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Los desafíos de la ética animal

Desde la obra fundadora del filósofo australiano Peter Singer sobre la «liberación animal» (1975), la cuestión animal no ha dejado de expandir su influencia. Se ha convertido en uno de los temas de debate más apasionados del mundo occidental. Nuestro dossier ilustra la gran diversidad de corrientes y opiniones que animan este debate en Francia.


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En Volumen 1, Número 12, 2021

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1 Desde la obra fundadora del filósofo australiano Peter Singer sobre la «liberación animal» (1975), la cuestión animal no ha dejado de expandir su influencia. Se ha convertido en uno de los temas de debate más apasionados del mundo occidental. Nuestro dossier ilustra la gran diversidad de corrientes y opiniones que animan este debate en Francia, entre los académicos y los especialistas y entre la población en general. El filósofo Jean-Baptiste Jeangène Vilmer examina la diferencia de perspectiva que enfrenta a los enfoques franceses, lastrados por la tradición humanista, con los enfoques anglosajones, más sensibles a la tradición utilitarista. Como disciplina, la ética animal está atravesada por tres líneas de polarización en función de a qué se da prioridad, si a la justicia o a la compasión, al abolicionismo o al bienestarismo, o si se opta por defender los derechos de los animales o sus intereses.

2 El sociólogo Christophe Traïni nos descubre una parte del mundo de los militantes, los que apelan al derecho. Tanto si se trata de profesionales como si se trata de autodidactas, reflejan también la gran diversidad de las actitudes existentes, una diversidad que es a la vez fuente de tensiones. Pero el recurso al derecho contribuye a legitimar una causa que el mundo intelectual tiende a considerar con desconfianza.

3 La socióloga Jocelyne Porcher se adentra en el movimiento a favor de la «clean meat», la agricultura celular, que promueve la producción de carne y otros alimentos de origen animal sin recurrir a animales enteros. Ella ve en esta iniciativa un punto de encuentro entre intereses industriales y una ideología que considera mal fundamentada y peligrosa a largo plazo.

4 A continuación damos la palabra a la filósofa Élisabeth de Fontenay, que defiende a la vez los derechos de los animales y la noción de excepción humana, y al antropólogo Jean-Pierre Digard, claramente hostil a los «animalistas».

5 En la entrevista que nos concede, la politóloga italiana Giulia Guazzaloca muestra que la idea de promover los derechos de los animales se remonta al siglo XVIII. Cita en concreto al escocés John Oswald, cuyo libro The cry of Nature fue publicado en 1791. Guazzaloca considera prometedora la Declaración universal de los derechos del animal, evoca los avances de la cuestión animal en Italia, pero también la compartimentación del mundo militante.

