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1 La psicopatía es un trastorno de la personalidad caracterizado por trastornos emocionales y conductas antisociales. No se trata de una enfermedad mental en el sentido estricto del término: contrario a la psicosis, la psicopatía no afecta la racionalidad del sujeto ni la consciencia de sus acciones (Hare 1999, 22-23). Desde un punto de vista psiquiátrico, este trastorno de la personalidad no implica una forma de criminalidad específica. No todos los psicópatas son violadores o asesinos (102-107); cabe también decir que no todos son necesariamente criminales (113-116). La percepción y la atención de la psicopatía varían según los contextos culturales y socioeconómicos. Por lo tanto, las investigaciones sobre esta entidad nosológica son difícilmente extrapolables de un país a otro. La «falla narcisista», la «falta de dominio conductual» y la «falla del control emocional» definen, para la psiquiatría francesa, la «personalidad de base» del psicópata (Haute autorité de santé 2006, 8). El cálculo premeditado de actos criminales y la psicopatía son, en cambio, bastante compatibles dentro del DSM-IV o de la escala de Hare, cuyo uso predomina en los países de Norteamérica. Los problemas científicos y éticos en relación con estos dos instrumentos de diagnóstico (no superponibles sobre el marco teórico de la clínica francesa) constituyen el objeto del presente artículo.

2 En el mundo anglosajón, las respuestas jurídicas ante la psicopatía han sido objeto de pocos estudios. Sin embargo, la mayoría de los especialistas del derecho penal admiten que este síndrome solo pocas veces, o incluso nunca, prevalece como excusa del acto criminal (Malatesi y McMillan 2010, 41-61). La posibilidad de una responsabilidad mitigada del criminal psicópata es incomparablemente más débil que la probabilidad de un aumento de su condena. Consciente de sus actos, capaz de prudencia y premeditación, carente (o eso se supone) de cualquier compasión, el psicópata es también, según la psiquiatría, poco receptivo del carácter disuasivo del castigo (Blair, Mitchell y Blair 2005, 72-76). La justicia debe entonces establecer medidas preventivas frente a un tipo de criminal cuyo riesgo de reincidencia se considera como de los más elevados (Malatesi y McMillan 2010, 104-108).

3 La noción de peligrosidad aparece también en la visión estereotipada de las novelas policiacas y películas de terror: ni sometido a las fuerzas del demonio, ni presa de la locura, el espíritu del psicópata se caracteriza esencialmente por la inteligencia de la manipulación y el cálculo. Portador de la máscara de la normalidad, encarna al monstruo moral moderno, el personaje del asesino en serie tal como lo representa el escritor Thomas Harris. Debido a su carácter a menudo caricaturesco, las obras de ficción se diferencian evidentemente de los discursos especializados. Aquellas introducen amalgamas engañosas entre psicopatía y violencia extrema, y reducen, además, a algunos rasgos de personalidad impactantes (la falta de empatía, el encanto superficial y el carácter manipulador) un trastorno que la clínica se esfuerza por definir como un conjunto complejo de síntomas correlacionados. Sin embargo, el cine y la literatura no han perjudicado del todo a la psiquiatría: en particular a través del estereotipo del asesino en serie, la ficción ha permitido naturalizar la psicopatía describiéndola como un trastorno que existe independientemente del saber clínico y no como un concepto cuya pertinencia requiere ser cuestionada. Mientras que las películas y las novelas nos confrontan directamente con los actos o la intimidad del psicópata, el análisis científico se dirige en primer lugar a la validez de las clasificaciones psiquiátricas. Por lo tanto, la prioridad es determinar si el método de diagnóstico empleado permite identificar una patología específica que pueda ser tratada de manera precisa. Ahora bien, muchos debates se basan aún en el hecho de saber si la psicopatía designa un síndrome pertinente o si solo es una noción que se basa en los juicios de valor del profesional (Malatesi y McMillan 2010, 79-84). Después del Mental Health Act de 2007, Inglaterra suprimió la noción de psicopatía de su léxico jurídico; hubo dos motivos para esta decisión (26): el concepto ya no se considera útil y predominante desde un punto de vista clínico y parece demasiado estigmatizador (la noción criminológica de peligrosidad no debe perturbar el marco legal de la promoción de la salud mental). Este caso en concreto indica las implicaciones epistemológicas y éticas de los debates. El problema es saber si la psiquiatría se muestra fiel a su vocación terapéutica o sumisa a prácticas de discriminación o control social.

4 La psicopatía posee actualmente dos líneas de defensa: los resultados de las neurociencias parecen indicar que la persona psicópata es objeto de disfunciones que afectan algunos mecanismos mentales; por otro lado, la mayoría de sus rasgos de personalidad (como la ausencia de remordimiento, la impulsividad o la falta de empatía) parece contradecir los requisitos de la autonomía del agente moral. A partir de este hecho, varios aportes provenientes de la ética y la filosofía de la acción han sostenido la hipótesis de la irresponsabilidad del psicópata. Las anomalías cerebrales y las deficiencias del agente moral permitirían probar la legitimidad de un síndrome cuya coherencia, e incluso existencia, han sido cuestionadas durante mucho tiempo.

1 – El lugar de la psicopatía dentro de las clasificaciones psiquiátricas contemporáneas

5 Influenciado por las investigaciones de Hervey Cleckley (1964), el psiquiatra Robert D. Hare concentró sus esfuerzos en la creación de un método moderno de diagnóstico de la psicopatía. De sus trabajos nació la Psychopathy Checklist (1991), la cual se distingue claramente de la descripción de las personalidades antisociales suministrada por el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM).

1.1 – Las personalidades antisociales

6 Por mucho tiempo considerados como sinónimos, el antisocial personality disorder (ASPD, trastorno de personalidad antisocial) y la psicopatía designan, según Hare, trastornos completamente diferentes. El DSM-IV (American Psychiatric Association 2000, 645-650) define las personalidades antisociales según una serie de siete criterios conductuales: (1) la incapacidad repetida para adaptarse a las normas sociales; (2) el engaño caracterizado por la estafa, así como el uso repetido de la mentira e identidades ficticias; (3) la impulsividad o la incapacidad para planificar; (4) la irritabilidad y agresividad caracterizadas por ataques o conflictos psíquicos regulares; (5) la indiferencia por la seguridad propia y de los demás; (6) la irresponsabilidad o la incapacidad para cumplir con las obligaciones profesionales y financieras; (7) la ausencia de remordimiento que se manifiesta en la indiferencia y la racionalización de las faltas o crímenes. Para ser diagnosticado con personalidad antisocial, el paciente debe poseer al menos tres de las características mencionadas, tener al menos dieciocho años de edad y haber tenido «trastornos de conducta» antes de los quince años.

