Por decir las cosas de manera muy simple, el adolescente nos confronta a las exigencias más opuestas en relación con la genitalidad, la sexualidad, la diferencia hombre-mujer, la escolaridad, los adultos. ¿Cómo reacciona a este implacable universo? Podría decir, como Jacques Prévert: «Pienso en otra cosa, pero solo pienso en eso» [1].
¿Cambiar de sexo? Es tan simple como aprender a volar: nos echamos hacia adelante y no damos con el suelo…
1 La transición transexual, concebida o reivindicada por un adolescente o una adolescente, enfrenta al psicoanalista, al psicoterapeuta, a un enigma estremecedor y vertiginoso. Estremecedor porque expresa una inmensa angustia y propone, como escribe Castel, «un inquietante cortocircuito entre una cuestión de categorización y el cuestionamiento radical del cuerpo, que puede llegar a afectar directamente la carne» (Castel, 2003). Estremecedor porque llegamos a percibir, a veces hasta en el malestar de la contratransferencia que afecta a nuestro propio cuerpo de terapeuta, que puede tratarse de una cuestión de vida o muerte. Estremecedor también por la angustia y la incomprensión en la que sumerge, por lo general, a los padres. En fin, enigma vertiginoso porque, como el de la esfinge, nos proyecta hacia un cuestionamiento infinito, sucesión de aporías: ¿Qué es la naturaleza humana? ¿Qué la define? ¿Cuáles son sus límites? ¿A qué realidades debe someterse?
2 Ninguna vida psíquica, ningún conocimiento por poco racionalizador que sea puede salir indemne de este encuentro. Eso es lo que experimenta el psicoanalista o el psicoterapeuta en el cara a cara con un adolescente que padece, según la nosografía actual, disforia de género. En mi experiencia clínica, he encontrado por lo general adolescentes que padecen una gran angustia, rodeados de padres que sufren también a su vez, con angustia e incomprensión, sentimientos y afectos a veces amplificados al encontrarse con un cuerpo médico que, a su parecer, acepta como una evidencia banal la perspectiva de una transidentidad, con los posibles cambios del cuerpo que implica (y que los padres evocan frecuentemente como mutilaciones). ¿Qué trabajo psicoterapéutico y psicoanalítico puede proponerse y realizarse con estos adolescentes? Adolescentes con un deseo de transición a veces de gran claridad, e incluso abiertamente explicitado, para quienes su cuerpo se ha convertido en objeto de vergüenza e incluso de detestación, estando nosotros familiarizados además, en el trabajo psicoterapéutico durante este período de desarrollo, con las posibles vacilaciones y confusiones relacionadas con la identidad sexuada (identidad de género) y las preferencias sexuales.
La identidad de género a lo largo del tiempo
3 La identidad transgénero hace referencia a una persona cuya identidad o expresión sexual no se corresponde con el sexo que le fue asignado al nacer.
4 John Money, psicólogo estadounidense, es un autor de referencia. Después de su tesis, defendida en 1952, hizo un gran número de estudios sobre las personas intersexo y «pseudohermafroditas». Pseudo porque planteó la idea, basada en análisis estadísticos sólidos de muestras muy amplias, de que el sexo de asignación resultante del modo de educación constituye la variable más predictiva del rol de género (gender-role), por delante del sexo cromosómico o la morfología ambigua de los órganos sexuales externos (Money et al. 1957). Con este significante de gender-role, Money vincula la percepción íntima del género con su representación social. La identidad de género que emerge de sus investigaciones es a la vez una representación subjetiva personal y una representación social que tiene valor de asignación de rol en función del o de los grupos de pertenencia. Una distinción importante emana de las investigaciones de Money, así como de las del psicoanalista Robert Stoller, también autor de referencia: la distinción entre sexo y género (entendido como sexualidad y género). Stoller (1975) evoca un juego de fuerzas biológicas y psicológicas, convergente o divergente. En caso de divergencia, lo psicológico puede primar sobre lo biológico. En lo que respecta a Money, que comparte el punto de vista libertario de Hooker (psicólogo estadounidense que luchó por la despatologización de la homosexualidad), defiende la libertad de orientación sexual independientemente de las restricciones biológicas de la procreación.
