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¿Es aún Bergoglio, el papa Francisco?

Jorge Mario Bergoglio es el primer latinoamericano y el primer jesuita en haber sido elegido papa. El que ha elegido el nombre de Francisco, en referencia a san Francisco de Asís, parece haber dado la espalda a su pasado ultraconservador y de querer inaugurar una era de cambios profundos para la Iglesia. Pero, en los hechos, no se ha producido ningún cambio real hasta ahora.


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En Volumen 1, Número 13, 2021

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1 Jorge Mario Bergoglio es el primer latinoamericano y el primer jesuita en haber sido elegido papa. Por sus gestos y homilías en favor de los refugiados y de los excluidos, en su vibrante encíclica en defensa del planeta y contra los poderes del dinero, por sus declaraciones heterodoxas sobre las finanzas del Vaticano, la homosexualidad, los musulmanes o las parejas recompuestas, el que ha elegido el nombre de Francisco, en referencia a san Francisco de Asís, parece haber dado la espalda a su pasado ultraconservador y de querer inaugurar una era de cambios profundos para la Iglesia. Estos posicionamientos no han dejado por otra parte de suscitar inquietud y cólera en las fracciones más conservadoras del mundo católico. Pero, en los hechos, no se ha producido ningún cambio real hasta ahora. Las reformas del Vaticano han sido abortadas y la Iglesia mantiene firmemente sus principios, incluso en la condena de la contracepción. Tal y como subrayan varios de los participantes en este dossier, la fractura entre la Iglesia católica y la evolución en las formas de vida nunca ha sido tan profunda.

2 Sobre las razones del statu quo las opiniones divergen, sin embargo. Unos piensan que la función no ha transformado al hombre: Francisco sigue siendo Bergoglio. Para otros, por el contrario, el papa ha rechazado el hábito de antiguo provincial de los jesuitas convertido en arzobispo de Buenos Aires, ha evolucionado profundamente y ha asumido la misión de sacudir a los espíritus; pero su margen de maniobra es escaso en una Iglesia tan anclada en sus dogmas y sus instituciones.

3 Los cinco textos que hemos seleccionado son de inspiración completamente diferente. Para completar, damos «carta blanca» a dos expertos de las religiones, una socióloga argentina y un sociólogo mexicano.

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5 Nuestra selección

6 Fortunato Mallimaci, Jean-Louis Schlegel, Julien Théry-Astruc, Vincent Geisser, Michael Löwy.

7 Carta blanca a Verónica Giménez Béliveau y Roberto Blancarte Pimentel.

«Un hábil político eclesiástico»

8 La elección en 2013 de un papa argentino hizo de Francisco Bergoglio «un significativo actor político-religioso en la región» latinoamericana, escribe el sociólogo de las religiones Fortunato Mallimaci, también él argentino y católico. La revista Problèmes d’Amérique latine tradujo un largo artículo que él había publicado a finales de 2014, un año y medio después de la entronización de su compatriota. En este artículo se plantea la significación y el impacto de esta elección, a la vista de las primeras declaraciones y decisiones del nuevo papa. Pero estas no pueden ser entendidas sin volver la vista, por un lado, a la evolución de la Iglesia bajo el magisterio de los papas precedentes (en particular de los dos últimos, Wojtyła y Ratzinger) y, por el otro, al propio itinerario de Bergoglio en su contexto argentino. Mallimaci consagra extensos desarrollos a estos dos temas, no sin dejar de evocar el entusiasmo suscitado en Argentina por la elección de Francisco y el uso que hacen de ello los partidos políticos. Muestra que el lenguaje del nuevo papa no siempre es bien entendido en Europa. Cuando habla de los «pobres», por ejemplo, se refiere a un concepto propio de América Latina.