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7 Nuestra selección

8 Jean-Baptiste Jeangène Vilmer, Christophe Traïni, Jocelyne Porcher, Élisabeth de Fontenay y Jean-Pierre Digard.

9 Carta blanca a Giulia Guazzaloca 

Una disciplina con nombre propio

10 Cuestión clave de sociedad, la ética animal es hoy en día un campo de investigación en sí mismo, explica el filósofo y jurista Jean-Baptiste Jeangène Vilmer en el Journal International de Bioéthique. Un campo en el cual «hay muchas personas en desacuerdo». Es un eufemismo si lo consideramos desde la gran diversidad de puntos de vista que nos presenta. Después de haber propuesto su propia definición (la ética animal es «el estudio de la responsabilidad moral de los seres humanos en relación con los animales considerados individualmente»), el filósofo, convertido en un especialista reconocido en el tema, muestra en primer lugar que la ética animal no debe confundirse ni con la bioética ni con la ética ambiental, con la que puede entrar en conflicto. A continuación explica que esta disciplina está mucho más desarrollada e institucionalizada en el mundo anglosajón que en Francia y avanza una explicación del «retraso francés». Lo achaca en buena parte a la tradición «humanista» que, desde Descartes, «define el “espíritu francés”, es decir, la imagen que a Francia le gusta dar de sí misma». Y se indigna: «¡como si no fuera posible estar a favor de los animales sin estar en contra del ser humano!». Bajo la influencia de la «tradición utilitarista», el mundo anglosajón no tiene estos pudores. A esta explicación se añaden en Francia razones culturales (la gastronomía, el foie gras) y el peso de diferentes lobbies (agroalimentario, cazadores). Esto explica, según Jeangène Vilmer, que en Francia encontremos críticos radicales al «sentimentalismo ridículo de los “amigos de los animales”», como Luc Ferry, Janine Chanteur o incluso Jean-Pierre Digard (léase más abajo: «Los animales en el Código Civil»). ¿Cuáles son por lo tanto las líneas de polarización que atraviesan este campo de la ética animal? Se articulan en torno a tres ejes principales: los que privilegian una justicia fundada en la razón y los que apelan a la compasión; los «abolicionistas», que «se oponen al hecho de explotar a los animales» y los «bienestaristas» que se contentan con exigir que los animales sean explotados en condiciones decentes; y los que defienden los «derechos» de los animales y los que dan prioridad a sus «intereses».

11 El enfoque de la justicia está mucho más presente en el mundo anglosajón. El argumento principal a su favor es que la compasión es subjetiva y por lo tanto varía según los individuos, mientras que la justicia puede aportar la base de un acuerdo general. Según Jeangène Vilmer, los humanistas franceses temen que este enfoque haga perder de vista la excepcionalidad radical de la «dignidad humana». Para ellos, nosotros ejercemos nuestra dignidad dando prueba de «humanidad» en el trato con los animales. En Francia una representante de esta posición humanista es Élisabeth de Fontenay. Jeangène Vilmer la clasifica entre los «bienestaristas especistas», por cuanto ella defiende la idea de la excepcionalidad de la especie humana y se contenta con proponer la «defensa» de los animales, mientras que los «bienestaristas antiespecistas», como Peter Singer, promulgan la «liberación» animal (léase más abajo: «La excepción humana»).

12 Los partidarios de los derechos de los animales reivindican para estos derechos fundamentales, como el derecho a la vida. Los humanistas objetan que los derechos implican deberes, algo que los animales no pueden asumir. Pero un antiespecista utilitarista como Singer juzga también que reivindicar derechos fundamentales es una pista falsa.

13 A estas tres líneas divisorias básicas, que se entrecruzan, se añaden otras, por ejemplo, entre los «deontologistas» y los «consecuencialistas», los «abolicionistas bienestaristas» y los «abolicionistas antibienestaristas». Sin tener en cuenta otras corrientes, como «la perspectiva de las capacidades», los «pragmatistas», etc. Como dice Jeangène Vilmer, se trata de un «campo de investigación dinámico y variado».

Jean-Baptiste Jeangène Vilmer es actualmente director del Institut de recherche stratégique de l’École militaire (IRSEM - Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar) en París.

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El recurso al derecho

15 La diversidad de las actitudes sobre la cuestión animal se encuentra también sobre el terreno. Autor de una obra de referencia sobre la historia de la causa animal desde el punto de vista sociológico, Christophe Traïni expone esta diversidad en el propio seno de una fracción muy minoritaria de militantes, los que apelan al derecho. En la revista Droit et société, da cuenta de sesenta y ocho entrevistas llevadas a cabo con militantes pertenecientes a treinta y cuatro organizaciones diferentes. Basándose en los trabajos del sociólogo Norbert Elias muestra en qué medida el recurso al derecho, en sus diferentes modalidades, «implica una reformulación de las sensibilidades que se encuentran en la raíz del compromiso en las formas reconocidas por las instituciones jurídicas». El recurso al derecho es uno de los «dispositivos expertos» a los que los «impulsores de la causa animal» pueden recurrir. Los militantes que recurren al derecho proceden de entornos urbanos y tienen un cierto «capital escolar». En la mayor parte de ellos su compromiso se remonta hasta la infancia, y concretamente a «los sentimientos afectivos que su entorno familiar fomentaba en relación con los animales». A esto se asocia «el bestiario imaginario de la infancia», encarnado por los peluches, la literatura infantil, los dibujos animados, etc.

