Desde las ultraderechas religiosas y laicas francesas a los márgenes identitarios del Black Power y las grandes figuras a nivel mundial del hiphop actual, el seudocomplot illuminati se ha impuesto como el arquetipo del imaginario conspiracionista. Sus mutaciones sucesivas, su capacidad para fundirse en universos culturales y políticos diferentes y contradictorios permite captar, por encima de cualquier otro discurso teórico, los mecanismos del poder seductor del «complot»: este ofrece la posibilidad de inventarse fácilmente un esquema causal de la totalidad del mundo social. Uno de sus efectos perversos es, por otra parte, el de integrar algunos de los aspectos de la crítica anticapitalista, que tiende necesariamente a ver intereses y propósitos compartidos entre los poderes dominantes de este mundo.
1La Mission interministérielle de vigilance et de lutte contre les dérives sectaires (Miviludes – Misión Interministerial de Vigilancia y de Lucha contra las Derivas Sectarias), así como muchos enseñantes y asociaciones, se muestran recientemente preocupados: la proteiforme creencia en la existencia de los Illuminati —sociedad secreta que se remonta al Antiguo Régimen, disuelta pero reconstituida de manera oficiosa y que regiría ahora el destino del planeta— no deja de ganar terreno entre los jóvenes. Esta «cultura paranoica», [1] transmitida por el hiphop y el R&B, no afecta solo a los adolescentes de los barrios populares, afecta de manera transversal a toda la nueva generación. Y si tenemos en cuenta las millones de visitas con las que cuentan los videos que tratan a Beyoncé de sacerdotisa demoníaca, los que desvelan las obscenidades subliminales de las producciones Disney, los que analizan los gestos satánicos de las vedetes del negocio del espectáculo hollywoodiano o los que descifran el «ojo maligno» piramidal que aparece en el dólar estadounidense —todo influencia de Illuminati y Cía.— hay que rendirse a la evidencia: los adeptos a la teoría del complot se han multiplicado.
Sobre la resistencia del «complot» a ser sometido a reflexión
2Pero ¿es posible hablar en este caso de teoría? En estos desconfiados neófitos no se trata tanto de una adhesión razonada y argumentada a un corpus doctrinal como de una reactividad parcial e intuitiva a un hecho problemático —«algo turbio» como dicen ellos—, transmitido por rumores. Es lamentable que los investigadores franceses en ciencias sociales hayan obviado hasta ahora el auge pandémico del rumor relacionado con los Illuminati, asociando simplemente el viejo «boca a boca» a los recursos de la comunicación digital. ¿Un tema subcultural con mala prensa? Sin embargo sería un error no dejarse inspirar por la extraordinaria reactividad de la que dio pruebas Edgar Morin en abril de 1969 cuando se lanzó a estudiar en caliente otro rumor, el de Orleans, que fue objeto de una gran cobertura mediática. ¿De qué se trataba? La población local estaba convencida de que una supuesta «trata de blancas» estaba secuestrando a chicas adolescentes, que eran dormidas y luego sustraídas en probadores de comerciantes judíos, y esto en contra de todo sentido común: no se había notificado ningún caso de desaparición de adolescentes. El sociólogo distinguió entonces en el «contenido latente [de este] rumor delirante» dos tendencias antagónicas: por un lado, el «miedo» ante los peligros de la liberalización de las costumbres que en ese momento se estaba viviendo (píldora anticonceptiva y desmadre de la Primavera del 68); por otra parte, un escenario fantasmático que entrelazaba «la idea de viaje y de sexualidad desbordada». Así, en las madres de familia y en las adolescentes de la región se «cristalizaban» pulsiones ambivalentes, entre deseo de emancipación erótica y sanción culpabilizadora.
3Esta atención a los equívocos de toda fantasía colectiva no ha perdido nada de su pertinencia. Así, la reciente moda por los Illuminati, pero no únicamente, puede estar vinculada al pretendido «fin de las ideologías» o de la historia, que ha dado lugar como sustituto, después de la caída del muro de Berlín, a un «enemigo interior» tan fascinante como repulsivo. Ante la derrota de la idea de progreso y el vacío resultante, esta carencia (de esperanza) habría alimentado una nueva dialéctica histórica esencialmente paranoica. Según el politólogo Pierre-André Taguieff, el auge de este imaginario conspiracionista habría superado una fase decisiva a principios de los años dos mil, momento en el que se percibieron los efectos (socialmente) hipercontrastados de la globalización. [2] Desde su punto de vista es la mutación brutal de la economía globalizada la que ha producido un reflejo a la vez conspiracionista y diversivo que suscita leyendas catastrofistas que resultan, en la mayor parte de los casos, de «una necesidad de reencantar el mundo». Retorno de lo utópico reprimido y conjuración de lo peor serían los dos ingredientes de esta sospecha generalizada.
4A partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001 la creencia en un complot illuminati superó los círculos habituales de la ultraderecha conspiracionista, en la que campaban desde hacía tiempo integristas cristianos y paganos esoteristas. Fue entonces cuando aparecieron algunos tránsfugas de la izquierda laica —Thierry Meyssan y su best-seller L’effroyable imposture [La terrible impostura], por no citar más que un ejemplo francés— denunciando la manipulación de falsos enemigos —Al Qaeda, la CIA y cía.— que trabajarían juntos entre bambalinas. Y en este terreno resbaladizo vuelve a aparecer el mito de una cierta fraternidad fantoche. De ahí a postular, como hizo tempranamente Taguieff, que la explosión de fervor hacia el metacomplot illuminati debe fundamentalmente su éxito a la conversión de los altermundistas a una política de la sospecha permanente, que desembocó en una crítica obsesiva de la «mano invisible» del sistema, no hay más que un paso que nos cuidaremos muy mucho de dar. Pero hay que reconocer que todo investigador que pretenda desmistificar a falsos desmistificadores se expone a un cruel abismo psicopatológico. A fuerza de sondear, rastrear, desenmascarar los instigadores del conspiracionismo y sus vinculaciones ideológicas, termina viendo complots por todas partes.
