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1 Muchos psicoanalistas han intentado dar cuenta de los desafíos que plantea el proceso de la adolescencia. Considerada como un momento importante del desarrollo psíquico, a menudo se caracteriza a la adolescencia por el sufrimiento psíquico, manifestación de una reorganización interna. La separación del sujeto adolescente del cuerpo familiar no siempre es una buena experiencia y puede dar lugar a manifestaciones sintomáticas, como actos autoagresivos, ideas y comportamientos suicidas, trastornos en las conductas alimentarias, etc. Ahora bien, el sujeto no nace solo y su maduración psíquica, especialmente en ese momento de la vida, se verá entreverada con elementos externos: entre muchos otros, la familia, el socius o el entorno médico. La violencia, que en latín hace referencia a una «fuerza en acción», marca el efecto de la separación. Moviliza entonces procesos de regulación intrapsíquica y procesos interpersonales y transgeneracionales. El sujeto adolescente se enfrenta a exigencias internas y exigencias externas. Estas últimas se infiltran en el vínculo con el otro, consciente e inconscientemente. Consideramos también como «violencia» las manifestaciones visibles de lo que ocurre en los fundamentos del desarrollo psicosexual. La violencia implica también la manera en la que las normas sociales y el inconsciente colectivo tienen influencia en la psique individual. En suma, la violencia, especialmente en la adolescencia, es violencia del vínculo, por el vínculo y para el vínculo. Permite la descarga de excitaciones y apunta, a través de su desarrollo, a una individuación apaciguada.

2 Hoy en día, diferentes realidades se cruzan con las problemáticas de la adolescencia. Es el caso de la transidentidad [1] en la adolescencia. La mayor visibilidad de casos transgénero [2] en edad infantil y adolescente en los medios de comunicación puede llevar a pensar que las personas trans son cada vez más jóvenes. Los avances de la medicina permiten transiciones [3] en edades más tempranas. Las consecuencias que esto conlleva para las configuraciones familiares y la inserción social no deben subestimarse. Sin embargo, dado que la adolescencia es un período particular del desarrollo psicosexual, la identidad de género de cualquier adolescente queda así puesta a prueba. [4] Teniendo esto en cuenta, ¿en qué medida se distingue el hecho transidentitario de las problemáticas de la adolescencia? ¿Podemos separar ambas cuestiones? ¿O hay que considerar la transidentidad como una nueva manifestación de la violencia durante la adolescencia?

3 En este artículo nos centraremos en dos elementos clave de la adolescencia: la construcción de objetos internos, el relevo de los primeros cuidados maternos, y la construcción de una identidad de género. La articulación entre transidentidades y adolescencia nos permitirá reconsiderar los desafíos de la separación —que es parcial— y luego arrojar luz sobre la articulación existente entre estado transidentitario y adolescencia. Esto nos permitirá considerar el lugar de la bisexualidad psíquica en el desarrollo de una identidad de género.

Transición adolescente y reorganizaciones múltiples

4 La adolescencia obliga a numerosas concesiones psíquicas para mantener la homeostasis psíquica. Los movimientos identificatorios inconscientes también desempeñan aquí un papel predominante. Los objetos internos necesitan ser suficientemente sólidos para soportar una separación de los objetos externos. Este es cuando menos el objetivo del proceso adolescente. Ahora bien, una separación nunca es total. La introyección de la relación implica también un término medio entre la supervivencia de la relación y la supervivencia del yo. Esta negociación trata de ofrecer una posibilidad de regresión cada vez que resulta demasiado difícil jugar a ser grandes.

5 La adolescencia es una fase de transición de un estatus de niño a un estatus de adulto. Las modificaciones corporales vinculadas a la pubertad manifiestan de manera concreta lo que puede estar ocurriendo en los fundamentos de la psique. El sujeto se distancia de su cuerpo de niño, pero también del cuerpo familiar y social. Hasta entonces el niño privilegiaba las interacciones sociales para establecer su filtro de comprensión de la identidad de género (Tostain y Lebreuilly 2006). A partir de entonces, el cuerpo pubescente ancla al sujeto en un doble movimiento de vida y de muerte: de vida, por la posibilidad de dar nacimiento a otro; de muerte, por la inscripción en una filiación. Porque al dar vida adquirimos el estatus de padre o madre y luego de abuelo o abuela. Aunque no se trata de reducir aquí el destino del adolescente o la adolescente al de padre o madre, esta etapa de la vida permite una reconfiguración de las posiciones de unos y otros en el vínculo.

