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1 En los últimos años ha aparecido una nueva forma de ansiedad entre las manifestaciones clínicas habituales en ciertas personas: el miedo a un derrumbe climático o a un colapso del mundo. Este temor, que se sitúa entre el miedo y la angustia, se expresa por un sentimiento de pérdida de confianza hacia el entorno ecológico y puede encontrar eco en el sujeto en el temor a verse desamparado, atrapado en un estado de desasosiego que actúa de manera desgarradora. En este artículo propongo explorar de qué manera se manifiesta este temor, que a veces encontramos con los términos «ecoansiedad» o «solastalgia» en la literatura especializada. [1]

Contexto social y ecológico

2 Muchos adolescentes y jóvenes ya no creen que sea posible que vengan generaciones detrás de ellos o consideran, al menos, que su existencia se verá confrontada pronto y radicalmente a sufrimientos resultantes de las alteraciones climáticas. Plantearse si estos cambios climáticos tendrán lugar no tiene ya sentido, puesto que ya están produciéndose, y desde hace varios años. [2] Estas modificaciones climáticas y medioambientales, aunque se conocen ya desde los años setenta, [3] no han sido frenadas y adoptan ahora la forma de crisis o de catástrofes. Cuando hablamos de una catástrofe hay que plantearse no un acontecimiento único y aislado que generaría el declive de la humanidad, sino una serie de eventos que se desarrollan en olas sucesivas y cada vez más frecuentes y que aceleran la degradación de las condiciones de vida de los humanos en el planeta. Estas olas encuentran su origen en el calentamiento climático a una escala planetaria engendrando alteraciones polimorfas que transforman el conjunto del ecosistema vegetal y animal. [4] Todo lo vivo está amenazado y la humanidad aparece como un factor concurrente con esta amenaza y como el objeto de esta. El origen antrópico de estas alteraciones induce un legítimo sentimiento de responsabilidad en ciertos sujetos, y a veces de culpabilidad; además, las generaciones milenial y Z [5] exigen que los que tienen más edad rindan cuentas, dado que las actividades de aquéllos no han tenido ocasión de generar consecuencias sobre el cambio climático.

3 Las personas que manifiestan este temor específico no conciben que puedan morir de viejos o que puedan disfrutar serenamente de un proceso de maduración y de envejecimiento habitual. Al igual que los conflictos armados —por ejemplo, las dos guerras mundiales— han marcado fuertemente y a largo plazo a la generación de las personas directamente afectadas, este temor a un derrumbe climático parece marcar singularmente a las últimas generaciones, a diferencia de las generaciones precedentes. No hay que ver en este sentimiento una vivencia de desesperanza o de pesadumbre individual, aunque a veces pueda ser el caso. Si tenemos en cuenta la generalización de estas sensaciones, parece tener mucho más sentido acoger estas experiencias como lo que realmente son: una lucidez acentuada.

Incidencias, entre movilización y abatimiento

4 Ante la perspectiva de tal peligro, se abren diferentes opciones al sujeto; de manera no exhaustiva podemos observar la evasión (que contiene formas de negación), la sensación de abatimiento que puede llegar hasta una melancolización existencial [6] una vivencia de injusticia o de rabia e incluso desbordamientos de ansiedad.

5 La evasión se basa por lo general en una serie de defensas para no pensar en la situación; consciente o inconscientemente, el riesgo de una catástrofe ambiental se deja a un lado. La negación se activa de diferentes maneras. Sally Weintrobe, Stanley Cohen y Clive Hamilton han identificado al menos tres maneras específicas de negación ante el cambio climático: el negacionismo, el rechazo y la negación. [7] El abatimiento o el desánimo suelen estar motivados por el aspecto desproporcionado de la situación, que acentúa las experiencias de impotencia y fatalismo, cuyo impacto en la subjetividad puede conducir a formas de desesperación existencial. Los sentimientos de rabia o de injusticia, siempre y cuando logren organizarse, posibilitan a veces la activación concreta de luchas sociales y políticas, motivadas por una voluntad activa de cambiar los paradigmas anteriores que han contribuido a la destrucción del ecosistema. Esta preocupación medioambiental favorece en algunas personas la necesidad de actuar, a través de un compromiso militante que puede ir desde acciones individuales a formas de lucha colectiva. [8] La búsqueda de reparación del medioambiente puede dar lugar también al desarrollo de nuevas formas de solidaridad y evitar así el repliegue y el aislamiento.

