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1¿De qué habla el transhumanismo? Inmortalidad o amortalidad, inmortalidad biológica o incluso «extensión radical de la esperanza de vida en buena salud» en su expresión «longevista». Los términos con los que nos topamos, tanto en la pluma de los transhumanistas como en la de sus críticos, son múltiples pero no dicen todos lo mismo. Pueden incluso contradecirse.

2Este artículo tiene el objetivo de aportar sobre este tema un conjunto de respuestas lo más claras posibles sobre lo que dicen y lo que no dicen los transhumanistas francófonos que se reivindican como «tecnoprogresistas» (véase el sitio web de la Asociación Francesa Transhumanista – Tecnoprog: transhumanistes.com).

3Recordar lo que no dicen nos da la oportunidad de disipar un cierto número de malentendidos, dado que numerosos autores han hecho decir e insisten aún en hacer decir cualquier cosa a los defensores del pensamiento transhumanista, considerándolos como un todo uniforme.

4De manera general, veremos que la mayoría de los pensadores y militantes actuales del transhumanismo no aspiran a absolutos y no pretenden detentar soluciones que garantizarían para todos la felicidad y la paz universales.

5En segundo lugar se abordará lo que los tecnoprogresistas realmente intentan decir, desarrollando principalmente el ejemplo del «longevismo», es decir, la idea de que podríamos aumentar considerablemente la duración de la vida en condiciones de buena salud hasta alcanzar una «amortalidad», es decir, una existencia liberada de la enfermedad y del envejecimiento. Estudiaremos aquí varias de las condiciones y razones según las cuales podría ser ventajoso perseguir este objetivo.

I – Lo que los transhumanistas no pretenden

Los transhumanistas no desean la perfección

6En la crítica del transhumanismo, es frecuente leer y escuchar que sus partidarios pretenden realizar un «ser humano perfecto». Más allá de que se trata de una manera de descalificarlos ya de entrada remitiéndolos a la figura del Übermensch nazi, esto no se corresponde con lo que sostenemos. En la exposición de sus valores, la Asociación Francesa Transhumanista declara: «el objetivo no es alcanzar un utópico “hombre perfecto”, un Superman estúpido de eterna sonrisa en los labios, sino de perseguir indefinidamente el ideal de la perfectibilidad humana». [1]

7Es una manera de decir que los transhumanistas no desean en absoluto caminar hacia un humano estandarizado, cuya uniformidad sería perjudicial. Esta visión totalitaria estaría además en las antípodas del pensamiento de casi todos los transhumanistas, para quienes la libertad de disponer de sí mismo y de su cuerpo es capital. Esperan y apuestan, por el contrario, por una diversificación saludable, podríamos decir que indispensable incluso, para la lógica de lo vivo.

8Del mismo modo, una crítica recurrente consiste en afirmar que los transhumanistas solo se interesan por el rendimiento —hay que ser la mejor o el mejor—, y que en esto radicaría la voluntad expresa de un «aumento humano»: «¡siempre más!». Sin embargo el «aumento» no es más que una de las dimensiones posibles de la automodificación de lo humano, y «aumento humano» es una traducción bastante reduccionista y sesgada de la expresión anglosajona que pretende reflejar: human enhancement. En realidad, enhancement se traduce más exactamente por «elevación», «incremento». [2] De hecho, una mejora puede a veces pasar por una disminución. Por ejemplo, podríamos considerar que disminuir nuestra atávica tendencia a tener, a la acumulación, que nos hace tan vulnerables a las sirenas de la sociedad de consumo, podría ser una verdadera mejora en nuestra relación con las cosas, con los recursos y con las personas.

9Sobre esta cuestión es significativo que un buen número de críticas del pensamiento transhumanista se centran rígidamente en lo «aumentado». [3] Esta elección semántica, deliberada en algunos (Jean-Michel Besnier, por ejemplo) e inconsciente en otros (que han integrado la dialéctica de los primeros), tiene como consecuencia una condena aunque sea meramente implícita del transhumanismo, debido a su interés pretendidamente centrado en lo cuantitativo.