7 La metodología del DSM consiste en tener en cuenta síntomas lo suficientemente objetivos para ser entendidos de manera confiable por parte de todos los terapeutas. En otras palabras, se admite que la psiquiatría no podría basar sus diagnósticos en rasgos de personalidad que sean características puramente cualitativas. Para Hare (1999, 25), esta posición es discutible: debido a una definición esencialmente basada en actitudes o conductas transgresoras, la mayoría de los criminales responden a los criterios del ASPD. La noción de psicopatía escaparía, al contrario, a esta amalgama arbitraria entre criminalidad y patología. Estimaciones recientes (Blair, Mitchell y Blair 2005, 19) parecen confirmar este punto de vista: mientras que entre el 50 y el 80 por ciento de la población carcelaria corresponde al perfil de las personalidades antisociales, solo entre el 15 y el 25 por ciento poseería características psicopáticas. En otros términos, alrededor de un cuarto de las personalidades antisociales serían diagnosticadas como psicópatas. Por otro lado, James Blair, Derek Mitchell y Karina Blair (2005, 107-109) demostraron que el ASPD no permite identificar un trastorno preciso susceptible de ser tratado de una manera determinada, pues los circuitos neuronales responsables de la expresión y la regulación de la agresión reactiva [1] en las personalidades antisociales pueden estar afectados en diferentes zonas y según múltiples causas. [2]

1.2 – La Psychopathy Checklist de Robert D. Hare

8 La psicopatía sería una noción más precisa que el ASPD por pertenecer a un método de diagnóstico cualitativo que incluye a la vez los rasgos de personalidad y las conductas del paciente. La Psychopathy Checklist de Hare comprende veinte ítems, o sea el conjunto de síntomas cuya correlación forma el síndrome. El primer conjunto de factores indica las características interpersonales y afectivas relativas a la psicopatía: desenvoltura y encanto superficial, grandiosa estima de sí, mentira patológica, tendencia a la estafa y la manipulación, ausencia de remordimiento y de sentimiento de culpabilidad, emociones superficiales, insensibilidad y falta de empatía, incapacidad para admitir la responsabilidad de sus acciones. El segundo conjunto de factores describe las características propias del modo de vida y las actitudes antisociales de una persona psicópata: necesidad de estímulo/fuerte propensión al tedio, modo de vida parasitaria, falta de objetivos realistas a largo plazo, numerosas relaciones maritales de corta duración, impulsividad, irresponsabilidad, poco control de la conducta, problemas conductuales tempranos, delincuencia juvenil, revocación de la libertad condicional, promiscuidad sexual, versatilidad criminal. A partir de entrevistas semiestructuradas y un estudio profundo de los datos biográficos del paciente, el terapeuta atribuye a cada ítem un puntaje que va de cero a dos. Cuando la suma total es superior o igual a treinta, se estima que hay una fuerte probabilidad de psicopatía.

9 Hare describe el síndrome como el fracaso de los procesos de socialización que contribuyen a la adopción de las creencias, actitudes y valores determinantes para las relaciones interpersonales. Con el apoyo de la familia, de la educación escolar y de las experiencias intersubjetivas, la consciencia asimila de manera progresiva las normas sociales. Así, la regulación de la conducta tiende a funcionar incluso independientemente de los controles externos como la ley y sus representantes o las expectativas de los demás. Un discurso interior (inner speech), que guía la deliberación de las acciones, se forma de manera gradual en la consciencia del sujeto. Ahora bien, la persona psicópata es «sin consciencia» debido a la ausencia de «impacto emocional» (Hare 1999, 77) de su discurso interior. Desde la infancia, los castigos producen ordinariamente fuertes conexiones entre las prohibiciones sociales y el sentimiento de ansiedad. Estas conexiones contribuyen a prevenir el paso al acto y pueden también suprimir la idea de realizar ciertos comportamientos tabús. No obstante, la psicopatía implica una experiencia fuertemente atenuada del miedo y la ansiedad: el proceso de algunos psicópatas se asemeja a la «historia criminal de un amnésico» (79) que borra constantemente el recuerdo de las disuasiones y recuperaciones del pasado. Privados de remordimiento y empatía, la consciencia sobre las consecuencias de su conducta ante el otro es por lo general vaga. Además, sus intereses y satisfacciones inmediatos se oponen constantemente a proyectos a largo plazo inexistentes o borrosos. Cuando el psicópata considera sus acciones en su fuero interno, lee fríamente «las líneas» (78) de un texto: su discurso interior es un encadenamiento coherente de palabras, pero despojado de cualquier resonancia afectiva. Sin embargo, su responsabilidad moral no se cuestiona: la libertad de la que goza parece más amplia que la de la persona sociabilizada. A diferencia de este, la persona psicópata parece menos limitada en cuanto a la selección y elección de las reglas o restricciones a las que quisiera someterse. Aunque evalúa sus conductas sin importarle herir a otro, en ausencia de toda ansiedad e independiente de las consecuencias a largo plazo, sus capacidades de deliberación permanecen intactas frente a un campo de acciones posibles más vasto que el del sujeto socializado.

2 – El problema de la validez del concepto de psicopatía dentro de las clasificaciones psiquiátricas

10 El asunto es saber si esta descripción de la psicopatía designa cierta realidad exterior o bien un concepto psiquiátrico puramente artificial. Para Paul E. Mullen (2007), la Psychopathy Checklist es un método de diagnóstico que reposa esencialmente en los juicios de valor del médico. Más que determinar la existencia de una patología, el psiquiatra daría una estimación de la conformidad social del sujeto, intentaría ponerse en el lugar de un paciente que se supone insensible y formularía su grado de repugnancia frente a un sujeto incapaz de expresar la vergüenza y la culpabilidad propias de su conducta desviada.