16 Traïni nos lleva a conocer a varias personas que él considera representativas. Algunas han hecho del derecho su profesión. Es el caso de Julien Freund, director de la Œuvre d'assistance aux bêtes d'abattoirs (OABA - Organización de Asistencia a los Animales de los Mataderos) y antiguo responsable jurídico de la Fundación Brigitte Bardot. Él se define como un «vacófilo», pasión heredada de su infancia, cerca de la granja de sus abuelos. O también Eva Díaz, magistrada en Barcelona y miembro del comité ejecutivo de la Asociación Defensa Derechos Animal (ADDA): «cuando era pequeña [mi padre] siempre traía gatitos abandonados a casa». Otros han adquirido «una formación jurídica autodidacta». Es el caso de Stéphane Lamart, posteriormente convertido en policía (la policía es la primera solicitada en caso de denuncia de maltrato animal). Cuando tenía diez años presenció «el calvario de una pequeña rata perseguida por unos hombres». Al igual que la Fundación Brigitte Bardot, la Asociación Stéphane Lamart apela a supervisores voluntarios. Nos presenta también a Jean-Claude Nouët, profesor de medicina y unos de los fundadores de la Ligue française des droits de l’animal (LFDA – Liga Francesa de los Derechos de los Animales), que explica cómo «reescribió» la Declaración universal de los derechos del animal.

17 Entre los profesionales y los autodidactas surgen tensiones, porque estos, cuyo enfoque jurídico es más superficial, «tienden a sobrevalorar la judicialización de los conflictos». Otras tensiones surgen de la diversidad de las sensibilidades políticas. Julien Freund dejó la Fundación Brigitte Bardot cuando se vio confrontado a un público racista, próximo al Frente Nacional.

18 El recurso al derecho cumple una doble función: contribuye a «la neutralización de las emociones» de los militantes, apelados a un «incesante trabajo sobre sí mismos»; y contribuye a revestir de credibilidad una causa que padece una «fuerte deslegitimación ante las élites intelectuales».

Christophe Traïni es profesor titular del Institut d’études politiques d’Aix-en-Provence (SciencesPo Aix - Instituto de Estudios Políticos de Aix-en-Provence).

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Carta blanca

Giulia Guazzaloca: «Hacia una superación de las barreras entre las especies»

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¿Qué opina de la idea de una Declaración universal de los derechos del animal?
La proclamación de la Declaración universal de los derechos del animal en la sede de la UNESCO en París en 1978 puede ser considerada el punto de partida simbólico de la nueva posición ético-jurídica sobre los animales, que fue apoyada por la emergencia, durante los setenta, de las filosofías antiespecistas y la creación de una miríada de nuevas organizaciones a favor del bienestar de los animales y contra la vivisección. Presentada por un pequeño grupo de organizaciones procedentes de diferentes países, la declaración no fue (y no es) legalmente vinculante, pero por primera vez atribuyó una subjetividad limitada a los animales, afirmando que estos «nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia» y que «todo animal tiene derecho al respeto» y «tiene derecho […] a los cuidados y a la protección del hombre». Algunos especialistas en derechos de los animales proponen usar los contenidos de la declaración para intentar otorgar derechos subjetivos a ciertas especies. Por su parte, muchas asociaciones relacionadas con los animales tratan de conseguir que la ONU reconozca la declaración, para poder aportar un documento dedicado específicamente a la subjetividad animal acorde con la Carta Mundial de la Naturaleza (1982) y la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, de 1973). Reconociendo el esfuerzo conceptual de los filósofos antiespecistas para calificar a los no humanos como «sujetos» con sus propios derechos, la declaración en realidad abre el camino para una profunda revisión de las leyes en los diferentes países y, en Europa, a nivel comunitario. La nueva legislación, a pesar de ser ampliamente inclusiva y cada vez más consciente del bienestar animal, no garantiza, sin embargo, verdaderos derechos a los no humanos.