5Desarmar con herramientas racionales un pensamiento mágico no es tarea fácil, tal y como demuestra la imposibilidad de debatir con los negacionistas con sus mismas herramientas, cuya negación de la realidad a propósito de las cámaras de gas resiste a la evidencia histórica, a pesar de todas las pruebas indudables que se les presenten. Pero, a la inversa, tampoco vale que, con el pretexto de demostrar los mecanismos de un delirio de interpretación paranoica, terminemos por descalificar cualquier denuncia de los engranajes aparentes u ocultos del capitalismo, sus injusticias flagrantes y sus conflictos de interés. Tal y como subraya Bruno Latour, parafraseando el pensamiento de Luc Boltanski, «pareciera que ningún sociólogo pudiera ya investigar los entresijos de los escándalos que todo el mundo percibe y que nadie puede denunciar sin ser acusado, a su vez, de ceder a las “teorías del complot”». [3] Esto conlleva el riesgo, secundario pero crucial, de una «parálisis del espíritu crítico» o de la deslegitimación a priori del más mínimo cuestionamiento del sistema capitalista, que queda inmediatamente estigmatizado como un espejismo conspirativo.
6Sin embargo, precisamente por el éxito que la leyenda negra de los Illuminati ha tenido en la red, es urgente deconstruir la fuerza de seducción de su storytelling. Para lograrlo hay que remitirse a su matriz inicial y distinguir ahí los elementos fácticos de las patrañas más descaradas y luego observar las mutaciones de su trama narrativa según los contextos geopolíticos (continental o anglosajón) y el bagaje ideológico de sus agentes de propagación, así como los últimos avatares juveniles de su vulgata planetaria. Paso a paso, entre delirios de interpretación y coincidencias ficticias, este recorrido retrospectivo podrá resultar fastidioso, pero abordar la singularidad de sus metamorfosis sucesivas nos parece más instructivo que muchas glosas abstractas que podrían hacer pensar que el conspiracionismo es un fenómeno homogéneo, lineal y unívoco.
Las mutaciones sucesivas de un arquetipo del imaginario conspiracionista
7En la raíz de este asunto hay un hecho probado: la orden de los Illuminati fue fundada ciertamente en 1776 en el ducado de Baviera (predominantemente católico) por un antiguo discípulo de los jesuitas y jurista de la Facultad de Ingolstadt, Adam Weishaupt (1748-1830). El hecho en sí no tiene nada de excepcional. Desde el inicio del siglo XVIII, en Europa, científicos, filósofos o notables, seducidos por un racionalismo «ilustrado» y por una búsqueda ético-espiritual heterodoxa, crearon sociedades y hermandadas más o menos secretas para propagar sus ideas evitando las restricciones profesionales y los encarcelamientos arbitrarios instigados por el clero. Su clandestinidad responde ante todo a los imperativos de un orden moral, aún cuando en algunas logias esta obligada ocultación vaya acompañada de un gusto esotérico por los rituales de iniciación, una segmentación piramidal y signos de reconocimiento simbólicos.
8Volvamos a nuestros célebres Illuminati. De cinco miembros fundadores, esta «escuela de sabiduría» pasó en su primer año a tener unos sesenta afiliados, y luego varias centenas —entre ellos varios príncipes germánicos e intelectuales de renombre (Goethe, entre otros)—, después de la adhesión del barón Knigge, francmasón influyente del norte de Alemania (zona predominantemente luterana). Pero esta expansión experimenta una brutal interrupción en 1784, cuando Carlos Teodoro de Baviera prohíbe cualquier asociación creada sin su aval. Los líderes illuminati son inmediatamente detenidos o bien se ven obligados al exilio, entre ellos un tal Xavier Zwack, discípulo expulsado poco tiempo antes y que, con ánimo de venganza, aportó a la policía escritos mutilados o falsificados con la intención de demostrar que esta organización defendía el ateísmo, la igualdad entre hombres y mujeres o el derecho al suicidio, documento que alimentará a finales del siglo XVIII las primeras sospechas contra los Illuminati quienes, sin embargo, habían quedado reducidos a nada. [4] Mientras tanto, la Revolución francesa —con su regicidio y su abolición de los privilegios feudales— sembró un viento de pánico en las monarquías circundantes. Esto explica que aparezca en 1797 en Inglaterra Proofs of the Conspiracy [Pruebas de la conspiración], un libelo firmado por el matemático escocés John Robison, él mismo francmasón, que estaba convencido de que los Illuminati se habían infiltrado en las logias europeas para «desarraigar las religiones y derrocar los poderes existentes». Acusa a Mirabeau y a Talleyrand de haber sido illuminati infiltrados que en 1789 pusieron su plan en ejecución. Un año más tarde surge otro texto, Mémoires pour servir à l’histoire du jacobinisme [Memorias para servir a la historia del jacobinismo] del jesuita Augustin Barruel, que revela a su vez una «triple conspiración de los sofistas Illuminati [que abogan por] la impiedad, la rebelión y la anarquía», propagando así la huella blasfema de los masones enciclopedistas y de sus maestros de pensamiento, los filósofos ilustrados Voltaire, Montesquieu o Rousseau.
9Según estos dos predicadores contrarrevolucionarios, «la conspiración universal de esta secta» ya habría empezado a extenderse en Estados Unidos. De hecho, en Nueva Inglaterra, los reverendos Jedidiah Morse (pastor en Charlestown), David Tappan (profesor en Harvard) y Timothy Dwight (presidente del Yale College) difunden el rumor procedente de Europa, llamando desde 1798 a combatir la «rapacidad de la Bestia» cuyos hijos fueron los «dragones de Marat» y sus hijas «concubinas de los Illuminati» teniendo como cabeza visible en territorio estadounidense a Thomas Jefferson, vicepresidente demócrata atacado por sus simpatías francófilas y denunciado como un traidor a su patria para beneficio de esta «modern illumination» mediante una campaña de prensa tan excesiva que haría un largo recorrido en el tiempo. En su exportación al otro lado del Atlántico, el imaginario de esta política de la sospecha quedará cargado de un profetismo satánico más marcado que mutará a gran escala un siglo más tarde.
