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1Como sociólogos de las clases populares, celebramos la publicación de los tres volúmenes de esta Histoire de la virilité, por el lugar que le otorgan a la diferenciación social de las lógicas del honor masculino. Por una vez, guerrero, clérigo y rey, obrero y aristócrata, apaches y colonos, amante del duelo a palos o con espada… la totalidad del grupo masculino pasa por el cedazo de la aspiración a exaltar su género. Dicho de otro modo —y sin que este acercamiento en términos de diferenciaciones sociales sea sistemático—, la virilidad no es tratada desde la perspectiva más violenta y animal como un rasgo singular de los entornos populares, sino como una representación simbólica de lo masculino, presente en todos los universos sociales, con sus variantes, en cada caso, nobles o vulgares, corporales o de reputación. Si, como escribe François Guillet, «la virilidad es una forma de nobleza accesible para todos» (2012, 106), no es menos cierto que las variantes de su expresión difieren de un entorno a otro y no hacen más que reafirmar las posiciones sociales de cada cual. Dado que la amplitud de esta historia cultural muestra con claridad la variabilidad temporal y social del sentido otorgado a esta noción, ¿puede hablarse de «la» virilidad? Deseamos abordar el planteamiento general de la obra desde esta perspectiva de las diferenciaciones, según la cual «el modelo se desvanece» con el correr del tiempo o, al menos, habría entrado en una «zona de turbulencia» en el siglo xx, tras su paso “triunfal” por el siglo precedente.

¿«La» virilidad? Más allá del músculo

2Al estudiar las clases populares actualmente, se ha hecho demasiado habitual en sociología, por no decir ineludible, abordar las formas de la virilidad asociadas a los usos del cuerpo en el trabajo, en el tiempo libre o en el espacio doméstico. En cambio, existe mucha menos información y análisis sobre aquellas formas que despliegan las clases dominantes. Las síntesis que nos proponen estos tres volúmenes (Corbin, Courtine y Vigarello, 2011) —obra esencialmente de historiadores— tienen, en principio, el mérito de recordar a los sociólogos que la búsqueda de la dominación mediante el despliegue de sus atributos físicos también es una práctica de la aristocracia o la burguesía. Y al mismo tiempo, ¿se limitan acaso las formas de dominación simbólica de los hombres de los entornos populares a la representación de un capital corporal?

3Desde luego, es evidente que resulta legítimo considerar en toda su importancia las demostraciones de fuerza, de resistencia al trabajo o de destreza física en las poblaciones poco dotadas de capitales económicos o culturales. En ese sentido, Gérard Mauger ha demostrado claramente que no era posible entender el fenómeno de la delincuencia juvenil sin vincularlo a la exaltación de la fuerza física que expresan los jóvenes en situación de precariedad. Pero el interés de sus investigaciones consiste en no reducir lo popular —incluso joven, masculino y precario— únicamente a la fuerza física. Más allá de la «pandilla», del «entorno» y la «vida sin ataduras» manifiestan, dentro del espacio de los jóvenes de clases populares, la existencia de aspiraciones a desarrollar capitales económicos y culturales y no sólo corporales (Mauger, 2006). Las formas contemporáneas de la virilidad asociadas a esas aspiraciones son bien reales: pensemos, por ejemplo, en los fenómenos de exteriorización de uno mismo a través de la forma de vestir el propio cuerpo o un objeto propio (en relación al tuning, cf. Éric Darras [2012]), o el uso del lenguaje directo y sin tapujos (que prioriza la capacidad de utilizar la palabra justa, resultar gracioso, dar una dimensión épica a una experiencia cotidiana anodina) o el arte de consumir drogas como elemento de afirmación contracultural.

