Roles del padre
1 El rol y las aportaciones del padre tienen lugar en diferentes ámbitos. Por una parte, puede desempeñar un papel en la relación con su hijo directamente, construyendo con él una relación cálida, que se manifestará, entre otras cosas, en la calidad de sus intercambios diádicos; intercambios que, como veremos más adelante, contienen características específicas. Por otra parte, en la relación que mantiene con la madre del niño, puede construir colaborativamente una parentalidad cooperativa, hecha de calidez, de apoyo y que permita una negociación eficiente de los conflictos. El apoyo aportado así a la madre la alivia en sus tareas y el niño verá cómo colaboran sus padres como un equipo. Para él serán, de este modo, un modelo positivo de relaciones interpersonales y él dejará de ser, a su vez, objeto de conflicto o de rivalidad, dejando de ocupar lugares que, en tanto niño en desarrollo que precisa cuidado y atención, no le corresponden (Fivaz-Depeursinge y Philipp 2016).
Especificidades en las interacciones padre-hijo
The father has been viewed by some as a substitute for mother, or for mother’s ability to meet the baby’s needs. Doing so overshadows his actual role as a loving available father in his own right. (…) While the roles of the loving mother and father are not the same, they are complementary, and both play a part in the development of their children. [2]
2 En muchos planos, los padres aportan cuidados similares a los que prodigan las madres. En los primeros estudios sobre la paternidad, se analizaron las competencias de los padres y las madres en relación con los niños más pequeños y el balance fue positivo (Parke 1978). En efecto, la literatura sobre la paternidad indica que los padres son tan cálidos y capaces de ajustarse a las necesidades de sus hijos como las madres (Tissot et al. 2016; Udry-Jørgensen et al. 2015).
3 Existe, sin embargo, cierta especificidad paterna, que se observa tanto en el ámbito conductual como neuropsicológico. En efecto, si la sensibilidad y la sincronía, es decir, el ajuste a las señales sociales del niño, están vinculadas para las madres a las estructuras corticales y subcorticales, en el caso del padre están vinculadas únicamente al sistema cortical (Feldman 2015). La estructura subcortical de la madre quedaría sensibilizada por las hormonas producidas durante el embarazo. Conviene señalar que tanto para el padre como para la madre hay un vínculo entre los contactos corporales y el tiempo pasado con el hijo y la activación cerebral. No obstante, tal y como hemos señalado anteriormente, estas diferencias neurológicas no quedan reflejadas en sus respectivas capacidades de adaptación.
4 En cuanto a las diferencias conductuales, comparados con las madres, los padres de hijos de menos de dos años emplean menos juguetes, por ejemplo, y recurren a juegos más físicos (Yogman 1981; Clarke-Stewart 1978; Forbes et al. 2004). Los padres también interfieren más, por ejemplo, interrumpiendo la actividad del niño al hacerle cosquillas de repente. Recurren menos a juegos de similitud (Power 1985) y plantean juegos menos convencionales, utilizando por ejemplo objetos de manera incongruente o recurriendo a bromas (Alber-Labrell 1989). De este modo, excitarían más al niño y tenderían a calmarle menos que las madres (Clarke-Stewart 1978; Honig 2008; Paquette 2004). De esta manera, los padres desempeñan un papel importante en relación con el desarrollo cognitivo infantil (Bergonnier-Dupuy 1997; Labrell 1997) y tienden a fomentar la autonomía y la sociabilidad de sus hijos, especialmente durante los primeros años (Frascarolo 2004).
5 Padres y madres son así capaces, tanto los unos como los otros, de cuidar de sus hijos y de satisfacer sus necesidades, pero lo hacen de una manera diferente y complementaria. Los padres incitarían más a los hijos a salir de su zona de confort mientras que las madres tenderían más a contenerlos y calmarlos. Sería por lo tanto esencial para el niño tener una relación privilegiada no solo con su madre, sino también con su padre. Conviene señalar, sin embargo, que la mayor parte de las investigaciones sobre la especificidad paterna se llevaron a cabo en los años setenta y ochenta. Están por lo tanto algo anticuadas ya y sería interesante repetirlas en la actualidad, vista la evolución de los roles parentales.
Coparentalidad y desarrollo infantil
6 Tal y como mencionamos anteriormente, el padre desempeña un rol activo en el establecimiento de la relación coparental, definida como el apoyo mutuo que se dan los adultos que están a cargo de los niños. La coparentalidad es un verdadero pilar del funcionamiento familiar que ejerce una influencia singular sobre el desarrollo infantil, que va más allá de las influencias específicas propias de las relaciones padre-hijo y madre-hijo (Minuchi 1974).
