Hoy en día es posible trabajar para una misma empresa con estatus muy diferentes: con un contrato temporal, a plazo fijo o indefinido, como empresa individual o mediante porte salarial, subcontratado o autónomo. ¿Significa esto sin embargo el fin de la colectividad laboral?
1De los años treinta a los ochenta, la empresa es el crisol de un proceso de homogeneización del estatus del asalariado. Donde antes prevalecía la gran fractura entre empleados y obreros se esboza ahora una alineación progresiva sobre la condición estatutaria de empleado, más estable. Esto se traduce en una generalización del contrato indefinido, que se ha convertido, no sin resistencia de un lado y de otro, en una norma generalmente aceptada para las necesidades de la industria moderna. Se traduce también en el beneficio de los convenios colectivos (en auge desde 1936) y en la tardía protección contra el despido (1973 y 1975). El sistema de salarios mensuales establecido por la ley de enero de 1978 culmina esta evolución. El modelo de referencia es entonces, sin duda alguna, la función pública. En los años setenta, la nueva sociedad salarial entra en un período crítico, con los despidos económicos y la explosión del trabajo «atípico».
El «trabajo atípico»
- una expansión fulminante: a inicios de los años ochenta, época en que Brigitte Lozerec’h publica su novela L’intérimaire [El interino] (París: Julliard, 1982), este estatus afecta al 3 por ciento de la población asalariada; en 1996, al 10,8 por ciento y a finales de 1998, a cerca de un 12 por ciento. El volumen se ve así multiplicado por cuatro en unos quince años;
- su banalización, que ilustra el ejemplo de Maubeuge Construction Automobile (MCA), filial de Renault, que contaba en aquel momento con 1200 trabajadores temporales para 2500 asalariados;
- su efecto desestructurador, manifiesto en la ruptura de la colectividad laboral en dos categorías de asalariados: los permanentes, beneficiaros de las garantías del derecho laboral y en una posición que les permite hacerlas valer; y los precarios, que experimentan auténticas dificultades de integración en la colectividad de trabajo debido a su breve permanencia, a la falta de perspectiva a largo plazo y a la ausencia de solidaridad por parte de los permanentes.
2La situación es paradójica: si bien, por un lado, el fenómeno de la pluralización del colectivo de trabajo se ve acentuado, esto va acompañado, por otro, de una cierta recomposición. Pareciera que la empresa hubiera integrado finalmente en su funcionamiento una diversidad cuyo efecto centrífugo quedaría atenuado. Estamos ante un cambio económico y asimismo ante una mutación cultural vinculada a una nueva relación con el trabajo por parte de las generaciones Y y Z. [1] La cuestión principal sigue siendo la gran estabilidad del modelo salarial organizado en torno al contrato indefinido, del que se benefician un 86,5 por ciento de los asalariados del sector privado. [2] Aún estamos lejos de las sombrías predicciones de Wolfgang Lecher. [3] En los años ochenta, Lecher veía evolucionar el mercado laboral hacia un núcleo duro de fijos estables del 25 por ciento de los asalariados y, alrededor de ellos, un primer círculo de fijos a corto plazo (entre cinco y diez años), relativamente inestables, que reagrupaba un 25 por ciento de los asalariados, el 50 por ciento restante formaba una constelación de asalariados en condiciones precarias, cada vez más con estatus mixtos de asalariado-autónomo.
3Además, la creciente confusión de los límites estatutarios y la multiplicación de las situaciones híbridas acentúan la impresión de fragmentación. El caso de los permatemp es revelador. Se trata de asalariados con contrato indefinido que actúan como «relleno» para múltiples actividades temporales. Asalariados flotantes con apariencia de permanentes. Pero también están los trabajadores del porte salarial (portage salarial), asalariados nominales que funcionan como autónomos. Por no hablar de los conductores de Uber, auténticos frankensteins jurídicos. La confusión es tal que François Rebsamen, por entonces ministro de trabajo, llegó incluso a declarar en el Senado en marzo de 2015 que «el contrato de trabajo no siempre impone una relación de subordinación entre empleador y asalariado: lo firman dos personas libres que se comprometen mutuamente», [4] algo que es falso desde el punto de vista jurídico pero resulta una semiverdad desde el punto de vista sociológico.
Los verdaderos estables y los otros
4En realidad, en el seno de una empresa, no encontramos una línea divisoria que distinga únicamente entre los trabajadores con contratos indefinidos y los que tienen otro tipo de contrato. Hay más bien una frontera sinuosa entre los verdaderos contratos estables y los otros, agrupados en tres categorías: los inestables, los falsos estables y los exestables.
