñó un papel en este cambio, pero hubo también otros factores. La rentabilidad de las empresas disminuyó. El crecimiento empezó a desacelerars0065. Para mantenerlo, los gobiernos aplicaron políticas para estimular la economía que provocaron una inflación cada vez mayor. Se alcanzó un período de estanflación, es decir, un período de crecimiento reducido con una inflación del 8, 10, 12, 14 e incluso del 20 o 25 por ciento anual. ¡Italia y Gran Bretaña alcanzaron cifras superiores al 20 por ciento!
13 El sistema no iba bien. John Hicks, premio Nobel de economía y gran divulgador del pensamiento de Keynes, publicó en 1974 un libro en el que resume los problemas de la economía keynesiana de la época. [4] La eficacia potencial del sistema se erosionaba y su capacidad para alimentar el progreso social disminuía. Se produjeron grandes acontecimientos. Todo el mundo recuerda la parte política o ideológica —la llegada al poder de Ronald Reagan y Margaret Thatcher y la implementación de políticas de «desregulación»—, y estos acontecimientos fueron sin duda importantes, e incluso esenciales, pero fueron de la mano de otras transformaciones que tuvieron lugar en el propio sistema económico, monetario y financiero. Además de reformarse, el sistema se bifurcó y se abrieron dos grandes vías: una financiera y la otra comercial; esta última es la que denominamos «globalización».
Bifurcación financiera y subordinación de las empresas a los accionistas
14 El auge de los grandes mercados financieros constituye la primera bifurcación. Los Estados se desvincularon de la producción, sobre todo mediante políticas de privatización. Podemos hablar, en este sentido, de liberalismo económico propiamente dicho. De manera general, los Estados renunciaron a ser un poder regulador en cuanto a precios, intercambio o crédito. Esto fue perceptible en Francia especialmente a principios de los ochenta, cuando François Mitterrand hizo aquel cambio de estrategia económica entre 1983 y 1986, pero en todos los países los Estados se desvincularon del sistema productivo, incluso donde aún no estaban muy implicados. Los Estados renunciaron a la regulación y a dirigir a los agentes económicos. Los poderes reguladores fueron transferidos a los bancos centrales, que adquirieron «independencia». Esta independencia no puede ser completa, pero los vínculos entre los Estados y bancos centrales se distendieron, al mismo tiempo que se les pedía a estos que hicieran lo necesario para regular las condiciones de la economía. Entonces pudo controlarse la inflación, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos. Es el momento «Volcker»: Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, controló la inflación con un aumento de las tasas de interés hasta casi el 20 por ciento, gracias al poder que le otorgó el Gobierno estadounidense.
15 Existen tres grandes mercados financieros. Siempre hablamos del mercado de valores, pero el verdadero medio de pago de los agentes económicos es el mercado de deuda, el mercado de bonos. El capitalismo necesita un aumento constante de los medios de pago en circulación, que se consigue al aumentar el crédito. El banco aseguraba los riesgos del crédito prestando y manteniendo en sus cuentas el riesgo de insolvencia del deudor. Sin embargo, a finales de los setenta y a principios de los ochenta, los bancos transfirieron el riesgo del crédito a los mercados financieros. Ya no son los propios bancos, sino los fondos colectivos de inversión (fondos de pensiones, SICAV, etc.) los que realmente prestan dinero a empresas y entidades públicas. Cuando los bancos conceden un crédito, hacen un paquete global de todos sus préstamos, los «trocean» y los vuelven a colocar en el mercado de bonos: es lo que se llama «titulización». Este fenómeno es clave para entender la bifurcación financiera. El Estado francés tiene una deuda pública equivalente al 68 por ciento del PIB y hay quien ha afirmado que estamos en quiebra. Afortunadamente esto no es cierto, y hay otros Estados que están más endeudados que nosotros. Pero la magnitud de esta cifra muestra la importancia de la función financiera de los mercados de bonos y el papel que desempeñan los fondos de inversión especializados que operan en ellos.