9 Según Mallimaci, Francisco ha sido elegido sobre todo porque era considerado como «un hábil político eclesiástico», que supo cómo sacar partido de la época de la dictadura y después. Si pudo subir sin contratiempos los escalones de la jerarquía eclesiástica, pasando por la función de provincial de los jesuitas para Argentina, fue porque supo «invertir en tejer alianzas y redes». En el plano ideológico, era «afín a las corrientes teológicas de la religiosidad popular argentina, antiliberal, anticomunista, barroca y enfrentada a la teología de la liberación, denunciada como marxista, extranjerizante e ilustrada». En el plano doctrinal, se mostraba claramente conservador: «contra el matrimonio igualitario donde califica la ley de “presencia del demonio”, [contra el aborto,] contra los programas oficiales de enseñanza de educación sexual en las escuelas y contra las leyes de identidad de género y de ampliación de derechos a las mujeres». Mallimaci se extiende por otra parte sobre la colaboración entre Bergoglio y la dictadura argentina, colaboración típica de la jerarquía eclesiástica de la época. Cuando accede al papado apenas modifica sus posiciones. Su agenda «muestra una continuidad con las estructuras de dominación de un catolicismo de certezas y de rechazo del “mundo” como Juan Pablo II y Benedicto XVI lo habían manifestado continuamente luego de sus desencantos con las reformas conciliares».

Fortunato Mallimaci es un sociólogo argentino especializado en religiones. Hizo su doctorado en París, en la École des hautes études en sciences sociales (EHESS – Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales). Detenta la cátedra de Historia Social Argentina en la Universidad de Buenos Aires.

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Un jesuita latinoamericano

11 Francisco no es solo el primer papa latinoamericano, también es el primer jesuita elegido para este cargo. Es una paradoja, porque la carrera de Bergoglio como jesuita es una fuente de controversias e incluso se ha saldado con un fracaso. Esta paradoja es explorada en la revista Esprit por el sociólogo de las religiones Jean-Louis Schlegel. Después de poner sobre aviso contra los clichés, elogiosos o negativos, que siguen circulando sobre la Compañía de Jesús, evoca lo que este nuevo papa tiene él mismo de su orden, poco después de su elección: «es difícil hablar de la Compañía […] De la Compañía se puede hablar solamente en forma narrativa». Por otra parte, «corre peligro de sentirse segura y suficiente». Bergoglio entró al noviciado de los jesuitas en 1958 y fue ordenado sacerdote en 1969. Nombrado maestro de novicios en 1972, fue nombrado provincial de Argentina el año siguiente, por un periodo de seis años. Los dos acontecimientos principales de estos años fueron para él el Concilio Vaticano II (1962-1965), que creó una cesura en el seno del catolicismo, y luego la dictadura (1976-1983). La onda de choque creada por el Vaticano II fue especialmente brutal en Argentina, conllevando una «politización creciente de los jóvenes religiosos y la salida de muchos de ellos». Por su parte, Bergoglio estaba cercano al peronismo y a su «insistencia en el sentido y la función del “pueblo”». También adhería a «la idea central avanzada durante el Concilio Vaticano II para definir la Iglesia como la del “Pueblo de Dios”». Al mismo tiempo seguía vinculado a los valores conservadores del catolicismo argentino. En esto se distinguía de la evolución progresista seguida por la mayoría de los jesuitas, evolución que desembocó en 1979 en un conflicto importante con Juan Pablo II, el cual les obligó a «entrar en vereda». Durante la dictadura, Bergoglio se ajustó a la norma: «con pocas excepciones —señala Schlegel— el episcopado había tomado partido por los generales». Esta actitud le valió fuertes enemistades en el seno de la Compañía y, «al final de su mandato la división en la provincia era tal que hubo que ir a buscar a un jesuita colombiano para sucederle como provincial». Después de esto pasaron para él años de «apartamiento», algo que no le impidió ser nombrado arzobispo de Buenos Aires en 1998. Según el sociólogo, Francisco ha seguido estando «impregnado de la religión popular latinoamericana», algo de lo que dan prueba sus frecuentes referencias al diablo, a los ángeles y a los milagros.

Jean-Louis Schlegel es sociólogo de las religiones, editor y traductor. Dirige la revista Esprit. Ha publicado La Loi de Dieu contre la liberté des hommes: Intégrisme et fondamentalisme (París: Seuil, 2003).