11 Esta crítica plantea en primer lugar el problema de la fiabilidad de la clasificación establecida por Hare. Las descripciones deben conllevar un grado satisfactorio de fiabilidad interevaluador. Los términos empleados deben tener una significación suficientemente precisa para que puedan ser entendidos de igual manera por los diferentes psiquiatras que los usarán. Ahora bien, algunos síntomas como la impulsividad, la falta de empatía o la superficialidad de las emociones parecen particularmente problemáticos de describir e identificar. La dificultad consiste, en efecto, en saber sobre qué base la medicina mental podría ponerse de acuerdo en cuanto al sentido y el uso de estos criterios. Varios estudios han tratado de demostrar que el diagnóstico de la psicopatía respeta las exigencias de la fiabilidad interevaluador (Malatesi y McMillan 2010, 94-96). Robert D. Hare y Craig S. Neumann admiten, sin embargo, que los riesgos de error están lejos de ser inexistentes. En el tribunal, en el contexto de procedimientos contradictorios, cierto número de valoraciones pueden estar especialmente sesgadas (96). La impericia en cuanto al diagnóstico de la psicopatía implica, de todas formas, consecuencias desastrosas: un paciente que recibe una etiqueta de peligrosidad que no le corresponde estará necesariamente en una posición de desventaja frente a la sociedad y sus instituciones jurídicas. Si bien es evidentemente necesario apelar a la ética y al profesionalismo de los psiquiatras (Hare 1999, 180-181; Malatesi y McMillan 2010, 96), es poco probable que estas medidas puedan por sí solas limitar los riesgos de error de diagnóstico.

12 Otra manera de defender la validez de una clasificación es evidenciando su valor predictivo. Hare (1999, 96) subraya que los psicópatas presentan una tasa de reincidencia dos veces más elevada que los demás criminales, señalando también una media de reincidencias violentas tres veces más elevada que entre los demás detenidos. Estudios recientes indican que la psicopatía, asociada a desviaciones sexuales, aparece como un importante factor predictivo de repetición de los crímenes violentos en general (Gretton et al. 2001). Algunos trabajos buscan también demostrar que los psicópatas autores de crímenes sexuales se distinguen por un sadismo particularmente elevado (Porter et al. 2003). Según Mullen (2007), los resultados de los estudios sobre la reincidencia y la peligrosidad son una simple reiteración de las características de la psicopatía: al definir al paciente mediante un conjunto de actos y actitudes antisociales, el profesional le atribuiría, por el mismo motivo, un grado de riesgo particularmente alto de reincidencia violenta. Desde luego, las correlaciones establecidas entre la reincidencia y la psicopatía son significativamente más altas en comparación con las personalidades antisociales definidas por el DSM (Blair, Mitchell y Blair 2005, 15-16). Pero, al incluir en su definición los rasgos de personalidad y conducta del paciente, la psicopatía se inscribe también, de entrada, en la caracterización de una clase de criminales sensiblemente más peligrosos.

13 Como quiera que sea, el hecho de que la psicopatía sea principalmente un factor predictivo de la reincidencia puede parecer problemático. La determinación de la probabilidad y los grados de riesgo de reincidencia violenta, aunque sea precisa, no implica la identificación adecuada de una patología. En contraste con las evaluaciones sobre la peligrosidad, las investigaciones terapéuticas sobre la psicopatía se han estancado de manera significativa (Malatesi y McMillan 2010, 155-181). Los fracasos de las terapias están normalmente asociados a las dificultades para adaptarse a la personalidad del psicópata. La mentira patológica, la falta de empatía, la grandiosa estima de sí mismo, la ausencia de remordimiento, etc., pueden considerarse como características que van en contra de la introspección exigida por el psicoanálisis o la comunicación necesaria en una terapia grupal (156; Meloy 2002, 286-291). Autores como John Gunn (2003) y Ronald Blackburn (1988) estiman que las terapias están naturalmente condenadas al fracaso, pues la psicopatía designaría más los juicios morales del terapeuta (o su estimación de la adecuación social del paciente) que una verdadera patología. El «antipsiquiatra» Thomas Szasz (2003) denuncia la asimilación abusiva de los trastornos de la personalidad a un vocabulario de tipo médico. Conceptos tales como psicopatía o ASPD le permitirían a la psiquiatría camuflar sus prácticas de control social mediante supuestos problemas de salud mental. La terapia sería esencialmente la máscara de una técnica consistente en identificar y aislar a los individuos peligrosos sobre los que el funcionamiento común de las instituciones policiales y jurídicas no ejerce ningún control. En consonancia directa con estas críticas, Mullen (2007, 146) define la psicopatía como la «herramienta central de la nueva era carcelaria» basada en la predicción y la prevención del crimen. Aunque el progreso terapéutico es limitado, los test derivados de la Psychopathy Checklist, al contrario, se han multiplicado durante los últimos veinte años, ampliando la identificación de los signos precursores del trastorno hasta los ámbitos escolares y familiares: además de la «screen version» (versión de cribado) (PCL: SV) y la «youth version» (versión juvenil) (PCL: YV) de la Psychopathy Checklist, también empiezan a aparecer nuevos test de autoevaluación tales como el Youth Psychopathic Traits Inventory (YPI), el Psychopathy Personality Inventory (PPI) o el Levenson Self-Report Psychopathy scale (LSRP) (Malatesi y McMillan 2010, 99-101).

3 – El cerebro del psicópata y sus disfunciones

14 La discriminación social y las dificultades prácticas relacionadas con el diagnóstico de una patología no implican necesariamente su falta de coherencia o de existencia. Pese a las críticas de las que es objeto, la psicopatía podría reflejar cierto aspecto de la realidad exterior, a saber, disfunciones correlacionadas con fenómenos neurológicos determinados. Algunos test empíricos han permitido especificar los rasgos de personalidad psicopática: experiencia atenuada del miedo y la empatía, dificultades relativas a ciertos aprendizajes instrumentales, débiles razonamientos morales y conocimiento reducido del contenido emocional de las palabras. [3] Sin embargo, la dificultad reside en determinar si dichas características designan verdaderas disfunciones y si estas pueden explicarse mediante un modelo neurocognitivo homogéneo.