10En Francia, a lo largo del siglo XIX, otro enfoque —antijudío— toma forma, propagado desde 1806 por el propio abate Barruel, que afirma basándose en un burdo apócrifo que todas las sociedades secretas del mundo están dirigidas por una «secta judaica» que monopoliza las «reservas de oro»; opúsculo que sería reeditado en 1878. Le seguirán otras manipulaciones del mismo tipo, concretamente la del capellán del liceo Louis-le-Grand, Jean Anselme Tilloy, que da fe del encuentro entre «Mirabeau, Moses Mendelssohn y los Illuminati de Baviera en un salón berlinés, en vísperas de la Revolución francesa». [5] Y finalmente llega el momento de la exitosa popularización, en 1886, con La France juive [La Francia judía], obra en la que Édouard Drumont revela de pasada la condición judía secreta del illuminati Adam Weishaupt. [6] Un vínculo aún tenue empieza por lo tanto a establecerse entre conspiración judía y orden de los Illuminati, pero esta síntesis de tipo francés sigue siendo aún muy secundaria y no desempeñará ningún papel durante la fiebre antisemita del caso Dreyfus. Habrá que esperar a la Primera Guerra Mundial y a la Revolución rusa para que la obsesión illuminati vuelva con fuerza, pero esta vez en otro contexto geopolítico, en este caso al otro lado del canal de la Mancha.
11Aunque a principios de los años veinte emergen en Europa escritos que extienden la tesis del complot «judeomasónico» desde los jacobinos a sus descendientes directos, los «judeobolcheviques», es Nesta Helen Webster (1876-1960) quien insistirá por primera vez en el rol determinante de los Illuminati en este proceso. Hija de un obispo anglicano y esposa de un superintendente de la policía británica, Webster estudia la influencia de las logias masónicas en las revoluciones de 1789, 1848 y 1917, se reapropia las alegaciones de los Protocolos de los sabios de Sion en numerosos artículos consagrados al «peligro judío» [7] y proclama además creer en las teorías de la «reencarnación» (basada en sensaciones de déjà vu). Conferenciante para los servicios secretos británicos redacta, a petición de estos, World Revolution. The Plot Against Civilization [La revolución mundial. El complot contra la revolución], publicado en 1921. Tres años más tarde, siendo ya miembro de la British Union of Fascists (BUF – Unión Británica de Fascistas), reenfoca sus obsesiones conspiracionistas en una nueva obra, Secret Societies and Subversive Movements [Sociedades secretas y movimientos subversivos], sobre la piedra angular de los Illuminati: «Este grupo, como cualquier grupo de todas las órdenes esotéricas subversivas, a través de procesos como la euritmia, las meditaciones, los símbolos o la Magia negra pretende despertar una fuerza y producir una falsa “Iluminación” con el objetivo de obtener la “Visión Espiritual”. […] Estas órdenes son controladas por una Orden SOLAR acorde con la naturaleza de los Illuminati».
12Si Webster parece estar detrás de esta reinterpretación ocultista del mito illuminati, su principal epígono, Lady Queenborough, cuyo verdadero nombre es Edith Starr Miller (1887-1933), vinculará la dimensión antijudía a esta dominante esotérica en un compendio póstumo, Occult Theocracy [Teocracia oculta] (1933), en la que vincula además la conspiración de los Illuminati con una logia judeoespañola de 1520 (como hizo Édouard Drumont). [8] En esta misma época, encontramos por otra parte un rastro de las mismas elucubraciones en Estados Unidos, en el reverendo Gerald Burton Winrod (1900-1957), evangelista que sostendrá que solo Hitler podía salvar Europa de la «conspiración judeocomunista» y veía en Franklin D. Roosevelt un ser diabólico. Ahora bien, a partir de 1935, el mismo antisemita pronazi publica el opúsculo Adam Weishaupt, a Human Devil [Adam Weishaupt, un diablo humano], en el que condena la pretendida judeidad del exjesuita fundador de los Illuminati, secta supuestamente dirigida bajo cuerda por el industrial de Fráncfort Mayer Amschel Rothschild. Otro eslabón crucial de esta cadena de propagación es William James Guy Carr (1895-1959), comandante de la marina inglesa convertido en agente de la inteligencia canadiense. Célebre desde los años treinta por sus conferencias contra la «conspiración internacional», publica en 1955 Pawns in the Game [Peones en juego], que será «la fuente más influyente de la demonología illuminati», según el experto en ocultismo Bill Ellis. Sin aspirar a la exhaustividad con estas fuentes evoquemos finalmente el caso de Milton William Cooper (1943-2001), suboficial de la Marina estadounidense que acusa a Dwight D. Eisenhower de ser un illuminati y de haber negociado un tratado con extraterrestres en 1954, acuerdo que habría ido en beneficio de los reptilianos llegados del espacio. Observemos que se trata aquí de una hibridación entre el motivo illuminati y las tesis ufológicas, en boga en Estados Unidos desde 1947 bajo el apelativo del «rumor de Roswell», según el cual la Fuerza Aérea habría ocultado el descubrimiento de los supervivientes de un ovni accidentado y que, poco a poco, se habrían hecho con el poder federal estadounidense. Insertándose en el hilo conspiracionista entonces en boga —el control secreto de la Tierra por extraterrestres—, los Illuminati se articulan por primera vez, incluso implícitamente, con un vector de difusión de masa, el corpus de la literatura pulp fantástica o de ciencia ficción, que aún influiría, décadas más tarde, en la serie Expediente X y su lema: «La verdad está ahí fuera». En esta fase de delirio aún podemos dudar entre el horror y la risa floja. Y sin embargo, lo peor está aún por llegar.
13Los rastreadores franceses del conspiracionismo han pasado a menudo por alto que, en el siglo XX, su patria adoptiva fue ante todo angloamericana, añadiendo al «antijudeomasonismo» otros rasgos fantasmáticos y fóbicos. Asimismo, hay que tener en cuenta ciertas leyendas satanistas propias del territorio norteamericano, concretamente la de la congregación estudiantil Skull and Bones (Calavera y Huesos), fundada en 1832, que poco a poco vino a fusionarse con la matriz narrativa illuminati. Así, entre los años sesenta y ochenta asistimos a una extensión del motivo illuminati mediante absorciones sucesivas de entidades transnacionales, reales o ficticias: entre otras, el grupo de Bilderberg, que reúne desde 1954 a responsables económicos, políticos o mediáticos, o la Comisión Trilateral, fundada en 1973. En sentido inverso, un movimiento de extrapolación retrospectiva sigue haciendo retroceder el mito originario de estos «amos del mundo»: los Illuminati no serían más que la perpetuación de la Fraternidad de la Serpiente sumeria, pasando por las escuelas mistéricas babilónica, egipcia o griega, y luego a través de los merovingios, los templarios, los rosacruces o el Priorato de Sion, etc. Sendos señuelos heterónimos que, bajo diferentes alias, se remontarían a la noche de los tiempos, incluyendo la manipulación extraterrestre. Respecto a saber por qué el significante «Illuminati» ha terminado por imponerse como el relato predominante en el seno de una galaxia conspiracionista estadounidense, es difícil responder. Pero es esencial entender que esta constelación de ideas ha aportado, a lo largo de las épocas, arquetipos de conspiración heterogéneos, por lo que nuestra relectura panorámica no debería generar una falsa impresión de continuidad intencional.