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Una división y una fractura

13 Casi cuatro años después de la elección de Bergoglio, el historiador Julien Théry-Astruc se pregunta en la revista Le Crieur sobre el posicionamiento real de Francisco, sus intenciones y su margen de maniobra. Sin repasar en un primer momento su pasado argentino, criba declaraciones y gestos que le parecen a veces contradictorios, y aclara su sentido a la luz de las profundas tensiones que agitan a la Iglesia católica y atormentan a sus fieles. Se basa también en las declaraciones o juicios no menos contrastados de jerarcas de la institución y observadores independientes. En muchos aspectos, Francisco se ha presentado como un papa progresista e incluso innovador, hasta el punto de que hay quien lo califica de revolucionario. Muchas de sus declaraciones rompen en efecto con las de sus dos predecesores hasta el punto de suscitar una revuelta en las filas de los prelados más conservadores. Así, ha afirmado negarse a «juzgar» a los homosexuales, ha dado a entender que a los divorciados que se han vuelto a casar no se les tiene necesariamente por qué negar los sacramentos, ha señalado a «quienes dicen no a todo», ha denunciado a los «fundamentalistas» católicos y ha asegurado querer entablar un «diálogo con los no creyentes». Resultado: «es innegable que la acción de Francisco provoca en la Iglesia una división profunda, sin precedentes», escribe Théry-Astruc. Sus declaraciones han sido presentadas como «típicas del jesuitismo», él ha sido calificado de «herético» y acusado de someterse a las «fuerzas del mal». Pero en la práctica, ¿qué ha conseguido realmente Francisco?, se pregunta el historiador. Ha fracasado en su tentativa de sanear las finanzas del Vaticano y no ha logrado reducir la «fractura» entre la Iglesia y la evolución de las sociedades contemporáneas. El Vaticano sigue proscribiendo la contracepción, condena la homosexualidad y por supuesto prohíbe el matrimonio de los sacerdotes y la ordenación de las mujeres. «Entre las posiciones de la Iglesia en materia de moralidad y el estilo de vida de las poblaciones, la distancia es abismal», escribe Théry-Astruc. Incluso considera que su crítica del capitalismo, desarrollada en la encíclica ecologista Laudato si’, «sigue siendo en el fondo totalmente tradicional, puramente moral y, en definitiva, inofensiva». En esto sigue siendo fiel, concluye el historiador, a los principios que defendía cuando era provincial de los jesuitas de Argentina en los años setenta.

Julien Théry-Astruc es profesor de la Université Lumière Lyon 2 (Universidad Lumière Lyon II).

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Carta blanca a Verónica Giménez Béliveau 

«El papa da pruebas de apertura, pero la estructura de la Iglesia sigue igual»

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Para los argentinos y los latinoamericanos el hecho de «tener un papa» sigue siendo un acontecimiento de primer orden, pero ¿Francisco sigue siendo Bergoglio?
La elección de Jorge Bergoglio fue un hecho inédito para el catolicismo: el primer papa latinoamericano resonó en América Latina con fuerza singular. El cardenal de Buenos Aires es un conservador popular alejado de las estructuras de la Curia romana, que construyó su imagen a partir del desarrollo de una pastoral ligada al sentir popular y consolidó su figura en base a diálogos políticos intra y extraeclesiásticos. Siempre interesado en la política argentina, Bergoglio fue una figura de peso creciente. Sus alineamientos políticos estuvieron anclados en el ala más conservadora del peronismo, y el manto de sospecha sobre el no acompañamiento de los sacerdotes que tenía a cargo en la época de la dictadura lo siguió hasta sus tiempos al frente del obispado. Durante el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner prefería el diálogo con los opositores neoliberales, contribuyendo a consolidar la alianza que impulsaría años después, bajo la conducción de Mauricio Macri, el retorno de las políticas neoliberales a la Argentina.
Cuando Bergoglio fue elegido papa sus alineamientos con el ala política derecha parecieron cambiar: desde sus primeros pasos como Sumo Pontífice, los intereses de Bergoglio fueron los inmigrantes, los pobres, los desamparados. Sin duda la cuestión social es una de sus máximas preocupaciones y la bandera de su pontificado. ¿Es Bergoglio Francisco? Sí y no. La continuidad de viejas preocupaciones nos muestra una línea coherente: la preocupación por la cuestión social, las formas de concebir el ejercicio de su propia función en la Iglesia como profundamente política, la necesidad de hablar a la sociedad desde una Iglesia comprometida, todo ello aparece en la carrera del actual papa. Sus viejas preocupaciones se reubican a escala global, una perspectiva cara a la Iglesia católica desde sus orígenes. Y en la escala global, tan desierta de líderes abiertos a la cuestión social, las viejas preocupaciones de Bergoglio se destacan en la política internacional por su progresismo social.

