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1Brasil es un verdadero laboratorio para las actuales recomposiciones de las relaciones entre religión y política en la región latinoamericana. Si nos atenemos a la historia, la Iglesia católica brasileña siempre logró imponer al Estado un modus vivendi. A pesar de las constituciones formalmente laicas, los compromisos han sido constantes. En especial, la capacidad de la Iglesia para actuar y definirse como mediadora en los conflictos sociales y su participación en los acuerdos electorales constituyen un dato permanente de la historia brasileña contemporánea. La teología de la liberación, que hace años estuvo en boga, y las Comunidades Eclesiales de Base que tomaron “la opción preferencial por los pobres”, con figuras tan emblemáticas como el obispo Helder Cámara en Recife y el dominicano Carlos Alberto Libanio Christo (Frei Betto), llevaron a la Iglesia a convertirse en un espacio de resistencia a la dictadura durante la década de los ochenta. Aunque en un inicio la Iglesia apoyo al régimen militar, ella contribuyo a la democratización del país mediante la defensa de los derechos humanos y la promoción de aspiraciones a la democracia social y económica: un buen ejemplo del tipo de vínculo que se tejió entre lo religioso y lo político en un contexto en el que floreció un activo catolicismo nacional durante los siglos xix y xx. Este se nutrió de la identificación del país con Nuestra Señora Aparecida, la representación mariana nacional, y con el Cristo del Corcovado, que protege la bahía de Río de Janeiro. Inaugurada en 1931 con la presencia del presidente populista Getulio Vargas, la inmensa estatua alberga a sus pies una capilla dedicada a la Aparecida.

Una diferenciación religiosa creciente

2Sin embargo, en los últimos treinta años, en particular, a partir del fin de los regímenes militares, se ha generado una nueva situación debido al surgimiento de actores religiosos inesperados, los líderes pentecostales. A diferencia del espiritismo kardecista y las expresiones religiosas subalternas y sincréticas (candomblé, umbanda, etc.), comprendidas en la expresión “religiones afrobrasileñas”, que nunca pusieron en peligro la hegemonía católica e incluso se articularon con el catolicismo popular, el pentecostalismo se planteó rápidamente como un competidor. Presente desde 1910 en el país, no fue sino hasta la década de los ochenta que este cristianismo de la emoción, de origen norteamericano (1906), se “brasileñizó” rápidamente y adquirió visibilidad estadística y social. Promotor de prácticas de glosolalia, taumatúrgicas y exorcistas, está constituido por docenas, y hasta cientos, de pequeñas empresas religiosas bajo la conducción de líderes dotados de carisma, que por lo general no van más allá de la escala local o regional. Sin embargo, algunas organizaciones han alcanzado una dimensión nacional. Dos de ellas dominan el sector que moviliza a 44 millones de fieles, según las últimas estadísticas (2010) del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). Se trata de las Asambleas de Dios, de antigua implantación (1910), que abarcan todo el territorio y tienen casi 12 millones de adeptos, y la Iglesia Universal del Reino de Dios, fundada en 1977 por un empleado de la lotería pública del Estado de Río de Janeiro, que se convirtió en “el Obispo” Edir Macedo. Esta última organización es típica de los neopentecostales, que utilizan los medios de comunicación más modernos para difundir un mensaje resumido en dos eslóganes que se exhiben en las paredes de sus templos: “Pare de sufrir” y “Jesús es la solución”. En 1989, esta sociedad patrimonial, en manos de su fundador y líder supremo, adquirió por millones de dólares la Rede Record, que se convirtió en el principal canal de televisión del país después de la Rede Globo, también privada. Hoy es una multinacional religiosa de 1,8 millones de miembros en Brasil, que dispone de unos 6000 templos en todo el país y sucursales en el resto de América, en Europa y en África, especialmente en los países y las diásporas de habla portuguesa. En julio de 2014, acaba de inaugurar en San Pablo el más grande de sus templos de enormes dimensiones, que afirma ser una réplica del templo de Salomón de Jerusalén.