10La segunda parte de este artículo abordará las hipótesis llamadas «longevistas». Es importante por lo tanto precisar primero que la gran mayoría de los transhumanistas no pretende la forma de perfección implícita en una verdadera «inmortalidad». Se contentarán en realidad con lo que Edgar Morin denominó ya en 1953 la «amortalidad». [4]

11Y esta diferencia es esencial. Aunque existen expresiones como «inmortalidad biológica», e incluso a pesar de que algunos de los pensadores del transhumanismo más señalados, como Ray Kurzweil, usan y abusan del término «inmortalidad», hay que preguntarse de qué inmortalidad hablamos.

12En términos absolutos, la inmortalidad es el rasgo de lo que nunca muere, de ninguna manera, e incluso de aquello que no puede morir por su propia voluntad. Es por lo tanto una cualidad divina, transcendental, metafísica, vinculada por ejemplo a la idea de alma. Utilizar esta expresión remite en consecuencia el transhumanismo al campo de lo religioso. Esto justificaría inmediatamente las críticas irónicas que se mofan de un transhumanismo entendido cono una búsqueda de un nuevo grial.

13Salvo que no es esto lo que dicen, en el fondo, los transhumanistas. Dejando a un lado una pequeña minoría de transhumanistas espiritualistas (existe una asociación de transhumanistas cristianos, así como mormones transhumanistas), cuando estos hablan de «inmortalidad» tan solo pretenden hacer referencia a la hipótesis de una vida en la que estarían ausentes la enfermedad y el envejecimiento. Esto no elimina la posibilidad del accidente, del asesinato o del suicidio, y es por lo tanto mucho más exacto emplear el neologismo propuesto por Edgar Morin: amortalidad. Se trata de la búsqueda de una existencia de una duración potencialmente indefinida, pero no infinita. Según las condiciones de peligrosidad actuales, un simple cálculo estadístico indica que una vida sin enfermedad y sin envejecimiento podría conducir a una longevidad de alrededor de un millar de años. Esto nos parece mucho desde el punto de vida de nuestra condición actual, pero aun así tampoco significaría la inmortalidad.

14Ser el mejor, perfecto, inmortal, en estas críticas que interpretan —erróneamente por lo tanto— el pensamiento transhumanista como una búsqueda de lo absoluto, debería desembocar en un absoluto complementario, el de desplazarnos hacia algo posterior a lo humano que no tendría ya gran cosa de humano y en el cual perderíamos nuestra humanidad, en el sentido moral del término: lo poshumano.

15Ahora bien, los transhumanistas de la AFT-Technoprog sostienen que «el transhumanismo es un humanismo». ¿Cómo es esto posible? Porque en la definición de lo «poshumano», tal y como fue propuesta por sus inventores anglosajones de finales del siglo XX, empezando por el filósofo sueco Nick Bostrom, es tan solo una fase de la evolución antropotécnica llevada más allá de lo que conocemos actualmente. Contrariamente a su interpretación etimológica, «poshumano» no significa necesariamente «después de lo humano». Simplemente afirma que, dados nuestros criterios actuales, podría resultarnos difícil reconocer a tales seres como humanos puesto que lo que tenemos en mente es una evolución considerable. Pero al realizarse esta evolución paso a paso nada impide que ellos mismos sí se identifiquen con lo humano y se nombren a sí mismos «humanos». [5]

Los transhumanistas no definen un modelo de sociedad

16Otra crítica recurrente al transhumanismo consiste en declarar que este movimiento de pensamiento tiene una visión, o incluso un proyecto social (si no político) determinado. Según los autores, un discurso sobre promesas tecnológicas sobredimensionadas tendría como efecto borrar toda crítica política al sistema neoliberal dominante en la actualidad. [6] Para otros, la perspectiva de una superación de lo humano tendría como consecuencia rebajar la dignidad humana universal, desembocando en una inhumanidad propicia a todas las dictaduras. [7]

