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Introducción

1 Empezaré recordando que nuestras historias de bebés nos siguen hasta nuestras historias de amor. La mesa redonda anterior estuvo marcada por la definición del amor loco de André Breton (1937): «Es realmente como si estuviera perdido y alguien viniera súbitamente a darme noticias acerca de mí mismo». Intentaré hacer aquí un paralelismo con el bebé quien, si pudiera hablar, diría, en referencia a la función-espejo de sus interacciones tempranas de las que hablaré más adelante: «Aún no me he encontrado, pero tú ya vienes a darme noticias de mí».

Hay, en efecto, tres grandes preguntas fenomenológicas del bebé que durante toda la vida infiltran sin cesar nuestras historias de amor de adultos o adolescentes

2 Intenté mostrar esto en mi obra sobre el ser-bebé (2006). Entender cómo percibe y siente el mundo el bebé puede parecer imposible. Actualmente disponemos, sin embargo, de cierto número de conocimientos que nos permiten ponernos en su piel o su mirada, aunque solo sea por un momento. Por supuesto, esto solo es posible a través de las identificaciones regresivas con nuestras partes infantiles más arcaicas. Si el bebé pudiera contar con el lenguaje —estamos llevando a cabo una tentativa (y no una tentación) fenomenológica de identificarnos con el bebé tal y como se nos presenta, pero también tal y como podemos figurárnoslo en nuestra propia psique—, plantearía probablemente tres grandes preguntas relacionadas con su objeto primario, es decir, su madre:

  • ¿Es tan bella por dentro como por fuera?
  • ¿Suele ser así?
  • ¿Qué es este espacio que no soy yo ni es ella?

¿Es tan bella por dentro como por fuera? (O la pregunta acerca del conflicto estético)

3 Daniel Marcelli (1986), a través del concepto «conflicto estético», y Donald Meltzer (1988) analizaron profundamente esta cuestión. La idea de Meltzer es que el bebé (incluyendo aquí el bebé recién nacido), cuando se ve confrontado a la imagen de su madre, entra en un estado de estupefacción, de fascinación, como si viviera un verdadero impacto enigmático como consecuencia de este encuentro. Este sería el prototipo de todas las emociones estéticas que podremos vivir luego; esta perplejidad dolorosa y a la vez estimulante en relación con el hecho de saber si la belleza de la obra de arte es comparable por dentro y por fuera (cuestión central en el ámbito de la pintura, donde la tridimensionalidad imaginaria del cuadro abre en sí un interrogante). Sea como sea, según Meltzer, el bebé, para escapar de este dilema relacionado con el objeto, se vería empujado a dividirlo, a fragmentarlo, a parcelarlo, produciendo en consecuencia una inversión implícita del orden de las posiciones kleinianas clásicas ya que, en esta perspectiva, la posición depresiva ocupa el primer lugar, mientras que la posición esquizoparanoica se articula como una defensa secundaria en relación con esta (Houzel 1999).

4 Es interesante señalar que este conflicto estético vivido por el bebé y reorganizado luego por él en el après-coup, aparece, en el fondo, como un conflicto entre la aprehensión bidimensional y la aprehensión tridimensional del mundo y de los objetos que lo componen; tipo de conflicto que encontraremos, mutatis mutandis, durante el paso de la problemática del apego (bidimensional) a la de la entonación afectiva (tridimensional), puesto que la primera sucede en la superficie del objeto mientras que la segunda implica la parte interior del objeto, y esta diferencia es evidentemente crucial en relación con el proceso de acceso a la intersubjetividad y a la instauración de la subjetivación que se desprende de ella.

5 Las teorizaciones de Meltzer conllevan siempre cierta dimensión metafórica y poética, pero entendemos fácilmente en qué medida nos interpela esta reconstrucción de la vivencia del bebé en su primer encuentro con la madre, objeto que para él seguirá siendo enigmático siempre (es decir, a la vez fascinante, atrayente y aterrador).

6 Se trata finalmente de la cuestión del asombro ante la obra de arte o ante el objeto de amor.

¿Suele ser así? (O la cuestión de la distancia más que de la ausencia)

7 Otra de los grandes interrogantes del bebé relacionados con su madre sería, en efecto, el siguiente: «¿Suele ser así?», cuestión que resulta en realidad muy diferente de la de saber si está ahí o no. Esto implica afirmar que el bebé trabaja con pequeñas diferencias, es decir, con el equilibrio entre «lo que se parece y lo que no se parece» tan bien explicado por Geneviève Haag (1985), y que esto es mucho más importante para él —al menos en un primer momento— que la problemática de la ausencia y la presencia, que solo se elaborará en un segundo momento, sobre todo si consideramos —como Wilfred R. Bion (1962, 1963, 1965) nos sugiere hacer— que el niño vive la ausencia primeramente como una «presencia hostil». Esta cuestión impregnará durante toda la vida todas nuestras historias de amor en la medida en que la diferencia del objeto amado con lo que es habitualmente suscitará siempre en nosotros el temor de un tercer rival, al igual que, de bebés, fuimos introducidos a la terceridad a través de la variabilidad de la imagen y del funcionamiento de nuestra madre.