3El cambio en el paisaje religioso que deriva de esto es notorio desde el punto de vista estadístico. En 2010, cuando los católicos constituían el 64,6 % de la población, los evangélicos pentecostales representaban el 22,2 %. Mientras que los no creyentes llegaban al 7,4 %, los espiritistas estaban estancados en el 2 % y los cultos afrobrasileños, en el 1,7 %. Estos datos adquieren un valor particular si los traducimos al plano geográfico, donde muestran polos de expansión de los nuevos movimientos religiosos entusiastas en las periferias de las megalópolis y en un amplio Nordeste, que llega a las márgenes amazónicas. También resultan significativos si se tienen en cuenta las poblaciones que adhieren a ellos: los sectores sociales más pobres y una clase media urbana emergente.

Cuadro n.° 1

Identidades religiosas en Brasil, 1900-2010

Cuadro n.° 1
Religiones 1900 1950 1980 1990 2000 2010 Católicos 98,9 93,7 89,2 82,9 73,8 64,6 Evangélicos 1,0 3,4 6,6 9,0 15,4 22,2 Espiritistas 1,1 1,3 2,0 Umbanda/Candomblé 0,4 0,3 0,3 Otros 0,06 1,2 3,0 Sin religión 0,1 0,5 1,6 4,7 7,4 8,4

Identidades religiosas en Brasil, 1900-2010

Fuente: Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).

4Aun cuando los datos estadísticos de los católicos muestran una disminución espectacular de su participación en el mercado de almas en los últimos veinte años, una lectura en términos de “declive del catolicismo” parece completamente superficial. En síntesis: Brasil sigue siendo el país católico más grande del mundo, pero también se ha convertido en el país pentecostal-evangélico más grande. La pluralidad religiosa resultante ha exacerbado la competencia y el catolicismo se ha “pentecostalizado” de manera dinámica, reintroduciendo el milagro, el exorcismo y la taumaturgia, que formaban parte de su bagaje religioso tradicional, con una lógica de mercado. La expresión más emblemática de esto es el surgimiento de curas carismáticos que hasta pueden competir con los “profetas” pentecostales. La atención que prestó Benedicto XVI, durante su visita a Brasil en mayo de 2007, al padre Marcelo Rossi, “cura-star” al frente de una parroquia católica carismática de masas de San Pablo, es reveladora de la importancia que la Iglesia otorga a ese tipo de liderazgo al que desearía ver erosionar la influencia de los rivales pentecostales. En esta lógica competitiva, la gran novedad es el surgimiento de actores sociales dotados de carisma que pueden capitalizar su poder, ligado a organizaciones religiosas de masas, y traducirlo en una expresión política.

Un liderazgo político-religioso

5Ningún observador lo preveía cuando en 1987, con ocasión de las primeras elecciones democráticas después del fin de las dictaduras militares, una bancada, bloque o “frente parlamentario evangélico”, es decir, un grupo de presión compuesto por 33 diputados de varios partidos políticos, salió a la luz en el parlamento brasileño. En 1998, su presencia se consolidó con 53 diputados evangélicos federales; la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) obtuvo, ella sola, 17 diputados federales, elegidos bajo el eslogan “Un hermano vota por un hermano” a partir de una distribución electoral de los fieles.