17Sin embargo, desde los orígenes de este movimiento, la mayor parte de las declaraciones transhumanistas reafirman la vinculación de sus promotores no solo con la libre determinación de cada cual, sino también con la idea de que sus organizaciones no apoyan tendencias políticas particulares. En realidad tienen bastantes dificultades para inscribirse en un discurso político coherente —en el sentido restringido del término— por la buena razón de que ellos mismos están atravesados por todas las divergencias imaginables. Una manera de explicarlo queda resumida en la frase: «¡hay tantos transhumanismos como transhumanistas!». Otra consiste en retomar el análisis del sociólogo transhumanista James Hughes, según el cual el pensamiento transhumanista define un plano transversal al plano sociopolítico tradicional. [8] Lo recogemos en el esquema siguiente: [9]

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18De manera general, los transhumanistas no desean «guiar» nada. Proponen una reflexión, un cuestionamiento. Los interrogantes que plantean (sobre las fronteras entre vivo e inerte, entre humano y máquina, entre humano y animal, entre hombre y mujer, o incluso entre terapia y mejora, etc.) pueden trastocar completamente las referencias en nuestras sociedades, pero no pretenden que las soluciones que proponen tengan que imponerse a todo el mundo en nombre de ningún tipo de bienestar universal del que ellos guardarían el secreto. Desean simplemente poder presentar y debatir sus ideas. Además, sean cuales sean las tecnologías que imaginan, la gran mayoría de ellos insisten siempre en decir que su uso no debería imponerse en ningún caso de manera arbitraria.

19En realidad, surgido en los países occidentales con una larga tradición democrática, el transhumanismo propone en general como modelo político la referencia al contrato social según el cual, en un contexto de amplias libertades, los ciudadanos eligen someterse a normas, votadas por sus representantes y que ellos consideran como globalmente legítimas: «la peor forma de gobierno, si exceptuamos todas las demás».

20También se les ha reprochado a los transhumanistas el que afirmen de manera perentoria que el futuro será tal y como ellos lo describen. Más aún, algunas de sus autores más reconocidos son tachados de «tecnoprofetas» que pretenden poco más o menos que leer el futuro. En realidad hay que reconocer que algunos de sus representantes —de los cuales los más conocidos son sin duda Ray Kurzweil en Estados Unidos y Laurent Alexandre en Francia— han hecho todo lo posible por caer en el punto de mira de esta crítica. [10] Sin embargo es importante entender el contexto de sus declaraciones y de sus motivaciones. Por limitarnos a estos dos ejemplos, tanto uno como el otro son personalidades que han querido llamar la atención de los medios de comunicación utilizando sistemáticamente la provocación. Para hacerlo han desplegado o recuperado toda una serie de eslóganes tan percutivos como reduccionistas: «la muerte de la muerte», «la persona que vivirá mil años ya ha nacido», [11] «la inteligencia artificial (IA) será igual a la de los humanos de aquí a 2030», «descargaremos nuestra mente en ordenadores de aquí a 2045», etc. [12] Del mismo modo, han contribuido por igual a la difusión mediática de los conceptos transhumanistas y a su demonización. Para numerosos críticos la palabra «transhumanismo» está a día de hoy asociada inmediatamente a la palabra «deriva» o «peligro».

21Sin embargo, a diferencia de estos ruidosos discursos mediáticos, el pensamiento transhumanista no promete nada. Todo lo más permite alimentar estas esperanzas. Así, antes que anclarse en las fantasías alimentadas por las declaraciones excesivas de sus detentores o de sus oponentes, retomadas con avidez por la máquina mediática, el transhumanismo tecnoprogresista invita a preguntarse cuáles son los desafíos reales de sus propuestas. Nuestra segunda parte intentará dar un ejemplo preciso de esta manera de proceder.

