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El concepto «salud mental» como referente

1 El objetivo de este artículo es repasar la historia del concepto «salud mental». No pasa inadvertido que todo un campo de conocimientos y dispositivos prácticos haya buscado organizarse, en un momento dado, en torno a la salud mental y no a la alienación, como pudo ocurrir en otros periodos, o incluso a la profilaxis de las enfermedades mentales. Por ejemplo, haber enfocado el problema en la alienación tuvo efectos teóricos (¿qué es un sujeto alienado? ¿Solamente el que perdió la razón? ¿O todo un conjunto de sujetos determinados por fuerzas que sobrepasan sus voluntades? ¿Cuál es la relación entre alienación y responsabilidad?) y efectos prácticos (¿hay que incluir a los diagnosticados como idiotas, débiles mentales, etc., en la categoría de alienados y en la ley de 1838?). De igual modo, reenfocar el problema en la salud mental, convertirla en el punto de referencia del discurso y de la práctica, tiene una serie de efectos con respecto a los actores involucrados, los objetos en los que se centran y las misiones que se proponen. Se pueden distinguir tres maneras de hacer la historia del concepto «salud mental»:

2 La primera trata la «salud mental» como referente implícito de una multiplicidad de prácticas y discursos. En ese caso, se da una definición a priori de «salud mental» y se proyecta esa definición hacia el pasado. Se puede entonces contar la historia de los sanatorios en el siglo XIX como instituciones «de salud mental» o incluso estudiar las técnicas de higiene de la mente que estaban muy de moda en el siglo XVII como prácticas de salud mental. Este tipo historia no es de ningún interés; más bien nos impide percibir las especificidades de esta extraña noción: «la salud mental».

3 La segunda consiste en pensar la «salud mental» como objeto designado explícitamente. En particular desde que la locura ha sido analizada como una enfermedad mental, al igual que las otras enfermedades, se ha reflexionado explícitamente sobre su opuesto —la salud— y se ha intentado restablecerla a través de la terapia. Pero lo que llama la atención al leer las obras de los alienistas del siglo XIX por ejemplo, es que esta reflexión explícita es poco común. Mientras que la descripción, la definición y la distinción de los diferentes tipos de enfermedades mentales son extremadamente detalladas, la problemática de la salud mental no ocupa mucho espacio. A menudo se toma como una obviedad: se indica que la «salud mental» de un individuo está perturbada y que hay que restaurarla. A veces se intenta precisar qué se entiende por «salud mental»: la armonía de todas las facultades (voluntad, razón, instintos, etc.); con frecuencia, y sobre todo a medida que avanza el siglo XIX, se constata que los límites entre el estado de salud y el estado de enfermedad en la locura son bastante difíciles de establecer. Pero aquí la salud solo se da como un objeto en negativo, bastante secundario en relación con la primacía dada a la enfermedad como referente. No obstante, existe una literatura marginal de consejos de higiene y de régimen para la preservación de la salud mental. Esta literatura busca divulgar ciertos conocimientos científicos y proporcionarles a individuos o familias reglas de higiene para «preservar su salud mental», mejorar su estado mental, etc. [1] Uno de los libros tardíos más representativos de esta tradición es The Hygiene of the Mind [La higiene de la mente] de Thomas Clouston. [2] Si esta tradición merece ser mencionada es porque incluye elementos que más tarde volverán a aparecer sistemáticamente cuando se tome la salud mental como punto de referencia: el enfoque en la prevención y en todos los factores que hay que tener en cuenta para preservar o mejorar la salud, el imperativo de identificar las mínimas fluctuaciones en la salud lo antes posible, y la concentración en todas las fases del desarrollo del individuo (niñez, adolescencia, edad adulta, etc.) con un enfoque particular en la infancia y adolescencia. Pero hay que tener en cuenta que la preservación de la salud mental no se da aquí como una misión del Estado ni como un objetivo de la psiquiatría u otra profesión, sino como una serie de recetas para los individuos y las familias. Uno de los grandes puntos de ruptura será el momento cuando se diga: 1) los Estados tienen el deber de «preservar la salud mental» de sus ciudadanos; 2) la psiquiatría debe subordinar sus misiones a este objetivo de protección y mejoramiento de la salud mental (y también, cabe señalar, evitar que ese campo sea acaparado por otras profesiones menos cualificadas, un problema que persigue a la psiquiatría de la primera mitad del siglo XX).

4 Así llegamos a la tercera manera en la que se puede hacer una historia de la «salud mental», estudiando el momento en el que se vuelve el referente de la práctica y el discurso. En un momento histórico bastante preciso (1940-1970), la salud mental se vuelve un campo general a partir del cual se organizan los saberes, las prácticas y las instituciones. Esta noción de «referente» debe tomarse en el sentido literal de un sistema de coordenadas a partir del cual se ubican objetos, cuerpos, puntos, etc. Si se cambia el referente aparecen nuevos puntos de vista sobre los objetos, incluso nuevos objetos. Por lo tanto, si durante mucho tiempo el problema de la salud mental solo fue un objeto negativo marginal en un sistema en el que la alienación o la enfermedad constituían el punto de referencia, desde cierto momento, este se convierte en el referente a partir del cual se destaca y se sitúa un conjunto de objetos más o menos nuevos, incluidas las enfermedades mentales. Por supuesto, hay que evitar pensar en este cambio como una ruptura radical y de efecto inmediato. Además, hasta el día de hoy, sigue siendo teórico en gran medida. Entonces es mejor pensar en términos de un umbral y no en una ruptura enorme.

5 Sin embargo, parece que los años cuarenta, cincuenta y sesenta marcaron un punto de ruptura muy significativo en este sentido. He aquí una ilustración que destaca por su carácter espectacular e ilustrativo. Se trata de la progresión de la aparición de los términos «santé mentale» y «mental health» [salud mental en francés e inglés respectivamente] en relación con el conjunto de textos en la base de datos de Google Books.

Fig. 1

Evolución de los términos «mental health» y «mental hygiene» en los textos anglosajones entre 1800 y 2008 (según Google Ngram Viewer)

Fig. 1

Evolución de los términos «mental health» y «mental hygiene» en los textos anglosajones entre 1800 y 2008 (según Google Ngram Viewer)

Fig. 2

Evolución de los términos «santé mentale», «hygiène mentale» y «prophylaxie mentale» en los textos franceses entre 1800 y 2008 (según Google Ngram Viewer)

Fig. 2

Evolución de los términos «santé mentale», «hygiène mentale» y «prophylaxie mentale» en los textos franceses entre 1800 y 2008 (según Google Ngram Viewer)

6 Cabe destacar varios aspectos. Por un lado, el término «mental health» tuvo un crecimiento importante desde la primera mitad del siglo XX en relación con «mental hygiene» [higiene mental]. En francés ocurrió algo diferente. El término que predominó hasta los años cuarenta fue «hygiène mentale» [higiene mental]. «Santé mentale» comenzó solo a tomar fuerza a mediados de los años cuarenta, es decir, en el momento exacto en el que en el mundo anglosajón «mental health» comienza a reemplazar a «mental hygiene». Por otro lado, aunque en el mundo anglosajón el crecimiento del término fue exponencial, sobrepasó rápidamente a «mental hygiene» (al que reemplazó entre los años cincuenta y sesenta) y no dejó de crecer, en francés su crecimiento estuvo de la mano con «hygiène mentale» entre los años cuarenta y los años sesenta para luego estancarse o hasta disminuir un poco su uso. Sin embargo, luego disminuye radicalmente el uso de «hygiène mentale». Fue necesario esperar hasta 1993-1995 para que «santé mentale» tuviera finalmente un crecimiento considerable.