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¿Cómo concilia usted la defensa de los animales y los valores del humanismo?
Los orígenes de la ética de las relaciones entre humanos y no humanos y los movimientos por la protección de los animales surgieron del clima político y cultural de los siglos XVIII y XIX que marcó el giro hacia el mundo contemporáneo. El foco teórico —y práctico, para algunos activistas— era la promoción de los derechos humanos, el nuevo humanismo y un concepto más inclusivo de justicia: las mismas ideas que brotaron de la Ilustración y de las revoluciones francesa y americana. Este foco hizo posible un vínculo conceptual entre «liberación humana» y «liberación animal». La afirmación de que todos los seres humanos eran iguales, basada en los derechos naturales de cada uno, implicó la inclusión en el espacio político de grupos de individuos que hasta entonces habían estado excluidos, como las mujeres y los esclavos; pero para los individuos más sensibles, y como consecuencia indirecta, hizo emerger también la cuestión del reconocimiento de algunos derechos para los animales. En 1791, The Cry of Nature del jacobino escocés John Oswald hacía referencia explícita a la posibilidad de que la afirmación de los derechos humanos y la demanda de los derechos animales fueran parte del mismo camino de emancipación del viejo orden político de «dominación». Oswald tenía la esperanza de que el «creciente sentimiento de paz y buena voluntad hacia los hombres» pudiera un día extenderse para abarcar también, «en un amplio círculo de benevolencia, los órdenes inferiores de la vida».
Actualmente los defensores de la liberación animal vuelven a menudo a la imagen de este expanding circle («círculo en expansión») para incluir el viaje hacia la liberación animal dentro de los movimientos emancipadores que, a lo largo de los siglos, han permitido a los grupos que estaban originariamente oprimidos y socialmente excluidos ser admitidos en la esfera de la consideración moral y legal. Desde esta perspectiva, basada en el presupuesto de la igualdad interespecies, y en la equivalencia entre la explotación de los animales y la discriminación vinculada con el racismo y el sexismo, el círculo en expansión debería conducirnos hacia una superación de las barreras de las especies, como ocurrió previamente con las barreras de la raza y el género. Sin olvidar que los animales son incapaces de exigir sus derechos en primera persona, a diferencia de los grupos humanos discriminados, es aún así conceptualmente posible insertar la defensa de los animales en el ámbito de los valores del humanismo que condujeron al reconocimiento de los derechos humanos.

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¿Más allá de la defensa de los animales realizada por Mussolini, hay otras especificidades del movimiento por los derechos de los animales en Italia?
Las medidas en defensa de los animales adoptadas por el régimen fascista no constituyen una «especificidad» italiana, y mucho menos una ruptura con la tradición proteccionista de la época liberal. Fue novedad, si acaso, la aplicación que hizo la propaganda de Mussolini de la imagen de la «palingenesia» y del fascismo de «vanguardia» al campo de la protección animal. En realidad, el proteccionismo del régimen se situaba firmemente en las tradiciones y experiencias previas. También debe ser dicho que no solo Italia experimentó un incremento de las iniciativas de apoyo a los animales durante el período de entreguerras, y que el régimen de Mussolini tampoco fue una excepción en este aspecto.
Una particularidad italiana puede ser apreciada en la pluralidad de asociaciones, que ha sido un rasgo distintivo desde el siglo XIX hasta el día de hoy. Al principio, de hecho, aparecieron agrupaciones para la protección de los animales en todas las ciudades importantes de Italia y, a pesar de los intentos llevados a cabo, nunca fue posible crear una única asociación nacional como las que existen en Francia, Reino Unido, Alemania o Estados Unidos. Fue Mussolini quien forzó la disolución de las asociaciones obligándolas a fusionarse para formar el Ente Nazionale Fascista per la Protezione degli Animali (Entidad Nacional Fascista para la Protección de los Animales), que fue fundado en 1938. En los setenta surgieron muchas asociaciones nuevas en Italia, algunas de las cuales todavía operan a día de hoy, y desde entonces han surgido innumerables asociaciones a nivel nacional y local. Esta fragmentación, a pesar de que a veces ha podido comprometer la cohesión del movimiento en defensa de los animales, ha favorecido sin embargo la diversificación de las propuestas, ha permitido a las asociaciones consolidarse en el territorio e incrementar su contacto con los simpatizantes.
En línea con la legislación completamente innovadora y de vanguardia en el plano internacional está la ley marco 281 de 1991, relativa a la protección de los animales de compañía y la prevención del abandono. Desde una perspectiva teórica, el hecho mas relevante es que la ley recoge el abandono como una «categoría» sin vincular ya la protección de los animales con la supuesta ofensa a la sensibilidad humana. A nivel práctico, esta especie de «constitución para los animales» pone fin a la triste práctica de la eutanasia masiva de los animales abandonados. La legislación trata asimismo de modernizar las perreras y cambia el rol del veterinario, que pasa de ser la persona responsable de la represión a ser gestor de la «convivencia». Todavía a día de hoy está considerada —al menos sobre el papel— como una de las leyes más avanzadas del mundo en relación con los abandonos y los animales domésticos.