16 Además de esto, el riesgo está asegurado por las bolsas, es decir, el mercado de acciones. Es lo que llamamos «financiación por fondos propios». Cuando se suscriben acciones, el dinero se entrega a la empresa de manera definitiva; es una especie de subvención financiera. Lo que caracteriza a una acción es que esta se emite sin otorgar derecho a reembolso. Suscribir un bono da derecho a reembolso del capital más los intereses correspondientes; la acción, por su parte, da derecho a dividendos distribuidos por la empresa, sin reembolso del capital, salvo en caso de recompra.
17 El tercer mercado financiero es el mercado cambiario, el mercado de divisas, que se convierte en un mercado puramente especulativo. En septiembre de 2004, el mercado de divisas manejaba cada día 1,9 billones de dólares. Se trata de una cantidad que no se corresponde en absoluto con las necesidades de divisas de los agentes económicos. Miles de operadores participan en este mercado únicamente con la expectativa de obtener plusvalía. Compramos euros o dólares o yenes con la esperanza de que se revaloricen. Igual que se puede comprar una acción de Saint-Gobain, Carrefour o Lafarge con la esperanza de que se revalorice. Hablamos de «mercados financieros», pero estos no existen en abstracto; hay que pensar siempre en los operadores reales, como las personas que dirigen los ocho mil fondos puramente especulativos que hay en el mundo, conocidos como hedge funds [5]. A escala mundial hace veinte años, solo existían algunas decenas de estos fondos. Si existió un neoliberalismo en el plano político e ideológico, este se corresponde con un neoliberalismo en el plano de las estructuras económicas.
18 Una de las principales consecuencias de la bifurcación financiera es que las empresas tienen ahora un interlocutor central: el accionista. Ahora bien, esta subordinación a los accionistas presenta una doble dificultad.
19 La primera dificultad radica en plantearse si es la empresa —que diseña la producción, la organiza y la pone en el mercado—el actor más legítimo o es el accionista —que simplemente posee el capital y controla los buenos o malos resultados de la empresa—. En este sistema, la legitimidad moral es transferida a los accionistas. Al mismo tiempo que alabamos a la empresa como creadora de riqueza, la situamos como un agente subordinado que debe rendir cuentas a los accionistas. Esto no ha conducido a la moralización y a un mayor rigor en el comportamiento de las empresas que cotizan en bolsa, sino a todo lo contrario.
20 La gestión empresarial —el sistema anglosajón que debía vincular a accionistas y directivos— no ha reportado sus beneficios. La financiarización de las empresas a través de la omnipotencia del mercado bursátil ha hecho que las sedes sociales de las empresas se vacíen de su sustancia técnica y comercial, al quedar reducidas al personal financiero y de comunicación externa. Las unidades operativas de la empresa asumieron la organización de la producción y la generación del flujo de caja (la rentabilidad). Esto creó tensiones entre la sede social y las unidades operativas, así como entre las diferentes unidades operativas, y destruyó la confianza interna en los grupos con cotización en bolsa.
21 Pero la confianza entre los accionistas y los directivos también sufrió grandes daños. Como bastaba con prometer para que la cotización estuviera al alza, se hicieron muchas promesas. Luego, cuando los resultados no eran los esperados, se manipulaban las cuentas. De ahí surgieron grandes escándalos (Enron no es más que uno de los dieciséis grandes escándalos en Estados Unidos).
Desigualdades sin precedentes en la competencia mundial
22 La bifurcación comercial conocida como «globalización» es la apertura acelerada y casi incondicional de los intercambios comerciales. A partir de los años setenta y ochenta, los «blancos» y los japoneses dejaron de ser los únicos en el campo del mundo capitalista. Aparecen entonces nuevos participantes, nuevos competidores y, para nuestra desgracia, son muy eficaces. Asistimos al surgimiento de los «dragones» y «tigres» asiáticos. Algunos países con escasa población (Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y, en menor medida, Tailandia) demostraron la capacidad de los países asiáticos, más allá de Japón, para adoptar un modelo capitalista y lograr grandes éxitos.