22Un último ejemplo de una intención erróneamente atribuida a los transhumanistas: estos no desean una humanidad a varias velocidades. Más allá de la cuestión de la libertad, de la que ya hemos hablando anteriormente, otro de los conceptos clave del pensamiento humanista al que la gran mayoría de sus partidarios no renuncia es el de la igualdad en dignidad y en derecho de todo ser vivo reconocido como «persona», digno por lo tanto de derechos y de deberes. Del mismo modo que los demócratas no hacen diferencias actualmente en relación con el derecho entre una persona capaz de desplazarse más deprisa gracias a un jet privado y otra que tan solo dispone de sus piernas, entre el que no ha ido nunca a la escuela y el que va cargado de diplomas, etc. los transhumanistas, desde los ultraliberales hasta los tecnoprogresistas, no consideran que la igualdad fundamental se vea afectada por la adquisición o no de capacidades que vayan más allá de la condición biológica actual de los humanos. Desde este punto de vista, parece importante recordar que el reconocimiento de esta igualdad sigue sin ser evidente en todas partes en todos los países del mundo. Es el resultado de una conquista política. No es como el criterio del conocimiento de la rueda que en 1551, al final de la Controversia de Valladolid, hizo que la Iglesia católica y las autoridades españolas decidieran que los indios americanos no podrían ser reducidos a esclavos mientras que los africanos podrían seguir siéndolo. Estas son consideraciones religiosas, morales o políticas. Del mismo modo, corresponderá a los demócratas, transhumanistas o no, el luchar para que la igualdad en dignidad y en derecho sea mantenida y ampliada, independientemente de las formas y la diversidad de las experiencias humanas futuras.

23A este tipo de declaración enraizada en la tradición humanista de los partidarios de la «mejora humana» se ha objetado regularmente que estos no tienen en cuenta la realidad de las relaciones de poder. Dicho de otro modo, los tecnoprogresistas serían concretamente unos entrañables «osos amorosos», inconscientes en el mejor de los casos de cómo su discurso facilitaría en su socialización al avance de proyectos en realidad segregacionistas, [13] y en el peor de los casos cómplices de una despolitización deseada por los verdaderos actores del transhumanismo: los gigantes estadounidenses del mundo digital, los gobiernos (preferentemente ruso o chino), los grandes laboratorios farmacéuticos, etc.

24En realidad, es al mismo tiempo falso decir que los transhumanistas no prestan atención a la política o que estarían tratando de desviar nuestra atención sobre esta cuestión, como verdadero constatar que, desde hace cuatro décadas, no es esta la cuestión a la que han prestado más atención. Pero ¿por qué hacer una lectura ideológica de esta constatación? Es mucho más sencillo, más prosaico y más exacto decir que los transhumanistas hablan más, y a veces exclusivamente, de soluciones técnicas porque es el fondo del valor añadido que ellos aportan al debate. Ahí está su originalidad y la particularidad de su entrada en la cuestión. Por otra parte, para que se entendiera esta especificidad de su discurso en el concierto mediático, fue necesario que reforzaran esta característica y que insistieran en el aspecto técnico de sus declaraciones. Basta con añadir a esto que la dimensión cientificista, o incluso solucionista, no está ausente del pensamiento ni de los escritos de todos los transhumanistas, concretamente de algunos de sus fundadores del otro lado del Atlántico, para que la sensación de abandono de lo político se vuelva así más comprensible. Lo mismo podemos decir de la aparente falta de interés del transhumanismo por la cultura o incluso por la ecología. Algunos críticos lo han señalado claramente, [14] corriendo el riesgo de caer en el mismo error de interpretación. Pero quien se haya interesado por la evolución de los movimientos transhumanistas sabe que desde el principio de los años dos mil sus militantes se han preocupado por la cuestión política. Hay tensiones entre sus diferentes tendencias, unas más liberales y otras más intervencionistas, han creado partidos políticos desde hace algunos años y han empezado a presentar algunos candidatos en diferentes lugares, aunque aún son escasos. [15]

25En fin, y sobre todo, desde un punto de vista político es inconsecuente, cuando no absurdo, condenar el transhumanismo alegando que agravaría necesariamente los males de nuestras sociedades actuales: productivismo, extractivismo, consumismo, crisis climática y de la biodiversidad, desigualdades, amenazas a la vida privada, etc. En efecto, considerar que el transhumanismo solo puede agravar esta situación ¿no es acaso una manera cómoda de decirnos a nosotros mismos que en el fondo estamos convencidos de que estas condiciones sociopolíticas no se pueden cambiar? La crítica sociopolítica habitual no condena sin embargo el transhumanismo en sí mismo. Si pensamos que alguna cosa puede cambiar por la acción social, económica o política, entonces las consecuencias de una evolución transhumanista pueden ser diversas. Esta evolución podría contribuir eventualmente al progreso social tanto como a resolver otras crisis.