6 Aunque este miedo al derrumbe climático se manifiesta de manera más habitual en las generaciones Y y Z, no es específico de ellas, sino que afecta potencialmente a cualquier individuo. Pero estas generaciones jóvenes parecen presentar menos resistencias a confrontarse a estas preocupaciones y logran más fácilmente expresarlas; desde su punto de vista se sienten menos responsables y más implicados, dado que ellos se verán directamente afectados por las consecuencias de una degradación de las condiciones de vida. Por otra parte, esta lucidez se ve favorecida por el hecho de que las personas afectadas aún no han investido los objetos con tanto entusiasmo como lo han hecho las generaciones anteriores, por lo que les resulta más fácil aceptar el abandono y la pérdida de lo que aún no ha sido investido. Estas generaciones milenial y Z aceptan así mirar el destino del mundo cara a cara, sin melancolía ni catastrofismo, sin negación ni ilusión. Curiosamente, en materia de ecología medioambiental, el principio de realidad parece habitar en la generación joven mucho más que en las generaciones precedentes.

Reconocer y acoger la ecoansiedad en la consulta

7 Como terapeuta, cuando una persona evoca en la consulta la ansiedad en relación con el colapso climático, el riesgo es no escuchar lo que hay allí de específico y recurrir a nuestro conocimiento ordinario, para reducir así el temor evocado a una situación específicamente individual. Las teorías y los modos de adhesión a nuestros modelos teóricos siempre son susceptibles de generar efectos de «contaminación luminosa» [9] sobre nuestra capacidad de atención; al deslumbrar nuestra percepción, bloquean el reconocimiento de ciertos fenómenos clínicos. Es, en efecto, un individuo el que expresa este pensamiento y, en consecuencia, este temor puede revestir formas subjetivas específicas en relación con la historia del sujeto. Pero si un paciente nos habla de un cambio de dirigente durante unas elecciones presidenciales o de una huelga nacional que está paralizando el país, ¿debemos considerar que está dando testimonio meramente de sus grandiosas aspiraciones narcisistas, de sus conflictos inconscientes o de sus resistencias internas? Si estos temores son expresados por un sujeto, no provienen única y específicamente de él, sino que son también la expresión de su entorno humano y no humano, [10] tienen que ver con el «mundo más allá de lo humano» (more-than-human world), según la expresión de David Abram. [11] Si los escuchamos desde ese lugar, estos temores corresponden a angustias inéditas, para las que no estamos realmente equipados.

8 En primer lugar, hay que recordar que, por lo general, la angustia tiene que ver con un miedo sin objeto concreto perceptible exteriormente. Ante el peligro ambiental y climático, el sujeto se ve confrontado a una situación intermedia, entre el miedo y la angustia. El objeto de temor es, en efecto, una formación intermedia que es real y objetiva, pero no inmediatamente perceptible porque es proyectada a un futuro bastante lejano y apela a una representación compleja y global de la situación ecológica a escala planetaria. Por otra parte, la ecoansiedad es también potencialmente común al analista y al paciente. Dado que proviene de una realidad exterior, ambos son susceptibles de estar implicados transferencialmente en este fenómeno específico.

9 En sus formas ordinarias, la ansiedad puede revestir un carácter normal con los rasgos de una inquietud que permite que se dé una preocupación, inquietarse por una situación, mientras que la angustia caracteriza una situación que desborda las capacidades del yo. Hasta ahora el psicoanálisis ha desarrollado una lectura detallada de los diferentes registros de la angustia, que permite situar las problemáticas de un sujeto y obtener una visión de su organización psíquica. Encontramos angustias «de castración» (neurosis), «de pérdida de objeto» (trastorno límite) y de «aniquilación» o de «fragmentación» (psicosis o los estados psíquicos menos estructurados). Más allá de estas consideraciones psicopatológicas y diagnósticas, un conjunto de desarrollos relativos a angustias llamadas «arcaicas», «primitivas» y «tempranas» permitieron acceder a una mejor comprensión de las vivencias emocionales de las personas.