23 Corea del Sur tenía en 1960 un PIB per cápita igual al de Ghana. En 2005, Ghana sigue teniendo el mismo PIB per cápita —es decir, el crecimiento demográfico absorbió el crecimiento económico—, mientras que, en Corea del Sur, el PIB per cápita se multiplicó por treinta y cinco. Estos «dragones» asiáticos abrieron el camino a toda Asia y a otras naciones del mundo. Los pueblos que no pertenecían a la zona europea o a las colonias europeas (Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda) podían por tanto triunfar económicamente, incorporarse a los primeros países industrializados capitalistas y posiblemente superarlos. Tras estos «dragones», todos los países del Asia emergente (China, India, Malasia, Indonesia, Vietnam), es decir, la mitad de la población mundial, se incorporan a la vía del desarrollo capitalista.
24 El gran fenómeno nuevo, con la incorporación de China e India, es la competencia de masas humanas considerables con países ya industrializados, en condiciones de costos de producción que ya no son comparables. Resulta, sin embargo, sorprendente que China, con una población de 1300 millones de habitantes, optara por un modelo de desarrollo orientado a la exportación, al igual que Taiwán (23 millones) y Corea del Sur (48 millones). Los grandes países industrializados que se desarrollaron en los siglos XVIII y XIX —Francia, Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos— basaron su desarrollo en el mercado interior y, solo en menor medida, en el exterior. China inició su despegue industrial en 1980 al orientarse directamente a los mercados extranjeros, y esta expansión aún continúa. Es el período de expansión más intenso y duradero registrado en la historia de la economía: veinticinco años de crecimiento continuo con cifras del 5 al 10 por ciento anual, impulsado principalmente por la exportación y las inversiones a las que la exportación da lugar. Las exportaciones representan más del 30 por ciento del PIB de China, es decir, más que las exportaciones francesas en relación con el PIB. Su inversión representa un 40 por ciento del PIB, pero el consumo solo representa un 30 por ciento, mientras que en Francia representa dos tercios del PNB. Las poblaciones con salarios infinitamente inferiores a los de cualquier país de Europa occidental podrán producir bienes comparables a los nuestros en términos de productividad, e incluso de calidad, a un costo incomparablemente inferior.
25 Ante todo, ¡no creamos lo que dicen los propagandistas de la OMC! No existe una «división internacional del trabajo»: de hecho, los países emergentes de Asia compiten directamente con los antiguos países industriales en todo el espectro productivo, salvo contadas excepciones. Basta un ejemplo: según el ministro de Comercio Exterior chino, en la lista de las cien primeras empresas exportadoras, cincuenta y tres son filiales de grupos extranjeros y cuarenta y siete son de capital chino. Casi todas producen tres categorías de productos que abarcan la electrónica, la informática y las comunicaciones, es decir, los productos de la tercera revolución industrial. Algunas fabrican también camisetas, zapatos deportivos, juguetes, así como contenedores o buques de carga. Pero los 65 000 o 70 000 millones de dólares de exportaciones mensuales de China —país que se ha convertido en el tercer exportador mundial, por delante de Japón, pero por detrás de Estados Unidos y Alemania— se corresponden sobre todo con productos elaborados que a veces no fabricamos, como las computadoras personales.
26 Existe, por lo tanto, una desigualdad manifiesta en la competencia. Los desequilibrios comerciales son cada vez más intensos. Las curvas que representan el comercio exterior de Europa y Estados Unidos con China son catastróficas. El déficit se agrava cada año. El saldo negativo de 6000 millones de dólares al mes que tenía Estados Unidos en 2000 ahora es de 14 000 o 15 000 millones. Francia exporta 1000 millones de euros a China, pero importa 3000 millones, a pesar de que les vendemos los Airbus, hasta que puedan producirlos localmente.