Los contratos inestables
5Globalmente, el volumen de los contratos a plazo fijo y de los contratos temporales viene siendo constante desde hace unos veinte años. Estos contratos inestables afectan a un 13,2 por ciento de la población asalariada. [5] En cambio, la duración de este tipo de contratos ha disminuido enormemente. De 2000 a 2015, el número de contratos de menos de un mes ha aumentado en un 60 por ciento, las contrataciones con contratos temporales significativamente cortos representan casi un 70 por ciento desde 2015. El «CDD d’usage» (contrato a plazo fijo de uso) [6] es en ciertos sectores, especialmente en el del espectáculo, una práctica muy habitual: un 25 por ciento de menos de un día de duración y un 50 por ciento de menos de una semana. [7] El consuelo para los afectados es que, cuando la coyuntura lo permite, se convierten en contratos indefinidos, resultando así el contrato precario una antesala al empleo permanente. Pero no en todos los casos. No ocurre así en el caso de los contratos temporales de larga duración, en general hombres ya mayores, de nacionalidad extranjera, con escasos estudios, trabajadores de la construcción o en fábricas y a menudo padres de familias numerosas.
Los falsos estables
6Los trabajadores en situación de falsos estables son asalariados con un empleo poco o nada satisfactorio. En consecuencia, sufren una descalificación social por una actividad poco cualificada y mal considerada que garantiza una escasa integración en la empresa y en la sociedad. Se sienten «por detrás» en el avance de la historia, «relegados» y, al mismo tiempo, expuestos a la marginación. Actualmente, entre un 10 y un 15 por ciento de los asalariados se encuentra en esta situación. «Nunca ha habido peor momento para tener un perfil de trabajador solo con competencias y capacidades comunes, ya que las computadoras, los robots y otras tecnologías digitales están adquiriendo estas competencias y capacidades con una rapidez extraordinaria». [8]
7En su amplio estudio Le salarié de la précarité (El trabajador de la precariedad), [9] Serge Paugam hablaba de la «integración descalificadora» que afecta al 20 por ciento de la población asalariada. A esto añadía un 18 por ciento de asalariados en «integración incierta» (cuando la inestabilidad en el empleo no va acompañada de insatisfacción en el trabajo) y un 20 por ciento de asalariados en «integración laboriosa», globalmente insatisfechos con su trabajo pero con un empleo que no se ve amenazado. Es decir, un total que supera el 50 por ciento del cual procede la dinámica de fragmentación del mundo de la empresa, agravada por el contrato a tiempo parcial obligado.
Los exestables
8Se trata de trabajadores con un estatus caracterizado en principio por la estabilidad—subcontratistas y sus asalariados, artesanos, autónomos, freelances, slashers [10]—pero que están situados en relaciones económicas dominadas por la flexibilidad y la precariedad. Muchos de ellos terminan por trabajar “al día”. La explosión de la subcontratación en los últimos veinte años ha permitido así a las empresas externalizar una buena parte de los riesgos de la gestión según un régimen de trabajo inquietante. Y no es infrecuente que estos trabajadores sean «ex» de la empresa, «invitados» por el empleador a pasar del estatus de asalariado al de artesano, como ha sucedido en la construcción, el transporte de carretera y fluvial o los taxis desde los años ochenta. [11]
9Ya se prefiguraban los problemas de estatus creados por las plataformas digitales, al pasar de ser meros intermediarios a empleadores, como Uber, Deliveroo y muchas otras. Sin olvidar la explosión de tareas característica del Amazon Mechanical Turk o el cloud working (trabajo en línea), un trabajo fragmentado, en línea y por pieza de trabajo, de microtareas de traducción, de análisis de imágenes, de sondeos, etc., como en el crowdsourcing (colaboración abierta) que recuerda extrañamente a la «manufactura dispersa» de los primeros tiempos de la industrialización. En una treintena de años, el sistema de empleo se ha transformado pasando de un sistema solar, en el que a un puesto correspondía un estatus, a una nebulosa en la que proliferan fórmulas híbridas que combinan el sistema asalariado, la autonomía y la independencia. Curiosamente, sin embargo, esta fragmentación estatutaria coexiste cada vez más con una percepción de la empresa como espacio de trabajo y de vida en un proceso de relativa reintegración.