8 Si la madre es muy diferente de lo que suele ser habitualmente, la distancia es intolerable para el bebé (algo que puede observarse, por ejemplo, en caso de depresión materna). Si la distancia no es demasiado importante, puede tener una función de «sorpresa», estimulante para los procesos de pensamiento del bebé (Marcelli 2000).

¿Qué es este espacio que no soy yo ni es ella? (O la cuestión de la construcción del lugar del tercero durante las interacciones tempranas)

9 La tercera gran pregunta del bebé tiene que ver con la edificación de la terceridad —es decir, el lugar que corresponderá al padre— y, en el fondo, podría formularse de la siguiente manera: «¿Qué es este espacio que no soy yo ni es ella?». Esto nos conduce a la cuestión de las triangulaciones lingüísticas preedípicas y concretamente la triangulación lingüística, puesto que el bebé no espera hasta la edad del Edipo para percibir y sentir que de vez en cuando su madre le habla, pero que en otros momentos una parte del habla de su madre se dirige a otro lugar (el padre u otro tercero) que no es ni-él-ni-ella.

10 Esta cuestión de un tercer centro, desconocido por el niño, puede también producirse en relación con la propia madre, como acabamos de ver, concretamente en relación con el interior de la madre y el conflicto estético. Cuando, por ejemplo, la madre está cansada, ansiosa o deprimida, el bebé se dará cuenta inmediatamente de que su estilo interactivo o de que sus respuestas en términos de tipos de apego no son los habituales. Lo desconocido se sitúa entonces en la madre y vemos ahí, a mi parecer, el germen de triangulaciones tempranas y patológicas en algunos casos.

11 En el plano del discurso amoroso, sabemos también que los amantes se preguntan a menudo «¿en qué piensas?» sabiendo perfectamente que la única respuesta posible es: «¡En nada!». En realidad, ocurre ahí, en el ámbito de la pareja, la dinámica del «otro del objeto» tan bien descrita por André Green (1984) en el marco de su teoría de la triangulación generalizada con tercero sustituible.

12 Estas son las tres grandes preguntas que caracterizan, a mi parecer de manera ejemplar y bastante eficaz, las inquietudes del bebé ante la existencia del tercero, inquietudes que suceden en el propio centro de su sistema interactivo temprano y que son inevitables, por ser fundamentalmente estructurantes para su proceso de acceso a la terceridad.

13 El amor plantea también —y siempre— la cuestión del tercero, pero ¿sucede lo mismo en el amor loco?

Las mejores historias de amor son las mudas…

14 Existe un dicho conocido que reza: «Las mejores historias de amor son las mudas». En realidad, solo las historias de amor fusionales son mudas, porque en la fusión es imposible pensar en el otro como un otro y hablar al otro como a un otro. Y sin embargo, las mejores historias de amor son probablemente (por supuesto, según el gusto de cada cual) las que alternan momentos de fusión necesariamente silenciosos y momentos de defusión que nos permiten decir «te quiero».

15 Dicho esto, decir «te quiero» es, tanto si queremos como si no, una constatación de la distancia intersubjetiva, puesto que el mero hecho de hablar es señal ineluctable del distanciamiento del objeto primario. De ahí la paradoja o la ambigüedad del «te quiero», que, por el mero hecho de su enunciación, demuestra la distancia intersubjetiva, mientras que al mismo tiempo sueña con la fusión a través de su enunciación. Dicho de otro modo, el lenguaje verbal señala y esconde a la vez la distancia intersubjetiva, y de alguna manera este doble efecto de marcaje y enmascaramiento es la fuerza magnífica del lenguaje verbal.

16 Como vemos, el «te quiero» de los adultos o de los adolescentes se arraiga claramente en los procesos de acceso a la intersubjetividad que operan en el bebé. A lo que podemos añadir que el narcisismo, por supuesto, anula en parte esta cuestión de la brecha intersubjetiva.

17 Si Sigmund Freud (1905) afirmó que el colmo del narcisismo serían unos labios que se besaran a sí mismos, es un hecho que en el espejo tan solo podemos besar en la boca, ligando así indefectiblemente la cuestión del narcisismo a la de la oralidad.