5 Es comprensible que estas investigaciones tuvieran una repercusión considerable en los movimientos feministas y, posteriormente, en los movimientos de liberación de gays y lesbianas de los setenta, iniciados en Estados Unidos por los sucesos de Stonewall (un bar gay de Greenwich Village) y la fundación del Gay Liberation Front. La sociología estadounidense se apasionó por estas cuestiones, desde los women’s studies a los gender y queer studies, pasando por los gay and lesbian studies, que daban una legitimación científica en el campo universitario a las cuestiones planteadas en el escenario social y político, aunque introduciendo algunas confusiones. Colette Chiland subrayó, en muchas ocasiones, la confusión que puede causar el uso extensivo del término género en su dimensión militante y subversiva, llevando a integrar, en la noción de identidad de género, la orientación sexual como elemento de esta identidad. Ella recomendaba el uso del adjetivo «sexuado/a» para hacer referencia a la distinción entre los sexos y el de «sexual» cuando se habla de la orientación y las preferencias sexuales (Chiland 1995).
6 Los cambios sociales relativos a la apropiación de la noción de género son considerables en los últimos treinta años. El término transgénero apareció a principios de los años noventa. Hoy en día, gran parte de los adolescentes conoce el significante transgénero, pues está presente en su universo a través de internet, las redes sociales, las series, la literatura y los mangas. Abarca un conjunto variado de identidades de género y hasta el rechazo de la sexuación: travestis, transexuales, drag-queens, binarios y no binarios, etc. En el campo de las ideas, las ideologías y la militancia política, el cuestionamiento de la diferencia sexual (en el sentido de la sexuación) llega hasta la aprehensión y definición de un nuevo cuerpo mutante, «una nueva noción de aparato somático para dar cabida a las modalidades tanto históricas como externalizadas del cuerpo, aquellas que existen mediadas por las tecnologías digitales o farmacológicas, bioquímicas o prostéticas» (Preciado 2020, 44). La propuesta da que pensar.
7 Desde las preocupaciones y temas de conversación hasta la militancia política, hay que reconocer, como indica Alessandra Lemma, que «la capacidad de la identidad transgénero de incorporar todas las diferencias entre los sexos y las preferencias sexuales se ha convertido en herramienta de activismo e identificación personal» (Lemma 2018).
8 Si abordamos el tema desde un punto de vista clínico, la vergüenza es históricamente ineludible. Castel (2003) sintetiza de manera muy clara la cuestión:
Esta es una patología que no podemos saber si realmente es una patología, porque se autodiagnostica, porque su terapia con hormonas o cirugía se autoprescribe y porque el resultado final obviamente también será autoevaluado. El médico, el endocrino o el psiquiatra, poco importa, es instrumentalizado al servicio de una demanda sobre la cual no puede hacerse una idea objetiva. Independientemente de cómo intentemos adentrarnos y evaluar las intenciones del transexual, nos vemos siempre fuera, debido a la curvatura de un círculo argumentativo perfectamente cerrado. Pocos psiquiatras se dan cuenta de esto, pero tal vez esto es, una vez más, la confirmación de que la transexualidad no es asunto suyo.
10 A lo largo de las evoluciones nosográficas, siguiendo la evolución de las ideas, pero también la influencia de las reivindicaciones militantes, se han sucedido los términos de transexualidad, incongruencia de género y más tarde disforia de género, que cuenta con una categoría aparte en la que la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V). El término «disforia de género» ha marcado una forma de despatologización del deseo de cambio de identidad sexuada. La noción de disforia de género señala el sentimiento de sufrimiento o angustia que pueden experimentar y con mayor o menor facilidad expresar los adolescentes o adultos con una identidad de género o identidad sexuada que no se corresponde con el sexo que se les asignó al nacer. Así, la APA (American Psychiatric Association) precisa en la edición del DSM-V: «La no conformidad de género no es en sí un trastorno mental. El elemento primordial en la disforia de género es la presencia de la angustia clínica significativa asociada a la situación».