3.1 – Disfunciones asociadas a la psicopatía

15 Los experimentos de David T. Lykken (1957) indican una correlación entre la psicopatía y una experiencia disminuida del miedo: en el caso del condicionamiento mediante un estímulo aversivo (asociar la experiencia desagradable de una descarga eléctrica con el sonido de un timbre), la actividad electrodérmica de los psicópatas es considerablemente reducida en relación con el grupo de control. Algunos test indican también reacciones fisiológicas disminuidas en cuanto a las representaciones imaginarias de situaciones aterradoras (Patrick, Cuthbert y Lang 1994). En cambio, cuando se enfrentan a imágenes amenazantes (un arma que apunta, un cuerpo mutilado o un perro agresivo), los psicópatas no presentan ninguna diferencia en relación con los diferentes grupos de control (Blair, Mitchell y Blair 2005, 50).

16 Una serie de investigaciones permite observar la actividad electrodérmica disminuida del psicópata ante el sufrimiento de otro (House y Milligan 1976, 2). Por otro lado, las investigaciones llevadas a cabo por Blair, Mitchell y Blair (2005, 54-56) permitieron reconocer las dificultades de identificación de las expresiones faciales de pavor en el sujeto psicópata. Estos resultados empíricos no podrían justificar conclusiones demasiado prematuras. La reducción de la actividad electrodérmica y las dificultades para reconocer los rostros atemorizados no demuestran una insensibilidad total con respecto al sufrimiento del otro. Estos hechos tampoco permiten deducir la ausencia de empatía —que es un tema bastante más complejo que la simpatía o el contagio emocional—. Representar al psicópata como un individuo privado de toda emoción sería inexacto: no hay indicios que prueben la ausencia de sensaciones o de comprensión de nociones como alegría, ira, tristeza o vergüenza (56, 127).

17 Las teorías de Elliot Turiel sobre el desarrollo moral han permitido poner a prueba el razonamiento moral de los psicópatas (Blair, Mitchell y Blair 2005, 57-59). En este experimento, los sujetos deben distinguir las transgresiones morales (que afectan los derechos y el bienestar del otro) de la transgresión de las convenciones (que afecta esencialmente el orden social). Independientemente de las variables culturales, esta diferenciación de las transgresiones se formaría por lo general a partir del tercer o cuarto año de la infancia. Los psicópatas reconocen que las violaciones de la moral son más graves que la falta de respeto a las convenciones, pero, a diferencia de los grupos de control, no justifican esta distinción mediante la referencia sistemática al estatus de las víctimas. Por otro lado, cuando los investigadores retiran las reglas que prohíben las transgresiones, se hace más significativa la dificultad para operar la diferenciación entre moral y convención.

18 Desde el punto de vista de la razón práctica, a la psicopatía se asocian disfunciones muy precisas. El síndrome no afecta los aprendizajes que se basan en la conexión estímulo-respuesta (es decir, la formación de una asociación entre un estímulo y una respuesta motriz), sino principalmente los aprendizajes que dependen del refuerzo de los estímulos (a saber, la formación de una asociación entre un estímulo y la recompensa o el castigo). Lykken (1957) fue el primero en poner de relieve las deficiencias del psicópata en cuanto al aprendizaje por evitación pasiva (passive avoidance learning), que consiste en responder a los estímulos que implican una recompensa e ignorar los estímulos que implican un castigo. Si bien muchas investigaciones confirman estos resultados, otros estudios indican también que el psicópata encuentra dificultades para modificar sus respuestas conductuales cuando su primera reacción ante un estímulo ya no implica una recompensa, sino una sanción (Blair, Mitchell y Blair 2005, 51-53).

3.2 – Las teorías neurocognitivas

19 Más que hacer el inventario de las múltiples hipótesis sobre los fundamentos neurológicos de la psicopatía, vale la pena recordar las tres corrientes teóricas más importantes, así como las dificultades que afectan los estudios de neuroimagen. Varios investigadores han defendido la idea según la cual la psicopatía dependería de un funcionamiento anormal del hipocampo implicado en la regulación de la ansiedad (Gorenstein y Newman 1980, 26). No obstante, las neurociencias asocian desde hace un tiempo esta zona cerebral principalmente a funciones que tienen que ver con la memoria y representación del espacio (Malatesi y McMillan 2010, 88). Por otro lado, parece dudosa la idea de que el miedo depende de un solo sistema neurocognitivo. Las investigaciones actuales sugieren más bien la existencia de varias unidades que tienen por objetos respectivos el condicionamiento aversivo, el aprendizaje instrumental y la aprehensión de las amenazas sociales (Blair, Mitchell y Blair 2005, 74). Finalmente, la hipótesis del papel crucial que desempeña el miedo con respecto a la socialización ha sido objeto de muchas objeciones. Las ansiedades asociadas al riesgo del castigo no permiten explicar por qué los sujetos no evalúan de manera idéntica todas las transgresiones, distinguiendo, por ejemplo, la violación de la moral de la falta de respeto a las convenciones. Por otro lado, investigaciones concurrentes, como las de Martin L. Hoffman (1994), defienden la idea de una socialización principalmente basada en la inducción y la promoción de la empatía. De esta manera, dichas observaciones refutan en parte la descripción propuesta por Hare del psicópata antisocial en razón de su experiencia disminuida del miedo.

20 Debido a su probable implicación en cuanto a la representación de las emociones y el control de los recursos cognitivos y motrices para las conductas dirigidas por objetivos (goal directed behavior), los lóbulos frontales (y más particularmente la corteza prefrontal) también han llamado la atención de los investigadores (Gorenstein 1982, 29). Las deficiencias estructurales y funcionales de estas zonas cerebrales podrían, en efecto, sustentar una explicación más completa de la psicopatía, que dé cuenta a la vez de sus características antisociales y sus propiedades interpersonales o afectivas. Sin embargo, Blair, Mitchell y Blair (2005, 90) objetan que las lesiones frontales tienen principalmente correlación con la agresión reactiva y no con la agresión instrumental que caracteriza a la psicopatía. El vínculo preciso entre estas lesiones y el riesgo probable de conductas antisociales parece, por lo demás, difícil de establecer. Una hipótesis más precisa relaciona la psicopatía con una disfunción de la corteza orbitofrontal y frontal medial que afecta la formación de marcadores somáticos. [4] Pero, en el estado actual, los estudios sugieren problemas que tienen que ver más con el uso de los marcadores somáticos durante las decisiones de acción que con su formación propiamente dicha (92-94).