7 Estas diferencias entre la curva de crecimiento francesa y la anglosajona se explican en gran medida por una distinción esencial que conviene hacer. Una cosa es la constitución de la salud mental como referente teórico, y se puede decir que, desde este punto de vista, los años cuarenta a sesenta son un periodo decisivo. Otra cosa es la constitución de la salud mental como referente efectivo y, en particular, su integración a las políticas públicas, su transformación administrativa, su banalización en la literatura, etc. Desde este punto de vista, la diferencia entre Francia y el mundo anglosajón es considerable. [3] Desde los años cuarenta y cincuenta, «mental health» se usa para definir realidades institucionales: legislaciones, asociaciones y movimientos, revistas, etc., mientras que para el caso de «santé mentale» en Francia esto solo se da muy marginalmente. Además, la conversión de la «salud mental» en referente efectivo depende de varias condiciones que no son de la misma naturaleza en todos los países. Habría que analizar en detalle las razones por las que en Francia se tuvo que esperar hasta los años noventa para que la «santé mentale» se convirtiera en un referente efectivo. [4] Sin embargo, aquí nos interesa más el surgimiento de la salud mental como referente teórico entre los años cuarenta y sesenta.

El contexto del surgimiento de la «salud mental»

8 ¿Por qué situar el origen de la «salud mental» entre los años cuarenta y sesenta? Además de las claves de los gráficos anteriores, hay muchas otras razones. En primer lugar, los años cuarenta a sesenta están marcados por un movimiento de recalificaciones y creaciones de instituciones nacionales o internacionales en torno a la referencia a la «salud mental». Así, en 1948 tuvo lugar en Londres el III Congreso Internacional de Higiene Mental donde se decidió cambiarle el nombre al International Committee for Mental Hygiene (Comité Internacional de Higiene Mental) por World Federation for Mental Health (Federación Mundial para la Salud Mental – WFMH). Igualmente, en 1946, se crea la National Association for Mental Health (Asociación Nacional para la Salud Mental – NAMH) en Inglaterra, que comienza a publicar la revista Mental Health. En Estados Unidos, todavía en 1946, se aprobó la Ley nacional de salud mental que crea, entre otras cosas, el National Institute for Mental Health (Instituto Nacional para la Salud Mental – NIMH). En 1949 se crea en la OMS la Unidad de Salud Mental, que comienza a publicar informes que establecerán el concepto de salud mental y todas sus referencias. En Francia este movimiento tiene menos fuerza, aunque ciertas personas participan desde el inicio en estas instituciones internacionales. Fue necesario esperar a los años sesenta para que, por ejemplo, todo un grupo de asociaciones se reuniera en un Comité francés de enlace para la salud mental y para que aparecieran en 1965 los primeros números de la revista Santé mentale. Lo cierto es que a nivel internacional el movimiento está muy claro, existen numerosas publicaciones sobre la salud mental, y el activismo de la OMS y de la UNESCO en este campo llevan a decretar el año 1960 como el «Año mundial de la salud mental».

9 Es evidente que estas creaciones y recalificaciones de instituciones no se hicieron ex nihilo, así como las reflexiones teóricas sobre la salud mental no reemplazaron radicalmente las reflexiones anteriores de todo un conjunto de grupos que promueven las llamadas «higiene y profilaxis mental». Se trataba de un conjunto de movimientos que buscaban reenfocar las prácticas sobre la prevención de las enfermedades mentales (que tomaban a menudo la profilaxis bacteriológica como modelo, pero reconociendo que, en materia de problemas mentales, no se puede actuar directamente sobre las causas) o sobre la detección de anomalías y trastornos mentales lo más pronto posible, en particular en la niñez. También hacían énfasis en la necesidad de abrir (como se hacía desde los años veinte) unidades distribuidas en todo el espacio urbano para romper con las incomodidades del modelo de los manicomios. Solo hay que leer cómo en 1918 Adolf Meyer, psiquiatra cofundador junto con Clifford Beers (expaciente psiquiátrico) de la primera Sociedad de Higiene Mental en 1908 en Estados Unidos, presentó los objetivos de su movimiento, para evitar recalcar las rupturas. «El movimiento de higiene mental se originó al tomar consciencia de que los problemas de salud mental y la prevención de las anomalías y las enfermedades deben abordarse por fuera de los muros del hospital que, actualmente, se ocupa de las discapacidades y enfermedades mentales». Esto implica «trabajar en colaboración con las escuelas, los organismos sociales y los tribunales, lo que permitirá permear mejor la vida de las personas», y promover «una actitud más benévola y optimista con la esperanza de una cura» en cuanto a las enfermedades mentales en la población. [5] Todos estos objetivos formarían el núcleo de la «salud mental» de la posguerra. Pero ¿significa esto que el paso de higiene mental a salud mental fue simplemente un cambio de nombre, sin transformaciones conceptuales ni implicaciones prácticas? ¿La salud mental era simplemente la versión modernizada de la profilaxis y la higiene? Diría que no.

