1 ¿Qué ocurriría si desapareciera su trabajo? La polémica pregunta del antropólogo David Graeber, fallecido en 2020, adquirió un sentido muy especial ese mismo año. El paro forzoso en numerosos países de todo un sector de trabajadores categorizados como «no esenciales» [1] renovó el debate en torno a los bullshit jobs (trabajos sin sentido), objeto de su libro [2] publicado en 2018. Basándose en la recolección de numerosos testimonios, Graeber define progresivamente el concepto como un «empleo tan carente de sentido, tan innecesario o tan pernicioso que ni siquiera el propio trabajador es capaz de justificar su existencia, a pesar de que, como parte de las condiciones de empleo, dicho trabajador se siente obligado fingir que no es así» (Graeber 2018, 37). Aunque su acogida en el ámbito académico ha sido bastante crítica, [3] la noción ha tenido una fuerte repercusión mediática y militante, debido a las cuestiones que plantea en torno a la utilidad y el valor de los empleos. El prisma de las remuneraciones ha sido en cambio objeto de un análisis más marginal, probablemente debido a su carácter difuso y cambiante según cada caso a lo largo del texto. Sin embargo, para comprender la evolución y la originalidad del razonamiento de Graeber, es interesante entender cómo inicia su análisis en la escala individual para desplazarse luego hacia la dimensión económica y de ahí a los fundamentos culturales del fenómeno.
¿Qué lugar ocupa la remuneración en la definición del bullshit job?
2 Ya en la introducción anuncia Graeber un doble enigma que servirá de hilo conductor en la obra: los bullshit jobs no solo existen, aun cuando el mundo podría funcionar —tal vez incluso mejor— sin ellos, sino que, paroxismo de la paradoja, están muy bien pagados. Y esta remuneración no es solo monetaria, también es simbólica: a diferencia de los «trabajos de mierda» (shit jobs), oficios ingratos que consisten en tareas indiscutiblemente benéficas para la sociedad, como la de basurero, los bullshit jobs «suelen estar rodeados de reconocimiento y prestigio» (Graeber 2018, 35). Si bien la figura del corredor de bolsa es para Graeber la más sintomática, el autor estima que un 37 por ciento de los empleos podrían pertenecer a esta categoría. [4] Asimismo,, estos trabajadores que aseguran no hacer nada útil o no hacer nada en absoluto, [5] viven muy mal esa situación. Este malestar en el trabajo, corolario del sentimiento de inutilidad para Graeber, cuestiona profundamente el modelo de homo œconomicus el cual, siguiendo las hipótesis de la microeconomía clásica, debería estar feliz de que le paguen por no hacer nada.
3 No obstante, la relación inversa planteada rápidamente entre remuneración y utilidad del trabajo resulta difícil de sostener dada la heterogeneidad de los empleos [6] mencionados a lo largo del libro como ejemplos de bullshit jobs, situados en estratos muy diferenciados de la escala social, desde el puesto de «liderazgo estratégico» (Graeber 2018, 74) en una importante universidad británica al de lavaplatos en un restaurante (Graeber 2018, 113). Las remuneraciones elevadas no pueden por lo tanto ser integradas de manera congruente como una característica inherente al concepto de bullshit job: aparecen como una regularidad estadística que hace el análisis complejo, y otras veces como una forma indirecta de aportar un toque sarcástico en el examen de las situaciones. La intuición de Graeber en torno a estas relaciones entre sentimiento de utilidad y remuneración merecería, sin embargo, un seguimiento más riguroso. Asimismo, a partir de los datos de una encuesta de 2016 sobre las condiciones de trabajo y los riesgos psicosociales (DARES 2016), el economista Thomas Coutrot propone por su parte cuantificar el fenómeno de los bullshit jobs, que estima en un 17 por ciento de la población activa en Francia (Coutrot 2019). Aunque entre ellos encuentre algunos de los oficios de las finanzas, experimentados como puestos inútiles para sí y para la sociedad, también identifica otros empleos menos esperados, como el de las cajeras de supermercado, por ejemplo.
¿Por qué remunerar trabajos inútiles?
4 Para explicar este enigma, Graeber desplaza el punto focal y describe la organización social y económica que caracteriza a los países desarrollados. El paso de un sistema basado en la industria a una economía de la información estaría transformando los modos de producción y de distribución de la riqueza, siguiendo lógicas más políticas que económicamente racionales y principios jerárquicos basados en «el poder y la lealtad de clases» (Graeber 2018, 233). El autor compara estos mecanismos con el modelo feudal, al cual se añade además la obsesión administrativa por el control, algo muy alejado de la autonomía con la que contaban los gremios medievales. [7] El «feudalismo gerencial» favorece la proliferación de trabajos dedicados a la extracción de renta (sector de las finanzas), a la explotación de los fallos del sistema (los abogados de los negocios) o al reparto de riquezas, formando toda una serie de figuras arquetípicas [8] que, si bien pueden tener alguna utilidad para el empleador, no tendrían ninguna utilidad social. Este fenómeno explicaría en parte el fin del «acuerdo keynesiano» [9], período iniciado después de la Segunda Guerra Mundial y a lo largo del cual el aumento constante de productividad dio lugar a un crecimiento de los salarios de los trabajadores menos cualificados. En efecto, a partir de los años setenta, los beneficios habrían sido acaparados por los gerentes, además de favorecer la explosión de los ingresos de los más adinerados.
