Si bien es cierto que el bebé es un buscador nato de otro ser humano al que poder vincularse y con el cual compartir su experiencia y vivirse objeto de amparo, protección y disfrute, también es un buscador innato de sentido vivencial con el que se esfuerza en mantener un control sobre su experiencia y, desde ahí, proteger su equilibrio homeostático.
Desde su vida prenatal, el psiquismo del bebé se ocupa de integrar y procurar dar sentido a las diferentes percepciones o estimulaciones de naturaleza fisiológica y somatoemocional, procedentes tanto de su cuerpo como de estimulaciones sensoriales y psicoemocionales procedentes del exterior a sí mismo (Righetti, 1999, 2000; Castiello, Becchio, Zoia, Nelini, Sartori & Blason, et al., 2010; Stern, 2003).
En el contexto relacional, el bebé se esfuerza en descifrar la intención contenida en el comportamiento de quienes le acompañan para comprenderles. (Stern, 2003).
La investigación muestra que al nacer el bebé ya manifiesta los rudimentos de una diferenciación de sí y del mundo sobre la base de experiencias polisensoriales que le permiten diferenciar su propio cuerpo frente al mundo de las cosas externas.
Es sobre la base de estas experiencias multisensoriales tempranas y especificantes del propio cuerpo, que el bebé desarrolla un conocimiento implícito de su cuerpo.
La búsqueda del mundo experiencial/vivencial, que el psiquismo del bebé desarrolla, se apoya en una función anticipatoria, la cual, partiendo de una programación básica que precede al nacimiento, se reorganiza continuamente con la asimilación de las experiencias ontogenéticas originarias de su interacción con el mundo externo e interno…