10 En primer lugar, la transición a la salud mental se inscribe en un doble movimiento de federación y regulación estatal de todo un conjunto de actividades e instituciones heterogéneas, muchas de las cuales tenían el estatus de asociaciones. Sobre este punto, el caso inglés de la formación de la NAMH en 1946 es ejemplar. [6] La NAMH nació bajo el impulso de un informe de 1939 del parlamentario inglés lord Feversham, que señalaba: 1) el aumento de las «neurosis» y las «inadaptaciones» a la vida moderna, lo que exigía la implementación de un sistema nacional de protección de la salud mental; 2) el costo económico de estos problemas para la comunidad, en términos de gasto estatal y de la pérdida de productividad de los ciudadanos; 3) la falta total de coordinación de las diferentes asociaciones que intervienen en este campo. Lord Feversham recomendaba por tanto la fusión de estas asociaciones. Tres de ellas lo hicieron: la Central Association for Mental Welfare (Asociación Central para el Bienestar Mental), enfocada inicialmente en los llamados «anormales», es decir, los discapacitados mentales con diversas anomalías; el National Council for Mental Hygiene (Consejo Nacional para la Higiene Mental), que se ocupaba principalmente de promover la higiene mental en la población; y el Child Guidance Council (Consejo de Orientación Infantil) que se enfocaba en la atención de la primera infancia y la educación de la población en las recomendaciones adecuadas para dicha atención. La fusión de estas asociaciones se hizo efectiva en 1946 a través de la referencia, precisamente, a la «salud mental». De nuevo: lo que caracteriza a la «salud mental» es ante todo su carácter unificador de diversas actividades. Esta función unificadora e integradora de diferentes servicios heterogéneos aparece frecuentemente; como lo señala Sandra Philippe a propósito de la Francia de los años noventa, la salud mental debe proporcionar «identidades de acción» transversales a toda una serie de dispositivos procedentes de diferentes sectores. [7] Esto es parte de la función del concepto desde el inicio: instituir un campo (el famoso «campo de la salud mental») en el cual pueden reunirse actores con misiones bastante heterogéneas. Esto implica que la categoría permanezca en gran parte «infradeterminada» en cuanto a su significado. Estos son los objetivos de la NAMH: «educar al público en la comprensión de la salud mental; promover y organizar la cooperación de todas las actividades en esta esfera; trabajar para promover la preservación de la salud mental y la prevención y el tratamiento de los trastornos mentales y de las discapacidades mentales en adultos y niños […] promover la formación de trabajadores en el campo de la salud mental y establecer estándares de cualificación». [8] Desde el inicio, la noción de «salud mental» es una categoría ligada íntimamente a las políticas públicas. De hecho, las misiones mencionadas están definidas en el informe Feversham, que fue el primero en utilizar de manera masiva la noción de «mental health». Esta es a la vez la fortaleza y la debilidad de la categoría «salud mental». Su fortaleza porque está cerca de la cima de la acción pública y sus partidarios pueden orientar las políticas públicas en su dirección. Su debilidad porque a menudo ello la convierte en una «norma de acción» impuesta desde el exterior que suscita menos apoyo que resistencia. [9]

11 Pero ese no es el único aspecto de ruptura que hay que considerar. También hay una serie de puntos contextuales que hacen que entre los años cuarenta y cincuenta la noción de «salud mental» se convierta en un tema central. Obviamente, el primero es la guerra. Por una parte, la guerra contribuye a plantear una serie de problemas relativos a los efectos de todo un conjunto de condiciones externas en el desarrollo afectivo y la salud mental de un gran número de personas: desarraigo y rupturas de los vínculos familiares, violencias, transformaciones sociales abruptas, etc. Este problema estará en el centro de las reflexiones sobre la salud mental en la posguerra. Por otra parte, como lo ilustra a la perfección la obra The Shaping of Psychiatry by War [La influencia de la guerra en la psiquiatría] del psiquiatra inglés John Rees, director médico de la clínica Tavistock de Londres y psiquiatra jefe en el ejército inglés, la guerra ofreció a la psiquiatría nuevos horizontes y nuevas funciones: selección de las personas en función de sus capacidades y fragilidades psíquicas, trabajo de dirección y gestión de los conflictos en el seno de los grupos, conceptualización de la noción «relaciones humanas», etc. [10] Todos estos aspectos influirán en el asunto de la salud mental en la posguerra. [11] Una de las ramas de la salud mental que se desarrollará durante este periodo será la intervención de los psiquiatras en las empresas para gestionar los conflictos de trabajo y mejorar la productividad trabajando en las relaciones humanas. La clínica Tavistock de Londres fue pionera en este sentido, y no en vano el mismo Rees fue el primer presidente de la Federación Mundial para la Salud Mental, cuyo papel fue decisivo para la creación de la Unidad de Salud Mental en la OMS.

12 Por otro lado, el periodo entre los años cuarenta y cincuenta fue un momento político de suma importancia. Los científicos y los políticos del «mundo libre» tenían que encontrar su lugar entre dos opciones. Por un lado, distinguirse del totalitarismo, valorizando hasta cierto punto el inconformismo individual —la «inadaptación» a las normas sociales, para usar las palabras de la época—. Como lo indica en 1951 un informe de la OMS, la idea de que la adaptación al entorno social es siempre un signo de salud mental es falsa porque «un ambiente puede ser tal que la reacción saludable sea intentar cambiarlo». [12] Se trata de evitar el conformismo y la sumisión a ciertos entornos totalitaristas. Pero el peligro se percibe de inmediato: «intentar cambiarlo» también puede significar la revolución, la transformación radical de la sociedad y de las relaciones de producción. De ahí la otra opción, bien expresada por el «un ambiente puede ser tal» de la cita anterior y que encontramos una y otra vez: no se trata en absoluto de modificar radicalmente el ambiente social, a riesgo de usar la fuerza; se trata de promover una adaptación armoniosa del individuo al desarrollo social y evitar los conflictos, sobre todo los conflictos de clase. «Aunque el impulso para adaptarse a cualquier ambiente no es una característica de la salud mental, la capacidad de establecer relaciones armoniosas con otras personas sí lo es». Asimismo, hay que «contribuir en ello de modo constructivo». [13] No hay que ser ingenuo, todo esto es sumamente político. Una de las funciones esenciales de la salud mental es convertir potenciales conflictos sociales, ya sea en la industria o en los países en desarrollo, en conflictos «intrapsíquicos» individuales o interrelacionales entre individuos que deben «resolverse de manera armoniosa». Como escribe el psicólogo Lawrence K. Franck, «lo que llamamos nuestros problemas sociales son la consecuencia de los esfuerzos frenéticos de todos aquellos que, inseguros del camino por seguir, carentes de puntos de referencia y sin principios rectores de su conducta, intentan por todos los medios protegerse […] en una sociedad profundamente transformada […] Sin un verdadero sentido de lealtad, sin valores sólidos […] el individuo adopta naturalmente una conducta incoherente, desordenada, neurótica y antisocial». [14] Sucede exactamente lo mismo en la industria: «el antagonismo respecto al empresariado [que] sigue dominando las mentes» es comparado con las «aberraciones de un neurótico que no se pueden disipar en una sola sesión de tratamiento psiquiátrico». [15]

13 Añadamos un último elemento de contexto y no menos importante: la creación de organizaciones internacionales como la UNESCO y, sobre todo, la OMS, que servirán como agentes de peso en materia de salud mental, en un contexto en el que la OMS expresa, desde el principio, una concepción de la salud denominada «positiva», en estricta consonancia con el viejo discurso de la higiene mental y la profilaxis. Además, insiste en la necesidad de no limitar los dispositivos de la salud al tratamiento de las enfermedades, sino de desarrollar la preservación y la mejora de la salud entendida como un «estado completo de bienestar físico, mental y social».