II – Lo que pretenden los transhumanistas

26A la vista de los comentarios aún mayoritarios en la crítica francófona, me ha parecido necesario desmontar una vez más el discurso y las veleidades atribuidas a los transhumanistas. Pero para intentar aportar verdaderamente algo a nuestra reflexión común me gustaría desarrollar ahora una propuesta más positiva. En el marco de este volumen tomaré el ejemplo de la esperanza transhumanista en una longevidad radicalmente aumentada.

Cómo avanzar hacia una longevidad radicalmente aumentada

27No es posible en este artículo sintético describir en detalle las técnicas gracias a las cuales los transhumanistas piensan que es posible prolongar indefinidamente una vida en buena salud. Nos remitimos para ellos sencillamente a los trabajos y las teorías de Aubrey de Grey [16] o Miroslav Radman [17] y, también en francés, el análisis que hace de estas cuestiones Didier Coeurnelle. [18] Un número creciente de especialistas y de laboratorios de todo el mundo han empezado, desde hace más de una década, a enfrentarse de manera unificada a un conjunto de enfermedades que derivan del proceso de envejecimiento. Destacan que, además de los factores higiénicos, alimentarios y ambientales, que debemos mejorar sin cesar —también en su dimensión económica y social— otras pistas empiezan a mostrar su pertinencia, ya sea a través de las sustancias medicamentosas, la ingeniería celular, molecular, genética y epigenética, la microbiota, la hibridación hombre-máquina, o incluso la hipótesis de las nanotecnologías.

28Globalmente, lo que proponen es empezar a encarar las grandes causas del envejecimiento identificadas por el momento, concretamente la oxidación molecular, la inflamación y el estrés celular, los errores en el sistema de reparación del ADN, el acortamiento de los telómeros, los factores epigenéticos, el mal plegamiento de las proteínas, la disfunción de las mitocondrias, la desregulación de los sensores de los nutrientes, la senescencia celular y el agotamiento de las células madre. Estas investigaciones han empezado a multiplicarse en todo el mundo. Sin embargo, aún se enfrentan con varios obstáculos que se suman unos a otros y que tienen una causa común: la dificultad para hacer evolucionar nuestras mentalidades.

29Un ejemplo ilustrativo de esto queda reflejado en las peripecias del estudio TAME (Targeting Aging with Meformin – Encarar el envejecimiento con metformina). Desde hace varios años, algunos estudios sobre la metformina, un medicamento barato utilizado habitualmente en el tratamiento de la diabetes de tipo 2, han revelado correlaciones entre la ingesta de esta molécula por parte de los pacientes y una esperanza de vida superior en varios años. [19] Un equipo estadounidense dirigido por el profesor Nir Barzilai presentó un proyecto de investigación para poner a prueba este producto en personas con «buena salud». [20] Sin embargo, ante las reticencias de la Food & Drugs Administration (FDA – Administración de Alimentos y Medicamentos) de Estados Unidos, se vieron obligados a presentar formalmente su objetivo real declarando que estaban investigando posibles soluciones contra las enfermedades degenerativas vinculadas a la edad. A finales de 2015 y por primera vez, la FDA validó un estudio de este tipo. [21] Sin embargo, fue necesario esperar hasta septiembre de 2019 para que el equipo de TAME consiguiera reunir los fondos necesarios para lanzar las pruebas. Ya que ningún investigador público o institucional quería vincular su nombre a esta primicia, esta experimentación empezó esencialmente gracias a donaciones privadas anónimas, en parte logradas gracias a micromecenazgos. Los resultados se esperan de aquí a cinco o siete años.

30¿Cómo se puede explicar que la perspectiva de disponer de un tratamiento barato que permitiría ganar entre tres y seis años más de vida y con mejores condiciones de salud sea acogido con tal reticencia?