El objeto del amor loco

18 El concepto de amor loco plantea en realidad la cuestión de su objeto. En el amor loco, ¿estamos enamorados del objeto o del amor? Mi hipótesis es que tal vez el amor loco no sea tanto amor del objeto como amor del vínculo con el objeto, incluso si el objeto del amor loco merece también en sí cierta reflexión a partir del concepto de «objeto decepcionante», tan importante en René Roussillon.

El amor loco como amor del vínculo más acá del objeto

19 El amor loco, como hemos visto a lo largo de todo este debate, puede ser pensado como una defensa contra la melancolía. Contiene en sí por tanto cierta valencia narcisista que tampoco excluye cierta dimensión de control. Si en primer lugar hacemos abstracción del objeto del amor loco, este podría mostrar entonces una especie de regresión del sentimiento de existir (preobjetal) al sentimiento de ser (objetalizado) que constituyen, como sabemos, los dos componentes del sense of being de Winnicott. Conviene recordar que, en el bebé, la representación psíquica del vínculo puede preceder a la representación del objeto, algo que nos lleva a la hipótesis de un tercer asunto, necesario actualmente para pensar el psicoanálisis de la primera edad, así como de los niños autistas o arcaicos (Golse 2019). Esta precedencia de la representación del vínculo es sorprendente solo en apariencia. Gracias a su «disponibilidad alerta» (Brazelton 1982, 1983), el bebé es un gran observador de los afectos y de los comportamientos del adulto. Cuando emite una señal de apego, observa las respuestas de su cuidador/a, las almacena en su memoria y extrae de ellas una especie de media estadística que constituye lo que Inge Bretherton (1990) llamó sus «modelos internos operantes», con los cuales evaluará la respuesta del adulto en su próximo encuentro con él (¿responde como de costumbre o no?).

20 Este razonamiento puede ser dirigido también al ámbito de la entonación afectiva, correspondiendo aquí la media estadística que el bebé se forja de las respuestas de su madre a las «representaciones de interacciones generalizadas» descritas por Daniel N. Stern (1989). Si todo va bien, las respuestas maternas informan al niño de la naturaleza de las señales que él le envía, lo que equivale a una función-espejo comportamental. Tanto si pensamos en términos de «modelos internos operantes» o en términos de «representaciones de interacciones generalizadas» (que permitirían al bebé no confundir a su madre con las auxiliares de la guardería, por ejemplo), vemos claramente que estas representaciones no hablan del objeto como tal, sino meramente (si podemos expresarlo de este modo) de las características del vínculo con este objeto que puede ser aún total o parcialmente indiferenciado.

21 ¿No decía Serge Lebovici desde 1960 que «el objeto puede ser investido antes de ser percibido»? Dicho de otro modo, el bebé se forja, en primer lugar, un retrato abstracto de sus objetos relacionales antes de hacer de ellos un retrato figurativo, y sabemos que Haag comparó esta secuencia de maduración individual con lo que descubrió André Leroi-Gourhan (1983) a propósito de la evolución del arte prehistórico, en la medida en que en las cuevas mucho más antiguas que la de Lascaux se descubrieron en efecto pinturas rupestres abstractas que preceden por tanto, y de lejos, a las pinturas figurativas que representan escenas de pesca, de caza o de guerra. ¡La modernidad (abstracta) es, por consiguiente, mucho más antigua que lo que solemos pensar! Desde cierto punto de vista, me parece que el amor loco reconectaría con esta cuestión de una investidura del vínculo antes de la investidura del objeto, es decir, ¡el amor del amor! Pero el amor loco también puede remitir, me parece, al amor del lugar del objeto, lo que nos conduce a la problemática de las preconcepciones (Bion 1962, 1963, 1965) o de lo virtual (Missonnier 2009).

22 Darian Leader (2011), en su libro titulado El robo de la Mona Lisa. Lo que el arte nos impide ver, nos recuerda que La Gioconda fue robada en 1911 y que hubo más visitantes al museo del Louvre durante los dos años de ausencia —es decir, para ver el lugar vacío del objeto estético nacional francés por excelencia— que para ver a la Gioconda propiamente dicha. ¿Podemos imaginar que, en cierta manera, esto mostraba un amor loco por parte del público por la Mona Lisa?