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Como papa, Francisco puede ser considerado conservador en las cuestiones sociales relativas a la vida privada, los derechos de las mujeres y la organización de la Iglesia, progresista en las cuestiones sociales que implican elecciones políticas y económicas relativas a la gestión de las finanzas, las desigualdades materiales y el medio ambiente. ¿Hay en esto una contradicción?
La Iglesia católica tiene una larga tradición de preocupación por la pobreza y la cuestión social, plasmada en encíclicas como Rerum Novarum (1891) y Quadragessimo anno (1931), dedicadas a la cuestión obrera, o Laborem Exercens (1981), que critica el liberalismo y el capitalismo. En el contexto internacional, la figura del papa alineado con las posiciones sociales de la Iglesia resulta progresista: la preocupación por las temáticas como la desigualdad y la cuestión ambiental muestra una lectura actualizada y en diálogo con el mundo moderno. Pero ni a la Iglesia ni al papa Francisco el progresismo en lo social les impidió ser conservadores en lo que a la moral sexual se refiere: las dos cosas vienen juntas, han convivido en las doctrinas vaticanas durante todo el siglo XX y continúan juntas en el XXI.
Sin duda a los ojos de las juventudes de las sociedades occidentales las posiciones del papa son de un conservadurismo difícil de aceptar. En el Vaticano lo saben, y es por ello que Francisco expone en determinados momentos ideas que parecen expresar apertura y tolerancia. Lo ha hecho en entrevistas periodísticas cuando afirmó que él no es quien para juzgar a las personas LGTBIQ, o cuando sostuvo que las mujeres debían tener mayores responsabilidades en la Iglesia, y a través de gestos como llamar por teléfono a una argentina divorciada que le había escrito angustiada por no poder comulgar. Esos gestos, ampliados por los medios de comunicación de todo el mundo, fueron seguidos por comunicados de prensa de la Iglesia que reafirmaban las posiciones vaticanas referidas al matrimonio igualitario, la comunión de los divorciados y el sacerdocio de mujeres. Francisco se muestra ambiguo adrede, esboza gestos pequeños mostrando apertura, tolerancia y modernidad que luego son negados por documentos institucionales que refuerzan la línea eclesiástica existente desde hace treinta años. El papa se muestra abierto, la estructura de la Iglesia sin embargo no cambia.

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¿Cree que las posiciones adoptadas por el papa Francisco pueden frenar el progreso del evangelismo en América Latina?
Bergoglio asume su papado en un momento en que la pluralización religiosa en América Latina está en marcha desde hace varias décadas. No se trata solo del crecimiento de los evangélicos, sino sobre todo de la baja de los adherentes al catolicismo. El número de católicos cae (alrededor de diez puntos porcentuales en Brasil entre 2000 y 2010, y en Argentina entre 2008 y 2019), y fruto de esa disminución no solo crecen los evangélicos, sino también otras opciones como la salida de la religión. El número de personas que se declaran sin filiación religiosa, que se piensan fuera de las pertenencias religiosas, aunque crean en algo trascendente, ha aumentado sostenidamente desde los años noventa.
Esta tendencia se da en toda América Latina, en algunos países con más fuerza que en otros. Podemos leer, en porciones aún minoritarias pero crecientes de la población, un cierto desencanto hacia la Iglesia, incluso hacia la idea misma de un creer religioso encuadrado en instituciones. La afirmación de la autonomía de los individuos es una de las características de la época, una especie de espíritu de este tiempo, que lleva a las personas a la convicción profunda de que pueden elegir su propia religión. Hay quien elige quedarse en el catolicismo, hay quien prefiere alinearse con los evangelismos y hay quienes se piensan por fuera de toda estructura religiosa.
Lo que sí hemos visto es que el papa latinoamericano logra encantar a determinados grupos de católicos que estaban alejados de la Iglesia-institución, pero que mantenían un profundo sentido cristiano de sus vidas. No son estos los grupos que en principio se alegraron con el nombramiento de Bergoglio, más tradicionalistas, sino agrupamientos orientados a la opción por los pobres, que buscaban una mayor apertura a la cabeza de la Iglesia, alineados con las opciones más populares, el catolicismo de la opción por los pobres. Este reencantamiento, sin embargo, no logra alcanzar a quienes ya se fueron del catolicismo ni a quienes se desgranan desde sus márgenes.