31El análisis que los transhumanistas hacen de esta cuestión se basa en que, debido a que el envejecimiento ha sido un proceso al que nunca hemos podido escapar, hemos desarrollado formas de prudencia cuyo rastro está omnipresente en todas las culturas (en los ritos, las religiones y también en el lenguaje), que nos inculcan que debemos aceptar imperativamente el envejecimiento y por supuesto la muerte. Las tentativas para resistir, como la cosmética, son consideradas con razón hasta ahora como la expresión de nuestra vanidad. Pretender superar el envejecimiento —por no hablar de los que pretenden vencer a la muerte— no podría ser más que una demostración de hýbris, de desmesura, necesariamente condenada a fracasar y a ser penalizada. En términos psicológicos esto entra en el marco de la teoría de la gestión del terror. Aprendemos a amar aquello de lo que no podemos desprendernos.

32Así pues, considerar el envejecimiento como una enfermedad es el primer medio por el cual los transhumanistas proponen encaminarnos hacia una amortalidad. Solo bajo esta condición se podrán dirigir los medios adecuados hacia las investigaciones que nos permitirán controlar de manera eficaz los procesos de envejecimiento. Es también la condición para que los resultados esperados, asumidos por los poderes públicos, puedan beneficiar lo más rápidamente posible al mayor número.

33En Francia, algunos actores han empezado a vislumbrar un proceso así. Existe un proyecto llamado ExtenSanté[22] que cuenta con el apoyo de los principales representantes de la investigación francesa sobre el envejecimiento. Pero está tan solo en una fase embrionaria. La toma de conciencia de los desafíos y del interés de esta iniciativa aún se hace esperar.

34Más allá de las condiciones técnicas, financieras y morales que nos permitirán avanzar hacia una duración de la vida que sea cada vez más el resultado de nuestra elección, se sitúan las condiciones sociales. Tal y como hemos dicho en la primera parte, los transhumanistas no desean obligar a nadie. Estamos y estaremos sencillamente sometidos a la ley como parte del «contrato social».

35La primera consecuencia de esto es que la extensión de la duración de la vida en condiciones de buena salud (por no hablar de un eventual rejuvenecimiento, que es aún más hipotético todavía en este momento) solo debe resultar de una elección personal, efectuada en las mejores condiciones de libertad posibles. Del mismo modo que no es en general obligatorio tomar un medicamento o consultar a un médico, seguir un tratamiento antiedad deberá seguir siendo opcional. No hacerlo no deberá ser condenado, de la misma manera que, bajo una democracia, una tentativa de suicidio no es condenable. La perspectiva de vidas mucho más largas debería además conducirnos a dar, social y legalmente hablando, un acceso más fácil a la posibilidad de poner fin a nuestros días.

36Hemos repetido en varias ocasiones que deseamos que los poderes públicos se comprometan con la financiación de la investigación sobre el envejecimiento. Pero en realidad la voluntad de los transhumanistas tecnoprogresistas va más allá. Para que la justa demanda de las poblaciones pueda ser tenida en cuenta equitativamente nos parece claro que serán progresivamente necesarias dos cosas interdependientes. Por un lado la preparación del cuerpo médico para acoger las demandas de los pacientes en relación con tratamientos antiedad eficaces y, por el otro, el acompañamiento por parte de los organismos de la seguridad social.

37Financieramente, esto debería ser posible mediante un trasvase del financiamiento de los tratamientos de las enfermedades vinculadas al envejecimiento hacia el tratamiento del envejecimiento en sí mismo.

38Mencionamos finalmente una última condición, la de la libertad ante los imperativos de la innovación técnica y los dictados de los mercados o de la sociedad de consumo.

39Desde hace ya muchos años, la apariencia de juventud ya no es solo deseada, como ocurría en la mayor parte de las sociedades desde hace siglos; se ha convertido en una verdadera exigencia, social o económica. Es el reinado del «juvenismo» que, como consecuencia, discrimina a las personas mayores o en proceso de envejecimiento, invitándoles más o menos, o al menos simbólicamente, a desaparecer.

40Para resistir a su propaganda, volcada cotidianamente a través de todos los medios de publicidad comercial, el movimiento transhumanista no tiene poción mágica.