10 Los términos preocupación, ansiedad y angustia nos permiten representarnos gradientes que van de un estado de preocupación normal (no patológico) a un estado en el que los límites del yo se ven desbordados, el sujeto se ve entonces sin recursos internos para hacer frente a esta situación (se genera un estado de pánico, de sideración). En el caso de la ecoansiedad, tal y como parece confirmar la literatura actual [12], nos encontramos en una situación transnosográfica, porque puede afectar a todos los individuos. No obstante, es evidente que estas angustias ecológicas pueden resonar singularmente en cada uno en función de su propia historia y de su organización psíquica. Estas «angustias de supervivencia» [13] adoptarán a veces formas identificables, se articularán con objetos o situaciones que ya hemos vivido. Pero también hay que concebir las angustias de inmersión en lo desconocido (terra incognita) incluso si estas reactivarán experiencias pasadas de terror (terra cremata). [14] En este sentido hay que cuidarse mucho de interpretarlas siguiendo una lectura puramente intrapsíquica y reconocer que, si bien la consulta del terapeuta puede ser el espacio de depósito de este tipo de angustia, no constituye necesariamente su lugar de tratamiento.

Una catástrofe situada entre dentro y fuera

11 A diferencia de otros registros de angustias habituales del psicoanálisis, el miedo al derrumbe no es una mera producción del inconsciente del sujeto. En efecto, parece iniciarse desde su mundo interno; sin embargo, también está generado desde el exterior, a partir de hechos reales indiscutibles. Mientras que estos hechos relativos a la degradación progresiva y acelerada del biotopo no hayan sido percibidos por la experiencia subjetiva directa, sigue siendo bastante fácil para cualquiera activar movimientos defensivos de evitación, mediante el recurso a la negación y a las escisiones funcionales (o bien otros procesos de disonancia cognitiva). Pero al enfrentarnos a escenarios inquietantes, como la sobreexposición a la muerte, la percepción de espacios donde ha desaparecido la vida humana (por el aislamiento y el confinamiento de la población), la obligación de evitar todo contacto físico ante el riesgo de contagio, [15] la percepción del riesgo de carencia (por el racionamiento de alimentos), todas estas imágenes, cuyas formas podrían desplegarse hasta el infinito, ya no procederán únicamente del imaginario literario o cinematográfico, sino que pasarán a alimentar nuestra actividad fantasmática. Nuestros pensamientos y nuestras ensoñaciones tendrán este inquietante aire de aquello que no procede únicamente del interior, sino que está también alimentado por experiencias subjetivas reales, que encuentra apoyo en restos perceptivos que producirán inscripciones mnémicas perdurables en nuestra psique. Estos escenarios, que ya no son mera ciencia ficción, ni argumentos distópicos o relatos míticos de apocalipsis, al colisionar con las experiencias subjetivas cotidianas, marcarán todos los inconscientes. Estos efectos de colusión, al favorecer «colapsos tópicos» [16] en los que la distinción entre el espacio intrapsíquico y el extrapsíquico, entre el mundo interno y la realidad exterior, queda trastornada, son susceptibles de tener por destino la constitución de núcleos traumáticos y estados de ansiedad generalizados. La subjetividad se ve entonces marcada por estos traumas fríos; [17] estas preformas traumáticas, susceptibles de reactivarse al verse expuestos a un factor de estrés o a una percepción viva, pueden derivar en formas de pánico o en crisis de ansiedad (el sujeto pasa de un estado de tensión pretraumático a un estrés postraumático).