El concepto «salud mental» entre los años cuarenta y sesenta

14 Veamos ahora cuáles son los rasgos más destacados del concepto «salud mental» tal y como opera en un conjunto de informes y artículos producidos entre 1949 y los años sesenta, en particular en estas instituciones internacionales, la OMS y la UNESCO. Aunque no vamos a repasar lo que ocurrió con el concepto después de los años sesenta, es evidente que no desapareció de estas instituciones, ni mucho menos. Así, en 1975, en el contexto de la redefinición de los programas de salud de la OMS hacia un enfoque más «horizontal», la 28.a asamblea de la OMS reitera la exigencia de la «promoción de la salud mental» y la implementación de un plan de salud mental a mediano plazo en el periodo 1975-1982. Muchos de los principios seguirán siendo los mismos, pero el estilo será muy diferente. Los fuertes tonos psicodinámicos de los años cuarenta a sesenta desaparecen en favor de un lenguaje administrativo y técnico bastante complicado. Pero centrémonos en el primer momento del concepto, en los años 1940 a 1970.

¿Un concepto sin fronteras?

15 El primer punto que debe mencionarse sobre el concepto «salud mental» es que se da explícitamente como algo indefinido, vago y mal delimitado. Existen varias definiciones de la«salud mental» enumeradas en un informe de 1958 por la socióloga Marie Jahoda, citado constantemente después. [16] La mayoría de los autores comparten su conclusión: no hay un consenso ni ninguna definición satisfactoria del concepto «salud mental». De ser estrictamente necesario, se puede decir lo que no es la «salud mental»: no es la ausencia de «enfermedad mental» y tampoco es el equivalente de lo «normal», en primer lugar porque sería muy difícil definir qué es lo «normal». No se puede reducir a la normalidad estadística y es muy difícil caracterizar lo «normal» sin entrar en juicios de valor que son necesariamente relativos, cultural e históricamente. La mayoría de los trabajos sobre la «salud mental» provienen de actores e instituciones comprometidos a nivel internacional y que deben negociar constantemente con «normas culturales» dispares: de ahí su atención declarada a la relatividad cultural de las «normas». Por último, en cuanto se intenta dar definiciones más «positivas» de la salud mental (como es el caso de muchos autores, incluida la definición adoptada por la OMS en 1950), estas definiciones movilizan criterios puramente subjetivos en torno a la «felicidad», la «satisfacción», la «armonía», que apenas permiten llegar a una definición clara del concepto. Habrá que esperar hasta los años sesenta para intentar elaborar criterios que permitan medir más «objetivamente» la salud mental. Un ejemplo de la vaguedad de estas primeras definiciones es la que dio la OMS en 1950: la salud mental:

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implica la capacidad de un individuo para establecer relaciones armoniosas con otros y para participar en modificaciones de su ambiente físico y social o de contribuir en ello de modo constructivo. Implica también su capacidad de obtener una satisfacción armoniosa y equilibrada de sus propios impulsos instintivos, potencialmente en conflicto; armoniosa porque culmina en una síntesis integrada, más bien que en la abstención de la satisfacción de ciertas tendencias instintivas, como fin de evitar la frustración de otras. Implica, además, que un individuo ha logrado desarrollar su personalidad de modo que le permita hallar para sus impulsos instintivos, susceptibles de hallarse en conflicto, expresión armoniosa en la plena realización de sus potencialidades. [17]

17 Ya hemos visto las implicaciones políticas de esta definición. Resaltamos en cursiva todos los elementos que implican juicios de valor y vaguedades, difíciles de conciliar con una definición rigurosa.

18 Pero el punto más importante es este: por muy confusas y subjetivas que puedan parecer estas definiciones, por muy relativo que sea el concepto de salud mental, en realidad tienen un contenido mucho más determinado y con una pretensión más universalista de lo que parece, incluso entre quienes, como Jahoda, afirman tener un enfoque «relativista» de la salud mental. Probablemente a nivel de objetos y normas de definición de la salud mental puede haber desacuerdos y vaguedades, pero si atendemos al modo de aprehensión de los objetos, al estilo de análisis de la realidad social, al punto de vista particular que contiene la salud mental y a las operaciones que permite, entonces nos parece, por un lado, que la mayoría de los autores convergen y, sobre todo, que el relativismo cultural que se exhibe no es más que una cortina de humo. Esto explica que, a pesar de que no hay acuerdo sobre la definición de «salud mental», todos los autores se apresuran a añadir que esto no debe impedirnos actuar y promover la salud mental. Como principio rector y estilo de análisis, la noción de salud mental está mucho más determinada de lo que parece. Y su indeterminación en términos de objetos (de su campo de extensión) y de criterios normativos (profundamente subjetivos) está ligada a esta indeterminación primaria.

19 Hemos destacado en negrita en la definición de la OMS el conjunto de conceptos que constituyen el núcleo de la «salud mental» y que son ampliamente compartidos. En primer lugar, la «salud mental» toma como unidad base a los individuos, que por lo demás son considerados en términos psicodinámicos muy marcados. Se consolida una concepción evolucionista muy fuerte: se trata de individuos en desarrollo, un desarrollo que incluye toda una serie de fases: primera infancia, niñez, adolescencia, edad adulta, tercera edad. Cada fase está ligada a momentos de crisis que son momentos de alto riesgo desde el punto de vista de la salud mental. Esta teoría del desarrollo atraviesa el conjunto de trabajos sobre salud mental, e incluso Marie Jahoda, supuestamente atenta a la relatividad cultural de las definiciones, nunca cuestiona esta idea central de que la salud mental concierne a individuos en desarrollo que pasan por ciertas fases y momentos de crisis. [18] No obstante, lo mínimo que se puede decir es que esta concepción está lejos de ser culturalmente neutra…