41Los tecnoprogresistas serán incluso los primeros en señalar que, a partir del momento en que aparezcan tratamientos eficaces para luchar contra las degradaciones metabólicas vinculadas a la edad, miles de millones que hoy son invertidos en cosmética —es decir, para financiar soluciones inútiles— deberían poco a poco ir transfiriéndose hacia la lucha contra el envejecimiento. Ahora bien, los actores de esta industria tendrán todo el interés en conservar su clientela cautiva. La presión del «juvenismo» podría agravarse. ¿Cómo seguir respondiendo a los criterios dominantes de rendimiento dejándose envejecer en un mundo en el que cada vez más gente se mantendría joven?

42Esta interrogación subraya otra interpelación de los tecnoprogresistas, a saber, que nuestra tendencia, ya real, a seguir una evolución de tipo transhumanista debe estar acompañada de un cambio de nuestro modelo económico y social dominante. Sin esto podríamos acabar generando tensiones insoportables.

Por qué avanzar hacia una longevidad radicalmente aumentada

43Y sin embargo, a pesar de estos riesgos derivados y bien reales, los transhumanistas siguen argumentando a favor del objetivo de la amortalidad. Tratan de anticipar y de prevenir sus riesgos. Y también intentan imaginar y promover los usos que podrían resultar beneficiosos.

44No tenemos aquí la posibilidad de desplegar en profundidad toda la argumentación de los «longevistas», ni tampoco de rastrear todo el vasto campo de las consecuencias imaginables, porque todo el tejido socioeconómico se verá afectado. Sobrevolaremos simplemente algunas perspectivas cargadas de riesgos y de esperanzas.

45Una de las grandes dificultades provocadas por esta evolución está ya en marcha desde hace tiempo. En efecto, el aumento continuo de la esperanza de vida y de la duración de la vida pone a prueba el mecanismo de solidaridad intergeneracional activado después de la Segunda Guerra Mundial. Año tras año, los sucesivos gobiernos intentan remendar el sistema de pensiones. Pero ¿cómo podría sostenerse si lo habitual fuera vivir 110, 120 años o incluso más? Los transhumanistas invitan a reflexionar desde ya en sus progresivas consecuencias y a diseñar los modelos de funcionamiento social radicalmente diferentes que será preciso adoptar. En realidad, ante el riesgo de esta transformación radical, la esperanza transhumanista es hacer que nuestros sistemas de pensiones se vuelvan prácticamente obsoletos.

46Lo mismo ocurriría con instituciones como la herencia o incluso la educación. En realidad, es el conjunto de las estructuras sociales que aseguran en la actualidad la transmisión entre las diferentes generaciones, tanto de los bienes como de los saberes, lo que tenemos que empezar a reconsiderar. Lo mismo ocurrirá con las estructuras de poder, puesto que en la actualidad la transmisión del poder está ampliamente vinculada a la de las generaciones. Podríamos por lo tanto imaginar que la herencia sea en algún momento parcial o totalmente suprimida, que la educación se convierta en un derecho para toda la vida o incluso que la duración de todos los mandatos electos sea estrictamente delimitada. Una vez más, las consecuencias son innumerables.

47Entre estas consecuencias, uno de los temores es que la menor renovación generacional implique una pérdida de dinamismo de nuestras sociedades. Es importante señalar que esta apreciación intuitiva ha sido ampliamente desmentida por los hechos históricos. Los siglos XIX y XX vieron cómo la esperanza de vida se multiplicaba por tres en los países de Europa, de América del Norte o Japón. Al mismo tiempo en Francia, por ejemplo, la proporción de menores de veinte años pasó del 50 por ciento al 25 por ciento y pronto caerá al 20 por ciento. Ahora bien, estos dos siglos han sido testigos de una profusión de invenciones y de creaciones tanto en el campo de las artes y de las técnicas como en las ciencias y la industria. En realidad, el aumento de la longevidad, entre otros factores, se ha traducido en un innegable aumento de dinamismo. [23] Esto es tal vez lo que está ocurriendo en países como China o India, quizás no en el ámbito artístico y probablemente tampoco en el de la política, pero desde luego sí en las ciencias y en las técnicas, en las que el número investigadores y de laboratorios no deja de aumentar. [24]

