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A lo largo de la historia de la humanidad, los territorios se han organizado en función de las necesidades indispensables para el buen funcionamiento de las sociedades. El resultado ha sido ciudades y campos. La era industrial, la transición demográfica y el auge del sector terciario, junto con diversas decisiones políticas no han modificado esta dualidad, pero sí han invertido el peso demográfico relativo de estos dos conjuntos. ¿Cómo deberían evolucionar?
A pesar de los muchos cambios que se están produciendo en el mundo, las ciudades del siglo XXI no pueden sino amar el campo. Este les proporciona los alimentos necesarios que nunca podrán compensarse por el desarrollo de la llamada agricultura urbana. Y no se trata solo de las necesidades de nutrición, sino de una variedad de productos culinarios que hacen que muchas comidas sean agradables. Muchos otros bienes consumidos por la población urbana proceden de las zonas rurales, donde se han desarrollado muchas actividades industriales y energéticas.
Debido a que desempeñan funciones comerciales esenciales, las ciudades tienen muchos puestos de trabajo inducidos por la organización del comercio de bienes producidos en el campo. Por citar un ejemplo evidente, la feria agrícola que tanto aporta a la ciudad de París no existiría si Francia no estuviera cubierta de campos productivos. Luego, para asegurar la distribución de los bienes necesarios a los habitantes de las ciudades, es esencial la existencia de plataformas logísticas lo que hace que se utilicen a menudo zonas rurales a veces bastante alejadas del centro de las ciudade…
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Autores

Catedrático en la Universidad de París IV-Sorbonne ; Presidente de la revista Population & Avenir.
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