7 Una coparentalidad caracterizada por la cooperación y la calidez anuncia una buena adaptación socioemocional del niño (Favez et al. 2013). Por el contrario, una coparentalidad marcada por la rivalidad o la ausencia de apoyo mutuo ejerce una influencia negativa en el desarrollo infantil (Belsky et al. 1996; Favez et al. 2009; McHale y Rasmussen 1998). En su metanálisis de unos sesenta estudios transversales y longitudinales sobre niños de siete meses a dieciséis años, Teubert y Pinquart (2010) mostraron que los problemas «internalizados» (como la ansiedad, la depresión o el retraimiento social) y los problemas «externalizados» (como los problemas conductuales, la violencia y los pasos al acto) aparecen con menor probabilidad cuando hay cooperación y acuerdo entre los padres, mientras que serán más probables cuando entre los padres hay conflictos, en los que el menor hace de intermediario. Subrayemos también que, al observar las interacciones entre los padres, el niño construye modelos mentales de interacción a los que recurre y seguirá recurriendo en sus interacciones con los demás.
Gatekeeping: De las madres a las profesionales
8 Allen y Hawkins (1999) definen el gatekeeping (literalmente, «control de acceso») como la manera en que la madre regula la investidura o el acceso del padre al niño. El concepto de gatekeeper (guardián) fue introducido por Lewin (1947) cuando estudiaba, durante la Segunda Guerra Mundial, la manera de inducir a la población al consumo de mollejas de ternera y otros cortes de carne de escaso valor con el fin de evitar el desperdicio. Se dio cuenta de que las amas de casa desempeñaban el papel clave en la elección de los alimentos que se disponían en la mesa familiar. A continuación, amplió esta observación y elaboró la teoría del gatekeeper, es decir, el que abre o no el acceso a la información o a actividades a otras personas. Este término fue luego empleado ampliamente para describir los comportamientos de las madres que, tras un divorcio, dificultaban las relaciones entre los hijos y su padre (Ihinger-Tallman et al. 1993).
9 Los comportamientos de gatekeeping de la madre implican tanto el cierre (aspecto limitador) como la apertura (o promoción). En efecto, puede facilitar la implicación del padre dándole espacio, animándolo, alabándolo, apoyándolo y aprobándolo cuidadosamente o por el contrario puede tratar de controlar y restringir su investidura excluyéndolo, criticándolo, descalificándolo o bien ocupando todo el espacio. Este concepto se utiliza mucho ahora tanto en la investigación como en la clínica de la familia para describir el proceso por el cual el padre puede verse apartado de la relación con el niño. En las sociedades occidentales se espera por lo general que las madres sean las principales responsables de los cuidados del niño y esto favorece su rol de gatekeeper.
10 Este proceso de exclusión opera también en las estructuras de la primera infancia. En efecto, tanto en los hospitales materno-infantiles como en pediatría, en psiquiatría infanto-juvenil, entre los enfermeros a domicilio o incluso en las consultas «madre-hijo» se constata, por lo general, una ausencia más o menos significativa del padre. El propio nombre de algunas de estas instituciones da a entender que están reservadas a las madres (maternidad, protección materno-infantil, etc.). Al implicar poco o nada a los padres en las consultas y en los cuidados dirigidos a los niños, los profesionales practican también, por tanto, una forma de gatekeeping restrictivo. Los testimonios siguientes ilustran concretamente este fenómeno de gatekeeping: «El pediatra nunca se dirigió a mí en toda la consulta. Todas las preguntas iban dirigidas solo a mi esposa. ¡Me sentí totalmente invisible!» (John, treinta y tres años); o «la auxiliar de la guardería me dijo, cuando vine a buscar a mi hija, que debía decirle a mi esposa que Nathalie había vomitado por la mañana, pero que se había echado una buena siesta. ¡Tuve la impresión de tener que hacerle un informe a mi superior! Dudo que le hubiera dado tales instrucciones a mi mujer si ella hubiera ido en mi lugar» (Terry, veintinueve años); o finalmente: «Tras el aborto espontáneo, todo el mundo era muy amable con mi esposa y le prestaron su apoyo, etc. Pero nadie me preguntó a mí cómo estaba. La única persona que se interesó fue mi cuñado, que había pasado por una experiencia similar» (Philip, treinta y nueve años).