5 La existencia de estos empleos es problemática no solo desde el punto de vista de la eficacia económica sino también desde el punto de vista de la estructura productiva actual: Graeber considera que la cantidad de trabajo necesario para la supervivencia de la sociedad se ha visto considerablemente reducida con la automatización de la producción. Se inscribe en las reflexiones sobre el «fin del trabajo» que ven en este último un sometimiento a la necesidad y cuya centralidad ha sido determinada y alimentada históricamente por motivaciones políticas (Gorz 1997). Los bullshit jobs se desarrollan así para mantener la centralidad del trabajo a pesar de su casi desaparición. Entonces, para Graeber, si el progreso técnico no se tradujo en una reducción efectiva del tiempo de trabajo es porque la organización social del trabajo se basa en un objetivo más disciplinario que económico. La centralidad del trabajo como modo de adquisición de los medios de subsistencia, a través de un empleo remunerado, somete a los individuos a una dominación objetiva y abstracta que organiza su existencia. La ausencia de tiempo libre fuera de la producción los hace más fácilmente gobernables, al impedirles desarrollar actividades de trabajo propiamente dicho y de política, retomando la distinción propuesta por Hannah Arendt entre labor, trabajo y acción (Arendt 1993).
¿Por qué los bullshit jobs no son percibidos como un problema social?
6 Graeber trata finalmente de dar una explicación de tipo cultural a la «bullshitización de la sociedad». Para ello, repasa los fundamentos teológicos de la economía que ve en el trabajo la fuente de todo valor y conduce a su sacralización como un fin en sí mismo. Sus primeros trabajos etnológicos, dedicados a desvelar los procesos de creación del valor, planteaban ya marcadas críticas a la noción de producción, sobre la cual se funda la teoría neoclásica del establecimiento de las remuneraciones. Esta última valoriza en realidad únicamente la producción de las cosas, dejando de lado lo esencial del trabajo que consiste en la «producción de humanos»: esencialmente femenino, no automatizable y generador de beneficios invaluables, el caring work (trabajo de cuidados) es invisibilizado y mal remunerado en relación con su utilidad social. Para el autor, es precisamente por ser útil y encontrar su recompensa en sí mismo que no justifica su remuneración. Al aplicar estas categorías antropológicas a las sociedades contemporáneas, Graeber se vincula a los análisis económicos feministas contemporáneos (Périvier 2020).
7 Así, la remuneración del trabajo está en el centro de los desafíos políticos del fenómeno de los bullshit jobs: en tanto modo principal de redistribución y de valorización de la producción, la remuneración disciplina a los individuos e invisibiliza el trabajo de los cuidados. No es por lo tanto sorprendente que este sea el prisma adoptado por Graeber para resolver el problema, como una fórmula mágica que libera de la dominación ideológica del trabajo: si se desligara a este último de las remuneraciones, la instauración de una renta básica permitiría a cada cual elegir las actividades a las que consagrar su tiempo, algo que no dejaría mucho futuro a los bullshit jobs.
Notes
-
[1]
El estudio «TrEpid» de l’Ugict-CGT, realizado con la DARES en mayo de 2020 indica que el 43 por ciento de los asalariados consideraron que su actividad era esencial. Ugict-CGT, «Le monde du travail en confinement: une enquête inédite», mayo de 2020. https://luttevirale.fr/wp-content/uploads/2020/05/RAPPORT-ENQUETE-UGICT-CGT-VFINALE.pdf.
-
[2]
El libro se basa en una nota publicada en 2013 en la revista en línea Strike que tuvo un éxito viral, desencadenando una plétora de testimonios de trabajadores que se veían reflejados en sus afirmaciones.
-
[3]
Esto se debe en particular a la falta de rigor de una definición que ni siquiera el propio autor aplica sistemáticamente, a la cuestionable equivalencia que establece entre el sentimiento de inutilidad y la inutilidad social objetiva, a una escasa fundamentación en las ciencias del trabajo y también a los límites que supone recurrir a un simple sondeo para cuantificar el fenómeno.
-
[4]
Se basa en este punto en un sondeo de YouGov de agosto de 2015 que preguntaba a los encuestados: «¿Considera que su empleo aporta algo significativo al mundo o considera que no aporta nada?». https://d25d2506sfb94s.cloudfront.net/cumulus_uploads/document/g0h77ytkkm/Opi_InternalResults_150811_Work_W.pdf.
-
[5]
La supuesta utilidad de los empleos es a veces entendida a partir del sentimiento subjetivo de los individuos respecto a su trabajo y otras veces a partir del propio sentimiento del autor que emite juicios personales. En estos casos, el hecho de no ser útil y el de no hacer sencillamente nada son frecuentemente igualados y empleados indistintamente, algo que no deja de plantear problemas.
-
[6]
Los ejemplos son más situaciones que oficios, en el sentido tradicional del término, algo que recoge bien la voz inglesa job y no tanto la palabra «empleo» o «trabajo» en español.
-
[7]
Sobre el papel de las corporaciones en la regulación de las remuneraciones en la Edad Media, véase el artículo de François Rivière en este mismo número.
-
[8]
Graeber cita cinco, desde los lacayos que funcionan como un signo ostentatorio de la importancia de sus empleadores, a los supervisores, que asignan tareas inútiles a sus empleados.
-
[9]
La expresión «keynesian bargain» empleada por el autor puede compararse con otras fórmulas más extendidas, como el Keynesian o Post-war consensus, que hace referencia a la cooperación entre los dos grandes partidos políticos británicos. Es una manera de subrayar la importancia de la negociación y de las relaciones de poder en las relaciones industriales.