Este artículo retoma argumentos desarrollados con más detalle en D. Méda, La mystique de la croissance. Comment s’en libérer [La mística del crecimiento. Cómo liberarse], Champs Actuel, y F. Jany-Catrice, D. Méda, Faut-il attendre la croissance ? [¿Deberíamos esperar al crecimiento?], La Documentation française.
1 Nuestras sociedades se basan en el crecimiento. Este hecho no es ajeno a la ambición de la Modernidad por «extender los límites del imperio humano» [1] y por convertir a los hombres en «dueños y poseedores de la Naturaleza» [2]. En efecto, este proyecto de humanización de la naturaleza se reflejó en los siglos XIX y XX en una expansión sin precedentes de la producción y el consumo que, paradójicamente, hace que la tierra sea cada vez más inhóspita para el ser humano. Si queremos garantizar, en palabras del filósofo Hans Jonas, «la permanencia de una vida humana auténtica sobre la tierra», [3] debemos romper de manera definitiva –al menos– con la forma que ha tomado el proyecto humanista moderno durante los últimos siglos, aunque no necesariamente con el proyecto en sí mismo.
Sociedades basadas en el crecimiento
2 Somos sociedades basadas en el crecimiento: desde hace varios siglos, el aumento de la producción y de los ingresos constituye el centro de nuestras preocupaciones y nuestros objetivos. La expresión de esta ambición se remonta al economista Adam Smith, quien en su famosa obra Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicada en 1776, recordaba que «la multiplicación grande de producciones, que en todas las artes dimana de la división del trabajo, es lo que en una sociedad bien ordenada produce aquella opulencia universal que se extiende hasta por las clases inferiores del pueblo». [4] En Francia, unos años antes, el jurista Georges-Marie Butel-Dumont afirmaba en su Théorie du luxe [Teoría del lujo] que la prosperidad viene de «la capacidad de un gran Estado de fomentar una producción que excede la satisfacción de las necesidades indispensables y, por lo tanto, un consumo cada vez más intenso». [5]
3 Las sociedades occidentales desarrollaron originalmente estas teorías, y luego las difundieron por todo el mundo. Fue a mediados del siglo XX cuando empezó su formalización concreta en los sistemas contables. En 1934, el economista estadounidense Simon Kuznets publicó un primer cálculo del ingreso nacional de EE. UU. en respuesta al deseo del Senado de ese país de estimar las pérdidas causadas por la Gran Depresión. En 1939 se crea en Estados Unidos el Sistema de Cuentas Nacionales (SCN). En Francia, hubo avances antes y después de la Segunda Guerra Mundial para construir el sistema francés de cuentas nacionales, cuyo principal agregado es el producto interno bruto (PIB).
4 Rápidamente, el PIB per cápita, cuya elaboración se estandarizó a nivel internacional, se convirtió en el indicador universal de rendimiento y progreso. François Fourquet describió en Les comptes de la puissance [Las cuentas del poder] las ambiciosas motivaciones de los inventores del sistema francés de cuentas nacionales, una de las cuales era otorgar un lugar central a la búsqueda de poder. [6] La expresión los «Treinta Gloriosos» acuñada por Jean Fourastié en su obra homónima publicada en 1979 muestra claramente el entusiasmo que suscitaron entonces unas tasas de crecimiento sin precedentes: ¿no deberíamos llamar gloriosos a los treinta años que sacaron a Francia de la pobreza milenaria, de la vida vegetativa tradicional, para llevarla a los niveles y estilos de vida contemporáneos?, exclama el autor.
5 Sin embargo, a principios de la década del 2000, se escuchaba una historia completamente diferente. En el libro Une autre histoire des Trente Glorieuses [7] [Otra historia de los Treinta Gloriosos], un grupo de historiadores reveló la otra cara de la moneda. Estos años, que rebautizaron como los Treinta Calamitosos, fueron el escenario de un productivismo desenfrenado, de una gran contaminación y, en general, de lo que ahora se llama la Gran Aceleración. Como punta de lanza del Antropoceno –esta nueva era en la que los humanos se han convertido en una fuerza geológica–, la Gran Aceleración ha resultado, por un lado, en un aumento exponencial del crecimiento y, por otro, en un avanzado deterioro del sistema terrestre y un desbordamiento de los límites planetarios. Por lo tanto, el juicio al crecimiento del crecimiento puede comenzar. Pero ¿a qué conducirá? Crecimiento verde, decrecimiento, poscrecimiento: muchas propuestas tienen ahora cabida en el debate público.