Verónica Giménez Béliveau es profesora de sociología de las religiones en la Universidad de Buenos Aires e investigadora en sociología de las religiones en el CEIL/CONICET (Centro de Estudios e Investigaciones Laborales / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina).

Carta blanca a Roberto Blancarte Pimentel

«No hay contradicción entre una moral conservadora y una búsqueda de justicia social»

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Para los argentinos y los latinoamericanos, el hecho de «tener un papa» sigue siendo un acontecimiento de primer orden, pero ¿Francisco sigue siendo Bergoglio?
En primer lugar, no estoy seguro que todos los católicos latinoamericanos estén igual de orgullosos de tener un papa. Sobre todo porque el sentimiento de «latinoamericanidad», si puedo aventurar este neologismo, no está necesariamente muy desarrollado. Pensemos por ejemplo en los católicos mexicanos, que están totalmente alejados del catolicismo argentino, o incluso en el sentimiento de competición que sienten los brasileños en relación con los argentinos. Además, los argentinos y otros latinoamericanos han conocido a Bergoglio por su turbio papel en el período de la Junta Militar y lo que vino después. Siempre he dicho que Bergoglio es un papa argentino, de la misma manera que Wojtyła fue un papa polaco: uno y otro son indisociables de la cultura política de la que proceden.

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Como papa, Francisco puede ser considerado conservador en las cuestiones sociales relativas a la vida privada, los derechos de las mujeres y la organización de la Iglesia, progresista en las cuestiones sociales que implican elecciones políticas y económicas relativas a la gestión de las finanzas, las desigualdades materiales y el medio ambiente. ¿Hay en esto una contradicción?
No, no hay contradicción. Estuve asistiendo durante seis años en París al seminario del sociólogo de las religiones Émile Poulat y he traducido uno de sus libros. Retuve de él su modelo de interpretación del pensamiento de la jerarquía católica como «integralista» e «intransigente»: un modelo social «completo» que integra todo lo que la secularización separó —religión y sociedad, concretamente— y que, al mismo tiempo, rechaza otros proyectos de sociedad. En este sentido, no hay contradicción entre una moral conservadora y una búsqueda de justicia social o, más recientemente, una preservación del medio ambiente. Se trata de frustrar a la vez el socialismo y el liberalismo. Luego ya a cada papa, pero también a cada obispo o sacerdote, le corresponde poner el acento sobre esta o aquella dimensión dogmática, doctrinal o pastoral. A cada cual su «magisterium». Este es el reto del catolicismo contemporáneo.

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¿Cree que las posiciones adoptadas por el papa Francisco pueden frenar el progreso del evangelismo en América Latina?
Hoy en día sabemos muy bien que las posiciones de la Santa Sede y particularmente los posicionamientos sucesivos de los tres últimos papas no han cambiado la tendencia a la disminución de los «afiliados» (no digo creyentes porque esto nos llevaría a una discusión muy diferente), sobre todo en favor del evangelismo, pero también en favor de los no creyentes y de esta nueva categoría que llamamos creyentes no afiliados (que no se reconocen en ninguna iglesia). Tal vez la cuestión supere el papel de los papas y debe ser analizada más bien a través de razones estructurales, como la imposibilidad por parte de la Iglesia católica de ofrecer un verdadero servicio espiritual con tan pocos sacerdotes, y de ahí la fuerte competencia ejercida por iglesias más cercanas a sus fieles.