Un derrumbe con una temporalidad incierta

12 A diferencia de las situaciones de estrés o de pánico frente a un peligro inminente y perceptible, el encuentro con el objeto del declive ambiental se proyecta en el futuro (incluso cuando es a corto plazo); no genera por lo tanto un estado de sideración, sino más bien una pérdida de confianza en los objetos del mundo y las perspectivas que la vida puede ofrecer habitualmente.

13 Una de las defensas que se detecta habitualmente para hacer frente a las ecoansiedades es la temporalización por la proyección de las consecuencias en un futuro muy lejano, al considerar así el sujeto que su existencia individual no se verá directamente afectada por la catástrofe climática. Otra estrategia defensiva claramente identificada es la que consiste en producir un tropismo basado en los acontecimientos para reducir la representación a una catástrofe breve, intensa y aislada, después de la cual el mundo giraría hacia un régimen posapocalíptico. Estas visiones a veces se ven favorecidas por ciertos postulados de la colapsología que pueden inducir a una percepción cargada de catastrofismo. Ahora bien, las transformaciones del ecosistema actúan siguiendo progresiones múltiples, que son inconstantes y no aisladas. Aunque el imaginario cinematográfico propone a menudo alimentar estas visiones reduccionistas y simplificadoras, debemos más bien imaginar una serie de acontecimientos, algunos de los cuales serán no-acontecimientos (es decir, fenómenos apenas perceptibles por la psique humana) y que contribuirán a alterar a largo plazo nuestras capacidades de vida. Calor, pandemias, invasión de parásitos e incendios gigantescos son algunas de las formas en las que podrán materializarse estas transformaciones del ecosistema.

Angustias informes que vienen del futuro

14 Estas angustias no pueden asociarse a situaciones ya vividas, a experiencias subjetivas conscientes o inconscientes; es una de sus características específicas. Es un temor sin objeto o más bien cuyo objeto no está claramente identificado. Estas angustias tienen que ver con nuestras «relaciones de objeto ambientales» [18] y apelan así a representaciones que son difíciles de contener e identificar por parte de la psique individual. Estamos, en efecto, acostumbrados a representarnos los afectos o los pensamientos a través del prisma de la percepción individual, pero ante esta situación inédita y compleja, las reducciones antropomórficas no llegan a funcionar. El entorno que está aquí en cuestión no es el entorno meramente familiar al que estamos acostumbrados en psicoanálisis, se trata de un sistema complejo, global de un ecosistema que regula el biotopo a escala planetaria. Salvo que limitemos la experiencia de pensamiento global a la percepción individual (algo que equivale a las reducciones infantiles que se suelen expresar cuando se afirma: «el calentamiento climático no existe porque hoy hace frío», confundiendo así la climatología con la meteorología), es casi imposible representarse formalmente la catástrofe ambiental futura y el derrumbe climático a escala planetaria.

15 También por esta razón el derrumbe alude a las figuras «de la muerte, del vacío, de la no-existencia», como Winnicott subrayaba, [19] pero estas representaciones son representaciones de no-representación, no son identificables más que en negativo, [20] su forma se dibuja en los bordes que el vacío construye. A diferencia de un derrumbe interno, [21] el miedo al derrumbe del entorno no genera verdaderamente sensaciones (como una experiencia de caída, de estallido o de destrucción), sino más bien representaciones de no-forma, de nada, de ausencia, de detención, de suspenso infinito, que tratan de dar forma psíquicamente a representaciones de ausencia de representación.

16 Por estas razones no parecen pertinentes todas las transposiciones de un modelo mundial hacia un modelo individual. Gaia, la madre naturaleza, no es la madre del sujeto; el entorno ecológico global no es el entorno primario o secundario del bebé. Por una parte, porque la Tierra no está dotada de una intencionalidad, ni de proyectos ni deseos por el otro (y carece por lo tanto de inconsciente); por otra parte, porque la relación sujeto-entorno en la que se ubican el bebé y sus padres procede de una dinámica de interacción en la que cada cual ejerce una influencia sobre el otro, algo que no ocurre en las dinámicas entre un sujeto y su entorno ecológico a escala mundial. Esta imposibilidad de reducir modelos complejos a modelos centrados en la experiencia subjetiva individual, según las representaciones que nos resultan familiares en psicoanálisis, constituye un obstáculo para nuestros hábitos de pensamiento y hace descarrilar nuestras capacidades para confrontar esta situación en nuestra práctica. Las vías para superar esta impotencia no parecen emerger más que emprendiendo una verdadera consideración de las formas sociales y políticas de la subjetividad.