21 Dado que desempeña un papel central en el llamado cerebro «emocional», el complejo amigdalino permitiría la formación de tres tipos de asociaciones: (1) estímulo condicionado y respuesta incondicionada, (2) estímulo condicionado y representación afectiva, (3) estímulo condicionado y valencias positivas o negativas de las propiedades sensibles del estímulo no condicionado (Blair, Mitchell y Blair 2005, 114-115). Al formular la hipótesis de una disfunción de este complejo, los trabajos de Blair (120-122) tienen el mérito de explicar los fracasos del psicópata para los aprendizajes instrumentales que dependen del refuerzo de los estímulos, por ejemplo, su débil receptividad del castigo en el contexto preciso del aprendizaje mediante la evitación pasiva. Las deficiencias de la amígdala indicarían también que los errores de razonamiento moral y la predisposición a las conductas antisociales dependen del fracaso de un condicionamiento aversivo, pues el psicópata se distingue por su débil capacidad para asociar la gravedad de las transgresiones con la experiencia desagradable que resulta del sufrimiento del otro (124-128). Como quiera que sea, Blair admite que estos hechos no serían suficientes para dar cuenta de la manifestación completa del síndrome: aunque la psicopatía depende en primer lugar de disfunciones emocionales, algunos factores socioeconómicos, así como deficiencias de la corteza ventrolateral y orbitofrontal, parecen determinar sus características conductuales (39, 138-140).

22 De modo general, los resultados de las imágenes por resonancia magnética ofrecen una representación del síndrome sumamente heterogénea. Las investigaciones realizadas entre 2000 y 2008 evidenciaron diecisiete zonas cerebrales cuyas «disfunciones» podrían estar asociadas con la psicopatía (Malatesi y McMillan 2010, 132-133). Actualmente, es imposible estimar cómo estos resultados podrían dar lugar a un modelo explicativo único y coherente. En su calidad de concepto, la psicopatía no resiste el criterio de validez absoluta que exige «cortar la naturaleza según sus articulaciones». Puesto que no se apoya solo en criterios de diagnóstico discutibles, fracasa también en la designación de una realidad homogénea e independiente desde el punto de vista de las descripciones neurocientíficas. Blackburn (1988) y Gunn (2003) estiman que las diferentes características del síndrome dependen de fundamentos neuronales distintos. Por lo tanto, las exigencias de la precisión científica y de la eficacia terapéutica justificarían la retirada de la psicopatía de las clasificaciones psiquiátricas. Debido a sus connotaciones morales y a las numerosas apropiaciones por parte de la literatura y el cine, este supuesto trastorno de la personalidad finalmente se habría beneficiado de un fenómeno de cosificación.

23 Al no pretender ya situarse en el ámbito de las clasificaciones naturales, Hare defiende en adelante los beneficios teóricos del concepto de psicopatía. Aunque admitiendo el carácter artificial de este, sería posible aceptar su utilidad como paradigma de investigación. Pero la transformación de la psicopatía en paradigma se apoya actualmente en meras analogías: a partir de los resultados de las neuroimágenes, Hare observa únicamente algunos cotejos con el «sistema paralímbico» y el «cerebro social» estudiados por las ciencias cognitivas (Malatesi y McMillan 2010, 139-142).

4 – Psicopatía y responsabilidad moral

24 De manera general, la psiquiatría admite que, sin cuestionar la responsabilidad de los autores, la psicopatía predispone a las conductas criminales. Por el contrario, muchos trabajos filosóficos defienden la idea de que el síndrome destruye las condiciones de posibilidad de la conducta moral. No se puede ignorar la importancia de estas investigaciones: el concepto de psicopatía aún guarda cierta consistencia dado que designa una categoría singular de criminales cuya responsabilidad parece problemática. Por interesantes que sean, los discursos filosóficos adolecen a menudo de una sobreinterpretación de los datos empíricos y no logran elevarse por encima de las querellas metaéticas. Por otro lado, desde una perspectiva social y jurídica, las hipótesis que introducen parecen inaceptables.

4.1 – Psicopatía y filosofía moral

25 Sin pretender hacer un resumen exhaustivo de una literatura que es a la vez densa y compleja, es sin embargo interesante señalar que corrientes filosóficas tan opuestas como el racionalismo y las teorías del sentido moral logran ponerse de acuerdo sobre la irresponsabilidad del criminal psicópata. Si bien el kantiano Jeffrie G. Murphy (1972) considera al psicópata como un sujeto «moralmente muerto», autores como Neil Levy (Malatesi y McMillan 2010, 213-226) o Jesse Prinz (2006) estiman que la ausencia de juicio moral depende principalmente de sus disfunciones emocionales. Dado que el psicópata se caracteriza a la vez por las deficiencias de su razón práctica y la superficialidad de sus afectos, escuelas de pensamiento muy opuestas pueden percibir en él la confirmación de sus teorías sobre los fundamentos de la moral.

26 Como señala Vinit Haksar (1965), el problema central parece ser determinar si el psicópata comparte nuestro mismo sistema de valores. Aunque conservando su consciencia y sus facultades de razonamiento, este podría ser un «extranjero» que observa e imita nuestro orden social sin por ello poder hacerlo suyo plenamente. A decir verdad, estos interrogantes se plantean ya cuando Hare describe la vacuidad de los discursos interiores (inner speeches) del psicópata. La idea de un sujeto responsable a pesar de su falta de temor, empatía y preocupaciones a largo plazo parece efectivamente discutible. Los trabajos de Antony Duff (1977; Malatesi y McMillan 2010, 199-212) se esfuerzan por demostrar que el psicópata no podría responder por sus acciones: puede, por supuesto, imitar una sociedad a la que es ajeno, pero será incapaz de participar en los discursos o actividades caracterizados por valores que no posee. Si bien experimenta valores que dependen de los deseos y los impulsos, el psicópata no podría acceder a los valores provenientes de los juicios normativos que enseñan las emociones. Por ello, su incapacidad para situarse en el entorno de la razón práctica es impresionante: la sociedad quisiera preguntarle al criminal psicópata por qué actuó de esa manera pese a las razones moralmente buenas que se le oponían, pero él no podría responder por sus faltas mediante la excusa, la justificación o la confesión. Sin realmente entender nuestras razones morales, el psicópata no podrá explicar por qué su conducta va en su contra. Al establecer una fuerte conexión entre motivación y conocimiento morales, Duff llega así a conclusiones contrarias a las de Hare.