27 Nunca se había producido un problema de esta envergadura. Las diferencias salariales son aceptables. Francia ha podido competir con Portugal, cuyos salarios son aproximadamente la mitad de los nuestros. Más difícil resulta competir con la República Checa y Polonia con las que la relación es de 1 a 3 o 4. Resulta imposible con China. En este país se suprimió el seguro de enfermedad: los chinos tienen que pagar por adelantado las operaciones quirúrgicas cuando pueden permitírselas, el Estado no tiene que pagar pensiones. A la diferencia salarial hay que añadir la diferencia en términos de protección social. Además, en Europa y en América del Norte, entramos en la era del envejecimiento demográfico. En los próximos años, los gastos por jubilación, enfermedad y dependencia de las personas mayores aumentarán exponencialmente. ¿Cómo aceptar entonces la competencia de estos países emergentes?
28 La idea predominante es que nosotros, europeos y estadounidenses, seguimos teniendo una ventaja intelectual, técnica y científica sobre estos países. Sin embargo, los 150 000 estudiantes chinos de las universidades japonesas, y los de las universidades estadounidenses y europeas, nos están alcanzando e incluso superando. Un miembro del consejo ejecutivo del MEDEF (Movimiento de Empresas de Francia) con el que tuve ocasión de hablar en otoño de 2004, cuando volvía de un viaje a China, me comentaba: «Pronto serán ellos los que se dedicarán al alto valor añadido y nosotros al bajo valor añadido». Aunque un poco exagerado, había entendido lo esencial. Había visitado Huawei —equivalente de Alcatel en China— y estaba impresionado por la eficacia, la asiduidad en el trabajo y el celo que había observado. No vamos a recuperar el liderazgo industrial y técnico; como mucho, vamos a intentar estar al mismo nivel.
Europa: racionalizar el capitalismo
29 El neoproteccionismo es una respuesta a esta desigualdad en la competencia. Por ejemplo, la Unión Europea aplica un arancel antidumping (de 47 y 34 por ciento) en las importaciones de bicicletas chinas y vietnamitas. Esta medida, que representa una excepción a la regla del libre intercambio, basta para volver a crear condiciones de competencia más o menos iguales: de este modo, los fabricantes europeos controlan el 70 por ciento de su mercado continental. De lo contrario, para seguir siendo competitivos, tendríamos que reducir drásticamente los salarios y la economía local sufriría las consecuencias: la lavandería, la pizzería, el operador turístico tendrían que cerrar. El Estado y la protección social también.
30 Es preciso por tanto un sistema de protección aduanera. Este no puede ser nacional, sino que debe establecerse a escala de grandes regiones como la Unión Europea, América del Norte, el Sudeste Asiático, África Occidental, África Oriental o Sudáfrica. No soy partidario de un arancel exterior común, al estilo de la antigua Comunidad Económica Europea, que sería peligroso, porque nos pondría en conflicto inmediato no solo con los países emergentes, sino también con Estados Unidos, Canadá o Japón, que tienen condiciones de trabajo más o menos comparables a las nuestras. Hay que aplicar aranceles antidumping específicos, por país y por producto, con una cláusula adicional de fuertes represalias contra los países que realicen falsificaciones. Según los acuerdos de la OMC de 1994, la falsificación debía haber sido eliminada en 2004. Sin embargo, en 2006, el volumen de falsificaciones marcó un récord, y todos conocemos al principal responsable: el Estado chino.
31 Abogo, por tanto, por un neoproteccionismo que restablezca una competencia equitativa. No se trata de un proteccionismo de fronteras herméticas. Hoy en día, cualquier empresa bien organizada que quiera entrar en un mercado puede hacerlo simplemente ubicando allí su producción de bienes y servicios. Toyota, que deseaba reforzar su presencia en Europa, se instaló en Valenciennes. Una empresa china puede crear un centro de producción o distribución en Europa. La libertad de las empresas para establecerse —la llamada libertad de inversión directa— es el otro gran rasgo de la globalización, difícil de rebatir. Permite mantener la competencia, aunque se establezcan aranceles antidumping. Una vez que una empresa se establece en la Unión Europea, debe respetar las condiciones vigentes en cuanto a salarios, legislación social, respeto del medio ambiente y seguridad civil. Estas no son las condiciones de producción en Harbin en China, que son perjudiciales para la población local.