20 Por otra parte, este desarrollo tiene que ver con la personalidad. Como lo indica François Cloutier, que fue director de la Federación Mundial para la Salud Mental, el concepto de salud mental, aunque relativo, es inseparable de una «teoría de la personalidad» que describa los mecanismos de su formación. [19] Una vez más, el núcleo de esta teoría es psicodinámico e implica tres elementos esenciales. 1) Los conflictos internos relacionados con las tendencias instintivas del individuo. Todo el trabajo de la «salud mental» consiste en traducir conflictos reales, que implican las condiciones de existencia en cuanto a lo económico y social, en conflictos internos al individuo, que pueden y deben resolverse armoniosamente a nivel del individuo, sin intervenir en dichas condiciones. 2) Los «factores externos», a los que el individuo puede más o menos adaptarse (otro concepto clave: la capacidad de adaptación). En todos estos trabajos, el entorno sociocultural y la realidad económica, social o política nunca son considerados en sí mismos, sino como efectos en el sujeto individual, en sus emociones y el desarrollo de su personalidad. La referencia fundamental es el sujeto humano individual en desarrollo. El entorno no interviene sino en la medida en que «tiene sentido para alguien en particular» y «se inscribe en una historia personal». [20] Y este es el punto más importante: no se trata de modificar directamente este entorno exterior, simplemente se trata de anticipar y resolver los conflictos internos que pueda generar el proceso de adaptación del sujeto a este entorno. 3) Sin embargo, esto no es del todo cierto. Dejarlo así sería dar una visión doblemente errónea del concepto de «salud mental», como puramente individualizada y pasiva en relación con el entorno. En realidad, existe ciertamente un entorno sobre el cual los involucrados en la salud mental pretenden actuar masivamente. Para retomar sus distinciones, no se trata del entorno físico y social (por ejemplo, las condiciones estructurales con respecto a lo ambiental, económico y social), sino del entorno humano pensado en términos de relaciones humanas —y este es uno de los elementos más importantes—, en términos de relaciones interindividuales y de vínculos afectivos. El concepto de salud mental se refiere, al menos, tanto a una teoría de los lazos afectivos entre sujetos humanos como a un individualismo exacerbado. O más bien, ambos están íntimamente ligados. Para decirlo con un poco de ironía y mucha seriedad, una de las raíces de estas filosofías de la «atención» o «care» que se presentan hoy en día como alternativa para humanizar el individualismo neoliberal se encuentra en estos trabajos sobre la salud mental. [21] Son las dos caras de una misma moneda y, admitámoslo, una falsa alternativa. Por el contrario, estos trabajos atacan claramente un análisis que plantea los problemas sociales en términos de clases, de relaciones de producción, de desigualdades sociales o de contradicciones capital/trabajo. Como lo dice Jahoda, «hay que considerar la salud o la enfermedad mental como un asunto de individuos y no de personalidades “genéricas”. El especialista de la salud mental espera de las ciencias sociales que le ayuden a entender […] cómo una persona de la clase trabajadora se ve afectada por una enfermedad mental mientras que otra, cuya personalidad “genérica” es igual, no. En otras palabras, es necesario entender la psicología social del individuo y no la del grupo». [22] Para mayor claridad: no se trata de decir que la «salud mental» no aplica a los «grupos», sino más bien que estos grupos solo son vistos como aglomeraciones de individuos con vínculos y relaciones afectivas.

21 Por lo tanto, no se puede decir que el concepto «salud mental» sea tan vago. Este se refiere a una concepción muy precisa de las relaciones sociales, del individuo en desarrollo y de los vínculos afectivos. La vaguedad de su definición y su extensión deriva directamente de eso. Por una parte, la problemática de la salud mental gira en torno al asunto de la aprehensión subjetiva, por parte del individuo, de los acontecimientos y las relaciones. Se plantea el problema de las emociones, de los afectos que siente el sujeto y la forma en que pueden influir en el desarrollo de su personalidad. Está claro que desde este punto de vista es difícil establecer criterios objetivos de salud mental. Por otra parte, la problemática de la salud mental gira en torno al asunto de los efectos afectivos de todo un conjunto de relaciones entre sujetos individuales. No hace falta decir que no es posible, sobre esta base, delimitar su lugar en la sociedad. En rigor, todo entorno humano —la familia, la escuela, el trabajo, el ejército, etc.— está sujeto a ser examinado a la luz de sus repercusiones afectivas en la salud mental del individuo. Así, se tiene el doble principio de indeterminación e ilimitación.

Una biopolítica de las emociones

22 ¿Cuáles son los efectos de la implementación de esta estructura de lectura de lo social tan particular que supone el concepto de salud mental? En primer lugar, la «salud mental» remite a lo que Foucault llamaba un «biopoder». El término está desprestigiado hoy en día, pero aquí nos referimos al biopoder en el sentido pleno del término. Se trata de intensificar, mediante dispositivos de poder que van desde el asesoramiento y la orientación hasta el internamiento, toda la vida de los sujetos, es decir, todas las fases de su desarrollo. Mientras el alienismo se enfocaba esencialmente en los momentos donde ciertos sujetos estaban alienados, incluso si esto implicaba identificar cada vez más «locos lúcidos», indetectables en la sociedad pero «realmente» alienados, con los dispositivos de salud mental, en consonancia con la higiene mental o la «biocracia» de Edouard Toulouse, se trata más de acompañar todas las fases del desarrollo de todos los individuos, desde el nacimiento hasta la muerte, centrándose en ciertas etapas consideradas de alto riesgo: la primera infancia, la niñez, la adolescencia y la tercera edad. Sin embargo, la edad adulta no se deja totalmente de lado en la medida en que se trata también de entrar a toda una serie de entornos humanos: familiar, laboral, etc., para mejorar las relaciones humanas.

23 Pero —este es el punto decisivo— se trata de un biopoder de un género muy particular. No se trata de intervenir, como fue y aún es el caso de todo un conjunto de dispositivos biopolíticos, para modificar, mejorar o regular las condiciones concretas de existencia de los sujetos, como sus ambientes de vida, la distribución de los ingresos (como fue el caso, en la misma época, del informe Beveridge), las relaciones sociales, etc. En este caso se trata esencialmente de lo que puede llamarse una «biopolítica de las emociones y los afectos».

24 La atención se centra en las «reacciones» y las repercusiones en los individuos de los «momentos más importantes de la existencia», de las fases del desarrollo y también de las mutaciones de los entornos sociales: industrialización, urbanización, migración, etc. Y se hace el esfuerzo de intervenir en este conjunto particular de las «reacciones afectivas individuales». «Los grandes acontecimientos de la vida —la pubertad, el matrimonio, el nacimiento de un hijo, la menopausia, la jubilación, la perspectiva de la enfermedad y de la muerte— suscitan reacciones y decisiones que pueden repercutir más tarde en la salud mental. El médico puede prever estos acontecimientos, así como fomentar las actitudes sanas y atajar o corregir la angustia». [23] En cierto modo, se trata de identificar un conjunto de factores que pueden influir en el desarrollo de los individuos, y posteriormente no cambiar estos factores, sino ayudar y preparar al individuo para afrontarlos o, llegado el caso, para hacerse cargo de las repercusiones negativas lo antes posible. Un ejemplo, entre mil, de esta intensificación sistemática de las grandes etapas de la vida mediante el análisis de los afectos que suscitan en los individuos es el segundo informe de la OMS, que se centra ampliamente en la maternidad y lamenta que los dispositivos de atención se enfoquen únicamente en la anatomía y la fisiología y que «se ignore por completo el inmenso impacto emocional de la maternidad». Por el contrario, es necesario trabajar sobre sus repercusiones en la salud mental de la madre y de la familia, ayudar a la futura madre a «superar la angustia», desarrollar mecanismos para «tranquilizar a los individuos», «calmar la ansiedad» y combatir los conflictos intrapsíquicos que puede provocar en los futuros padres el hecho de convertirse en padres. [24] De hecho, lo que se recomienda es una especie de psicoanálisis general de las fases del desarrollo y las relaciones entre sujetos.