6Desde entonces, a pesar de todos los pronósticos de agotamiento por el desgaste del poder y la corrupción endémica que también los afecta, su presencia no ha hecho más que aumentar, a tal punto que en las elecciones parlamentarias de octubre de 2010, el lobby evangélico pasó a tener 70 diputados federales, es decir, el 12 % de los escaños, a los que se sumaron 3 senadores. En las recientes elecciones de octubre de 2014, la bancada continuó creciendo, con 75 diputados federales y 3 senadores electos que llevaban el título de “pastor, obispo, apóstol o misionero”, pertenecientes a 17 partidos diferentes de un amplio espectro político que va de la izquierda a la derecha. San Pablo, el colegio electoral más grande del país, y Río de Janeiro, el tercero, tuvieron 14 evangélicos electos cada uno, seguidos por el estado de Paraná, que tuvo 8 [1]. En el estado de Río de Janeiro, casi un tercio de los diputados son evangélicos y 3 de ellos obtuvieron los mejores resultados en la votación. Esta geografía de la representación parlamentaria evangélica refleja la implantación, a la vez urbana y rural, de las bases pentecostales. Más presentes que nunca, a pesar de los escándalos de corrupción en los que participaron muchos pastores diputados o sus antecesores —del mismo modo que otros diputados y políticos brasileños—, actualmente representan el 16 % de los 513 diputados federales electos y constituyen un grupo de presión que conforma el tercer grupo parlamentario.

7Su voto conservador en materia de ética familiar y sexual será sin duda decisivo en los próximos años, en especial con respecto a los derechos de los homosexuales, la despenalización del aborto o la legalización de algunas drogas. Además, pueden presentarse como una fuerza de arbitraje entre los partidos hegemónicos y obtener beneficios a partir de sus tácticas de apoyo a tal o cual partido en una votación decisiva. La demostración de su capacidad de movilización es reiterada y se manifiesta especialmente desde 1993 en marchas por Jesús en las grandes ciudades del país. La más reciente, en San Pablo, movilizó a un millón de personas y se planteó como la antítesis del gay pride. La apropiación del espacio público es una constante que otorga a estos movimientos una visibilidad sin precedentes. Su éxito electoral también se ha visto reflejado, en ocasiones, en el nombramiento de algunos de sus líderes en puestos de gobernadores y vicegobernadores, como sucedió en 1998 en el estado de Río de Janeiro con Antony Garotinho (Partido Democrático Brasileño, PDB) y Benedita da Silva (Partido de los Trabajadores, PT), una mujer de raza negra proveniente de las Asambleas de Dios. Sus logros, sin embargo, están lejos de ser sistemáticos, a pesar de la cantidad de dirigentes de sus filas que buscan acceder al poder. Por otro lado, suele suceder que candidatos no evangélicos hacen esfuerzos para asegurarse el voto evangélico que les permita ganar.

8¿Cómo se puede entender este fenómeno? Si un grupo tan importante de diputados se identifica con una expresión religiosa en particular, hay que admitir que otros diputados han hecho implícitamente lo mismo con la organización religiosa católica hegemónica (lo cual merecería un análisis más profundo). El lugar de la Iglesia católica en su relación con la política se ha mantenido constante. Ha continuado arbitrando y defendiendo sus prerrogativas a través de concordatos reiterados, como el de 2008, que es ejemplar. Al parecer, el único medio disponible que tienen los sectores sociales dominados para desestabilizar o eludir el statu quo político-religioso, o al menos garantizar sus propias prerrogativas, es la entrada a la política por medio de los religiosos disidentes. Conviene, entonces, preguntarse cómo surge el actor político-religioso sectario.

Una política de la alabanza y la dádiva

9La irrupción política del líder religioso sectario puede explicarse por la afinidad electiva entre el pentecostalismo y la cultura política brasileña. Allí, los estilos de autoridad y los mecanismos de dominación están marcados por una recurrencia del autoritarismo, enraizado en la herencia colonial y, a la vez, resultado de estructuras rurales que han permanecido durante mucho tiempo inmóviles. Casi dos siglos de independencia (1822) apenas lograron borrar parcialmente tres siglos de colonización que actuaron como crisol de las relaciones sociales. La estratificación social es, ante todo, una estratificación segmentaria y racial fundada en un orden dominado por las minorías blancas, amenazadas recurrentemente por los mestizos, siempre dispuestos a asimilarse a la élite blanca o adoptar sus valores y comportamientos, una vez en el poder. La persistencia de estas “castas” definidas por los sutiles matices del color de la piel hace que el anonimato jurídico de la ciudadanía abstracta sea totalmente ficticio, a pesar de la ideología dominante de la brasilianidad unificadora que glorifica el mestizaje.