27 En el marco de las teorías del sentido moral, Levy también describe al psicópata como una persona naturalmente ajena a los sistemas de valores que compartimos. En la evolución de nuestra especie, la moral es adaptativa si y solo si motiva a los seres vivos. Ahora bien, las emociones son el medio primario por el cual la motivación se implanta en nuestro linaje. En otras palabras, Levy sostiene que las intuiciones morales se transmiten necesariamente en los afectos. La incapacidad del psicópata para asociar la gravedad de la transgresión con el estímulo aversivo que resulta del sufrimiento de la víctima parece entonces confirmar estas bases teóricas: las disfunciones emocionales explicarían la incapacidad de diferenciar la moral de las convenciones sociales. En ausencia de las intuiciones correspondientes, el psicópata no podría entender lo que hace que ciertas normas sean distintivamente morales (Malatesi y McMillan 2010, 223-224).

4.2 – La irresponsabilidad del psicópata: un problema filosófico y social

28 Considerar al psicópata como un «extranjero» es algo problemático por varias razones. Los trabajos de Duff y de Levy adolecen, en primer lugar, de una sobreinterpretación de los datos empíricos: las investigaciones sobre la psicopatía no indican la ausencia de las emociones, sino a lo sumo su carácter atenuado. A propósito, los trabajos de Jeanette Kennett se enfrentan a las mismas dificultades (Malatesi y McMillan 2010, 243-259). Al adoptar una perspectiva kantiana, sus reflexiones sostienen que el psicópata no posee la predisposición natural del espíritu a verse afectado por los conceptos del deber. Destacando la oposición de sus deseos y acciones a sus juicios morales, el psicópata no experimentaría de manera normal el sentimiento desagradable de la «disonancia cognitiva». Pero cuando los filósofos admiten, al igual que Hare, la ausencia de impacto emocional de los discursos interiores (inner speeches) del psicópata, sus argumentos se sitúan más allá de lo que las investigaciones actuales están en posición de demostrar.

29 Por otro lado, las reflexiones éticas no asimilan necesariamente la psicopatía a una negación completa de los fundamentos de la acción moral. Filósofos como Walter Glannon (2008) o Ishtiyaque Haji consideran que el síndrome implica una responsabilidad moral mitigada con un grado de importancia variable (Malatesi y McMillan 2010, 260-281). Estos dos autores admiten que la psicopatía es un continuo: dado que las características del trastorno pueden expresarse según escalas de intensidad diferentes, parece difícil establecer un discurso general y rígido sobre la responsabilidad moral.

30 Admitiendo la incapacidad del psicópata para asimilar nuestros valores morales, Manuel Vargas y Shaun Nichols (2007) objetan que la transgresión consciente de reglas que valoramos podría implicar cierto grado de culpabilidad. En otras palabras, pese a las deficiencias morales, la violación de las convenciones sociales podría comprometer la lucidez y la responsabilidad del psicópata. Robert J. Smith (1984), quien adopta un punto de vista más sociocultural, se pregunta si las reflexiones morales sobre la psicopatía no implicarían cierta ingenuidad. Describir al psicópata como una persona ajena al orden establecido negaría que una sociedad posee dos tipos de valores: los que idealiza o quisiera creer que se practican y los que prevalecen generalmente en la vida en común. Dado su egoísmo moral y su cinismo, el psicópata sería solo el reflejo caricaturesco de los valores de éxito de la economía capitalista. Si abandonamos el marco de nuestras representaciones angelicales, estaríamos entonces obligados a admitir que este individuo declarado como antisocial es en realidad alguien fuertemente socializado.

31 La psicopatía no es un descubrimiento lo suficientemente decisivo como para obligar a los filósofos a que redefinan sus hipótesis. Como lo señala Heidi L. Maibom (Malatesi y McMillan 2010, 239), el estudio del síndrome no tiene actualmente el estatus de experiencia crucial que permitiría elegir entre el racionalismo y las teorías del sentido moral. La posición de Matt Matravers (2007) contribuye a reforzar tal escepticismo: por un lado, la filosofía no puede responder a la pregunta sobre la responsabilidad del psicópata privándose de sus debates metaéticos y, por otro lado, ignorar el contexto general (el derecho, la sociedad y la psicología del sentido común) en el que se define la responsabilidad.

32 Por ejemplo, definir la irresponsabilidad del psicópata a partir de la superficialidad de sus emociones no es un gesto anodino. Al hacer depender la consciencia moral de las respuestas afectivas del sujeto ante el sufrimiento de sus víctimas, el principio de responsabilidad corre el riesgo de volverse inoperante. Puesto que no implica la ausencia completa de las emociones, la psicopatía es también un síndrome cuya expresión puede presentar diferencias de intensidad de un individuo a otro. Por lo tanto, la sociedad debería estar de acuerdo en el nivel mínimo de las respuestas emocionales que garantiza la autonomía moral del sujeto. Blair (2007) señala que algunas investigaciones recientes demuestran que ciertos trastornos de la ansiedad implican un aumento en el desarrollo de la consciencia moral: siguiendo la lógica de la desresponsabilización del psicópata, entonces también habría que admitir la hipótesis absurda de que algunas personas presentan un grado de responsabilidad superior a la norma de la responsabilidad misma.

5 – Conclusión

33 Con el deseo de superar la oposición clásica entre hechos y valores en el marco de los debates sobre la definición de las patologías mentales, el filósofo Jerome C. Wakefield (1992) propuso el concepto híbrido de la enfermedad entendida como «disfunción dañina» (harmful dysfunction): mientras que la «disfunción» es un término científico (hechos) que designa el fracaso de un mecanismo mental para cumplir una función para la cual fue seleccionado por la evolución, los estándares socioculturales (valores) determinan su carácter «dañino» o mórbido. En cuanto al psicópata, es claro que la sociedad no podría considerar sus actos transgresores como el signo inmediato de una enfermedad. Por otro lado, la mayoría de los datos empíricos sobre el psicópata no indican disfunciones propiamente dichas, sino diferencias de tipo estadístico: la intensidad de sus emociones es inferior al promedio, sus aptitudes para reconocer ciertas expresiones faciales parecen debilitadas, sus razonamientos morales parecen menos eficaces, etc. Los trabajos de James Blair, Mitchell y Blair (2005, 37), centrados en el sistema amigdalino y las deficiencias relacionadas con el aprendizaje emocional del psicópata, están tal vez más cerca de la definición de una verdadera disfunción. Al demostrar por qué el psicópata actúa en contra de sus propios intereses en el marco de ciertos condicionamientos instrumentales, estas teorías podrían también permitir una definición socialmente aceptable de la patología. Pero se trataría entonces de un trastorno de la personalidad totalmente diferente de la psicopatía, ya que, Blair mismo lo afirma, las disfunciones identificadas conducen a la expresión de conductas violentas e inmorales solo en función de parámetros neurológicos y socioeconómicos (que ejercen una influencia restrictiva sobre las motivaciones y las decisiones de acción) complementarios.

