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El encierro de un niño o adolescente supone una ruptura en su vida cotidiana y psíquica. A primera vista, obstaculizaría un proceso de separación-individuación ya complicado por las deficiencias de las relaciones primarias. También puede ser la ocasión de una regresión sensoriomotora terapéutica y un acompañamiento de las mutaciones narcisistas y objetuales infantiles y adolescentes.