10El carácter vertical de las relaciones sociales no es solamente expresión de un orden social tradicional o un arcaísmo resultante del legado de las estructuras rurales de la fazenda (gran propiedad agropecuaria) en las mentalidades y los comportamientos. También es el resultado de los dos actores institucionales que se benefician de la herencia colonial, el Estado y la Iglesia católica. Ambos dan lugar a formas más o menos oligárquicas o personalizadas de concentración del poder y de rechazo a cualquier impulso independiente de las bases populares.

11Este estilo de ejercicio del poder debe su fuerza y su perdurabilidad al hecho de que también se manifiesta en el plano de las estructuras locales, el pueblo o el barrio. Se reproduce desde lo alto hasta lo bajo de la escala social a través de cadenas de lealtad, reciprocidad y dependencia, que estructuran las relaciones sociales verticales y asimétricas. El caudillismo hacia arriba y el “coronelismo” hacia abajo son dos modalidades, dos expresiones históricas de los mecanismos de dominación dentro de la sociedad brasileña [2].

12En consecuencia, el neocomunitarismo pentecostal nació en una sociedad que presenta condiciones favorables para las relaciones de patronazgo y las redes clientelares. Es “una protopolítica de la alabanza” que se inscribe en una cultura política corporativa [3]. La fusión emocional comunitaria que entabla es al mismo tiempo la afirmación igualitaria del “nosotros” de los excluidos del sistema social reunidos en torno al líder-profeta y la adopción de un lenguaje, la glosolalia y la alabanza, inaceptable para la sociedad dominante. Al mismo tiempo, es una estructuración autoritaria de la protesta mediante la sumisión del grupo al líder natural carismático.

13A la alabanza como primera declaración del pentecostalismo se le suma la dádiva como mecanismo de estructuración de la relación corporativista. La dádiva se manifiesta mediante el sacrificio financiero de los fieles, central en los cultos pentecostales, como reconocimiento del poder carismático del líder. El fiel dona dinero para recibir a cambio un bien simbólico a través del mediador carismático. La dádiva es, ante todo, el reconocimiento del poder carismático que posee el líder religioso, capaz de garantizar la reciprocidad o incluso de responder con exceso a la creencia en forma de una bendición espiritual y material. Esta es la fórmula lapidaria que resume la lógica de ese mecanismo de poder: “La política de la dádiva es ante todo una política de la escasez” que se inscribe en la “necesidad de intercesión” [4]. Es la escasez de bienes vitales y la mediación necesaria para acceder a ellos lo que sustenta y mantiene tanto la emoción neocomunitaria del pobre movilizado por el pentecostalismo como el mecanismo corporativista de dominación política y religiosa de los pastores-patrones. Por eso la declaración pentecostal no solo está a las puertas de lo político, sino que contribuye a dar forma al recurso político clásico en las mentalidades brasileñas. En este sentido, se trata más de una continuidad que de una ruptura con respecto a las mentalidades religiosas católicas que estructuraron y fortalecieron el imaginario político y social corporativista. Al pasar de las reivindicaciones religiosas a la acción política, los dirigentes pentecostales apuntan a salvar la brecha entre la realidad del mundo de exclusión del que provienen (las favelas) y una fachada de modernización política que en los hechos sigue negando los principios democráticos liberales, basándose en un parlamentarismo que prohíbe a los líderes pentecostales cualquier representación que no sea la corporativa. Las minorías pentecostales inscritas en la estructura dual del sistema político-social brasileño que persiste, a pesar del surgimiento de una vasta “clase media”, en continuidad con el universo simbólico endógeno, tienden a elaborar una relación clientelar y subordinada al Estado en busca de reconocimiento y de una negociación.