11 El gatekeeping de los profesionales también puede tener un efecto nefasto para la coparentalidad. Dar a entender que la implicación del padre es secundaria y opcional, destacando sistemáticamente la importancia de la madre (véase por ejemplo la fórmula «protección materno-infantil») puede debilitar el establecimiento de la coparentalidad. A modo preventivo, y no solo en caso de intervención, sería deseable subrayar la importancia de la cooperación en el seno del equipo coparental y favorecer su consolidación (Feinberg 2002); especialmente porque el cónyuge es la principal fuente de apoyo (tanto para los padres como para las madres), al menos en el plano afectivo (Montigny, Lacharité y Amyotet 2006). Apoyar la parentalidad, tanto de la madre como del padre, debería ir de la mano de un refuerzo de la coparentalidad (directamente en el ámbito de las representaciones de cada uno) y no en su detrimento.
12 El gatekeeping de los profesionales resulta probablemente del respeto que estos tienen por el rol tradicional de las madres como principales responsables de los cuidados a los niños pequeños. Está probablemente reforzado por la sobrerrepresentación de las mujeres en las profesiones vinculadas a la primera infancia, lo que engendra seguramente un malestar de los hombres en estos entornos de predominio femenino, e incluso su huida de estos lugares en los que apenas son bienvenidos. Este gatekeeping resulta también de las teorías de desarrollo centradas en las madres, en particular en lo relacionado con la primera infancia y la correlativa carencia de teorías coherentes sobre las contribuciones específicas del padre (Truc 2006; Turcotte 2014; Thomas 2010). Añadamos que los padres, como miembros del sistema familiar, contribuyen también a este tipo de relaciones y de conductas. En efecto, sus creencias en una superioridad «natural» de las mujeres para ocuparse de los niños pequeños, combinadas con un temor de hacerlo mal, pueden incitar a algunos padres a emprender la retirada cuando no la huida.
13 Las madres tienen mayor tendencia a participar en las consultas e intervenciones. El valor que se le concede a las emociones en la educación infantil podría explicar por qué las mujeres se sienten más cercanas a la cultura del trabajo social, donde también se valora el afecto y la comunicación (Dulac 1998). Además, suelen ser ellas las que solicitan las intervenciones. Los padres solicitan menos ayuda y están menos habituados a aceptarla. Si aprecian el apoyo de los pediatras, como constataron Francine de Montigny, Carl Lacharité y Élyse Amyot (2006), es tal vez porque el foco de las consultas pediátricas está más centrado en el niño que en los padres y no se inscribe en una relación ayudante-ayudado. Pero aún en estos casos, es necesario que se les invite a estas consultas. Ser invitado o al menos animado a asistir a las citas del menor constituye para el padre una fuente de motivación (Ahmann 2006).
14 Considerar a la madre como la principal responsable del niño o la única indispensable para su buen desarrollo lleva a estos profesionales, tal vez poco cómodos con la presencia de los padres, a no incluirlos en sus prácticas. Por otra parte, muchos formularios administrativos (fichas de los profesionales de seguimiento del bebé o del niño) ni tan siquiera mencionan su existencia o, si lo hacen, es únicamente desde su papel de proveedor. Y si los padres no están casados, la falta de información al respecto se ve aún más acentuada (Turcotte 2014).
15 Una relativa ausencia del padre al inicio de la vida supone un riesgo para el establecimiento de los vínculos padre-hijo que, como los que existen entre la madre y el hijo, se construyen desde el nacimiento. Tal y como subrayan Montigny y Lacharité (2005) al hablar de la perinatalidad: «La participación del padre en este período de transición es crucial para establecer su implicación futura en la vida del niño» [traducción propia]. Es por lo tanto importante tratar de favorecer la emergencia de estos vínculos apoyando a los padres en sus interacciones con su recién nacido y con su cónyuge, y reforzándoles la confianza en su capacidad. Unos meros comentarios positivos tienen ya un impacto que los padres aprecian. Un gatekeeping positivo y valorizador por parte de los profesionales sería por lo tanto altamente deseable y podría tener efectos a largo plazo, como evitar que los vínculos padre-hijo se rompan completamente en caso de divorcio. En efecto, si el padre pudo establecer, desde los primeros días, vínculos suficientemente sólidos con sus hijos, el divorcio no comportará entonces la desaparición de un hombre ya muy ausente en la vida del niño (Olivier 1994).