25 La noción misma de «desarrollo» desempeña un papel importante para dar una dimensión de inevitabilidad o de necesidad a las evoluciones materiales susceptibles de influir en la salud mental, las cuales no deben impedirse ni corregirse, sino acompañarse con la regulación de sus efectos negativos en la personalidad del sujeto. El mejor ejemplo es el análisis de las repercusiones de los cambios socioeconómicos de los países en desarrollo en términos de salud mental. La mayoría de los autores tienen una visión bastante negativa del efecto del desarrollo económico y social en la salud mental en estos países, que ellos perciben en términos de desarraigo o pérdida de referencias tradicionales. Como indican en repetidas ocasiones, industrializar un «país insuficientemente desarrollado […] es poner en peligro la salud mental de aquella parte considerable de la colectividad cuya capacidad de adaptación psicológica es limitada». [25] Encontramos esta duplicidad recurrente, tanto a nivel individual como colectivo, entre desarrollo y capacidad de adaptación. «Toda incapacidad para adaptarse a la evolución en curso […] dará lugar a una tensión afectiva caracterizada por cierta inestabilidad y un sentimiento de inseguridad […] quienes no consiguen adaptarse a las nuevas situaciones en el menor tiempo posible se exponen a sufrir las graves consecuencias de una tensión afectiva prolongada que puede manifestarse de diversas maneras: conducta antisocial, neurosis, depresión mental, toxicomanía». [26] ¿Se trata de cuestionar las modalidades de este desarrollo en términos de distribución de la riqueza, de las relaciones de poder políticas o étnicas? ¿De cuestionar la necesidad de este desarrollo? ¿De preguntarse por las razones profundas que hacen que algunos se «adapten» más que otros a este desarrollo? De ningún modo. Se trata de tomarlo como un hecho necesario e identificar sus riesgos en cuanto a la salud mental. Se trata de «prevenir la aparición de algunos de esos inconvenientes o, al menos, de limitarlos en la medida de lo posible». [27] Esto se hace interviniendo en los factores psicológicos individuales: capacidad de adaptación, deseo de adaptación, conflictos y tensiones gestionados a nivel psicológico individual. [28] Se desarrolla así toda una clínica psicosocial cuyo efecto principal es plantear la pregunta del desarrollo socioeconómico no en términos de la estructura de las relaciones sociales, de desigualdad de clases, de discriminaciones políticas, etc., sino de «sentimiento de inseguridad», de inestabilidad psíquica y de tensiones nerviosas.

26 Por otra parte, resulta interesante de este reenfoque sobre los afectos la manera en que todas las instituciones sociales y las relaciones grupales pueden tener repercusiones en el desarrollo afectivo de cada individuo. Como se señala en el segundo informe de la OMS, la protección de la salud mental «requiere que grupos e individuos examinen y vuelvan a valorizar las modalidades de las relaciones interpersonales, a la luz de su influencia sobre el desarrollo de la personalidad y la salud mental». [29] Uno de los ejemplos más famosos e importantes de este énfasis en la influencia de los modos de las relaciones intersubjetivas en el desarrollo afectivo de cada persona aparece en el informe Bowlby, publicado en 1951 bajo los auspicios de la OMS, que explora cómo una ruptura o una falla en la atención maternal en la niñez afecta radicalmente el desarrollo futuro del individuo. [30] Este informe será constantemente retomado más adelante. En este sentido, nada más lejos de la realidad que presentar el mundo de la «salud mental» como el del individuo autónomo, aislado y sin relación con el Otro. Por el contrario, lo que obsesiona a la mayoría de los autores es la relación intersubjetiva: los efectos de los individuos y las instituciones en el desarrollo afectivo de cada persona en su relación con el Otro. Esto implica varias cosas. En primer lugar, todos los entornos humanos —la escuela, la familia, el trabajo, pero también los hospitales e instituciones asistenciales— deben examinar las posibles repercusiones de sus actos y de sus organizaciones en el desarrollo afectivo del individuo. O sea, un principio de ilimitación: cualquier institución y, de hecho, cualquier situación en la que exista una relación intersubjetiva es, en rigor, susceptible de ser cuestionada en cuanto a su impacto en la salud mental. «Existen muchos profesionales cuya labor, aunque no relacionada en forma directa con la sanidad, puede influir poderosamente en promover la higiene mental. Las limitaciones de espacio de este informe no permiten enumerar estos profesionales […] jueces, abogados, alcaides de prisioneros en periodo de prueba, maestros, dirigentes de organizaciones de la juventud, supervisores industriales, funcionarios y consejeros de asistencia social», etc. [31] Todos deben conocer las recomendaciones necesarias para proteger y mejorar la salud mental. De ahí la idea, constantemente afirmada desde 1940 hasta los años sesenta, de la necesidad de un «“plan de infiltración social” destinado a suscitar el interés por los problemas de salud mental en numerosos sectores profesionales». [32] Es esencial el principio de examinar sistemáticamente las repercusiones afectivas de las relaciones intersubjetivas que plantea la pregunta: ¿cómo una relación, una forma de relacionarse con el otro, puede influir realmente en su desarrollo afectivo y contribuir a su salud mental? Ahora hay que preguntarse en la casa, la escuela, la fábrica, el hospital, en qué medida el actuar como lo hago, al organizar mi espacio y mi grupo como lo hago, etc., perjudico o favorezco el desarrollo afectivo de los sujetos.

27 Dos ejemplos ilustran este principio. Primero, el de la industria. Los años cuarenta y cincuenta constituyen un periodo en el que se desarrolla lo que se conoce como la «psiquiatría industrial», en particular con la fundación del Tavistock Institute of Human Relations (Instituto Tavistock de Relaciones Humanas) en Londres en 1946. La experiencia de la guerra y el papel que la psiquiatría desempeñó en la selección de individuos según sus aptitudes y en la gestión de las tensiones intersubjetivas dentro de grupos llevó a algunos psiquiatras, en la posguerra, a ofrecer su conocimiento especializado para gestionar los conflictos en el mundo del trabajo y mejorar la productividad de los equipos. Estas prácticas se denominan «relaciones humanas». El término lo dice todo, se trata de centrarse en las relaciones intersubjetivas, en los conflictos afectivos entre individuos o dentro de un individuo en el grupo: «hay muchas agresiones psicológicas en el mundo del trabajo debidas a conflictos inconscientes que ejercen una influencia sobre la enfermedad, el ausentismo, la renovación de la mano de obra y la productividad, así como sobre los antagonismos que, cuando oponen a los individuos, pueden provocar despidos […] de trabajadores y, cuando oponen a los grupos, dar lugar a huelgas, cierres patronales o incluso guerras. […] no se requiere menos habilidad para detectar y eliminar un foco de infección en una empresa industrial que en un organismo humano». [33] Ahí está la génesis del famoso tema del «sufrimiento en el trabajo» que tiene el talento de transformar los conflictos sociales en «conflictos inconscientes» inscritos en la psicología de los individuos; que evita plantear el problema del reparto de los productos del trabajo o la modificación de las relaciones de producción por la lucha de clases, que el mismo artículo explica que es comparable a «las aberraciones de un neurótico», para adoptar una perspectiva técnica de gestión de los conflictos en el seno de un grupo y de gestión de los afectos individuales. Humanizar el entorno laboral calmando los conflictos internos como medio para eliminar las contradicciones de las relaciones de producción. En el contexto de los años cincuenta y sesenta, que fue el del famoso «compromiso keynesiano», este trabajo de la pacificación de los conflictos sociales es muy importante.