Entre deseos de autonomía y de cooperación
10Que quede claro: no se trata de validar la imagen de una empresa reunificada, sino más bien de subrayar una tendencia bastante clara a su rehomogeneización, más allá del espejo roto de la colectividad de trabajo. «Una mayoría de asalariados con contrato temporal afirman sentirse igual de integrados en su empresa que los trabajadores con contrato indefinido», recogía ya hace diez años un estudio del Ministerio de Trabajo. [12] Actualmente, son los no-permanentes en su conjunto los que se incorporan a esta dinámica.
11La aspiración creciente a la autonomía [13] se ve satisfecha tanto mediante fórmulas del tipo autónomo societario, freelance (autónomo que trabaja a demanda de las empresas) o porte salarial, como por el contrato a plazo fijo o la intermitencia, según el perfil del «artista» descrito por Pierre-Michel Menger: «alto grado de implicación en la actividad, importante autonomía en el trabajo, aceptación de la flexibilidad, y hasta reivindicación, mediación entre ganancias materiales y gratificaciones a menudo no monetarias». [14]
¿Es el trabajo «solo felicidad»?
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[1]
Encuesta llevada a cabo con 54 000 franceses entre 18 y 35 años.
12En las generaciones Y y Z se observa un rechazo de la autoridad tradicional, basada en el estatus, que debe distinguirse de la autoridad de competencia, basada en un pacto interpersonal de reconocimiento del mánager por sus equipos. [15] Lo importante es poder expresar su parte creativa en un estatus jurídico de compromiso, entre independencia absoluta y vinculación a la actividad de una empresa piloto o una plataforma, en forma de parasubordinación. Esto asegura, en principio, un mínimo de estabilidad económica, con el riesgo evidente de caer en la subordinación solapada que encontramos en los conductores de Uber o los repartidores de Deliveroo, el preludio de una explotación que recuerda a la de los artesanos textiles o los quincalleros del siglo XIX.
13Podemos hablar de la emergencia de un modelo de colectividad de trabajo mixta que reúne—según una lógica de red, de coworking (trabajo en común en un espacio compartido)—, además de los asalariados de la empresa, un número creciente de colaboradores externos, directamente asociados e incluso integrados a su funcionamiento, a través de una subcontratación internalizada. Su horizonte es el media lab o el fab lab, espacios para compartir conocimientos y competencias en la creación de herramientas o programas informáticos, con un estilo que recuerda al de las orquestas de jazz donde los músicos tocan a la vez con y contra la orquesta. Una nueva figura procedente de la difícil síntesis entre el individuo y lo social. Y, por lo general, funciona bastante bien. Pero el deseo de autonomía también opta por el camino del trabajo temporal, tal como señaló hace tiempo Catherine Faure-Guichard [16] en un estudio original que, a riesgo de sorprender, establecía la realidad del trabajo temporal «voluntario», [17] correspondiente con tres categorías de perfiles: el «temporal de apoyo», practicado por personas que buscan un ingreso complementario sin que el empleo represente una necesidad fundamental (15 por ciento del panel), el «temporal trampolín profesional» con la intención de conseguir o perfeccionar un proyecto profesional (casi un 25 por ciento) a través de una diversificación de las experiencias teniendo como horizonte un futuro contrato indefinido y, finalmente, el «temporal por elección», practicado por asalariados cualificados, generalmente de edad más avanzada, en busca de un equilibrio existencial mediante un buen reparto de los tiempos de trabajo y de ocio. Sin subestimar, en absoluto, el drama de los temporales no voluntarios que, siendo mayoría, padecen esta situación de precariedad.
14Al mismo tiempo, tras una fase de hiperindividualización de las relaciones de trabajo, cada vez más mánagers se dan cuenta del increíble potencial de la cooperación, factor decisivo del ambiente de trabajo y, por lo tanto, de una eficacia económica tangible. Esto podría engendrar la caída de las representaciones dominantes del mundo económico y social que tanto deseó Elinor Ostrom, premio Noble de economía en 2009 por demostrar la eficacia superior de la estrategia cooperativa sobre la del mercado y la del Estado.
15No caigamos en todo caso en una visión demasiado optimista de la realidad, que perdería de vista los procesos de resistencia latentes en la fragmentación del colectivo de trabajo y el peso aún tan grande de las formas dominantes de precariedad negativa. Pero parece que una cosa sí se ha logrado: el nuevo horizonte de unidades de trabajo a la vez más diversificadas y mejor integradas tendrá más posibilidades de hacerse realidad si encontramos un nuevo equilibrio entre lo económico y lo social. He aquí el gran desafío.