16 Si se deja la responsabilidad de implicar a los padres en manos de las madres, se reforzará el poder de estas y cabe incluso preguntarse si los invitarán a asistir a la consulta; se ha observado, por ejemplo, que los padres que afirman tener relaciones conyugales no muy buenas participan menos en las consultas (Cowan, Cowan y Schulz 1996); es razonable en ese sentido preguntarse si las mujeres de matrimonios poco satisfactorios solicitan a sus compañeros que participen en estas. Sería por lo tanto clave que los propios profesionales sean los que les contacten subrayando la importancia de su contribución al desarrollo de su hijo y al trabajo clínico, si fuera el caso (Ahmann 2006). Teniendo en cuenta las presiones profesionales, reales o imaginarias (restricciones horarias, grado de implicación y nivel de presencia requerido para el éxito del proyecto profesional y de ascenso en la jerarquía), invitar a los padres a que se impliquen no conllevará necesariamente que esta implicación tenga lugar. Puede ser necesaria una perseverancia constante para animarlos a participar en los entornos profesionales. Su motivación para asistir puede verse así reforzada al subrayarse la importancia de su función para el desarrollo infantil, algo de lo que muchos padres no están convencidos, sobre todo en los primeros años.
17 En el estudio que realizaron sobre la implicación de los padres en la intervención en la protección de la juventud, Ève Pouliot y Marie-Christine Saint-Jacques (2005) señalan que los profesionales que entrevistaron explican la dificultad que existe a la hora de implicar a los padres, subrayando que, en caso de divorcio, la madre es, por lo general, la responsable legal. Estas autoras muestran que este título no le da todos los derechos, que esto no justifica la eliminación del padre y que el discurso de los profesionales parece indicar un reconocimiento implícito de cierta forma de superioridad de la madre en su rol parental. Esto constituiría un fundamento esencial del gatekeeping de los profesionales.
18 En algunos casos, subrayando implícitamente su «inutilidad», el gatekeeping de los profesionales ante el padre, al abordar únicamente la díada madre-hijo, puede llevar a la eliminación del padre, estigmatizado por el divorcio (Lebovici 1999). ¿Cómo vive el niño este distanciamiento del padre? ¿No se ve impelido a considerar que para el padre él tiene poca importancia? Finalmente, si la problemática del niño llevada a la consulta por la madre está relacionada con la calidad de la coparentalidad o la ausencia emocional del padre, el gatekeeping de los profesionales ante este ¿no genera acaso el riesgo de reforzar las causas de las dificultades, además de privarse del punto de vista del padre sobre su hijo?
19 Es cierto que, en muchas separaciones o divorcios, la participación de ambos padres en la consulta puede implicar importantes conflictos y aumentar ciertas dificultades. Por un lado, los profesionales de estos servicios deberían recibir formación para gestionar estos conflictos y mantener la primacía del interés del niño y sus necesidades. Por otro lado, dar prioridad al niño puede requerir que los padres que están envueltos gravemente en un conflicto no vayan juntos a la consulta, pero que ambos sean convocados y escuchados, algo que implica un trabajo extra. La importancia de los vínculos entre el padre y sus hijos es vital para el futuro de estos (Corneau 1989; Brillon 1998; Prahin y Tournier 2007).
20 Tengamos en cuenta que este gatekeeping profesional se inscribe en un «gatekeeping social», como lo demuestra lo poco frecuente de la licencia por paternidad o su brevedad en el momento del nacimiento de un hijo, lo que favorece poco la construcción temprana del vínculo padre-hijo. Por ejemplo, en Francia es de once días calendario desde el 1 de enero de 2002, pero en Suiza es de tan solo un día, y en abril de 2016 el Consejo Nacional rechazó una licencia por paternidad de dos semanas. Otro ejemplo, ciertamente más anecdótico, pero no menos significativo: buscando un día, en un buscador en internet, «informe sobre la paternidad», el propio buscador nos sugirió «quizás quisiste decir ‘maternidad’».