34 Este ejemplo demuestra que el hecho de situar las conductas antisociales en consonancia con una patología constituye a la vez la fuerza y la debilidad de la psicopatía: mientras la peligrosidad, la conducta y la vida emocional de los criminales han sido pocas veces estudiadas tan detalladamente, las terapias han tenido un estancamiento bastante significativo. Los rechazos, justificados, de ver los actos transgresores del psicópata como las consecuencias directas de su trastorno han conducido innegablemente a irresolubles conflictos de interés entre los imperativos del tratamiento y las prácticas de la sanción y el control social. Pero el concepto de psicopatía también se ha beneficiado de su propia ambigüedad: al transformar el enigma de la responsabilidad criminal en síndrome y al apelar a los esfuerzos conjuntos de la psiquiatría, la neurología y la filosofía moral, su aparente coherencia se ha podido finalmente salvaguardar.

Post-Scriptum

35 Allá por el año 2014, todavía era candidato a doctor en filosofía. El objetivo de mi disertación era indagar en el tema del homicidio en serie a través de la filosofía de la ciencia. Esto me llevó al tema de la psicopatía y a escribir mi primer trabajo de investigación, aquí traducido, que fue publicado unos meses antes de aprobarse la defensa de mi disertación. En retrospectiva, observo que, a pesar de algunas deficiencias en la argumentación y de un estilo de escritura innecesariamente enrevesado, mi artículo presenta algunos argumentos clave que no difieren mucho de mi opinión actual sobre el tema de la psicopatía. De hecho, sigo manteniendo la opinión de que la mayoría de las especulaciones filosóficas sobre la falta de responsabilidad moral de los psicópatas presentan defectos graves. Además, sigo convencido de que el estudio de la psicopatía no puede servir como experimentum crucis para determinar si, por ejemplo, la teoría del sentido moral sería superior al racionalismo moral. En mi artículo, me referí al experimento de Blair que sugiere que los psicópatas tendrían dificultades para distinguir la moralidad de las convenciones. Este experimento ha sido la columna vertebral de la afirmación de Shaun Nichols en el sentido de que los psicópatas «amenazan el racionalismo moral» (The Monist, 2002). Sin embargo, desde que Aharoni realizó otras evaluaciones («What’s wrong? Moral understanding in psychopathic offenders», 2014), se hizo cada vez más evidente la imposibilidad de corroborar la hipótesis de una correlación significativa entre la psicopatía y la incapacidad de clasificar con precisión las transgresiones morales/convencionales… Una opinión similar a mi crítica sobre la forma en que los filósofos morales estudian la psicopatía ha sido defendida más recientemente —y, en mi opinión, de forma más convincente— por Jalava y Griffiths en su artículo «Philosophers on psychopaths: A cautionary tale in interdisciplinarity» (Philosophy, Psychiatry, & Psychology, 2017), al que remito a los lectores.

36 En otro orden de cosas, ¿cuál sería hoy mi respuesta a la pregunta que me propuse abordar hace unos ocho años: «¿es la psicopatía un concepto coherente?»? Mi postura actual es la de la suspensión del juicio. Por un lado, ciertamente no creo que la investigación sobre los psicópatas deba considerarse a priori como un callejón sin salida. Por otro lado, sin embargo, creo que el estudio de la psicopatía debe estar sujeto a dos restricciones. En primer lugar, me parece importante construir una nueva definición de psicopatía que, a diferencia de la Psychopathy Checklist de Hare, no se apoye en ningún tipo de rasgo criminológico y caracterice más específicamente los rasgos interpersonales y afectivos con el fin de minimizar el riesgo de inferencias arbitrarias por parte de psiquiatras o psicólogos. En segundo lugar, estoy convencido de que la cuestión del poder explicativo del concepto de psicopatía debe considerarse prioritaria. Levin y Fox («Normalcy in Behavioral Characteristics of the Sadistic Serial Killer», 2008) tienen ciertamente razón cuando sostienen que, en lo que respecta a las características conductuales de los asesinos en serie sádicos, la psicología del sentido común puede proporcionar una explicación igual de satisfactoria (si no más) que el concepto de psicopatía. Sin embargo, no reconocen la conclusión muy específica que debería derivarse de sus observaciones: si el concepto de psicopatía se refiere a algo más que un juicio de valor o un conjunto de características conductuales, entonces es crucial mostrar cómo ese concepto puede arrojar nueva luz sobre aspectos hasta ahora desconcertantes o enigmáticos del comportamiento humano (ya sea violento o no). Para una exposición más detallada de mis posiciones actuales sobre todas esas cuestiones, los lectores pueden consultar mi capítulo sobre la psicopatía en L’élaboration mentale (ed. Raphaële Miljkovitch y Caroline Beauvais, 2021).

37 Desde 2014, el creciente interés por la psicopatía por parte del público en general, los psiquiatras y los psicólogos no ha disminuido. Una explicación tentativa de este fenómeno podría encontrarse en la evolución de nuestra cultura moral. Ya sea a través del postureo ético, la cultura de la cancelación, la policía del lenguaje, la creación de «espacios seguros», el crecimiento de la vigilancia digital o las medidas de prevención durante la pandemia del COVID-19, existe una tendencia creciente en nuestras sociedades occidentales a reducir el comportamiento moral a meras operaciones técnicas. Esta tendencia está muy en consonancia con la evolución histórica ya identificada por los grandes pensadores del siglo XX; nuestras sociedades se están convirtiendo cada vez más en sociedades de control. Una consecuencia importante de ello es que cada vez es más difícil saber hasta qué punto nuestro comportamiento moral puede seguir considerándose profundamente relacionado con la interioridad de los pensamientos y los sentimientos. Hay que reconocer que el estereotipo del psicópata es aterrador. Pero la superficialidad emocional, la falta de empatía y de remordimiento que otorgamos a ese estereotipo también podría servir para tranquilizarnos. La idea del psicópata, diría yo, nos ayuda a fomentar nuestra creencia de que todavía habría algo profundamente sincero en el centro de nuestra cultura moral. Necesitamos el símbolo negativo del psicópata como un contrapunto. Lo necesitamos para seguir convencidos de que nuestra cultura moral, profundamente mecanizada, todavía tiene un rostro humano.