48En relación con esto ya he señalado el riesgo de una «pérdida de la infancia». Es en efecto difícil hacerse una idea de la importancia de la presencia física de los niños en una sociedad, de su impacto en los adultos y, en consecuencia, en nuestros valores. Tenemos ante nosotros los resultados de una transición de una situación en la que los niños, omnipresentes (50 por ciento de la población), apenas recibían consideración alguna a otra en la que, convertidos en minoría (25 por ciento), son objeto de todas las atenciones. Nuestra tendencia a la consagración del «niño-rey» y las perspectivas transhumanistas longevistas deben conducirnos a reflexionar sobre la manera en la que continuaremos disociando la infancia de la presencia de los niños. Estos últimos son seguramente los mejores portadores de los valores de la infancia (inocencia, espontaneidad, curiosidad, fragilidad creadora de solidaridad, etc.), pero su rarefacción no significa necesariamente una pérdida, ni tan siguiera un retroceso de estos valores.

49Para estos riesgos podremos intentar encontrar soluciones, pero la perspectiva de una vida en buena salud considerablemente más larga ofrece sobre todo esperanzas formidables.

50La primera de estas esperanzas es la de la conservación de la propia vida humana. Condición de todas las libertades y de todos los derechos, la vida humana es celebrada por todas las culturas, todas las religiones y todas las filosofías. En esto el longevismo es tan solo la prolongación de algo que la humanidad siempre ha defendido. Ir más allá de los límites constatados hasta ahora (122 años) no cambia en nada la cuestión.

51Señalemos también que el aumento de la duración de la vida en mejor estado de salud es una consecuencia feliz del desarrollo económico, y concretamente de la liberación de la mujer. Hemos visto en efecto que esta evolución estaba vinculada al descenso de las tasas de fecundidad, lograda a día de hoy especialmente por las políticas de planificación familiar. ¿Habría que lamentar que estos progresos considerables impliquen un envejecimiento de las poblaciones? Al contrario, dado que el descenso de la fecundidad es clave, a largo plazo, para los problemas de exceso de población, la prolongación de la duración de la vida de las poblaciones es una enorme esperanza, sobre todo para los países en vías de desarrollo.

52Finalmente, conviene señalar que el pensamiento transhumanista explora diversas hipótesis, como los vínculos entre el avance en edad y en buena salud y la disminución de la agresividad, de los reflejos de hiperconsumo e incluso del acceso a una mejor «curva de equilibrio de la felicidad». [25] Podría ocurrir que las ventajas de una amortalidad (casi ausencia de enfermedades y de envejecimiento), sean tan numerosas como lo que nuestra imaginación nos permita concebir.

A modo de conclusión

53La amortalidad se inscribe en una concepción de lo humano entendida como un proyecto abierto. Desde este punto de vista, este no está definido por su forma, su estructura material, sino por su longevidad. Al igual que lo «ciudadano» en la lógica republicana, lo humano corresponde a un conjunto de valores que son definidos y redefinidos permanentemente por la comunidad de los humanos propiamente dichos. La perspectiva longevista y transhumanista nos invita por lo tanto a un humanismo renovado sin cesar, cuando no perpetuo. Lejos de pretender alcanzar cualquier tipo de perfección, cuyo absoluto nos condenaría a una inmovilidad mortífera, los transhumanistas estiman que una duración de vida en buena salud considerablemente aumentada debería permitir a cada uno una mayor realización y una participación mucho más plena en la fantástica aventura humana.

Notes

Español

El pensamiento transhumanista ha sido ya abundantemente comentado y criticado, pero a menudo haciéndole decir lo que los críticos han querido entender. Para captar sus verdaderos desafíos es importante distinguir entre lo que los transhumanistas verdaderamente dicen y lo que no dicen. Solo después de hacer este trabajo de clarificación es posible reflexionar sobre los argumentos que aportan cuando, por ejemplo, proponen marcarse como objetivo vencer la enfermedad y el envejecimiento, algo que Edgar Morin denominó como amortalidad.

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Marc Roux
Investigador asociado al Institute for Ethics and Emerging Technologies (Instituto de Ética y Tecnologías Emergentes) de Boston (EE. UU.) y presidente de la Association Française Transhumaniste – Technoprog (Asociación Francesa Transhumanista – Tecnoprog)
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Subido a Cairn Mundo el 03/05/2022
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