Una relación de subordinación al neocorporativismo de estado

14En Brasil, como en el resto de América Latina, la acción política o religiosa no depende de la opinión del actor individual, sino de los favores obtenidos y la protección proporcionada al grupo social. Esto distingue las prácticas políticas del modelo democrático liberal. En lugar de basarse en el principio de la representación de los individuos, el sistema político es de participación y movilización, a partir de la comunidad local y los actores colectivos, en torno a hombres fuertes (cacique, coronel, jefe natural): “[E]l caciquismo no refuerza el aislamiento de las comunidades; por el contrario, facilita el acceso de estas al poder central. Pero es más un medio de control de una población que un agente de expresión de sus demandas, que no pueden manifestarse directamente, a través de ‘representantes’ electos” [5].

15Al facilitar el acceso al poder regional y central, el pentecostalismo se transforma en un movimiento que captura votos, en la medida en que el voto aparece como un bien intercambiable entre otros y por otros bienes utilizables de manera más inmediata. La negociación del voto más o menos cautivo de los fieles pentecostales es reivindicada por las mismas bases y a la vez utilizada por los pastores con fines políticos. En la medida en que los líderes pentecostales o evangélicos se inscriben en una lógica de crecimiento de su empresa religiosa, se ven obligados a buscar formas de aumentar o, al menos, mantener su prestigio. Este interés converge con el de los dirigentes políticos que buscan reclutar clientes potenciales, es decir, actores que puedan entablar “una relación de dependencia personal, no relacionada con el parentesco, basada en un intercambio recíproco de favores entre dos personas, el patrón y el cliente, que controlan recursos desiguales” [6]. Así es cómo, durante las décadas de los setenta y los ochenta, los pastores han sido objeto de atenciones por parte de los regímenes militares que deseaban garantizar su legitimidad y, desde la década de los noventa, han sido cortejados por organizaciones políticas de todo tipo.

16De esta manera, los líderes evangélicos se insertaron en redes que abarcan todo el espectro social. En efecto, la mayoría de los políticos, desde el Jefe de Estado hasta un funcionario electo de base, utiliza recursos vinculados a su cargo para construir redes clientelares o para penetrar en esas redes cuyas ramificaciones están entrelazadas [7].

17En el marco de esta cultura política, las prácticas de mediación del líder “pentecostal-evangélico” se desarrollan a partir de su capacidad para movilizar clientelas religiosas cada vez más amplias. Los pastores pentecostales que inicialmente se abstenían de actuar en la sociedad global, ante el crecimiento exponencial de sus iglesias, se transformaron en “vendedores de votos”, en mediadores solicitados, que cambian el voto más o menos cautivo de sus fieles por puestos políticos subalternos, por la redistribución de bienes públicos o privados, o por el otorgamiento de concesiones de estaciones de radio o de canales de televisión, entre otros [8]. Por este mecanismo, los movimientos religiosos neocomunitarios que se apoyan en los pobres y los excluidos entran en una relación clientelar de subordinación al Estado y “apuntan menos a la construcción de un conflicto que a una integración social y política, lo que explica su radicalismo conservador en el que se mezclan los discursos más extremos con el clientelismo más utilitario” [9].

18Ilustradora de este tipo de lazo fue la visita que la presidenta Dilma Roussef hizo al “Templo de Salomón” de la Iglesia Universal del Reino de Dios, en San Pablo, el día de su inauguración, el 31 de julio de 2014, con el Gobernador del estado de San Pablo y el alcalde de la ciudad. Se trata de una réplica gigantesca del supuesto Templo de Salomón en Jerusalén, cuyo costo se estima en 226 millones de euros. Está situado en una parcela de 28.000 m2 en el distrito de Bras, con una superficie construida de 74.000 m2. La fachada del edificio principal mide 56 metros de alto. Cuenta con 7 metros de subsuelo, en el que hay 1200 plazas de estacionamiento, según el sitio web oficial del templo.