El costo de la ausencia del padre
21 Para rechazar las conclusiones de investigaciones que muestran un efecto negativo de la ausencia del padre suele esgrimirse que una correlación no implica una relación de causa-efecto. Sara McLanahan, Laura Tach y Daniel Schneider (2013) llegan claramente a la conclusión, sin embargo, tras llevar a cabo su metanálisis, de que la ausencia del padre es responsable de diferentes trastornos en el desarrollo socioemocional infantil y, en particular, de un aumento de los trastornos de conducta externalizados (agitación, agresividad, trastornos de atención, falta de disciplina, etc.). Además, estos trastornos son más pronunciados si la ausencia tiene lugar en los primeros años de la infancia, comparados con la edad escolar. Conviene señalar que estos efectos persisten en la adolescencia con la aparición de comportamientos de riesgo (McLanahan, Tach y Schneider 2013). También se han observado efectos en las competencias cognitivas, pero la relación es más débil que en el caso de los trastornos en el desarrollo socioemocional, aunque en la adolescencia los autores encuentran una relación muy significativa entre la ausencia del padre y un nivel de estudio más bajo (Howard, Lefever, Borkowski y Whitman 2006).
22 Muchas investigaciones sobre el impacto negativo de la ausencia del padre tienen que ver con la adolescencia, algo que se sale del propósito del presente trabajo, pero que invita a plantearse a qué se debe y si la ausencia fue temprana o no. Vale la pena destacar que el padre puede seguir implicándose y favorecer el desarrollo de su hijo incluso en caso de divorcio. Su implicación y su investidura del rol paterno es por lo tanto de lo que se trata y lo que debería fomentarse.
Beneficios vinculados a la implicación del padre en los servicios de atención a la primera infancia
23 Sería interesante incluir a los padres en las consultas y en todo lo que tiene que ver con sus hijos (tanto si viven bajo el mismo techo como si no), no solo por sus aportes específicos en el desarrollo infantil y para la coparentalidad, sino también para la madre. En efecto, implicar al padre podría reducir el mother blaming (la culpabilización o autoculpabilización de las madres), porque esta ya no sería considerada (o llevada a considerarse) como la única responsable de la educación y del devenir de sus hijos.
24 Implicar al padre sería, además, beneficioso para el propio padre, tanto si se trata de una paternidad problemática como si no lo es, pero especialmente si es el caso. En efecto, en el deseo de ser buenos padres que casi todos los padres y madres muestran, «men and women are struggling with the type of experiences that they had as children, while at the same time trying to raise children of their own, bent on not repeating the mistakes they felt that their fathers had made» [3] (Thomas 2010, 64). Ahora bien, al reproducir el modelo del padre «ausente», que facilita el gatekeeping de los profesionales, los padres ya no reciben apoyo en la búsqueda de su propia manera de ser padre, sino que se ven más bien empujados a repetir el modelo recibido. Por lo tanto, si el padre tiene o ha tenido dificultades con su propio padre o con su paternidad, apartarlo no ayudará a que establezca una relación con su hijo, cuya importancia ya subrayamos anteriormente (Honig 2008). Valorar su función puede reforzar por el contrario su motivación para implicarse (Benzies y Magill-Evans 2015).
25 Pueden implementarse diferentes estrategias para promover la implicación de los padres tal y como sugieren, entre otros, Geneviève Turcotte (2014), así como Pouliot y Saint-Jacques (2005):
- adaptación de los horarios de los centros de atención;
- marco de acogida con imágenes de padres en las paredes, inclusión de los padres en los folletos de información y en la publicidad de los servicios;
- solicitar también información sobre el padre en los formularios;
- invitación sistemática a los padres (con independencia de que compartan techo o no con el hijo).
26 A esto podríamos añadir:
- inclusión de los padres por teléfono/videollamada en las consultas si su presencia real resulta imposible;
- nombrar a las instituciones y servicios de atención de manera que incluyan al padre, la familia o padre y madre y que no se limiten solo a la madre y al hijo (como por ejemplo Protección parental e infantil, Casa de nacimientos, etc.).
27 Finalmente, tal y como señalan Pouliot y Saint-Jacques (2005), los autores que se adentran en la cuestión de la implicación paterna insisten generalmente en la importancia de desarrollar proyectos centrados en la complementariedad parental que apunten al reconocimiento de las competencias específicas de los padres, tanto de cara a los profesionales como de cara a las madres, que a menudo son cómplices en el gatekeeping (Dubeau, Turcotte y Coutu 1997, 1999; Rogé 1997). Se debería sensibilizar y formar a los profesionales a fin de desarrollar un conocimiento especializado para que estén mejor equipados para intervenir con el padre y responder así a estas necesidades (Plouffe 2007).