14Volvamos a la actualidad más inmediata. ¿Cuál es la situación en el deep South de Estados Unidos? Un artículo reciente de Curtis Price —«Notes on Alabama» [Notas sobre Alabama]— [9] es esclarecedor al respecto. Este trabajador social con una orientación radicalmente de izquierdas y exfundador del periódico de los sin techo de Baltimore Street Voice se preocupa justamente por la extensa difusión del rumor de los Illuminati en la población afroamericana:
¿Sabía que Whitney Houston murió en un hotel, ahogada en su bañera, mientras miembros hollywoodienses de los Illuminati se reunían en un salón de baile cercano para robarle el alma? Seguro que no. Sin embargo, la adhesión a las tesis del complot illuminati, hasta ahora algo sobre todo de los blancos, es ya uno de los marcadores que muestran la amplitud de la derrota de las clases obreras negras. Al parecer de los que adhieren a estas tesis, esta orden secreta, que reuniría a ricos y poderosos, estaría manipulando y controlando bajo cuerda todo lo imaginable. Cada evento negativo les es atribuido. Aun cuando esta teoría del complot no se limite a los entornos pobres y negros del Sur, es en su seno donde más referencias a los Illuminati he escuchado, lanzadas como si nada y vinculándolas a todos los eventos de la vida cotidiana: «otro golpe de los Illuminati».
16De ahí salta una cuestión inmediatamente a la mente: ¿cómo estas teorías del complot, vehiculadas desde hace ya un siglo y medio por nostálgicos del Antiguo Régimen, neoinquisidores de la cristiandad, fascistas anglosajones, compañeros de ruta del Ku Klux Klan y otros ufólogos negacionistas han podido penetrar en el universo mental de los jóvenes afroamericanos de hoy en día? Encontraremos un esbozo de respuesta convincente en How to Overthrow the Illuminati [Cómo derrocar a los Illuminati], [10] un panfleto realizado en el entorno anarquista estadounidense. El capítulo «Conspiracy theories during Black Power, and after it» [Teorías de la conspiración durante el Black Power y después de él] expone en detalle la heterogeneidad conflictiva de las fuerzas presentes entre los activistas del Black Power a finales de los años sesenta. Los Black Panthers (Panteras Negras) y, entre ellos, la comunista Angela Davis, afirman que «el enemigo [es] claramente el capitalismo blanco supremacista y [que hay que] unificar a los trabajadores de todos los orígenes étnicos contra este sistema», pero otras tendencias crecen con el trasfondo de la represión del FBI: la del nacionalista Ron Karenga, fundador en 1966 de la fiesta panafricanista Kwanzaa, o la del poeta Amiri Baraka, líder del Black Arts Movement (Movimiento de Artes Negras), y por supuesto la del grupo supremacista confesional negro Nation of Islam (Nación del Islam), cuya audiencia se vio multiplicada por diez tras el asesinato de Malcolm X, al cual sucederá el antisemita obsesivo Louis Farrakhan. Aunque estos tres últimos grupos no hacen referencia explícita a la fábula de los Illuminati, tienen tendencia ya a explicar la injusticia social y la segregación posesclavista a través del dominio secular de los judíos y los masones, y a rechazar a sus aliados naturales, la juventud blanca radicalizada que lucha contra el racismo institucional y la guerra de Vietnam. Estos sectores etnocentristas que preconizan una vuelta a las raíces africanas o una conversión a un islam revisitado de manera esotérica silencian cualquier conflicto interno entre los pobres de los guetos y la burguesía negra emergente, para enfocarse mejor en el supuesto control de una internacional judía que estaría en la cúspide del poder federal, rechazando así la solidaridad efectiva de la intelligentsia judía progresista en la lucha por los derechos civiles.
17A contracorriente de esta voluntad de racializar la lucha podemos citar entre otros la tentativa de Fred Hampton, un dirigente de los Black Panthers, de levantar en 1969 una Rainbow Coalition (Coalición Arcoíris) con activistas «de todos los colores». Pagará esta valiente iniciativa política con su vida cuando, unos meses más tarde en Chicago, fue abatido por las balas del FBI. Asimismo, la erradicación de los Panthers (y de otros militantes considerados «marxistas») en los años siguientes contribuirá a dejar libre el camino a las sensibilidades puramente identitarias del Black Power. Esta hipótesis tendría que ser refinada, especialmente porque la elección entre términos de carácter político-social o nacional-étnicos atravesó, dividió y agitó a todos los grupos concurrentes de esta época, produciendo a veces una completa indistinción. Fue de hecho a raíz de esta sangrienta derrota del movimiento negro estadounidense que el gran relato illuminati pudo ocupar su lugar como sustituto.
18En 1972, The Last Poets —pioneros de una rítmica coral afroamericana e influencia fundamental de la música hiphop— graban su tercer álbum, Chastisement, en el que figura «E Pluribus Unum», un título que examina al detalle los símbolos del billete de un dólar. Con este grupo que reivindica a la vez su simpatía por el difunto Malcolm X y una sensibilidad revolucionaria común con los Panthers entramos ya, a principios de los seventies, en una encrucijada. Y su canción ilustra bien este momento de extrema ambivalencia. Basa su primera estrofa en una crítica social displicente y evoca las masas desposeídas de su tierra por la clase dominante, en unos términos que habría refrendado treinta años antes el autor de «This Land is your Land», el folk singer anarcocomunista Woody Guthrie. Pero el propio título multiplica también las alusiones a «los que acaparan el oro», «la pirámide en la que aparece el ojo del diablo, que ha creado la mentira» y finalmente «los números romanos de la base de la pirámide marcan el inicio de su existencia, cuando crearon esta filial del Infierno, en 1776». Podemos ver aquí a qué punto en esta época las elucubraciones paranoicas resultantes de la coincidencia de la fecha (1776) entre la declaración de la independencia de los Estados Unidos y la creación de la orden de los Illuminati, que pululan actualmente por internet, habían impregnado ya, incluso con palabras encubiertas, la contracultura del Black Power.