11 A pesar de estos avances, el debate entre los partidarios de un cuestionamiento radical de la consideración médica [2], y quienes sostienen que el sufrimiento vinculado a esta situación es inevitable [3] está lejos de quedar zanjado. Sin embargo, los profesionales de la clínica adolescente se enfrentan cada vez más a una realidad en la que la identidad sexuada o la identidad de género es a veces borrosa, a veces cuestionada, la orientación sexual es indeterminada o latente, el cuerpo es negado, ocultado y a menudo atacado, y cuyo resultado puede ser una transición asistida médicamente que incorpora terapia hormonal y, a veces, cirugía.
La identidad, la sexuación, la sexualidad y el cuerpo en la adolescencia
12 El cuerpo de la infancia es un cuerpo sexuado que, en la vida social, ayudado por la vestimenta y el corte de pelo, evoca fácilmente cierta androginia. La pubertad, con la aparición de los caracteres sexuales secundarios, aleja este cuerpo de la androginia (aparición de la barba, desarrollo de los pechos, cambio en la voz, etc.). Stoller (1978) subrayó lo poco habitual de un determinismo que estaría presente desde el nacimiento. Suele ser durante la adolescencia cuando la cuestión de la identidad de género se plantea de manera explícita y dolorosa. El cuerpo y sus transformaciones algo tienen que ver. La ocultación se hace necesaria para quienes rechazan la sexuación que estas transformaciones hacen cada vez más evidente, a la vez que opone un principio de realidad violento a los fantasmas imaginarios de un cuerpo diferente, acorde con la sexuación deseada. Esta negación del cuerpo probablemente hace aún más imperioso el deseo de ser considerado como perteneciente al otro sexo, aunque solo sea a través de lo que el adolescente puede al menos cambiar y elegir: su nombre.
13 Sabemos que la adolescencia, como proceso, actúa como catalizador de las dificultades identitarias y que, al mismo tiempo, consiste en una recomposición de las cuestiones relacionales, entre dependencia y búsqueda de autonomía (Jeammet y Corcos 2005), debido al advenimiento de la sexualidad genital y la nueva sexualización de los vínculos. La construcción de una identidad sexuada debe articularse a partir de ese momento con lo sexual (Chiland 1995).
14 Tal y como explica Philippe Gutton en sus investigaciones sobre lo puberal, el cuerpo que entra en la pubertad se abre a lo puberal como un proceso por el cual el estatus psíquico de lo infantil, dominado por el control (en la que la sexualidad sigue siendo mayoritaria, imaginaria y enigmática), se abre al encuentro sexual y amoroso, en un nuevo estatus de complementariedad; estatus excitante y temible a la vez, que pone a prueba la solidez de los fundamentos narcisistas. Para representarnos el proceso —si seguimos en esto a Gutton—, existe un reflejo arcaico genital (Gutton 2008, 91) que hay que entender como «el funcionamiento enigmático, tal como es captado por la nueva fuerza biológica, cuando el psiquismo hasta entonces solo estaba controlado por la sexualidad infantil. Lo puberal recurre a un reflejo arcaico renovado precisamente por lo genital». El trabajo psíquico de la adolescencia consiste en el fondo en esta perspectiva, en poder «reencontrar el reflejo arcaico, pero también salir de él» (Gutton 2007).
15 Desde un punto de vista del desarrollo no existe una identidad neutra, asexuada, que se sexualizaría después —afirma Chiland (2016)—. La identidad es directamente sexuada con un descubrimiento progresivo de las diferentes dimensiones de la sexualización y de la sexualidad. Afirmarse en una identidad de género binaria supone aceptar y reconocerse en un cuerpo joven de mujer o de hombre. Pero afirmarse en la construcción de la identidad y de la sexualidad refleja también transacciones intersubjetivas e identificatorias que prosiguen y complejizan las que dieron lugar a la construcción de la sexualidad infantil. Para Chiland, si consideramos estos aspectos identificatorios y algunas causas de las intencionalidades asumidas en la intersubjetividad, ser biológicamente chico y querer ser del otro sexo, ser chica y querer ser chico no resultan de las mismas reivindicaciones. La chica que quiere ser chico querría «afirmarse, ser una persona de apoyo; el chico que quiere ser chica tendría sed de seducir, querría ser la más bonita de todas las chicas». La hipótesis da para pensar, pero su generalización resulta irreflexiva y reduccionista. Este deseo no es en todo caso evidente en Timothée.