28 El mismo fenómeno aparece en un segundo ejemplo, el del hospital y las instituciones psiquiátricas. Desde el segundo informe de la OMS se hace un fuerte llamamiento a la humanización de la atención, para lograr «una apreciación humana de problemas humanos», y se plantea el principio necesario de adaptar el sistema de atención a los momentos del desarrollo afectivo del individuo, lo que plantea el asunto central de las reacciones afectivas provocadas por los propios dispositivos. [34] Sobre este punto, hay que leer el artículo que Paul Sivadon (quien desempeñará un papel importante en las transformaciones del hospital y de los dispositivos de atención psiquiátrica en Francia [35]) dedica a este tema. El principio de su análisis es simple: el dispositivo de atención debe seguir la evolución del paciente y las fases del desarrollo de su enfermedad, lo que requiere una vía entre:

  1. los momentos de regresión, donde hay que «otorgar primacía a las necesidades de constancia y seguridad por encima de las necesidades de intercambio y autonomía». En consecuencia, hay que acondicionar el espacio hospitalario creando «una atmósfera de seguridad, de cuidados de tipo maternal» que ofrezca, como a un niño, «un sentimiento de amor y seguridad». [36]
  2. los momentos en los que, por el contrario, se hace hincapié en la mayor autonomía posible, lo antes posible, con modos de relación más diversificados. De hecho, uno de los puntos clave del dispositivo de salud mental es abogar por un retorno rápido a la comunidad con un énfasis en que las relaciones sociales deben romperse lo menos posible. Este dispositivo debe ser fluido porque «toda evolución presenta variaciones en el progreso y retroceso, y el enfermo debe poder refugiarse en una atmósfera de seguridad total en todo momento, a la vez que se le ofrece de manera permanente, en cuanto su estado lo permita, mayores posibilidades de autonomía». [37] Fluidez, continuidad en la atención y plasticidad en función de las alternancias requeridas por la cronicidad reconocida de la enfermedad.

Detectar y readaptar

29 Al cambiar radicalmente el referente de enfermedad por salud mental, se induce un desplazamiento considerable de objetos y actores. Del lado de los objetos, ya no se trata simplemente de orientar las prácticas y los saberes hacia las enfermedades mentales ni hacia una simple prevención. Más bien, se plantea el interrogante de los «factores» que promueven y preservan la salud mental. Por lo tanto, el dispositivo se desplaza radicalmente hacia los momentos previos a las enfermedades. Esto también significa un énfasis muy fuerte en la detección temprana y la prevención de los trastornos lo más pronto posible. Este cambio tiene consecuencias importantes desde el punto de vista de los actores: «La experiencia induce a creer que el diagnóstico y tratamiento precoces de los trastornos mentales pueden acortar el curso de la enfermedad e impedir la aparición de formas más graves. Para que esto sea posible, es preciso que los grupos profesionales a quienes se suele acudir en caso de apuro posean una formación adecuada. Además de las personas antes mencionadas [médicos de familia, docentes] hay otras, como los sacerdotes, los jefes o contramaestres y los agentes de policía, que a menudo están en condiciones de descubrir cambios de conducta que pueden ser indicio de un inminente trastorno mental». [38] El diagnóstico temprano implica entonces la ampliación indefinida de los actores involucrados y la colaboración de todas las profesiones, médicas o no. En particular, la OMS se enfoca bastante en el papel del médico generalista como actor esencial en el dispositivo de detección y orientación.

30 Pero, aunque el diagnóstico es una cosa, el tratamiento sigue siendo fundamental. Los promotores de la salud mental han desempeñado un papel considerable en la transformación de los dispositivos de atención al promover un dispositivo por etapas, fluido, uno de cuyos fundamentos teóricos vimos anteriormente: ajustarse a las fases y a la evolución de la patología. El objetivo fundamental es la reintegración del enfermo a la comunidad, lo más pronto posible. Esto no significa que se descuide el papel del hospital en este proceso; todo lo contrario. De hecho, Sivadon, junto con otros, fue el impulsor del objetivo de reservar una cama por cada mil habitantes para la hospitalización y el tratamiento de los enfermos mentales graves. Pero el hospital debe ser «transitorio» e integrado a un sistema escalonado que llegue de manera temprana hasta la ciudad para intervenir más rápido los trastornos leves y posteriormente reintegre al sujeto a la comunidad lo antes posible. Estos fueron los movimientos de salud mental que desarrollaron a partir de los años cuarenta y cincuenta las viviendas terapéuticas, los equipos móviles y, como solución más antigua, los centros diurnos. Este dispositivo obedece a varias razones. Económicas, en la medida en que «los servicios psiquiátricos deben aportar una solución al problema que las enfermedades mentales plantean en la colectividad y hacerlo con la máxima economía, ya se trate de capital humano, de tiempo o de dinero […] El objeto del tratamiento no es solo eliminar los síntomas, sino reestablecer los lazos entre el enfermo y el mundo exterior […]. En la medida de lo posible, los enfermos mentales deberán ser tratados en el seno de la colectividad a que pertenecen y continuar viviendo libres y materialmente independientes en su ambiente normal». [39] El imperativo económico se entrelaza aquí con un imperativo humanitario, el de tratar a los enfermos mentales como a cualquier otro sujeto, pero también con un argumento terapéutico y teórico fundamental. Si, como hemos visto, el problema doble de la salud mental es el de la adaptación y el desarrollo de la personalidad del sujeto individual en un mundo de relaciones intersubjetivas y en un entorno humano, aislarlo durante mucho tiempo de este entorno es correr un doble riesgo: la ruptura de los vínculos y las relaciones, esenciales para el desarrollo y la salud del sujeto; y agravar su inadaptación a un mundo exterior que seguirá evolucionando sin él. De ahí esta idea, que se repite constantemente: «El hospital psiquiátrico ha de considerarse como un centro de tratamiento transitorio […] Su función será la de enseñar de nuevo al enfermo, en la atmósfera de una comunidad terapéutica, el modo de resistir las tensiones que son propias de la vida colectiva normal». [40] Desde su admisión, o muy poco después, hay que preocuparse por garantizar su «resocialización» y «readaptación», es decir, su reintegración a la sociedad, y sobre todo hacerlo capaz de soportar y adaptarse a las tensiones ligadas al desarrollo social.