17 Estas angustias tienen dificultades para encontrar formas de representación, y el inconsciente, utilizando así todos los recursos disponibles, recurre a representaciones apocalípticas, a imágenes estereotipadas y a pensamientos causales simplificadores, que tratan de representar el declive ecológico. Ante la imposibilidad de contenerlos, estas angustias no solo contaminan los vínculos del sujeto con su entorno relacional (familiar y social), sino también sus relaciones con el conjunto del mundo y los objetos del mundo; pueden de este modo invadir todos los espacios del mundo interno del sujeto y generan así un estado de «inseguridad ontológica» [22]. Inducen al sujeto a pensar un objeto informe, irrepresentable, así como desconocido, porque se trata de un derrumbe que aún no ha ocurrido, al contrario de la propuesta winnicottiana relativa al miedo al derrumbe. [23] La exploración del pasado y la del inconsciente no nos sirven momentáneamente de nada, puesto que el temido derrumbe viene del futuro, de un futuro que es a la vez hipotético e ineluctable.

Consecuencias para la psique individual

18 Este peligro climático induce al sujeto a tener que pensar su propia muerte, pero también la desaparición del conjunto de la especie humana. Por un lado, el sujeto se ve obligado a pensar de forma acelerada en la perspectiva de su propia muerte, una muerte que no es natural o que vendrá precedida de condiciones de vida dolorosas. Se trata de su propia muerte, pero también de la de sus allegados; son miedos que afectan a objetos singularizados. Si, como Freud pensaba, es imposible para nuestro inconsciente soñar y representarse su propia muerte, [24] parece igual de imposible representarnos nuestro final y el de todo lo vivo. [25] Por otra parte, y en un mismo proceso, estas angustias ambientales obligan al sujeto a plantearse el fin de los tiempos, expresado por el miedo a la extinción de la especie humana. Se trata de un miedo que moviliza «angustias de supervivencia» (Weintrobe) que afectan a un objeto global de una dimensión desmesurada. Este miedo al declive de la especie humana remite al temor de no dejar rastro de su existencia. La vida corre entonces el riesgo de perder todo su sentido, la experiencia vivida por el sujeto se ve en tela de juicio, puesto que desaparece la certeza de encontrar un destino, y los puntos de referencia temporales también se ven afectados, lo que conduce a una desintegración de la representación del futuro. Esta angustia anticipatoria podría ser denominada angustia sin destino, la de vivir sin futuro, de no tener porvenir. Es una angustia ontológica, existencial, que no afecta solo al yo del sujeto, sino también a su self, su sentimiento de existir. Este miedo al derrumbe climático conduce a una alteración de la proyección de la propia existencia que puede bifurcar las trayectorias vitales. La investidura libidinal de la vida, ya sea la propia o la de los otros, que se ve asignada a un final prematuro, se ve así modificada, generando una reconfiguración de las investiduras de los objetos.

19 En tal contexto, ¿cómo seguir pensando en proyectos a largo plazo? ¿Cómo imaginar tener hijos y soñar con una vida placentera para ellos? ¿Cómo tomar decisiones sobre los estudios o la carrera profesional que introducen al sujeto en una proyección de muchos años? Todas estas cuestiones son las que la terapia nos invita a pensar.