38 26 de abril de 2022

Notes

  • [1]
    Mientras que la agresión instrumental tiene como objetivo la consecución de una meta específica y deseada, la agresión reactiva (o impulsiva) depende de un factor frustrante o amenazante (el acto violento se inicia independientemente de la consideración de una meta potencial). Según James Blair, la agresión instrumental y la agresión reactiva están mediatizadas por dos sistemas neurocognitivos distintos. También defiende la idea de que los individuos violentos se dividen en dos grupos: (a) en quienes la agresividad es puramente reactiva, y (b) los que presentan, a semejanza de los psicópatas, un nivel conjuntamente elevado de agresividad instrumental e impulsiva (Blair, Mitchell y Blair 2005, 12-13).
  • [2]
    El aumento de la receptividad de las neuronas en la amígdala, el hipotálamo y la sustancia gris periacueductal puede provenir de factores genéticos o experiencias extremas/repetidas de amenazas externas —como el abuso físico o sexual—. Por otra parte, las disfunciones de la corteza frontal en sus regiones medial y orbital pueden ser el resultado de una alteración del sistema de la serotonina o de un trauma de nacimiento (Blair, Mitchell y Blair 2005, 107-109).
  • [3]
    Para la presente exposición, los resultados empíricos sobre el lenguaje de los psicópatas son secundarios (Hare 1999, 124-143; Blair, Mitchell y Blair 2005, 59-62). Una serie de hipótesis se basaba igualmente en las probables relaciones entre la psicopatía y los trastornos de atención, pero estas ya no son el centro de las investigaciones actuales (63-65).
  • [4]
    La función de las emociones sería limitar el espacio de las opciones consideradas durante las deliberaciones del sujeto. A través de la experiencia, las representaciones de acontecimientos se asocian a emociones determinadas y reciben una huella somática. Por ello, cuando el sujeto se refiera a tales representaciones para futuras acciones, experimentará sus efectos positivos o negativos que lo pondrán en una buena o mala disposición frente a las opciones relacionadas con el proceso de la decisión (Damásio 2010).
Español

Mientras que muchos psiquiatras consideran la psicopatía como una construcción científica coherente, algunos terapeutas y filósofos rechazan su pertinencia y la identifican con una mera herramienta de control social. Con el fin de esclarecer este debate, es pertinente estudiar los asuntos de las bases cerebrales y de la responsabilidad moral relacionadas con la psicopatía. Las neurociencias pretenden identificar algunas disfunciones en el psicópata. Por otro lado, la filosofía de la acción y la ética defienden cada vez más la idea de una irresponsabilidad moral del psicópata. Ahora bien, más que reforzar el concepto de psicopatía, las neurociencias parecen evidenciar sus muchos impasses teóricos. Al especular sobre la responsabilidad moral de los psicópatas, la filosofía parece, a su vez, entrar en debates éticos carentes de sentido.

  • psicopatía
  • neurociencias
  • filosofía de la acción
  • ética
  • epistemología
Français

Alors que de nombreux psychiatres considèrent la psychopathie comme une construction scientifique cohérente, un certain nombre de cliniciens et philosophes rejettent sa pertinence et l’identifient à un simple outil de contrôle social. Afin de clarifier ce débat, il convient d’étudier les questions des bases cérébrales et de la responsabilité morale relatives à la psychopathie. Les neurosciences prétendent identifier un certain nombre de dysfonctions chez le psychopathe. Par ailleurs, la philosophie de l’action et l’éthique défendent de plus en plus l’idée d’une irresponsabilité morale du psychopathe. Or, plutôt que de renforcer le concept de psychopathie, les neurosciences semblent mettre en évidence ses nombreuses impasses théoriques. En spéculant sur la responsabilité morale des psychopathes, la philosophie semble, d’autre part, s’engager dans des débats éthiques vides de sens.

  • psychopathie
  • neurosciences
  • philosophie de l’action
  • éthique
  • épistémologie
  • Lecturas adicionales

    • 1
      Aharoni, Eyal, Walter Sinnott-Armstrong y Kent A. Kiehl. 2014. «What’s wrong? Moral understanding in psychopathic offenders». Journal of Research in Personality, n.o 53: 175-181. doi:10.1016/j.jrp.2014.10.002.
    • 2
      Jalava, Jarkko, y Stephanie Griffiths. 2017. «Philosophers On Psychopaths: A Cautionary Tale in Interdisciplinarity». Philosophy, Psychiatry & Psychology 24, n.o 1: 1-12. doi:10.1353/ppp.2017.0000.
    • 3
      Levin, Jack y James A. Fox. 2008. «Normalcy in behavioral characteristics of the sadistic serial killer». En Serial murder and the psychology of violent crimes, editado por Richard N. Kocsis, 3–14. Nueva Jersey: Humana Press/Springer Nature. https://doi.org/10.1007/978-1-60327-049-6_1.
    • 4
      Miljkovitch, Raphaële y Caroline Beauvais, eds. 2021. L’élaboration mentale. Issy-les-Moulineaux: Elsevier Masson.
    • 5
      Nichols, Shaun. 2002. «How Psychopaths Threaten Moral Rationalism: Is It Irrational to Be Amoral?» The Monist 85, n.o 2: 285–303. Acceso el 28 de abril de 2022. http://www.jstor.org/stable/27903773.
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Andreas Wilmes
Andreas Wilmes, doctor en Filosofía
Jefe de redacción de The Philosophical Journal of Conflict and Violence
Investigador en el Global Center for Advanced Studies (Nueva York/Dublín)
Subido a Cairn Mundo el 07/06/2022
Citar artículo
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