19Hay un paralelismo y una complementariedad entre la acción política y la acción religiosa, que impiden las solidaridades horizontales, autónomas, y refuerzan las configuraciones verticales en beneficio de los actores corporativos. Dado que el pentecostalismo y el evangelismo son una forma de escapar a la hegemonía corporativista de la Iglesia, la confesionalización de la política mediante la creación de la bancada evangélica constituye una manera de ejercer presión sobre el Estado para redefinir el régimen de laicismo y la regulación de los cultos que hasta el momento habían servido exclusivamente a los intereses de la Iglesia católica. Incluso estamos asistiendo a una mimetización de las relaciones de las organizaciones religiosas de masas con el Estado. Así, al concordato católico romano de 2008 le respondió el “pequeño concordato evangélico”, como se denominó a la Lei Geral das Religiões, un acuerdo entre el lobby pentecostal y el Estado para negociar los mismos privilegios que los otorgados a la Iglesia. Los defensores del carácter laico del Estado se preocupan con razón por esta evolución, que está vinculada a la prevalencia de los actores religiosos en el espacio público. Hay otro tipo de laicidad planteado por la estrategia de los actores religiosos y la voluntad del Estado. Lo llamaremos “corporativo”. Estamos asistiendo a una confesionalización de la política y de la sociedad en un país que nunca se ha secularizado, a pesar de los resultados económicos que ha presentado y la modernización que eso conlleva. La insistencia en la identidad “pentecostal” de la candidata presidencial de 2014, Marina da Silva, en la reciente campaña electoral es una señal en ese sentido, aun cuando ella nunca se presentó a sí misma como candidata de los evangélicos. Su perfil de mujer negra, ecologista de formación tardía y pentecostal surgida de las Asambleas de Dios la convierte en un símbolo que se acerca al self made man, el líder pentecostal con el que se identifican los excluidos por el discurso y las prácticas compensatorias que difunde, así como también las clases medias emergentes por el éxito económico que simboliza cuando crece el tamaño de su empresa religiosa.

¿Un dinamismo de la sociedad civil?

20Surge, entonces, una pregunta: ¿este fenómeno refleja un dinamismo de la sociedad civil que permite a los sectores sociales populares traducir sus demandas de “prosperidad” en un sistema representativo, con líderes religiosos que captan su confianza más que los políticos tradicionales corruptos? Es difícil de comprobar, porque el poder de arbitraje que constituye el lobby evangélico-pentecostal dentro del Parlamento se centra en cuestiones morales en el sentido más conservador (antiaborto, antihomosexualidad), que a menudo se suman a las posiciones católicas. Además, estamos presenciando una revitalización de las prácticas políticas clientelares más clásicas, en términos del intercambio de votos en beneficio de los privilegios corporativos, en particular, privilegios fiscales. Por eso los candidatos de los grandes partidos del gobierno prestan mucha atención a estos actores religiosos. La candidata Dilma Rousseff tuvo incluso que modificar los temas de su campaña en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de octubre de 2010 para garantizarse su apoyo. La influencia y el peso de los evangélicos en la política brasileña cobraron aún más fuerza, lo cual obligó a la ya entonces presidenta a suspender el proyecto presentado por el Ministerio de Educación para distribuir kits de información a los estudiantes con el fin de prevenir comportamientos homofóbicos. También tuvo que retirar un nuevo proyecto de ley sobre la homosexualidad. Una impresionante protesta orquestada por la bancada evangélica, y difundida por las Iglesias evangélicas pero también por la poderosa Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, multiplicó las declaraciones opositoras y los reclamos. Hasta Marina da Silva tuvo que cambiar su campaña presidencial de 2014 en torno al tema del reconocimiento de los derechos de los homosexuales bajo la presión de los líderes pentecostales. Más que un dinamismo de la sociedad civil, el lobbying evangélico, extremadamente conservador en términos de ética, se encarga de las prácticas reales que son los acuerdos de beneficios fiscales y otros privilegios que los líderes pentecostales logran arrebatar al poder y a los sectores hegemónicos del país.