4La cultura legítima, por su parte, no le va a la zaga en materia de representación de un hombre dominante, sobre todo cuando se trata de demostrar la belleza o la potencia de su fuerza física. En este sentido, los dos primeros tomos de Histoire de la virilité son ricos en elementos que muestran que la expresión de la dominación social mediante la puesta en escena de la dominación masculina, aunque parece complejizarse con el correr del tiempo, es en primer lugar corporal. A partir de entonces, las demostraciones de virilidad pasan al siglo xix, tanto por la adquisición de conocimientos (lo que origina la «virilidad intelectual») o de dignidad y fuerza moral (garante de una «virilidad cristiana»), por la frecuentación de clubes o círculos que implican un acceso noble al ocio o también por el rechazo o la redefinición de la virilidad militar (elogiada, por ejemplo, por Lyautey, como la misión civilizatoria del ejército colonial), así como por la práctica del duelo o por la apropiación de prácticas de pugilato popular (como la savate, forma de combate originada en Francia). De este modo, la afirmación de una masculinidad de dominación cuenta con una paleta abierta de posibilidades que el imaginario social de la violencia popular enriquece regularmente. Si bien, en el siglo xx, la virilidad continúa «fabricándose», para los autores aparece mucho menos diferenciada socialmente. ¿Decisión editorial o resultado de la historiografía? Cierto es que el tropismo persistente que remite la fuerza, la acción, el músculo y la sangre a las clases populares tiene su contraparte en sociología: hay poca información sobre las formas contemporáneas de puesta en escena de lo masculino en las clases altas.

¿Crisis o cambio de paradigma? Las virilidades atrapadas en las relaciones sociales

5¿Encontramos aquí un elemento de explicación del diagnóstico, hecho por los autores, de «crisis de virilidad» después de la Primera Guerra Mundial? [1] Al abordar el período más reciente, el lector se encuentra con un problema de fuentes: aunque algunas investigaciones hablan de la permanencia de las demostraciones viriles en las clases altas, la cuestión de la simbolización de la masculinidad, como elemento de dominación social de las élites, no parece constituir un objeto importante para la sociología [2]. Entre las primeras encontramos, por ejemplo, los trabajos de Emmanuelle Zolesio (2009), que muestran la omnipresencia del humor sexual en la práctica del «oficio de hombres» que es la profesión de cirujano, a tal punto que las pocas mujeres que integran la profesión deben «masculinizarse», dejando a un lado ciertas disposiciones femeninas y participando en los juegos agonísticos, para poder acceder a la profesión. El desequilibrio de los datos empíricos disponibles entre los siglos xix y xx podría, entonces, explicar que la afirmación de la virilidad en las élites parezca menos significativa, mientras que en las clases populares «se agota» con la descalificación económica, política y simbólica del ámbito obrero.

6Pero también contribuye seguramente a dicho diagnóstico el sentido tan amplio dado a la noción de virilidad. Definida desde una acepción antropológica de simbolización de un honor masculino, que se nutre de «la fuerza física, la firmeza moral y la potencia sexual» para establecer la dominación masculina, la virilidad remite más a lo humano (universal), a la puesta en escena y a la representación que a determinadas prácticas. Ahora bien, tal y como afirman los autores en el prefacio, «el modelo se desvanece, se desdibuja, condenado a nostalgias banales hasta invalidar el término mismo de virilidad» (Corbin, Courtine y Vigarello 2011, tomo 1, 9). Bajo el influjo de los estudios feministas, las ciencias sociales contemporáneas tienden a remitir lo viril a lo masculino más brutal y vulgar, en un análisis dialéctico entre feminidades y masculinidades que toma las relaciones sociales por objeto. Del análisis de representaciones al análisis de relaciones sociales de sexo, ¿tiene el cambio de paradigma como efecto ocultar la dimensión virtuosa (coraje y firmeza moral) de la virilidad? Tiene, en todo caso, el mérito de anclar la dimensión simbólica de las dominaciones masculinas en un análisis situado de las prácticas; las virilidades surgen de una posición en las relaciones de producción que pone de manifiesto un tipo de relaciones entre hombres y mujeres.

7En el mundo del deporte, donde se ostenta la excelencia viril, conocemos el interés que existe (sobre todo a partir de los trabajos de Christian Pociello [1984]) en analizar las prácticas ligadas a sus espacios sociales de expresión. De este modo pudo entenderse la actividad futbolística en el entorno obrero como el lugar de representación de una virilidad popular al margen del espacio doméstico, particularmente relevante ante la disminución del empleo industrial. Cuando se profesionaliza, la práctica del fútbol masculino también cuestiona las relaciones sociales de sexo. Así, la excelencia viril que el futbolista encarna es, ante todo, producto de una excelencia profesional que reposa principalmente en la construcción de un modelo popular de familia: para ser competentes y evitar la desviación, hay que fundar una pareja tempranamente, demostrar estabilidad con una paternidad precoz e instaurar una división del trabajo doméstico bien asimétrica. En el hogar, el jugador descansa y delega el trabajo doméstico a su mujer; de lo contrario, podría ser llamado al orden, como lo sugiere un entrenador en una entrevista: «Teniendo el jugador un partido al día siguiente, hay mujeres que le reclaman, a las 4 o 5 de la mañana, que se levante a dar el biberón. Esto es inaceptable: no puede rendir así». De esta construcción, los hombres y las mujeres extraen costes y beneficios [3]. Obviamente, las mujeres de futbolistas padecen esta forma de dominación masculina: reducidas al papel de madre de familia, no rentabilizan sus diplomas (a menudo superiores a los eventualmente obtenidos por sus parejas) y sólo pueden esperar que «las cosas cambien» y vivir también ellas su «pasión» cuando la carrera deportiva del hombre culmine. Sin embargo, experimentan un claro ascenso social, que es, sin duda, familiar, pero en cuya construcción participan plenamente. Para los hombres, integrar este acuerdo de excelencia viril implica un beneficio material y simbólico en sí mismo, pero conforma una apuesta arriesgada y tiene un beneficio limitado en el tiempo. Los jugadores comprenden así que «el después» no es simplemente reconversión profesional, sino que tendrá eventuales efectos en la economía de las relaciones sociales dentro de la pareja.