19A partir de aquí tan solo nos queda seguir el rastro de la travesía que hizo esta matriz de ficción a lo largo de las décadas siguientes hasta convertirse, después de la destrucción de las Torres Gemelas, en una de las leyendas urbanas más populares entre la juventud negra estadounidense. En un artículo de abril de 2010, Travis Lars Gosa, un investigador del departamento de estudios afroamericanos de la Cornell University (Universidad Cornell), [11] analiza directamente estas «extrañas alianzas políticas» que poco a poco se han ido estableciendo entre «algunos supremacistas blancos y la Nation of Islam». El punto de referencia esencial de esta convergencia, a priori contra natura, se encuentra en los orígenes de la subcultura hiphop: la creación a mitad de los años sesenta de una rama disidente de la Nation of Islam, autoproclamada The Five-Percent Nation (La Nación del Cinco por Ciento), alias The Nation of Gods and Earths (La Nación de los Dioses y las Tierras). Para los adeptos de este cisma sectario resultante del movimiento Black Muslims (Musulmanes Negros), el mundo se divide en tres categorías: el 85 por ciento de la población viven en la ilusión de un falso Dios, mentira mantenida por el 10 por ciento que ejerce un poder «diabólico» sobre la mayoría. Respecto al 5 por ciento restante, son los Sabios que deben iluminar a esta masa «ciega, sorda y muda» revelando su Verdad esotérica, elaborada en un lenguaje encriptado y en una numerología abracadabrante. Quince años después de su fundación en Harlem bajo los auspicios de Clarence 13X, el imaginario y el contrasaber iniciático de este movimiento serán remezclados por los primeros masters of ceremonies del rap neoyorquino.
20Así, los mensajes del nacionalismo negro y de su variante islamo-cabalística florecerán en la «edad de oro del hiphop» (1987-1996), sin que por ello deje de extenderse entre las bandas de los corners, los detenidos de penitenciarías saturadas o entre los fans de los álbumes de Rakim o Nas un escepticismo de masa hacia las verdades ocultas de impostores satánicos que tratan de «someter mentalmente a los negros […] a través de las “lie-braries” y la “tell-a-lie-vision” [los libros y la tele que nos engañan]»; sin olvidar numerosos rumores colaterales en torno a un supuesto «plan de genocidio de los negros» detrás de la pandemia de sida o los estragos de una nueva droga, el crack. Así, en la canción «America» (1996), Wu-Tang Clan relaciona los estragos del sida y una intención genocida antinegros: «El sida es una invención del gobierno para asustar a los negros / Así no follarán y no tendrán hijos / y en una década habrá menos negros». Aunque es difícil detectar el momento en el que este marco musical fluctuante toma como objetivo la dicha «secta bávara», hay sin embargo un punto de referencia: el 6 de marzo de 1991, con la famosa declaración de George Bush —«tenemos ante nosotros la oportunidad de fundar, para nosotros y las generaciones futuras, un nuevo orden mundial». Mientras que los entornos de la ultraderecha conspiracionista ven en esta declaración una alusión al «Novus ordo seclorum» —inscrito en 1933 por el francmasón illuminati Franklin D. Roosevelt en el dólar estadounidense—, esta tesis hace su aparición en algunos raperos en pleno ascenso: CeeLo Green, del grupo Goodie Mob, en su canción «Cell Therapy» (1995) —«los indicios del nuevo orden mundial / nuestro tiempo está contado si no estamos preparados»— o el grupo Boogiemonsters, en su álbum God Sound (1997), que hace referencia a Behold a Pale Horse [He aquí un caballo pálido], una obra de Cooper, el ufólogo citado anteriormente. Otro ejemplo es el álbum de 1996 de los Poor Righteous Teachers, que toma prestado el imaginario anti-Illuminati en la portada y que fue titulado como The New World Order. [12]
21Justo después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 todas las leyendas demoníacas relacionadas con el dominio mundial de una única y misma sociedad secreta encuentran su síntesis en el metacomplot Illuminati. Del lado de los evangelistas de ultraderecha, a través de la caja de resonancia de la red o de las televisiones privadas, su propaganda adquiere una dimensión considerable, basándose entre otras cosas en los signos de connivencia que supuestamente intercambiarían los dueños del mundo así como en las imágenes subliminales obscenas introducidas en los dibujos animados de Disney para pervertir a la juventud. Por lo que respecta a la galaxia hiphop se asiste a la proliferación de una obnubilación similar que se transforma en rumores incontrolables. El más sorprendente tiene que ver con el rapero Tupac Shakur (hijo de una militante de los Black Panthers) que habría sido asesinado en septiembre de 1996 por esbirros de dicha logia satánica por introducir el término Killuminati en el título del que sería su último álbum (The Don Killuminati). A mediados de los años dos mil se opera una mutación. A partir de ese momento son los grandes nombres de la música negra —ante todo los nuevos ricos del gangsta rap— los que son acusados de ser marionetas manipuladas por sus amos, que permanecen en la sombra; o dicho de otro modo, negros aburguesados que han vendido su alma a productores de la élite «judeomasónica» blanca, pero que no corren el riesgo ni se toman la molestia de decirlo (en estos asuntos, a buen entendedor…). Hasta tal punto que el propio movimiento de los Five Percenters termina por ser sospechoso de ser un aliado de los Illuminati. Mejor aún, la otra rama fundadora del hiphop, la Universal Zulu Nation (Nación Zulú Universal) —fundada en el Bronx en 1973 por el DJ Afrika Bambaataa al servicio de un mensaje ecuménico y pacifista, entreverado de referencias visuales a la Antigüedad egipcia— es acusada de haber pasado a las manos de los masones illuminati, mientras que su sitio web pone en relieve la biblia del conspiracionismo neoconservador, el New World Order [El nuevo orden mundial] de Anthony Ralph Epperson, publicado originalmente en 1990.