Consecuencias para nuestros paradigmas teóricos

20 Una serie de interrogantes se plantean también en relación con la práctica: ¿qué lugar puede tener aún el psicoanálisis en este contexto si consideramos que su aplicación implica el largo plazo? En semejantes circunstancias en las que urge el corto plazo, ¿cómo suspender el tiempo para pensar y acompañar estas experiencias singulares? ¿Cómo pensar las disposiciones de las subjetividades individuales en medio de estos malestares psicosociales en los que prevalecen los factores ecológicos, económicos y políticos? ¿Qué neutralidad de escucha es posible mantener ante procesos que desbordan las problemáticas puramente individuales? ¿Cómo podemos concebir estas manifestaciones que vienen del futuro cuando por lo general estamos acostumbrados a buscar vías de comprensión en el pasado y en la historia del sujeto?

21 La crisis climática es, por lo tanto, como cualquier crisis, una oportunidad, una ocasión para deconstruir y transformar en profundidad ciertos aspectos aún sin precisar de nuestras teorías. Si los procesos de destrucción de lo vivo en la era del Antropoceno se basan en las diferentes formas de explotación del mundo humano y no humano, tendremos que tratar de descolonizar nuestro pensamiento y nuestras prácticas, deshacernos de paradigmas que han sido progresivamente utilizados como dogmas para acceder a una multiplicidad teórica interesada en reconocer las diferencias de las subjetividades y de las particularidades sociales o culturales. Si aceptamos cuestionar nuestros marcos de pensamiento, nuestro posicionamiento situado [26] como analistas, podremos observar estas nuevas manifestaciones subjetivas de otro modo y podremos aspirar al eterno proyecto de reparación de todo lo vivo. [27] La perspectiva de un ecopsicoanálisis, [28] de una ecologización del pensamiento psicoanalítico, puede ser el proyecto resultante.