8En el marco de un análisis de las relaciones de fuerza, de las ventajas y los costes resultantes de la construcción de la masculinidad, las búsquedas de nobleza viril constituyen un objeto atractivo para las ciencias sociales, independientemente del entorno social que investiguen. Es evidente que la historia de las virilidades no ha terminado. Es un mérito importante de esta Histoire de la virilité el invitar a los sociólogos a escribir la continuación.

Notes

  • [1]
    Jean-Jacques Courtine desarrolla la idea de que, aunque cualquiera que sea el período histórico considerado la noción misma de «virilidad» es inseparable de un sentimiento de crisis, «el siglo xx ha constituido el momento de una crisis endémica de la virilidad» (2012, 175).
  • [2]
    En su análisis de la reproducción de la aristocracia y de la alta burguesía contemporánea, Monique Pinçon-Charlot y Michel Pinçon (2009) se interesan sobre todo por las dimensiones económicas, residenciales y familiares de dicha reproducción, más que por las relaciones sociales de sexo y de dominación masculina.
  • [3]
    Cf. la estimulante invitación de Delphine Dulong, Christine Guionnet y Erik Neveu (2012) a analizar la dominación masculina desde una dialéctica costo/beneficio, que permite desviarse por la objetivación sociológica de las posturas «masculinistas» y al mismo tiempo matizar la visión de la «masculinidad hegemónica».

Referencias bibliográficas

  • Corbin, Alain, Jean-Jacques Courtine y Georges Vigarello, dirs. 2011. Histoire de la Virilité. 3 volúmenes. París: Seuil.
  • Courtine, Jean-Jacques. 2012. «La virilité est-elle en crise ?». Entrevista con Jean-Jacques Courtine. Études, vol. 416, n.° 2: 175-185.
  • Darras, Éric. 2012. «Un lieu de mémoire ouvrière : le tuning». Sociologie de l’art, n.° 21: 85-109.
  • Dulong, Delphine, Christine Guionnet y Erik Neveu, dirs. 2012. Boys Don’t Cry ! Les coûts de la domination masculine. Rennes: pur.
  • Guillet, François. 2011. «Le duel et la défense de l’honneur viril». En Histoire de la virilité, T. 2, Le triomphe de la virilité. Le xxe siècle, editado por Alain Corbin, Jean-Jacques Courtine y Georges Vigarello, 83-124. París: Seuil.
  • Mauger, Gérard. 2006. Les bandes, le milieu et la bohème populaire. Études de sociologie de la déviance des jeunes des classes populaires (1975-2005). París: Belin.
  • Pinçon-Charlot, Monique y Michel Pinçon. 2009. Les Ghettos du Gotha : comment la bourgeoisie défend ses espaces. París: Payot.
  • Pociello, Christian. dir. 1984. Sports et société. Approche socioculturelle des pratiques. París: Vigot.
  • Zolesio, Emmanuelle. 2009. «Des femmes dans un métier d’hommes : l’apprentissage de la chirurgie». Travail, genre et sociétés, n.° 22: 117-133.
Frédéric Rasera
Frédéric Rasera es sociólogo y se desempeña en la Universidad de Lyon 2 y el Centro Max Weber.
Nicolas Renahy
Nicolas Renahy es sociólogo y se desempeña en el Instituto Nacional de Investigación Agronómica (inra).
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Subido a Cairn Mundo el 24/08/2021
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