22Con tal grado de confusión, en el que cada anatema desencadena su propia reacción y así sucesivamente, es imposible abrirse camino. Sobre todo porque, desde hace una década, entre los objetivos privilegiados de estos ajustes de cuentas en cascada, Jay-Z, Beyoncé, Lady Gaga o Rihanna no dudan en imitar los gestos satánicos (cuernos de Belcebú) o masónicos (ojo y triángulo) solo para dar de qué hablar… independientemente de que sea para bien o para mal. El rumor y el dinero del contrarrumor… Y poco importa si no es creíble que los miembros de una sociedad secreta se intercambien signos de reconocimiento ante millones de telespectadores. Estas pretendidas pruebas no son más que el pretexto para escenificar rivalidades entre famosos y animar el show business de un storytelling muy rentable. Se puede objetar que se trata ya únicamente de una mercadotecnia lúdica en la que los Illuminati desempeñan el papel de antihéroes de pacotilla, siguiendo el modelo de sus avatares ficticios, los superhéroes de los cómics de Marvel, en el que el «Consejo de los reyes» lleva, por cierto, desde los años sesenta este nombre prestado: los Illuminati. Esto no quita que sea más bien inquietante el que millones de jóvenes grupis del mundo entero se familiaricen con esta forma de escepticismo; una desconfianza hacia el discurso dominante de los medios de comunicación que se convierte rápidamente en hipótesis conspiracionista. Poco importa que estos rumores juveniles estén por lo general desconectados por completo de su trasfondo ideológico original —el de una logia «judeomasónica» que controla el mundo—, esta cápsula casi vacía es algo así como una bomba de efecto retardado.
23Sobre todo porque el cruce entre los argumentarios esotérico-evangélicos de la vieja derecha conspiracionista y los diversivos Killuminati de la contracultura hiphop van implícitos. Recurriendo por ejemplo a los mismos best-sellers, los de Dan Brown, desde Ángeles y demonios (2000) hasta El Código Da Vinci (2003), que caminan sobre el delgado filo de navaja que separa el trabajo de investigación documentado y la obra de pura ficción, para atraer a la clientela potencial y difundir sin embargo perniciosas fabulaciones históricas. Al haberse convertido la temática illuminati en un nicho comercial para la industria del entretenimiento cultural, son incontables los productos derivados que recurren a este entredós de la fábula imaginaria y actualización de «verdades ocultas»: aparecerá así como subtítulo de decenas de thrillers (y su adaptación al cine), cómics, videojuegos (Area 51, Deus Ex y Resident Evil 4) o juegos de mesa (Illuminati, el juego de la conspiración). Y de cara al gran público, un éxito que no decae, alimentado por el crisol de una potente ambivalencia: la falsa sublimación y la auténtica revelación.
24Y vayamos a otro punto de encuentro, más alarmante aún. Cuando el escritor y locutor de radio Alex Jones, figura de primera línea del movimiento Tea Party (Partido del Té) y escéptico climático que acusaba al Estado federal de planificar una eugenesia a escala planetaria recibe en su programa en el PrisonPlanet.com, al rapero KRS-One, este último le sugiere que el propio presidente Obama es una «marioneta del nuevo orden mundial», léase los Illuminati, tesis recuperada por el Professor Griff de Public Enemy o por el rapero peruano nacionalizado estadounidense conocido por el nombre artístico Immortal Technique. [13] Podríamos multiplicar los ejemplos de estas zonas de porosidad imaginaria entre sensibilidades político-culturales sin embargo antagónicas, en las que se comparten los mismos miedos espectaculares y se articulan los mismos hilos argumentales de thriller esotérico. Como si todas las fronteras de separación ideológicas o comunitarias producidas por la historia de Estados Unidos hubieran cedido de pronto, inaugurando una era de «fusion paranoia», siguiendo la expresión empleada por Michael Kelly en un artículo del New Yorker. [14] Paranoia de fusión en la que se expresarían de manera unificada las frustraciones heterogéneas de todos los que, a falta de la más mínima esperanza en un cambio social, desafían cada noticia oficial para nutrirse mejor del espejismo de una contrainformación virtual de tipo conspiracionista. En este sentido, la moda de los Illuminati sería un síntoma más profundo de lo que pudiera parecer de una crisis del contrato de confianza democrático que Estados Unidos encarnó a lo largo de todo el siglo XX.
25Como consecuencia de la globalización sería igual de fácil extraer un caso extremo de un confusionismo similar en el ámbito del rap made in France, citando la canción «Illuminazi 666», producida en 2008 por un antiguo miembro del grupo Assassin, Mathias Cassel, con su nuevo nombre, Rockin’ Squat: [15] «Están todos implicados en estas sociedades secretas / John Kerry, George Bush, Tony Blair, Elisabeth / gran patrona del tráfico de opio / Illuminazi 6.6.6., la mentira desenmascarada en mi mix, mix, mix / no hay guerras, solo beneficios, los banqueros, los cárteles 6.6.6. / Skull & Bones practican ritos satánicos / veneran a Jabulón el nombre del diablo para los judíos, / Magog es el nombre de George Bush en sus ritos / es el nombre del ejército de Satán, ay ay ay ¡ahí hay truco!».
26Este ejemplo evidente de resurgir «antijudeomasónico» en el folklore illuminati, que combina insidiosamente discurso de rebelión, ridiculización antisemita y satanismo de andar por casa, no es evidentemente representativo. Pero no debemos olvidar que, entre las nuevas generaciones de raperos «con contenido» hay otros discípulos que juegan bien a dos bandas —con frases en la línea emancipatoria y declaraciones antijudías implícitas—, para hacer referencia explícitamente al complot del Nuevo Orden Mundial, como El Gaouli en su álbum L’Antre 2 guerre o su colega Mysa. Finalmente, con Keny Arkana, militante altermundista y fundadora en 2004 del colectivo marsellés La Rage du Peuple, podemos evaluar en qué medida el virus adormecido de los Illuminati, a priori desactivado, puede en cualquier momento adquirir una consistencia ideológica y sacar a la superficie su corpus doctrinal sumergido. Figura destacada de un rap comprometido, habituada a conciertos de apoyo a los migrantes sin papeles, nunca ocultó sin embargo sus propios ríos revueltos conspiracionistas, de los que dan muestra algunos de los títulos recientes o esta acusación que data de 2007: «Imagina el peso de los secretos que no quieren desvelar / Imagina hasta qué punto su conocimiento es útil para manipularnos / Imagina cómo de ligado al Gobierno está lo oculto / Imagina entonces la influencia que ejerce sobre el mundo…».