21Aunque lo esperable hubiera sido que la pluralización religiosa acelerara un proceso de privatización de lo religioso y, por lo tanto, de secularización, lo que está sucediendo es un fenómeno inverso. Las causas son fundamentalmente sociales. Si el discurso tradicional de los líderes pentecostales sobre la familia encuentra tal eco es porque la violencia sexual y la crisis recurrente de las parejas llevan a las mujeres abandonadas a buscar apoyo y hermandad dentro de las comunidades pentecostales que les ofrecen un espacio de convivencia entusiasta y de solidaridad. Si las iglesias pentecostales elaboraron una teología de la prosperidad con la modalidad del milagro, que nada tiene que ver con la ética protestante y el espíritu del capitalismo weberiano, es porque la sociedad de consumo a la que ingresó Brasil produce tanta exclusión como precariedad. Los líderes pentecostales capitalizan la crisis social ofreciendo a la vez ilusión y hermandad mientras se erigen en intermediarios políticos entre el pueblo excluido y los que toman las decisiones vinculados a la clase dirigente. La consiguiente confesionalización de la política lleva a los nuevos ingresantes a utilizar la relación de fuerzas clientelar para que el Estado les conceda prerrogativas públicas idénticas a las de la Iglesia católica. En este “extremo occidente” que es América Latina [10], contribuyen a definir un laicismo corporativo de cultos reconocidos, que no es ni el laicismo de combate que experimentó la región en la época del anticlericalismo liberal ni el laicismo apaciguado y secularizado por la privatización y la desinstitucionalización de lo religioso que está experimentando Europa.

Notes

  • [1]
    O Globo, São Paulo, 8 de octubre de 2014.
  • [2]
    Sobre el caciquismo, cf. Alain Touraine, La parole et le sang, politique et société en Amérique latine (París: Odile Jacob, 1988), 99-100; y Alain Rouquié, Amérique latine. Introduction à l’extrême Occident (París: Le Seuil, 1987), 271-278.
  • [3]
    Cf. André Corten, Le pentecôtisme au Brésil, émotion du pauvre et romantisme théologique (París: Karthala, 1995).
  • [4]
    Cf. Alain Rouquié, “América latina: introducción al Extremo Occidente” Siglo XXI, 1994, p.267.
  • [5]
    “Existe un modelo político dominante en América Latina, el modelo nacional popular, dentro del cual, o en relación con el cual, se definen actores sociales que, más que conducir a una acción autónoma, responden a intervenciones del poder político”. Cf. Alain Touraine, La parole…, 294.
  • [6]
    Cf. Jean-François Médard, “Le rapport de clientèle : du phénomène social à l’analyse politique”, Revue française de science politique, n.° 1 (1976): 103.
  • [7]
    Cf. Stéphane Montclaire, “Prises et emprises de l’État au Brésil”, en La transformation de l’État en Amérique latine. Légitimation et intégration, ed. Por Daniel van Eeuwen (París: Karthala-Crealc, 1994), 93-112.
  • [8]
    Cf. Christian Lalive d’Épinay, Religion, dynamique sociale et dépendance : Les mouvements protestants au Chili et en Argentine (París: Mouton, 1975).
  • [9]
    Cf. Alain Touraine, La parole…, 257.
  • [10]
    Cf. Alain Rouquié, Amérique latine…, 112.
Jean-Pierre Bastian
Profesor emérito de Sociología de las Religiones en la Universidad de Estrasburgo.
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Subido a Cairn Mundo el 23/08/2021
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