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Notes

  • [1]
    Ver por ejemplo Andrew Combe, The Principles of Physiology Applied to the Preservation of Health and the Improvement of Physical and Mental Education (Nueva York: Harper & Brothers, 1834); o John Harrison Curtis, Observations on the Preservation of Health, 2.ª ed. (Londres: H. Renshaw, 1838).
  • [2]
    Thomas Smith Clouston, The Hygiene of the Mind (Londres: Methuen & Co, 1906).
  • [3]
    El caso del Canadá francófono se deja de lado aquí.
  • [4]
    Para algunos elementos sobre este tema, ver Sylvie Biarez, «Une politique publique: La santé mentale (1970-2002)», Revue Française d’Administration Publique 111 (2004): 517-531; Claude Olivier Doron, «La maladie mentale en question», Les Cahiers du Centre Canguilhem 2 (2008): 9-45; Sandra Philippe, «La mise en œuvre de l’action publique: Un moment problématique. L’exemple de la politique de santé mentale», Revue française de science politique 54, n.° 2 (2004): 315-334. Para una historia sobre las reformas institucionales de la psiquiatría en Francia en el periodo anterior, ver Nicolas Henckes, «Le nouveau monde de la psychiatrie française» (tesis doctoral, CERMES/EHESS, 2007), https://tel.archives-ouvertes.fr/tel-00769780.
  • [5]
    Adolf Meyer, «National Mental Hygiene: The Mental Hygiene Movement», The Canadian Medical Association Journal 8, n.° 7 (1918): 632-634. Traducción propia (todas las citas textuales del artículo lo son salvo que se indique lo contrario).
  • [6]
    Para más información, ver Nick Crossley, «Transforming the Mental Health Field: The Early History of the National Association for Mental Health», Sociology of Health & Illness 20, n.° 4 (1998): 458-488.
  • [7]
    Philippe, «La mise en œuvre de l’action publique».
  • [8]
    Crossley, «Transforming the Mental Health Field», 473.
  • [9]
    Philippe, «La mise en œuvre de l’action publique».
  • [10]
    John Rawling Rees, The Shaping of Psychiatry by War, (Londres: Chapman & Hall, 1945).
  • [11]
    Una película de Estados Unidos ilustra perfectamente el papel de la guerra en el desarrollo de los programas de salud mental. Cummings Center for the History of Psychology, «The Nation’s Mental Health, 1951», video de Youtube, 09:28, publicado el 26 de septiembre de 2013, https://www.youtube.com/watch?v=jQJtVm59gPk.
  • [12]
    OMS, Comité de expertos en higiene mental, Informe de la segunda reunión, Ginebra, 11-16 de septiembre de 1950, trad. Oficina Sanitaria Panamericana (Washington D. C.: Oficina Sanitaria Panamericana, 1952), 2.
  • [13]
    Ibíd.
  • [14]
    Citado en T. Y. Lin, «Les effets de l’urbanisation sur la santé mentale», Revue internationale des sciences sociales 11, n° 1 (1959): 36.
  • [15]
    Roger Francis Tredgold, «Les relations humaines dans l’industrie», Revue internationale des sciences sociales 11, n° 1 (1959): 43.
  • [16]
    Marie Jahoda, Current Concepts of Positive Mental Health (Nueva York: Basic Books, 1958).
  • [17]
    OMS, Informe de la segunda reunión, 2.
  • [18]
    Ver, por ejemplo, Marie Jahoda, «Le milieu et la santé mentale», Revue internationale des sciences sociales 11, n° 1 (1959): 15-25.
  • [19]
    François Cloutier, La santé mentale (París: P.U.F., 1966), 15-27.
  • [20]
    Ibíd., 30.
  • [21]
    Además literalmente porque, como veremos, estos trabajos sobre la salud mental están sobrecargados de referencias al psicoanálisis de los vínculos afectivos, a una teoría de la relación intersubjetiva (y de los vínculos familiares) como base del desarrollo individual y a una necesaria humanización de la atención.
  • [22]
    Jahoda, «Le milieu et la santé mentale», 23.
  • [23]
    OMS, Función del médico de sanidad y del médico general en las actividades de higiene mental: 11.° informe del Comité de expertos en salud mental, trad. OMS (Ginebra: OMS, 1962), 17. Significativamente, todo este desarrollo se inscribe en el título «Modificación de los factores externos nocivos para la salud mental», pero no hay absolutamente nada sobre las modificaciones de los factores que afectan la salud mental.
  • [24]
    OMS, Informe de la segunda reunión, 4-11.
  • [25]
    OMS, Comité de expertos en higiene mental, Informe de la primera reunión, trad. Oficina Regional de las Américas (Washington D. C.: Oficina Sanitaria Panamericana, 1953), 21.
  • [26]
    Lin, «Les effets de l’urbanisation», 31.
  • [27]
    Ibíd., 26.
  • [28]
    Ver, por ejemplo, ibíd., 31-32.
  • [29]
    OMS, Informe de la segunda reunión, 2.
  • [30]
    John Bowlby, Soins maternels et santé mentale (Ginebra: OMS, 1951).
  • [31]
    OMS, Informe de la primera reunión, 15.
  • [32]
    OMS, Preparación de programas de higiene mental: Décimo informe del Comité de expertos en salud mental, trad. OMS (Ginebra: OMS, 1961), 10. Esta metáfora de la infiltración de la sociedad por parte de los dispositivos de salud mental es ampliamente desarrollada por Rees en 1940 en su discurso ante el National Council for Mental Hygiene bajo el título «Strategic Planning for Mental Health», en Mental Health 1, n° 4: 103-106.
  • [33]
    Tredgold, «Les relations humaines», 45-46.
  • [34]
    OMS, Informe de la segunda reunión, 4.
  • [35]
    Ver, por ejemplo, Henckes, «Le nouveau monde de la psychiatrie française».
  • [36]
    P. Sivadon, «Problèmes de santé mentale à l’hôpital», Revue internationale des sciences sociales 11, n.° 1 (1959): 49-50.
  • [37]
    Ibíd., 49.
  • [38]
    OMS, Preparación de programas de higiene mental, 19.
  • [39]
    Ibíd., 23.
  • [40]
    Ibíd.
Español

El objetivo de este artículo es repasar la historia del concepto «salud mental». No pasa inadvertido que todo un campo de conocimientos y dispositivos prácticos haya buscado organizarse, en un momento dado, en torno a la salud mental y no a la alienación, como pudo ocurrir en otros periodos, o incluso a la profilaxis de las enfermedades mentales. ¿Cuáles son las consecuencias de esta elección relativamente reciente en cuanto a la organización de las políticas públicas sobre este campo? Este artículo examina lo que está en juego en el concepto de «salud mental» en los años 1940-1970 y muestra, en particular, cómo la salud mental implicaba un estilo específico de analizar los problemas sociales, económicos y políticos, que insistía más en los efectos afectivos de estos problemas en los individuos o en las relaciones humanas, y una forma peculiar de biopolítica, que se centraba más bien en gobernar estos efectos afectivos en el desarrollo individual que en intervenir en las propias condiciones sociales y económicas. La salud mental, sostengo, ha sido una pieza central en el desarrollo de lo que podemos llamar una psicopolítica.

  • concepto
  • historia de la psiquiatría
  • organización de la atención psiquiátrica
  • prevención
  • referente
  • salud mental
Claude-Olivier Doron
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Historiador y filósofo, Université Paris-Cité (Universidad de París Cité), SPHere – Centro Georges Canguilhem, París
Subido a Cairn Mundo el 04/11/2022
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