Sobre la importancia, para todo pensamiento crítico, de rearticular sospecha y utopía
27Abordamos aquí una deriva incluso ultraminoritaria que ha transformado la sinceridad de una protesta social en una obsesión paranoica. ¿Debemos ver en ello, como hace Taguieff [16], una prueba de que el conspiracionismo habría pasado de un extremo al otro del tablero político para convertirse en la cantinela insidiosa de un «izquierdismo» que reniega de su tradición internacionalista en beneficio de un «antiglobalismo» al que se le añade un «antisionismo» obsesivo? ¿Debemos, siguiendo este sofisma de autoridad, considerar que cualquier cuestionamiento de los valores dominantes es a partir de ahora caduco, puesto que sería ejercido necesariamente a través de una «sociología desmistificadora salvaje que bebería de documentos dudosos o de pruebas no contrastadas (digamos, “bien por debajo de Bourdieu”)»? En resumen, ¿que todo espíritu radical estaría destinado a no ser más que la máscara de un «nihilismo» conspiracionista? ¿O hay que considerar por el contrario que estos patinazos son el fruto amargo de una despolitización de masa, sobre todo entre las nuevas generaciones? A este respecto, el street art aporta un terreno de análisis apasionante. Nuestra «sociedad de control» [17] aparece ahí como sospechosa de manipulación o bien a través del filtro de 1984, con stencils que representan la amenaza tecno-securitaria del Big Brother orwelliano, o bien con la reproducción de signos masónicos que recuerdan supuestamente la omnipotencia illuminati, hasta el punto de que ambos imaginarios se hacen indistinguibles. Uno denuncia el «sistema» de intervigilancia inducido por la democracia panóptica; el otro la «matriz» elitista que dominaría a todos y cada uno sin su conocimiento. Dos lecturas diferentes de las tentaciones totalitarias activas en la actualidad —entre constatación analítica y sospecha fantasmática— pero que pueden solaparse parcialmente, con el riesgo de añadir mistificación a la confusión existente. En este sentido, el actual caso de éxito del imaginario conspirativo ilustra a la vez un deseo (insatisfecho) de deconstrucción del orden establecido y la confesión (decepcionante) de una resignación paralizante.
28Si ignoramos las dos polaridades de este mensaje equívoco nos quedaríamos en el impasse de la frustración latente —a falta de alternativa política creíble— que se manifiesta en estos rumores y en las revueltas lógicas que se esconden detrás de estas imitaciones satanistas. Si antes se trataba de «entender el mundo para cambiarlo», ahora se trataría de asumir nuestra incomprensión de una economía-mundo por naturaleza enigmática y la sensación de impotencia para reformar el más mínimo de sus engranajes. De hecho sería imposible entender, según el teórico marxista Fredric Jameson, [18] la emergencia de la era de la sospecha generalizada y la paranoia colectiva que se desarrolla en ella sin articularla con una crisis de la comprensión del mundo como «totalidad», en la que sus gobernanzas informes e infinitamente ramificadas superan nuestro entendimiento. El motivo de los Illuminati no sería así más que la analogía fantasmática de una auténtica opacidad de las instancias de decisión político-económicas. Un espejismo psíquico, ciertamente, pero que no por ello deja de poner al descubierto la falsa racionalidad que preside el caos planetario y que aparta cada día un poco más al ciudadano medio del supuesto sistema de «representación» de su sistema electoral, del que reniega la mayoría silenciosa de los abstencionistas, escépticos crónicos cuyas voces no expresadas son ya el espectro que amenaza a un Occidente en crisis.
29Sin embargo es necesario mantenerse vigilantes ante un confusionismo illuminati, y no minimizar los riesgos inducidos por estas pulsiones multifóbicas. Sobre todo porque tenemos todas las razones para temer que los islamistas fanáticos hayan empezado, desde hace algunos años, a utilizarlo para fines propagandistas. Prueba de esto son los videos que circulan en internet explicando cómo la famosa tipografía de la marca Coca-Cola vista en espejo muestra una caligrafía árabe que significa «No Mahoma No Meca», estableciendo la conexión con los Illuminati. Truco visual muy eficaz al parecer y del que se valen los reclutadores yihadistas para convencer a los jóvenes marginados procedentes de la inmigración de los extrarradios para que se unan al único terreno de «aventuras» que les queda —con un simulacro de valorización identitaria por añadidura—, en Siria o en cualquier otro lugar. Ante los peligros de esta radicalización oscurantista, que toma al pie de la letra las patrañas sobre los Illuminati difundidas (para reírse o no) en las aulas de las escuelas e institutos o en Facebook, parece inútil remitirse al respeto del consenso democrático sin responder al escepticismo absoluto que en esto se pone de manifiesto como una refundación de un pensamiento crítico radical. A no ser que queramos ceder a los paranoicos —atomizados en su fractura psíquica o vinculados entre sí por su fanatismo homicida— el monopolio de la extralucidez. Es así más necesario que nunca devolver sus credenciales políticas al deseo de descifrar lo que hay detrás del consenso dominante y su equívoca normalidad. Y en efecto, y aunque incomode a las mentes rígidas del del anticonspiracionismo, hay una cara oculta evidente del capitalismo posmoderno: negociaciones paralelas, ocultaciones fiscales, cuentas off shore, cláusulas confidenciales, delitos de información privilegiada, campañas de desinformación, mafias transnacionales, tratos bajo cuerda, empleos ficticios, captaciones de metadatos, contabilidades falsificadas, redes de influencia, razones de Estado inconfesables, estrategias de tensión, agencias de lobbying, obreros clandestinos, gabinetes en la sombra, obsolescencias programadas, etc. Y no vayamos a sospechar que detrás de estas palabras en cursiva se esconde una coalición cualquiera de plutócratas encapuchados y otros diablillos cooptados, sino más bien, como ya han revelado algunos denunciantes recientemente, la evidencia de procesos de captación, de especulación, de explotación, de privatización de lo vivo, a través de los decisores intercambiables de nuestros destinos solidarios.