32 En lo que respecta al problema de la relación de la empresa con sus accionistas, Donald Kalff, [6] holandés, sostiene como yo en un libro reciente que el modelo empresarial estadounidense es potencialmente peligroso y menos eficaz que el europeo. Los accionistas que poseen el capital, contrariamente a lo que dice el dogma financiero, no son propietarios de la empresa. La empresa es una entidad en sí misma, una persona jurídica, y nadie puede considerarse «propietario», ni siquiera cuando se trata de un accionista familiar, como es el caso de Michelin, Peugeot, BMW o Ford. El problema de la bolsa no es su volatilidad, es la infidelidad del accionista. ¿Cómo podemos dar a los accionistas, que son infieles, semejante poder sobre las empresas (poder para designar y destituir directivos, controlar sus decisiones y exigir cambios de estrategia)?
33 Sería por tanto necesario vincular contractual y duraderamente (no eternamente) a la empresa, mediante acuerdo, con quienes quieran ser sus principales accionistas. Ya existen pactos de este tipo, pero la idea ha encontrado obstáculos y críticas. En el mundo de los negocios, es difícil concebir esta idea de reciprocidad de obligaciones entre los dos socios principales. Con este acuerdo, el accionista puede ejercer su control sobre los directivos, puede exigirles acciones específicas, que den cuenta de manera exhaustiva de cómo elaboran su estrategia, cómo la aplican y cómo organizan la gestión interna de la empresa. Si las empresas europeas quisieran —con independencia de que coticen en bolsa o no—, podrían afirmar que están dispuestas a generar plusvalía, pero con continuidad y serenidad, aunque moderando las exigencias de los accionistas. Por ahora, lo que ocurre es lo contrario; seguimos los modelos anglosajones y Europa acaba de adoptar las normas de contabilidad anglosajonas, lo que enfurece a muchos de nuestros contadores. Pero es posible un cambio. Europa debería esforzarse por desarrollar su propio sistema y racionalizar el capitalismo.
34 Los acontecimientos más importantes de la historia rara vez figuran en la agenda de los políticos. A Henry Kissinger se le atribuye haber afirmado, con bastante soberbia, cuando se le pidió una cita para la semana siguiente: «No puedo dar citas para la semana que viene porque tengo planeado un golpe de Estado en América Latina». Es evidente que el mundo no se mueve según procesos predeterminados. Existen grandes acontecimientos, grandes tendencias, pero al mismo tiempo vemos que en los sistemas económicos y sociales, al igual que ocurre en los Estados, también hay bifurcaciones. Las actuales condiciones económicas mundiales son tales que pronto nos veremos obligados por las circunstancias a llevar a cabo transformaciones de fondo. El sistema que he descrito resumidamente se implementó en 1980, hace un cuarto de siglo. La historia actual es rápida. Tuvimos los veinticinco años de la posguerra, los más prósperos, y acabamos de vivir los veinticinco años de la globalización comercial y financiera. Antes de la próxima década, tendremos que plantearnos cambios y, llegado el momento, los dirigentes económicos, políticos y financieros, tanto nacionales como internacionales, tendrán que replantearse sus planes y pensar en reformas.
Notes
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[1]
Este texto, que recoge las ideas de una conferencia pronunciada en el club Politique Autrement, se publicó en mayo de 2006 en Les Cahiers de Politique Autrement. Véase http://www.politique-autrement.org/.
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[2]
Karl Polanyi, La gran transformación (México: FCE, 2018).
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[3]
Joseph Schumpeter, Teoría del desenvolvimiento económico: una investigación sobre ganancias, capital, crédito, interés y ciclo económico, trad. de Jesús Prados Arrarte (México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1957).
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[4]
John Hicks, La crisis de la economía keynesiana, trad. de Carlos Peralta et al. (Barcelona: Labor, 1976).
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[5]
Hedge funds o fondos de cobertura.
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[6]
Donald Kalff, An Unamerican Business: The Rise of the New European Enterprise (Nueva York: Kogan Page, 2008).