Roberto Blancarte Pimentel es sociólogo e investigador en el Colegio de México y miembro extranjero asociado al Groupe sociétés, religions, laïcités (GSRL - Grupo Sociedades, Religiones, Laicidades), laboratorio del Centre national de la recherche scientifique (CNRS – Centro Nacional para la Investigación Científica) asociado a la École pratique des hautes études (EPHE – Escuela de Estudios Superiores Aplicados).

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Para leer también, en francés, en la página de Cairn.info

La «globalización de la indiferencia»

22 Si existe un ámbito en el que el papa Francisco se ha comprometido realmente, es el combate por la acogida de los migrantes, estima el sociólogo Vincent Geisser en la revista Migrations Société. Desde su visita a Lampedusa algunos meses después de su entronización hasta su visita a Lesbos tres años más tarde, pasando por su intervención en Ciudad Juárez sobre la frontera mexicana, no ha dejado de alertar sobre «la globalización de la indiferencia». Ha apelado a «construir puentes y no muros» y exhortado a «los países a una apertura generosa, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local, sea capaz de crear nuevas síntesis culturales». De este modo reconectaba con su pasado personal de hijo de inmigrante italiano, pasado al que hace referencia a menudo, pero también con su vocación de sacerdote de los pobres: «tenía el hábito de presentarse en transporte público en los suburbios de Buenos Aires para celebrar misas, bautizar niños y encontrarse con familias sin recursos», escribe Vincent Geisser. Llevadas a cabo a menudo contra las recomendaciones de la Curia romana, sus acciones a favor de los migrantes le granjearon enemistades en los entornos católicos conservadores, como da testimonio de ello, en Francia, el libro de Laurent Dandrieu Eglise et immigration: le grand malaise (París: Presses de la Renaissance, 2017), donde el autor acusa a Francisco de contribuir al «suicidio de la civilización europea». Vincent Geisser subraya que la posición del papa no constituye por ello «una ruptura radical con las posiciones tradicionales del Vaticano sobre las cuestiones migratorias y el diálogo con los creyentes de las otras religiones». Y sería erróneo hacer de Francisco un partidario del multiculturalismo: «sigue siendo un integracionista convencido».

«El dominio absoluto de las finanzas»

23 Para el sociólogo y filósofo francobrasileño Michael Löwy, que se reivindica como marxista, el papa Francisco se distingue de sus predecesores por «posicionamientos comprometidos y valientes» en lo que concierne a la crítica del capitalismo. En la revista Actuel Marx, cita concretamente el discurso del papa en Santa Cruz, en Bolivia, en 2015: «se está castigando a la tierra, a los pueblos y a las personas de un modo casi salvaje. Y detrás de tanto dolor, tanta muerte y destrucción, se huele el tufo de eso que Basilio de Cesarea llamaba “el estiércol del diablo”, la ambición desenfrenada de dinero que gobierna». El sociólogo hace un análisis muy elogioso de la encíclica Laudato si’, del mismo año, en la que ve «un acontecimiento de una importancia planetaria». Porque, aunque «por supuesto, el papa Francisco no tiene nada de marxista», y aunque «la palabra “capitalismo” no aparece en la encíclica», esta denuncia sin rodeos (y en estos términos) «el principio de maximización de la ganancia […], un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso» o incluso «el dominio absoluto de las finanzas». La encíclica, escribe Löwy, «desarrolla una crítica radical ante la irresponsabilidad de los “responsables”, es decir, de las élites dominantes, las oligarquías interesadas por la conservación del sistema, en relación con la crisis ecológica». Cita este fragmento: «la misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza». De este modo, escribe el sociólogo, «el papa Francisco hace suya “la opción preferencial por los más pobres” de las iglesias latinoamericanas».

Jorge Mario Bergoglio es el primer latinoamericano y el primer jesuita en haber sido elegido papa. El que ha elegido el nombre de Francisco, en referencia a san Francisco de Asís, parece haber dado la espalda a su pasado ultraconservador y de querer inaugurar una era de cambios profundos para la Iglesia. Pero, en los hechos, no se ha producido ningún cambio real hasta ahora.



Subido a Cairn Mundo el 18/11/2021
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