Giulia Guazzaloca enseña en el Departamento de Ciencias Políticas de la Università di Bologna (UniBo - Universidad de Bolonia). Ha publicado Umani e animali, Breve storia di una relazione complicata (Bolonia: Il Mulino, 2021). giulia.guazzaloca2@unibo.it

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¿Qué pensar de la «clean meat»?

24 Último avatar de la lucha por la liberación animal, la «clean meat» designa la posibilidad de fabricar carne a partir no de animales reales sino de células animales. No solo carne: también leche, huevos, cuero, cuerno de rinoceronte, etc. En la revista Zilsel, la socióloga Jocelyne Porcher considera que esta nueva vía de investigación y desarrollo se basa en una serie de ilusiones. En primer lugar coloca esta innovación en el marco histórico de la zootecnia que apareció a mitad del siglo XIX. Este fue el inicio de la industrialización de la ganadería, que consistía en considerar a los animales de granja como máquinas destinadas a producir, o como una mina de la que se extraían minerales. «Los creadores de la agricultura celular […] se describen a sí mismos como unos pioneros que tienen la misión de salvar el planeta y los animales. Ahora bien, al igual que en el siglo XIX, el motor de estas innovaciones es ante todo económico». No es puro azar que entre los financiadores de las startups implicadas en esta industria de futuro figuren nombres como Serguéi Brin, uno de los fundadores de Google o M Ventures, el fondo de inversiones de la empresa farmacéutica Merck, así como «actores de primera línea del sector agroalimentario».

25 La agrónoma examina a continuación las bases ideológicas de un movimiento que hunde sus raíces al mismo tiempo en el veganismo y en los animal studies, un campo de estudios dominado por académicos que abogan por abandonar el antropocentrismo en beneficio de un zoocentrismo. Para entender esta ideología, escribe Porcher, hay que leer Zoópolis, «la nueva biblia de los “defensores” de los animales» (traducido al castellano en 2018). Ahora bien, según Jocelyne Porcher, estos «científicos activistas» dejan de lado un elemento esencial, la relación de trabajo que une a los verdaderos ganaderos y los animales domésticos. Ella considera que la agricultura celular, si encuentra el éxito esperado, llevará a un mundo absurdo en el que la gran masa de la población tendrá que contentarse con una clean meat industrial e insípida, legitimada por argumentos morales, mientras que una élite se reservará la posibilidad de comprar a un alto precio productos de una ganadería confinada en reservas. Remite al lector a sus propios trabajos, que subrayan la «racionalidad relacional» que une a los animales y a los ganaderos, garantía tanto del mantenimiento de una real biodiversidad como de conocimientos prácticos sofisticados.