30Por supuesto, las tendencias actuales de la izquierda crítica no están todas exentas de trasfondo conspiracionista a través de ciertos abusos de lenguaje, insinuaciones desafortunadas o perspectivas polémicas sospechosas. Sin embargo, no deberíamos dejar que unos pocos casos excepcionales, atrapados por su propia vocación vengativa, obliguen a que todo análisis discordante haga su autocrítica. De hecho, una de las tareas prioritarias de nuestro agitado tiempo tiene que ver con desarticular la trampa de un perpetuo equilibrio del terror: del lado de los gobernados, por el miedo apocalíptico al mañana, que da lugar al pensamiento conspiracionista y, del lado del poder ejecutivo, la gobernanza por el miedo que responde a este miedo. ¿Hay realmente otras formas de pinchar la burbuja conspiracionista que no sea rastrear los falsos eufemismos oficiales, la arbitraria desigualdad en el trato o el expolio estructural del bien común, reestableciendo constantemente verdades parciales, incompletas o provisionales? En lo que respecta a la tendencia fabuladora de la naturaleza humana, a su pasión por las profecías abracadabrantes, no se trataría de callar sus fuentes interiores de creatividad de ficción. Se trata solamente de reactivar la parte de utopía colectiva, de alternativa concreta, sin pretender completar la totalidad de ningún programa ni dejar que otras pulsiones abstractas tomen la delantera: esta pulsión que sueña con hacerle pagar a no importa qué chivo expiatorio imaginario el precio de la propia miseria existencial.
Notes
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[1]
Véase Stéphane François y Emmanuel Kreis, Le complot cosmique. Théorie du complot, ovnis, théosophie et extrémisme politique (Milán: Archè, 2010). Todas las traducciones de las citas bibliográficas que aparecen a lo largo del artículo son nuestras salvo que se indique lo contrario.
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[2]
Véase Pierre-André Taguieff, La Foire aux illuminés. Ésotérisme, théorie du complot, extrémisme (París: Mille et Une Nuits, 2005).
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[3]
Bruno Latour en torno a la obra de Luc Boltanski, Enigmas y complots. Una investigación sobre las investigaciones, trad. Juan José Utrilla (Buenos Aires: FCE, 2016), en Bruno Latour, «Hygiène de la suspicion», Philosophie magazine 57, febrero 2012.
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[4]
Existen varios libros en francés y en inglés sobre los Illuminati iniciales, entre ellos el libro publicado originalmente en 1914 (Dijon: Darantière) por René Le Forestier, Les Illuminés de Bavière et la franc-maçonnerie allemande [Los iluminados de Baviera y la francmasonería alemana] (reimp. Milán: Archè, 2001).
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[5]
Jean Anselme Tilloy, Le péril judéo-maçonnique, le mal, le remède (París: Librairie Antisémite, 1897).
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[6]
Hay que señalar que solo un extracto de La Francia judía evoca la sociedad bávara, algo que relativiza la importancia concedida por Taguieff a Drumont en la historia del conspiracionismo illuminati.
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[7]
Esta serie de artículos fue publicada en el Morning Post en 1920.
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[8]
Sobre esta cuestión, véase Michael Taylor, «British conservatism, the Illuminati, and the conspiracy theory of the French Revolution, 1797-1802», Eighteenth-Century Studies 47, n.° 3 (2014): 293-312. doi:10.1353/ecs.2014.0018.
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[9]
Curtis Price, «Notes on Alabama: Searching for the Ghost of “Big Jim” Folsom», Insurgent Notes. Journal of Communist Theory and Practice 10 (2014). http://insurgentnotes.com/2014/03/searching-for-the-ghost-of-big-jim-folsom-alabama-notes/. Por otra parte, el libro de extractos Street Voice. Paroles de l’ombre fue publicado por la editorial Verticales en 2003, con un prefacio de Curtis Price.
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[10]
En línea en https://libcom.org/files/how-to-overthrow-the-illuminati_read.pdf. Hay una traducción parcial al francés realizada por el Groupe d’Action pour la Recomposition de l’Autonomie Prolétarienne (GARAP – Grupo de Acción para la Recomposición de la Autonomía Proletaria), en la que lamentablemente se ha eliminado la parte relativa al Black Power. Véase en línea en http://garap.org/communiques/communique35.php.
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[11]
Travis L. Gosa, “Counterknowledge, racial paranoia, and the cultic milieu: Decoding hip hop conspiracy theory”, Poetics 39, n.° 3 (2011): 187-204. doi:10.1016/j.poetic.2011.03.003.
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[12]
Sobre esta cuestión véase Cheryl L. Keyes, Rap Music and Street Consciousness (Champaign: University of Illinois Press, 2002).
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[13]
Hasta que, por efecto bumerán del delirio conspirativo, el propio Alex Jones sea a su vez acusado en internet de ser un «judío oculto» y un «agente provocador» manipulado por los Illuminati.
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[14]
Michael Kelly, «The Road to Paranoia», The New Yorker, 19 de junio de 1995.
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[15]
Este pionero del rap francés, asociado durante mucho tiempo al «rap consciente», forma parte ahora del pequeño grupo de artistas de éxito adheridos a las teorías conspiracionistas más nauseabundas, como su hermano Vincent Cassel, Mathieu Kassovitz o Marion Cotillard. Vale la pena señalar que el video de «Illuminazi 666» contiene extractos de la película de propaganda hitleriana Le Juif Süss [El judío Süß].
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[16]
Taguieff, “Des Illuminati de type satanique et des Illuminati de proximité », L’Obs, 24 de julio de 2009, https://www.nouvelobs.com/societe/20090715.OBS4283/des-illuminati-de-type-satanique-et-des-illuminati-de-proximite.html.
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[17]
Por retomar una expresión profética pero justamente aconspiracionista de Gilles Deleuze.
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[18]
Véase concretamente Fictions géopolitiques. Cinéma, capitalisme, postmodernité (Nantes: Capricci, 2011) y La Totalité comme complot (París: Les Prairies ordinaires, 2007).