La opción transexual en la construcción identitaria adolescente desde el punto de vista de la clínica de psicoterapia
16 Timothée tiene dieciséis años y nació como Alice. Desde hace cuatro años ser chica le resulta «insoportable», y los pechos son una «entidad corporal inapropiada, un error, una broma de mal gusto», como a menudo dice con un humor que a duras penas contiene la angustia que conlleva. Vive solo con su padre, con quien tiene una relación tranquila y un vínculo afectivo fuerte. Sus padres se separaron cuando tenía nueve años y su madre dejó París para mudarse a Ginebra, donde ella rehízo su vida rápidamente y tuvo dos hijos, un chico y luego una chica. Durante más de tres años, Timothée no tuvo ningún contacto y ninguna noticia de su madre. Un abandono que describe como tal. Desde hace tres años, el contacto se restableció y Timothée vuelve a ver a su madre durante las vacaciones escolares. Esto está funcionando muy bien, afirma, y manifiesta una gran afección por sus hermanastros. Cuando habla de su madre, también lo hace con afecto. Describe a una madre adorable, pero singular, «relacionalmente no muy competente y que vive realmente a medias entre nuestro mundo y el mundo del cosmos y de sus investigaciones en física de partículas». Hacia los doce años, Timothée acudió a un servicio de psiquiatría infantil mostrando síntomas de un derrumbe depresivo. Se emprendió un acompañamiento psiquiátrico. El diagnóstico de disforia de género se estableció al cabo de un año y se remitió a Timothée a mi consulta para una psicoterapia; acababa de cumplir catorce años. Las quejas depresivas, casi melancólicas (no tener ganas de nada, el cansancio permanente, tristeza, odio a sí mismo…) se manifestaron desde el principio, así como el rechazo de su cuerpo, más concretamente de los pechos, algo que le resultaba, según explicaba, «innombrable». Timothée es un adolescente muy sensible, más bien introvertido. Mide poco más de 1,70 metros, tiene porte atlético a pesar de que su pasión por el deporte, y concretamente por la natación, se apagó. Verse ante los otros, en un vestuario, en ropa deportiva y camiseta o, aún peor, en traje de baño se le hace ahora imposible. Tiene el pelo corto, originalmente rubio, pero suele llevarlo teñido y Timothée cultiva cierta androginia, por el corte de pelo y su forma de vestir, sudaderas con capucha, pantalones de tipo militar anchos, zapatos deportivos tipo botín. Le gusta el invierno y teme el verano, sobre todo por el calor, que hace que le resulte difícil llevar su ropa-camuflaje preferida. Sale poco, la mayor parte de las veces con su padre, y pasa mucho tiempo en su habitación releyendo sus novelas favoritas de la infancia y mangas Shonen, hablando a través de las redes sociales con amigos que, en la mayor parte de los casos, son adolescentes que Timothée nunca ha visto más allá de estos encuentros digitales o, en algunas ocasiones, a través de videos. A partir del tercer año de la educación secundaria (13-14 años), la escolaridad genera angustias inmensas, miedo al juicio de otros adolescentes, sentimiento de no encontrar su lugar en el universo social escolar, desmotivación en los aprendizajes (aun cuando Timothée muestre buenos resultados). Timothée está escolarizado, pero falta, de manera selectiva, a muchas clases: al curso de educación física y algunos cursos en los que su reivindicación reciente (inicio del cuarto año) de ser llamado por los profesores Timothée y no Alice fue rechazada (dos profesores, de matemáticas e inglés, se opusieron).
17 En consulta, Timothée —que desea que lo llame Tim— ya logra realizar asociaciones brillantes con gran facilidad. Recojo aquí algunos extractos de una sesión reciente.