Notes

  • [1]
    Para una revisión de la literatura al respecto, véase Lindsay P. Galway et al., «Mapping the solastalgia literature: A scoping review study». International Journal of Environmental Research and Public Health 16, n.° 15 (2019): 2662. doi:10.3390/ijerph16152662.
  • [2]
    Véanse los informes regulares del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC - Intergovernmental Panel on Climate Change), https://www.ipcc.ch/.
  • [3]
    El informe de Meadows fue uno de los primeros en llamar la atención sobre estas cuestiones. Donella H. Meadows et al., Los límites del crecimiento: informe al Club de Roma sobre el Predicamento de la humanidad (México: FCE, 1972).
  • [4]
    Lo que favorece o da lugar a pandemias, catástrofes naturales, aumento de la temperatura de la atmósfera, aumento del nivel del mar debido a la fusión de los casquetes polares, etc.
  • [5]
    Categorías sociológicas que identifican a las generaciones nacidas entre los años ochenta y finales de los noventa (milenials o generación Y) y las nacidas después de 1995 (generación Z).
  • [6]
    Glenn Albrecht, «“Sola­stalgia”: a New Concept in Health and Identity», PAN: Philosophy, Activism, Nature 3 (2005): 44-59. doi:1959.1/545744; Renée Lertzman, Environmental Melancholia. Psychoanalytic Dimensions of Engagement (Londres: Routledge, 2015).
  • [7]
    Sally Weintrobe, ed., Engaging with Climate Change. Psychoanalytic and Interdisciplinary Perspectives (Londres: Routledge, 2013).
  • [8]
    Testimonio de ello son los «Fridays for Future», manifestaciones de estudiantes por el clima («School Strike for Climate») que se iniciaron el 20 de agosto de 2018 y en las que participan ya jóvenes de más de 120 países diferentes (https://www.fridaysforfuture.org/), o la creación en la misma época del movimiento internacional de desobediencia civil no violenta «Extinction Rebellion» (https://rebellion.global/fr/).
  • [9]
    Antonino Ferro, Éviter les émotions. Vivre les émotions (París: Ithaque, 2014).
  • [10]
    Harold Frederic Searles, The Non-Human Environment in Normal Development and in Schizophrenia (Madison: International Universities, 1969).
  • [11]
    David Abram, The Spell of the Sensuous: Perception and Language in a More-Than-Human World. (Nueva York: Pantheon Books, 1996).
  • [12]
    Glenn Albrecht, «Chronic Environmental Change: Emerging “Psychoterratic” Syndromes». En Climate Change and Human Well-Being: Global Challenges and Opportunities, ed. por Inka Weissbecker (New York: Springer, 2011), 43-56. Susan Clayton et al., Mental Health and Our Changing Climate: Impacts, Implications, and Guidance (Washington DC: American Psychological Association/ecoAmerica, 2017).
  • [13]
    Weintrobe, Engaging with Climate
  • [14]
    Angela Mauss-Hanke, «The difficult problem of anxiety in thinking about climate change». En Weintrobe, Engaging with Climate…
  • [15]
    Como es el caso en el momento en el que escribo este texto y donde se padece la pandemia de la COVID-19.
  • [16]
    Claude Janin, Figures et destins du traumatisme (París: PUF, 1996).
  • [17]
    Janin, Figures…
  • [18]
    Renée Aron Lertzman, «The Myth of Apathy: Psychoanalytic Exploration of Environmental Subjectivity». En Weintrobe, Engaging with Climate…, 117-133.
  • [19]
    Donald Woods Winnicott, «El miedo al derrumbe». En Exploraciones psicoanalíticas, ed. por Clare Winnicott, Ray Shepherd y Madeleine Davis. Traducción de Leandro Wolfson (Buenos Aires: Paidós, 1991), 111-121.
  • [20]
    André Green, Le travail du négatif (París: Les Éditions de Minuit, 1993).
  • [21]
    Winnicott, «El miedo al derrumbe»…
  • [22]
    Matthew Adams, Eco­logical Crisis, Sustainability and the Psychosocial Subject. Beyond Behaviour Change (Londres: Palgrave Macmillan, 2016).
  • [23]
    Winnicott, «El miedo al derrumbe»…
  • [24]
    Sigmund Freud, De guerra y muerte. Temas de actualidad y otros textos. 1915. Traducción de José Luis Etcheverry (Buenos Aires: Amorrortu, 2016).
  • [25]
    Clive Hamilton, Requiem for a Species: Why We Resist the Truth about Climate Change (Londres: Earthscan, 2010).
  • [26]
    Standpoint theory en inglés. Esta noción, resultante esencialmente de los estudios etnográficos o de los estudios de género, pude traducirse como «punto de vista, o posicionamiento, situado». Permite cuestionar el lugar desde el cual el sujeto elabora sus teorías en función, entre otras cosas, de su género, de su posición social y cultural, para comprender cómo esta posición puede influenciar e incluso moldear la propia teoría.
  • [27]
    Sobre el lugar de la destrucción y del apaño (y también el de la reparación) como modos de regulación de lo vivo, véase Achille Mbembe, Brutalismo, trad. de Núria Petit Fontserè (Barcelona: Paidós, 2022).
  • [28]
    Una de cuyas formas fue propuesta por Joseph Dodds en Psychoanalysis and Ecology at the Edge of Chaos. Complexity Theory, Deleuze, Guattari and Psychoanalysis for a Climate in Crisis (Londres: Routledge, 2011).
Español

Este artículo pretende explorar el miedo a un derrumbe climático cuya manifestación emerge, a veces, en las sesiones analíticas. La ecoansiedad puede encontrar diferentes destinos, como la ira, el abatimiento, la negación o la pérdida de la capacidad de proyectarse en el futuro. Al tratarse de un proceso que no ha tenido aún lugar, este derrumbe confronta al sujeto con la dificultad de representárselo. La crisis que provoca la perspectiva de este derrumbe es también la oportunidad de volver a cuestionar ciertos paradigmas psicoanalíticos con el fin de considerar las cuestiones específicas del entorno global del sujeto.

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Jean-Baptiste Desveaux
Jean-Baptiste Desveaux es psicólogo clínico, psicoanalista, doctor en psicología clínica y psicopatología. Sus intereses como investigador se centran en la clínica infanto-juvenil y en la expansión de los paradigmas teóricos psicoanalíticos.
Subido a Cairn Mundo el 06/02/2023
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