Pasemos ahora al concepto de objeto decepcionante

«La vida comienza donde empieza la mirada».
(Amélie Nothomb)

23 En su texto «Duelo y melancolía», Freud (1916) dice esa frase enigmática que se ha vuelto célebre: «La sombra del objeto cayó sobre el yo». Pero ¿de qué objeto se trata? ¿De qué sombra habla y, si hay sombra, cuál es la pantalla que obstaculiza la luz? ¿Y de qué luz hablamos aquí? Roussillon (Golse y Roussillon 2010) propuso el concepto de «objeto decepcionante» para «iluminar» esta cuestión, si se me permite este mal juego de palabras. La idea que defiende es que el objeto melancólico ya no desempeña su función de espejo winnicottiano, es decir, de objeto que refleja o que reenvía al sujeto informaciones sobre las señales que emite.

24 El objeto melancólico no es, en consecuencia, un objeto perdido en sentido estricto, sino un objeto que ha perdido su función de espejo; y no es lo mismo, porque más que de recuperarlo se trata de devolverle su función de reflejo. En el bebé hemos visto cómo la representación del vínculo precede a la representación del objeto y que funciona como un espejo para el niño. En este sentido, el vínculo apático con una madre deprimida no devuelve al bebé suficiente información sobre las señales que este emite.

25 El objeto decepcionante amenaza la constitución de los pilares narcisistas del niño, lo que demuestra claramente que en materia de narcisismo no hay que olvidar en ningún caso el rol del objeto. Sea como sea, cuando digo niño, pienso tanto en los bebés como en los adolescentes. Dicho de otro modo, ante el objeto decepcionante, los bebés y los adolescentes llevan a cabo la misma lucha.

¿Qué ocurre entonces con el objeto del amor loco?

26 Aquí me parece que hay dos pistas de reflexión posibles. ¿Será el objeto del amor loco lo inverso del objeto perdido en la melancolía? ¿Tendrá entonces una función antimelancólica? Una primera hipótesis sería, en efecto, hacer del objeto del amor loco la contraparte exacta del objeto decepcionante. Sabemos que el objeto perdido en la melancolía es, según Freud (1916), un objeto que fue investido excesivamente en su momento, pero que, paradójicamente, es fácilmente desinvestido. La contradicción no es en efecto más que aparente, puesto que este objeto estaba investido de una libido narcisista susceptible de ser fácilmente recuperada por el yo.

27 A la inversa, el objeto del amor loco emerge como un objeto apenas investido, pero casi ya imposible de desinvestir (lo que remite tal vez a la investidura prevalente del vínculo sobre el objeto evocada anteriormente). Si el flechazo tiene que ver con el amor loco (algo que no es seguro), todo el mundo sabe que el flechazo no llega en cualquier lugar ni en cualquier momento, lo que plantea a la vez la cuestión de la disponibilidad para el vínculo y la del lugar del objeto, o bien la de su efecto de sorpresa espacio-temporal.

28 Pero existe otra posibilidad sobre la naturaleza del amor loco. Podría ser a la vez el objeto esperado o el objeto soñado, al ser simplemente la sombra del objeto perdido y lo que queda del objeto decepcionante, en referencia al objeto primario que se muestra siempre, alternativa o simultáneamente, satisfactorio o decepcionante. Es la hipótesis defendida por Kim Doan (trabajo no publicado), quien precisa que son justamente los encuentros inesperados, con estas trazas del objeto primario en un nuevo objeto percibido como maravilloso, los que fundamentan toda la inquietante extrañeza del flechazo.

Conclusiones

29 Para concluir (si es que esto es posible en este tema) me gustaría lanzar la idea de que el amor loco vale siempre como un trauma estructurante, como una «crisis» de mutación, como una catástrofe en el sentido matemático del término (Thom 1983, 1990) o como una acepción desprovista de toda dimensión peyorativa, pero que remite a la idea de un cambio de estado con reorganización repentina y conservación de trazas del estado precedente. Es decir, ¡ no salimos indemnes del amor loco! Sin embargo, el amor loco no se puede representar, al igual que la muerte o el vacío no pueden ser evocados más que por su efecto de borde (Valabrega 1967, 2006). ¿Será siempre entonces el amor de transferencia —entendido como amor del vínculo— arcaico y del orden del amor loco? Si finalmente hay algo que puede perderse más acá del objeto, puede ser, tal vez, la propia capacidad de vivir un amor loco. ¡Que Dios nos preserve de ello, si puedo expresarlo de este modo, y que preserve también, como decía Claude Nougaro, a los que entre nosotros son «ateos gracias a Dios»!

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Catedrático
Bernard Golse
Psiquiatra y psicoanalista infanto-juvenil (miembro de la APF – Asociación Psicoanalítica de Francia), exjefe de servicio de psiquiatría infanto-juvenil del hospital Necker-Enfants Malades (París), profesor emérito de psiquiatría infanto-juvenil en la Universidad París Cité.
Subido a Cairn Mundo el 03/10/2022
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