Tim: Bajé del metro, me costaba respirar, sentía dolor en el pecho… ¡Es curioso, otra vez el pecho! … En fin, es una locura. ¡No sé de qué tenía miedo! Tal vez de la gente… No lo sé… Me hace pensar en el miércoles pasado, cuando fui a ver a mi amigo J. a Reims. ¡Era la primera vez que salía desde el confinamiento entre los humanos!… —ríe—… Cuando el tren llegó a la estación y salí del vagón, empezó la angustia.
A. P.: ¿Miedo de qué?
Tim: No lo sé… Que estuviera allí o que no estuviera allí, o las dos cosas, no lo sé… [suspiro doloroso].
A. P.: ¿Y qué ocurrió?
Tim: Estaba allí y se me acercó… ¡fue genial! [Suspiro de apaciguamiento].
A. P.: Esta escena, ese momento, ¿te recuerda a otros momentos?
Tim: ¿Otros momentos? No sé…
A. P.: Porque al escucharte pensaba en tu madre… (Tim me había hablado brevemente, algunas sesiones antes, de la ambivalencia que sentía cuando su abuela materna le dijo, hacía ya tres años, que su madre quería verla [su abuela materna la sigue llamando Alice]).
Tim: Es curioso que lo mencione. Cuando volví a ver a mi madre por primera vez, hace tres años, fue en la estación Gare de l’Est. Esperaba con mi abuela en la plataforma. Me sentía aterrorizada, apenas podía respirar, tenía un nudo en el estómago, ganas de desaparecer… Es increíble que uno se diga eso, son una locura estas conexiones…
19 Tim empieza a entender estos acontecimientos determinantes de su historia de la infancia y de inicio de la adolescencia; la historia de un vínculo roto, de un abandono y de un reencuentro, cuya intensidad afectiva y las operaciones de desplazamiento activas se expresan en las palabras de Tim. ¿Qué generaron estos acontecimientos en su imaginario? Acceder ahí podría permitirnos comprender juntos qué le ocurre a Tim en relación con el placer y la tranquilidad de permanecer en el mundo de la infancia, un mundo que no es conflictivo y en el que caben todos los imaginarios posibles, al igual que esta madre que desaparece y reaparece y todo está bien en el mejor de los mundos imaginarios. ¿Qué representa para él, desde el punto de vista de esta madre, ser chico o chica? ¿Es indiferente? ¿No lo es? Después de explicarme durante una sesión el interés que mostraba por él un chico del liceo, probablemente gay (un chico bastante lanzado que había intentado besarle en los pasillos del instituto), y de la tranquilidad e incluso «entusiasmo» (término empleado por Tim) que le generaba una cita que había planeado con ese chico, Tim me explicó en la sesión siguiente que, cuando llegó al lugar, tuvo que dar media vuelta y regresar. Cuando de nuevo me evocó en nuestra conversación la tentativa abortada del chico de besarle y la conmoción que sintió, al señalarle que «la sexualidad es algo que puede asustar», respondió espontánea y afirmativamente con la cabeza, antes de mirarme, desconcertado, y preguntarme, como inquieto: «Pero ¿qué quiere decir con sexualidad»? La concepción del cuerpo en psicoanálisis ha sido durante mucho tiempo una concepción vinculada al cuerpo biológico (Dejours 2009), hasta en el modelo psicosomático en el que De M’Uzan afirmó que «el síntoma somático es estúpido, y cuando el cuerpo se manifiesta, lo hace bajo el régimen económico de los esclavos de la cantidad» (De M’Uzan 1984).