Los estragos del crecimiento
6 La crítica al crecimiento no es nueva. El autor Bertrand de Jouvenel ya señalaba en la década de 1950 en Arcadie. Essais sur le mieux-vivre [8] la mayoría de las críticas que se desplegarían dos décadas más tarde, tanto sobre el indicador PIB como sobre el proceso de crecimiento. En la década de 1970 se publicaron numerosos análisis que cuestionaban los beneficios del crecimiento. El informe Los límites del crecimiento, codirigido por los Meadows, se publicó en 1972 y puso de manifiesto los estragos del crecimiento: si seguimos como hasta ahora, nuestras sociedades sufrirán un colapso, aseguraron los autores. [9] Su informe consiguió una audiencia mundial, pero su diagnóstico y recomendaciones fueron desacreditados por los economistas, en particular por William Nordhaus, quien criticó a los autores por no haber introducido el precio en sus razonamientos. La década de 1970 fue también la de La société de consommation [10] de Jean Baudrillard, quien recordó, siguiendo a Thorstein Veblen, que el consumo no solo tiene como objetivo satisfacer necesidades, sino que es cada vez más un medio para distinguirse, para diferenciarse. Por lo tanto, parece difícil restringirlo dentro de ciertos límites. Aunque podría haber sido una oportunidad para acabar con nuestra dependencia de los combustibles fósiles, la crisis del petróleo reforzó dicha dependencia e hizo que las críticas al crecimiento fueran inaudibles. No fue hasta finales de la década de 1990 y principios de la de 2000 que se volvieron a expresar estas críticas en varios niveles.
7 A finales de los noventa, sucedió en el ámbito de los indicadores y la identificación de las deficiencias del PIB. En 1990, el PNUD propuso el índice de desarrollo humano: este añadía la esperanza de vida y el nivel de educación al PIB per cápita. En Francia, a finales de los noventa, una escuela de pensamiento, llamada por algunos la escuela de los nuevos indicadores de riqueza, retomó esta cuestión. En 1999, en Qu’est-ce que la richesse? [11] [¿Qué es la riqueza?], cuestioné las razones que podrían habernos llevado a equiparar la riqueza de una sociedad con su tasa de crecimiento o su PIB per cápita, [12] y recordé las conocidas limitaciones de este indicador.
8 De alguna manera, el PIB recorta la realidad y brinda una imagen extremadamente reduccionista e inexacta de esta. Deja de lado y considera nulas muchísimas actividades o realidades esenciales para la reproducción de la sociedad, en particular todas las que no se traducen en producción para el intercambio o incluso solo en producción: el «trabajo doméstico» o las actividades familiares, de voluntariado, ciudadanas, políticas, de ocio, de desarrollo personal… Ignorar que existen es ignorar los efectos potencialmente negativos de un aumento de la producción: una reducción del tiempo de ocio o del tiempo dedicado a los amigos y a la familia, al ejercicio de la ciudadanía, un deterioro de su calidad…
9 Además, el PIB contabiliza positivamente, y registra a su valor de cambio, todas las producciones, sean útiles o inútiles en el sentido tradicional del término. De hecho, la economía neoclásica, que sigue siendo la base de la contabilidad nacional, considera que un bien o servicio es útil cuando alguien se apropia de él. Así, la contabilidad nacional puede contabilizar como aumento de la riqueza un incremento de los bienes y servicios cuya utilidad social sea dudosa o inexistente. El PIB tampoco se ve afectado por las desigualdades en cuanto a la participación en el proceso productivo (se puede tener el mismo PIB con muy pocos desempleados o con 5 millones de desempleados) ni por las desigualdades en el consumo.