Jocelyne Porcher es socióloga en el Institut National de la Recherche Agronomique (INRA – Instituto Nacional de la Investigación Agraria).

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La excepción humana

27 La filósofa Élisabeth de Fontenay es en Francia una de las voces más escuchadas sobre la causa animal. Su libro Le silence des bêtes (París: Fayard, 1998) fue un best seller. Relativamente complejo, su pensamiento se inscribe en la tradición de los filósofos de la escuela de Fráncfort y de aquellos que ella dice que «la han formado»: Deleuze, Lyotard, Derrida o Foucault. Ella precisa su punto de vista en una entrevista concedida a la revista Pouvoirs. Lo que nos acerca a los animales, afirma, es ante todo la evolución y los genes («compartimos más de un 99 por ciento de genes con el chimpancé»), y nuestras «experiencias de empatía y de comunicación».

28 Ella contradice, sin embargo, el punto de vista, muy extendido entre los defensores de los animales, según el cual habría que rechazar la noción de «excepción humana». Si existe algo «propio del ser humano» es precisamente poder «decretar una línea compartida […], establecer una frontera». En este punto hace referencia a Aristóteles, para quien «lo que a fin de cuentas falta a los animales es todo lo que tiene que ver con la doxa, la creencia, la persuasión, la adhesión, la retórica […]. Es la ética-retórica más que lo racional lo que es específico de lo humano». Es también «por esta decisión de separación por lo que se abre la posibilidad —más aún, la obligación— de una responsabilidad hacia los más débiles de los vivos».

Los animales en el Código Civil

29 Jean-Pierre Digard es una figura del humanismo antianimalista. En la revista Commentaire arremete contra la decisión de la Asamblea Nacional de «introducir a los animales en el Código Civil». El maltrato animal había entrado ya en el Código Penal. En 2015, a propuesta de los socialistas, el Código Civil introdujo un artículo redactado del siguiente modo: «los animales son seres vivos dotados de sensibilidad. Sin perjuicio de las leyes aplicables que los protegen, los animales son sometidos al régimen de bienes». El Código Civil distingue tradicionalmente entre las personas y los bienes; los animales, al no ser personas, son por lo tanto bienes. Pero la adición del nuevo artículo («seres vivos dotados de sensibilidad») abre, según sus promotores y sus detractores, la vía a otras reformas del Código Civil que van en el sentido de un reconocimiento creciente de los derechos de los animales. Digard subraya diversas ambigüedades de esta fórmula, en particular el hecho de que no precise de qué animales se trata. El antropólogo se muestra particularmente preocupado por el futuro de los animales «de producción», los que están a cargo de los ganaderos. Desde hace medio siglo asistimos, escribe, a una «bipolarización creciente entre los animales de producción, cuya suerte, al igual que la de los ganaderos, se ha degradado considerablemente, y los animales de compañía que, a la inversa, están sobrevalorados y sobreprotegidos». En Francia su número alcanzó los sesenta millones en 2010: el 53 por ciento de los hogares poseen un animal de compañía. Y, según Digard, «la parte del presupuesto de las familias que se les dedica es igual a la de los transportes públicos, aviones y barcos incluidos». Sus propietarios son en su mayoría urbanos, «desconectados de sus raíces campesinas». El temor del antropólogo es ver cómo «el ideal del no-uso de los animales» puede amenazar el mundo de la ganadería y la biodiversidad que este conlleva.

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Traducido y revisado por Cadenza Academic Translations
Traductor: Yago Mellado Lopez, Editor: Victor Zamorano Blanco, Editor sénior: Mark Mellor

Desde la obra fundadora del filósofo australiano Peter Singer sobre la «liberación animal» (1975), la cuestión animal no ha dejado de expandir su influencia. Se ha convertido en uno de los temas de debate más apasionados del mundo occidental. Nuestro dossier ilustra la gran diversidad de corrientes y opiniones que animan este debate en Francia.



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