20 Al proponer la génesis y un modelo de construcción de un segundo cuerpo, un cuerpo erótico, Dejours (2006) arranca el cuerpo al gobierno de lo biológico y de lo cuantitativo. Desarrolla la idea de que, por un mecanismo de subversión libidinal, una multitud de juegos se desarrolla mediante el andamiaje de ciertas funciones fisiológicas (succión, masticación, defecación, motricidad, etc.), así como de ciertos órganos (piel-tacto, órganos de fonación-voz, etc.). La extensión del principio de andamiaje al conjunto del cuerpo da lugar, mediante estos juegos y a lo largo del desarrollo, a la construcción de un segundo cuerpo, el cuerpo erótico, que traduce en el desarrollo infantil su capacidad para emanciparse del orden biológico. Pero Dejours, basándose en las teorizaciones de Laplanche en relación con la situación antropológica fundamental y la seducción generalizada, precisa que estos juegos eróticos y esta subversión libidinal no serían posibles sin la intervención del adulto que se ocupa del cuerpo del niño y sin la intervención del cuerpo del adulto que interactúa con el niño, en interacciones infiltradas por el surgimiento del inconsciente sexual del adulto. De acuerdo con este modelo, la pubertad introduce la posibilidad de la subversión libidinal de la función de reproducción, que consiste en una reconfiguración completa de la organización del cuerpo erótico que, sin embargo, tiene que hacer su composición con lo que falló en la construcción previa del cuerpo erótico resultante de la sexualidad infantil. Es un desafío considerable para el narcisismo adolescente, especialmente aterrador por estar tan frágiles los fundamentos narcisistas. Pero «¿de qué sexualidad habla?», pregunta Tim inquieto. Ciertamente, esta nueva excitación hormonal, que a su vez despierta un cuerpo erótico conformado por la sexualidad infantil, cuando convoca al otro adolescente con su propia excitación y deseos, remite a Tim a su «cuerpo incierto que se transforma y falla, que contiene en sí los temores paranoicos, suspicaces y persecutorios» [4], lo que confiere a la situación el carácter de una amenaza incestuosa, y a este chico un poder capaz de hacer vacilar incluso su identidad, a diferencia de J., el amigo de Reims con el que se encontró por primera vez después de seis meses de activa correspondencia por correo electrónico y chat, ese chico que es «¡como un hermano gemelo!», que permite vivir la ternura alejando el peligro de la sexualidad genital. En la sesión siguiente, Tim me relató un sueño.
Tim: Tuve un sueño: un chico y una chica trepaban por un acantilado y la chica se cayó. Cayó en el agua. Primero la vi estrellarse contra las rocas y luego la vi sumergirse de espaldas y desaparecer. Diría que sonreía. El chico tenía el pelo largo y negro, como X (personaje manga favorito de Tim). Creo que era yo, o que yo era él, en fin… Luego el chico… bueno, yo… estaba sobre una especie de carretera rodeada de montañas. Era bonito, miraba los senderos que subían… Creo que mi padre estaba más lejos, atrás, en el auto. Un chico llega, con una mochila y vestido muy genial, de lo mejor, con un look de infarto. Estaba con su mochila, perdido, con un mapa y un texto en las manos. Estaba escrito en una lengua extranjera que yo desconozco, pero es raro, porque la entiendo… Nos partimos de risa.
A. P.: Este chico de la carretera, ¿era el mismo que el del acantilado?
Tim: No, era como…. ¿Cómo era…? ¡Lisbeth! ¿Sabes? ¡La protagonista de Millennium!
A. P.: ¿Pero era una mujer?
Tim: Sí pero no… Quiero decir, ¡como ella, pero en chico!
A. P.: ¿Y tu padre en el auto?
Tim: Es cierto, raro eso. Era mi padre, era su auto y no era realmente mi padre.
A través del parabrisas veía que no dejaba de mirarme, pero tranquilo, instalado tranquilamente en su asiento.