Notes
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[1]
La generación Y, compuesta de las personas nacidas entre 1980 y 1994, creció por lo general ante la televisión en una sociedad en la que los ordenadores y los teléfonos móviles fueron ocupando un lugar creciente; la generación Z, la siguiente, nace después de 1994. Siempre tuvo internet, redes sociales y está hiperconectada [Nota de la redacción].
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[2]
Simon Beck y Joëlle Vidalenc, «Une photographie du marché du travail en 2016», Insee Première 1648 (2017): 2. https://www.insee.fr/fr/statistiques/2850098. Una proporción que se mantiene estable de 2000 a 2012. Mejor que la función pública que, en 2010, empleaba 898.000 contratistas, es decir, 17.2 por ciento de los efectivos.
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[3]
Cfr. André Gorz, Metamorfosis del trabajo, trad. Mari-Carmen Ruiz de Elvira (Madrid: Sistema, 1997), 94 y ss.
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[4]
Senado francés, «Comptes rendus de la commission spéciale Croissance, activité et égalité des chances économiques», 11 de marzo de 2015. http://www.senat.fr/compte-rendu-commissions/20150309/cs_croissance.html.
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[5]
Beck y Vidalenc, «Une photographie…».
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[6]
«El contrato extra o contrato de uso es un contrato a plazo fijo particular, que permite a un empleador de un sector de actividad estrictamente definido aumentar su efectivo contratando rápidamente a un extra. Este contrato puede ser utilizado únicamente para responder a necesidades puntuales e inmediatas para un puesto específico y limitadas en el tiempo» Fuente: www.service-public.fr [Nota de la redacción] (traducción propia).
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[7]
Étienne Marie y Vincent Jaouen, «Évaluation du contrat à durée déterminée dit d’usage», informe de la Inspection Générale des Affaires Sociales (IGAS), diciembre de 2015. https://www.igas.gouv.fr/IMG/pdf/2015-049R_Rapport_CDDU.pdf.
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[8]
Selim Jahan, Informe sobre Desarrollo Humano 2015 (New York: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2015), 10. https://www1.undp.org/content/undp/es/home/librarypage/hdr/2015-human-development-report.html.
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[9]
Serge Paugam, El trabajador de la precariedad. Las nuevas formas de integración laboral (Buenos Aires: Fundación de Educación y Capacitación para los Trabajadores de la Construcción, 2015).
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[10]
Trabajadores que acumulan varios empleos con diferentes estatus. El término slasher hace referencia al signo «/» (slash en inglés) que separa las diferentes tareas.
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[11]
Es todo el debate en torno a los «falsos artesanos» a los que he denominado «asalariados-artesanos», en un artículo publicado en 1982 en el diario Le Monde. Jacques Le Goff, «Une brèche dans le droit du travail: les « salariés-artisans «», Le Monde, 14 de abril de 1982. https://www.lemonde.fr/archives/article/1982/04/14/libres-opinions-une-breche-dans-le-droit-du-travail-les-salaries-artisans_3108458_1819218.html. Véase Jacques Le Goff, Droit du travail et société, vol 1, «Les relations individuelles de travail» (Rennes: PUR, 2001), 142 y ss.
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[12]
Édouard Fabre y Nicolas de Riccardis, «Les contrats courts vus par les salariés », Dares, Premières synthèses 12.3 (2007): 1. https://dares.travail-emploi.gouv.fr/sites/default/files/pdf/2007.03-12.3-2.pdf.
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[13]
Olivier Galland y Bernard Roudet (dir.), Les jeunes Européens et leurs valeurs. Europe occidentale, Europe centrale et orientale (París: La Découverte, 2005).
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[14]
Pierre-Michel Menger, Portrait de l’artiste en travailleur. Métamorphoses du capitalisme (París: Seuil, 2003), 8.
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[15]
Véase Alain Mergier, «Les jeunes et l’autorité. Des attentes spécifiques», Cadres-CFDT 440-441 (2010). https://www.larevuecadres.fr/articles/les-jeunes-et-l-autorite/4951.
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[16]
Catherine Faure-Guichard, L’emploi intérimaire. Trajectoires et identités (Rennes: PUR, 2000).
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[17]
A la pregunta «¿Su condición de trabajador temporal es algo que ha elegido voluntariamente?» un 35 por ciento de los trabajadores temporales (variable RDET) respondieron que sí (media anual). Fuente: encuesta empleo del INSEE/Dares.