10 Por último, y ante todo, la contabilidad nacional solo registra los flujos positivos y, a diferencia de la contabilidad empresarial, no tiene ningún balance en el que se puedan registrar partidas negativas, disminuciones o sustracciones junto a los aumentos. Al hablar de disminuciones me refiero tanto a la reducción de las existencias de recursos naturales renovables y no renovables como a los daños a la salud causados por la producción (y por el trabajo o la contaminación) y la pérdida de la calidad del aire, del agua, de los suelos, de las relaciones sociales, del clima, de la belleza de los elementos o los paisajes, del civismo, de la aptitud para la paz; todo lo cual no tiene precio, no puede ser apropiado por una unidad, sino que constituye un patrimonio común esencial para la vida. Nuestras cuentas nacionales no nos permiten seguir la evolución de este patrimonio, natural, social y sanitario, del que nos nutrimos para materializar esa suma de valores añadidos que constituye el PIB.
11 Por estas numerosas limitaciones, con mis colegas Jean Gadrey y Florence Jany-Catrice hemos estado trabajando desde hace un tiempo en la búsqueda de nuevos indicadores de riqueza que puedan dar una imagen más precisa de cuál es la riqueza de la sociedad y, en particular, del patrimonio crítico que le permite vivir: el patrimonio natural y la salud social. A pesar de todos nuestros esfuerzos, y a pesar de la creación de la Comisión Stiglitz-Sen-Fitoussi y de la ley sobre los nuevos indicadores de riqueza votada por unanimidad en la Asamblea Nacional de Francia, no hemos logrado que los nuevos indicadores contrarresten la influencia del PIB.
12 Y, sin embargo, aunque el crecimiento (del PIB) permita esconder los estragos que causa el crecimiento debajo de la alfombra, estos son cada vez más difíciles de ocultar. Otros estudios actuales destacan el vínculo entre crecimiento y contaminación, pero también, y sobre todo, entre crecimiento y emisiones de gases de efecto invernadero y energía. Los gráficos hablan por sí solos: existe una clara correlación entre el crecimiento del PIB y el consumo de energía. Un vínculo que se cuestiona poco, y que se resiste a la idea de que el crecimiento económico puede desvincularse del consumo de energía, minerales y materiales.
Crecimiento verde, decrecimiento, poscrecimiento
13 Este es el principal argumento que hoy permite a los defensores del crecimiento seguir creyendo en él: el crecimiento marrón y sucio podría ser reemplazado por un crecimiento verde y limpio. Con suficientes innovaciones tecnológicas se podría romper el vínculo entre el crecimiento y las emisiones de gases de efecto invernadero o los daños ambientales. Lamentablemente, cada vez más estudios demuestran que el crecimiento verde es un mito y que esa desvinculación es, en el mejor de los casos, relativa (o absoluta en circunstancias particulares). Es decir, no es posible confiar en la innovación tecnológica para aspirar a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero hasta el punto de que podamos permanecer en el límite de los dos grados.
14 Si el crecimiento verde es un mito, ¿qué podemos hacer? Cada vez son más numerosos los partidarios del decrecimiento. Señalan que la producción y el consumo deben disminuir para que las emisiones de GEI y la extracción de materiales a su vez disminuyan y podamos mantenernos dentro de los límites planetarios. Quieren usar una palabra-disparador que sugiera que tenemos que aceptar involucrarnos en una ruptura real. Personalmente, prefiero utilizar el término poscrecimiento, que sugiere que en adelante deberíamos abandonar cualquier referencia al crecimiento y tener como objetivo, en lugar de aumentar puntos del PIB, la satisfacción de las necesidades de todos respetando los límites planetarios.
15 Esto implica transformaciones gigantescas de nuestra economía; por ello, utilizo el término reconversión ecológica. Necesitamos emprender una verdadera conversión y cambiar de cosmología (reintegrar lo humano a la naturaleza), de paradigma (pasar de un paradigma de conquista y explotación a uno del cuidado) y de indicadores (cambiar el PIB por la huella de carbono y el índice de salud social). Pero también tendremos que anticiparnos y ocuparnos de los movimientos de mano de obra que causará el cierre de ciertas empresas en los sectores que más consumen combustibles fósiles y generan gases de efecto invernadero. Los efectos sobre el empleo y la economía dependerán de las inversiones realizadas y de nuestra capacidad para organizar una transición justa.