22 El padre amoroso, que ahora representa una amenaza incestuosa, es sustituido en el imaginario por la figura del terapeuta, «atento y tranquilo» en su sillón. Un padre/madre reajustado, desprendido de la ambivalencia pulsional y que permite, siempre en el imaginario inconsciente y preconsciente, el despliegue de experiencias identificatorias narcisistas, el juego de las transacciones encarnadas entre el yo y sus dobles. Chica, chico, chico-chica, los personajes se despliegan en el escenario psíquico como los personajes de Luigi Pirandello (1997). Tim asoció este sueño con sus amigos imaginarios, que ya había mencionado brevemente al principio de la terapia. Sus amigos imaginarios eran cuatro, una chica y tres chicos, todos de su edad: una chica reconfortante de carácter fácil y estable (Tim no puede decir aún mucho de ella), un guerrero valiente (que Tim asocia con su padre), un pintor que quería ser un ángel (asexual, dice Tim) y un demonio (monstruo sin género que él asocia a los episodios de escarificación). Los amigos imaginarios de Tim comenzaron a hacerse algo menos frecuentes y más discretos cuando reestableció un vínculo con su madre; desaparecieron poco después del inicio de la terapia. Una forma de narración compartida parece haber tomado el relevo y Tim crea identidades en lo imaginario y busca formas posibles en la vida. No sé qué vía de construcción identitaria y qué orientación sexual surgirá, aunque ser chico sigue siendo una reivindicación esencial para Tim. Durante nuestra última sesión antes de las vacaciones de verano, Tim me compartió, a propósito de conversaciones con gente en las redes sociales que habían empezado una terapia hormonal o se planteaban la posibilidad de una mastectomía, «en cierto modo me tranquiliza porque sé que existe y que es una posibilidad, pero también me aterra intervenir así en el cuerpo. ¡Yo, que con un mero análisis de sangre ya miro para otro lado!… No quiero ir demasiado rápido, quiero tener las cosas claras, y todavía necesito tiempo ¡aunque sea duro!».
23 Crear las condiciones, en una dinámica de transferencia/contratransferencia, para experimentar las tensiones entre —por recurrir a la expresión de De M’Uzan (2005)— el desarrollo de los idiomas identitarios y sexuales, permitir su narración, el relato en una construcción en conjunto en la que intervienen en ocasiones las traducciones del terapeuta, pero que privilegia las palabras del adolescente, tal es, me parece, un sentido esencial de la psicoterapia de Tim, así como de la psicoterapia en la adolescencia.
Para concluir
24 Lemma (2018) lo formula de esta acertada manera: «Para comprender el sentido de la construcción identitaria transgénero hay que tomar en consideración la inscripción social del significado “género”, la experiencia subjetiva encarnada y las identificaciones inconscientes del cuerpo, entre ellas los efectos/funciones psíquicos de la modificación del cuerpo». No creo que el psicoanálisis pueda explicar la transición transgénero sin empantanarse en dogmas o representaciones seudopsicológicas que quizá sean más prejuicios ideológicos que consideraciones científicas. En este sentido, Gayle Salamon (2010) subraya que el valor de una perspectiva analítica sobre el género y la sexualidad revela que la relación entre una parte del cuerpo y su función sexual o su significado sexuado es, en el mejor de los casos, «una concordancia de vínculos laxos más que una tópica indexada, encadenada y rígida».
25 En relación con la homosexualidad, Daniel Widlöcher afirmó lo siguiente: «No creo que el psicoanálisis pueda responder al por qué de la homosexualidad. De hecho, esta pregunta apenas me interesa. Lo que me interesa como psicoanalista, y por lo tanto como profesional de la escucha, es cómo se despliega una vida mental y psíquica en una persona cuya orientación sexual es homosexual» [5].
26 El desafío para el terapeuta sería no prejuzgar el carácter problemático o salvador de la vía de construcción identitaria (a pesar de la presión que pueda ejercerse tanto por parte de los padres como por parte del entorno médico y terapéutico). Para el adolescente, el recorrido puberal consiste en traducir, vincular la excitación a una producción psíquica. Esto supone poder pensar lo que ocurre y se experimenta en el cuerpo. Una función esencial de la relación y de la comunicación psicoterapéutica es permitir este pensamiento, este pensamiento en conjunto adolescente-adulto, y darse el tiempo para ello.
Notes
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[1]
Traducción propia (todas las traducciones de citas textuales en este artículo lo son, salvo que se indique lo contrario).
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[2]
«Que nos digan que nuestra vida de género nos condena a una vida de sufrimiento es en sí inexorablemente hiriente. Es una afirmación que patologiza y la patologización hace sufrir» (Butler 2009).
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[3]
Al igual que Colette Chiland, que veía en la evolución de las terminologías nosográficas cuestiones de concesión que apenas disimulan una realidad: «todos sufren» (Chiland 2012).
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[4]
Véase Marcelli (2020).
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[5]
Declaración realizada durante un seminario de la Asociación Psicoanalítica de Francia en marzo de 2010.