28 En el caso de las terapias, tal vez los padres aprecien en los profesionales otras cualidades diferentes de las valoradas por las madres (Ahmann 2006). Si bien las madres valoran la conexión emocional con el terapeuta, a muchos padres les gusta verlo como alguien competente, activo y que ofrece consejos claros y directos, algo que haría la terapia más eficaz, como indica Alan Carr (1998). La conclusión de este autor es, en efecto, la siguiente: «Engaging fathers early in the therapeutic process, through the adoption of a competent and directive style, should be a priority» (Carr 1991). [4] Finalmente, el punto de vista del padre sobre su hijo sería una ventaja más (Foote et al. 1998).
Conclusión
29 La ausencia del padre, considerada no solo normal sino también inocua, partiendo del principio de que algo ausente no pude ser deletéreo, no tiene en cuenta la carencia frente a la ausencia (Herzog 2014) y el sufrimiento expresado por algunos adultos en terapia (Corneau 1989). No incluir al padre en la consulta va en este mismo sentido y transmite no solo a los propios padres, sino también a las madres y a los hijos, el mensaje de su inutilidad. Visto así, ¿por qué habrían de implicarse? Una importante fuente de motivación de los padres para implicarse reside, sin embargo, en que sientan que sus hijos se beneficiarían de ello (Smith Stover 2016). Rompamos pues este círculo vicioso y restituyamos al padre su lugar reconociendo su aportación. Añadamos finalmente que si el papel paterno de «separador de la díada madre-bebé» tiene algo de importancia —muchos lo consideran un papel primordial—, el gatekeeping del que es objeto no le facilita la tarea.
30 Tres razones, por lo tanto, para luchar contra el gatekeeping que limita el rol de los padres y que es practicado de facto por demasiados profesionales, o del que estos últimos son cómplices: correr el riesgo de privar al niño del aporte específico del padre, socavar la coparentalidad (y a la larga la unidad familiar) y reforzar la responsabilidad de la madre (culpabilización de las madres).
31 La voluntad de favorecer la paternidad y de apuntalar la intención del padre de asumir su rol, y por lo tanto de implementar un gatekeeping profesional que refuerce su implicación, no se inscribe en ningún caso en un deseo de restaurar el patriarcado de los siglos pasados, sino, por el contrario, de fomentar las relaciones padre-hijo y la coparentalidad, puntal de la familia, y así favorecer la igualdad de los hombres y las mujeres (Olivier 1994), sin eliminar sus especificidades propias. Esperemos que llegue el día en que, en los servicios de atención a la infancia, ambos padres sean percibidos primeramente como padres antes de ser padre o madre, sin por ello suprimir sus contribuciones respectivas específicas.
Puntos importantes
- Padres y madres contribuyen de manera específica y complementaria al desarrollo de su hijo desde el momento de su nacimiento.
- No incluir al padre en las entrevistas o en las consultas de los servicios de atención y de terapia no es ni «neutro» ni sin consecuencias y es un mensaje negativo para el niño y para el propio padre.
- Parte de la responsabilidad de los profesionales ante el niño, desde su nacimiento, consiste en fomentar la implicación del padre, para favorecer de esta manera la cooperación entre padre y madre y, como consecuencia, favorecer también el desarrollo infantil.
Notes
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[1]
Utilizaremos el término anglosajón gatekeeping que remite a una acción (literalmente la de guardián de la puerta) y que solo puede traducirse al español de manera perifrástica.
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[*]
La mayor parte de este artículo se publicó anteriormente en inglés: France Frascarolo, Mark Feinberg, Gillian Albert Sznitman y Nicolas Favez. 2016. «Professional Gatekeeping toward Fathers: A Powerful Influence on Family and Child Development». Perspectives in Infant Mental Health, verano 2016: 4-7.
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[2]
El padre ha sido entendido por algunos como un sustituto de la madre o de la capacidad de la madre para satisfacer las necesidades del bebé. Entendido de este modo, se invisibiliza el papel real de padre afectuoso y disponible de pleno derecho (…). Aunque los roles afectuosos de la madre y del padre no son iguales, son complementarios y ambos tienen su función en el desarrollo de sus hijos [traducción propia].
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[3]
Los hombres y las mujeres gestionan trabajosamente la experiencia que vivieron en la infancia, a la vez que tratan de educar a sus hijos por sí mismos, sin repetir los errores que consideran que su padre cometió [traducción propia].
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[4]
Implicar tempranamente a los padres en los procesos terapéuticos mediante la adopción de un estilo directo y competente debería ser una prioridad [traducción de los autores].