16 El último informe del IPCC [13] lo ha confirmado y lo sabemos: hay que romper con el productivismo desenfrenado que caracterizó a los Treinta Gloriosos y adoptar estilos de vida más sobrios o (para usar el término del informe) reconectarnos con lo «suficiente» (sufficiency). Si los políticos son reacios a pedir sobriedad, probablemente sea porque temen que una parte de la población no esté preparada para ello. Recordemos las palabras de George Bush en 1992: «El nivel de vida americano no es negociable». Los más humildes, en particular, no ven cómo podrían consumir menos cuando no tienen los medios para vivir dignamente. Responder a estas dudas y preguntas es esencial: consiste en recordar que quienes hoy emiten más gases de efecto invernadero son los más ricos, ya sean países o individuos dentro de los diferentes países. Por lo tanto, una política de sobriedad o suficiencia no pretende reducir proporcionalmente el consumo de toda la población, sino, por el contrario, procurar que los niveles de consumo y huella de carbono de los más ricos se acerquen a los de los más austeros. Corresponde pues a los más ricos, a los que abusan del uso de los aviones, de los vehículos todoterreno, de las multirresidencias hiperequipadas y del consumo ostentoso, adoptar nuevas prácticas.
17 Fueron los países occidentales los que inventaron los medios para multiplicar la producción y el consumo. Son ellos los que han enviado a la atmósfera una cantidad de CO2 que ahora amenaza directamente a los países más pobres y a las poblaciones más vulnerables dentro de ellos. Por ello, corresponde a los países occidentales, responsables de esta deuda ecológica, hacer todo lo posible para no solo detener este proceso, sino también para ayudar a los demás a enfrentar las catástrofes que hacen cada vez más inhóspita la tierra para grandes sectores de la humanidad.
Notes
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[1]
Francis Bacon, La Nueva Atlántida, trad. J.A. Vázquez (Buenos Aires: Losada, 1941).
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[2]
René Descartes, Discurso del método, trad. G. Quintás Alonso (Madrid: Alfaguara, 1981).
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[3]
Hans Jonas, El principio de responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, trad. A. Sánchez Pascual (Barcelona: Herder, 1995).
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[4]
Adam Smith, Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, trad. J.A Ortiz (Valladolid: Viuda e Hijos de Santander, 1794).
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[5]
Georges-Marie Butel-Dumont, Théorie du luxe: Traité dans lequel on entreprend d’établir que le luxe est un ressort (Hachette Livre, 2018). N. del T.: traducción propia; todas las traducciones de este artículo lo son, a menos que se indique lo contrario.
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[6]
François Fourquet, Les comptes de la puissance: Histoire de la comptabilité nationale et du plan (París: Recherches, 1980).
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[7]
Une autre histoire des Trente Glorieuses, ed. por Céline Pessis, Sezin Topçu, and Christophe Bonneuil (Paris: La Découverte, 2013).
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[8]
Bertrand de Jouvenel, Arcadia: Ensayos para vivir mejor (Caracas: Monte Avila Editores, 1969).
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[9]
Donella H. Meadows, Dennis L. Meadows, Jørgen Randers, y William W. Behrens III, Limits to Growth (Nueva York: Universe Books, 1972).
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[10]
Jean Baudrillard, La sociedad de consumo, trad. A. Bixio (Madrid: Siglo XXI, 2009).
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[11]
Dominique Méda, Qu’est-ce que la richesse? (París: Aubier, 1999).
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[12]
El crecimiento es el crecimiento en volumen del PIB, la suma del PIB mercantil y el no mercantil.
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[13]
IPPC, Climate Change 2022: Mitigation of Climate Change. Summary for Policymakers (Cambridge, Reino Unido y Nueva York, NY: Cambridge University Press, 2022), acceso el 11 de enero de 2022. https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg3/downloads/report/IPCC_AR6_WGIII_SPM.pdf