6 Un buen número de adolescentes considera así la pubertad como un giro en la construcción de su identidad de género, pasando de lo indiferenciado de la infancia a la individualidad de la edad adulta. Ahora bien, el núcleo de la identidad de género (Money 1973) sería, «en alguien normal, el resultado de la combinación, por un lado, de los factores biológicos escondidos (hasta aquí no mensurables) que tienen tan solo un efecto moderado y son fácilmente reversibles y, por el otro, de las actitudes e influencias parentales más potentes, que sí pueden ser evaluadas y están activas en el menor» (Stoller 1973, 223) [traducción propia]. En su época, John Money y Robert J. Stoller abrieron, a través de sus investigaciones conjuntas, la posibilidad de considerar la importancia de la realidad psíquica en la vivencia transidentitaria. Se ha restado importancia, sin embargo, a cierto determinismo de la identidad de género procedente de las influencias de los padres. Los grupos de iguales desempeñan asimismo un papel que no es banal en la exploración de la identidad de género o de las expresiones de género y de la sexualidad. Resulta arriesgado afirmar que el núcleo de la identidad de género se establece desde el principio y de manera constante a lo largo del tiempo y del espacio, como también sería difícil sostener que solo estamos hechos de experiencias. Se puede plantear, no obstante, que la adolescencia pone en tensión el lugar del sujeto en el socius. Ser otro, parcialmente diferente del círculo familiar, significa también poder situarse culturalmente. Tiempo paradójico de simulaciones e identificaciones múltiples y cambiantes. Ajustarse a las expectativas sociales responde entonces a los desafíos biopolíticos. Las manifestaciones dolorosas del proceso adolescente no tienen lugar solas, se comparten e incluso se propagan a través de grupos entre pares. Un estudio reciente llevado a cabo con jóvenes adultos no binarios permitió poner de relieve la importancia del apoyo de los pares en la construcción de un verdadero yo y la gestión de la pérdida (Losty y O’Connor 2017). Quienes participaron en el estudio otorgan además a la comunidad LGBTQIA+ [5] una importancia muy particular en su equilibrio psíquico. Si la adolescencia pone en juego las primeras experiencias de separación y la forma en que los sujetos las han vivido, la comunidad de pares permite, en ciertos casos, compensar el rechazo o la incomprensión familiar y sostener la cohesión del yo. Por ello no podemos considerar la violencia vinculada a la adolescencia fuera del contexto en el que ella se inscribe. Siempre hay que considerar el síntoma en una dinámica intrapsíquica y en relación con las alianzas inconscientes en el seno del grupo familiar. Pero ¿cómo se articula la transidentidad con las problemáticas de la adolescencia?

Trayectorias identitarias y violencias del vínculo

7 ¿Está cada vez más permitido llevar a cabo una transición de género? ¿Es constatable una evolución de las costumbres y de los valores hacia una mayor inclusividad? ¿Hay que considerar este fenómeno como una nueva manifestación del sufrimiento psíquico durante la adolescencia? ¿Debemos deducir de esta evolución una repercusión directa en el aumento del número de procesos de modificación corporal con vistas a la transición?

8 La visibilización de las personas trans ha dado lugar a cierta banalización de este tipo de vivencias identitarias. Asociada a los avances técnicos en lo que respecta al acompañamiento psicomédico, se puede constatar un rejuvenecimiento global de las personas trans, cuando no una visibilización más importante en el caso de menores trans. Al mismo tiempo, la representación de este tipo de experiencias identitarias por parte de los medios de comunicación sigue siendo relativamente estereotipada, con cierta fetichización de lo biológico (Espineira 2014), especialmente en las personas trans que se inscriben en el paradigma identitario hombre/mujer. Las personas no binarias [6] están aún poco presentes en el escenario mediático y quizás despiertan menos fantasmas —o fantasmas claramente diferentes— en el gran público.

9 No todas las personas trans recurren necesariamente a modificaciones corporales para alcanzar un mejor equilibrio psíquico. No obstante, en menores y adolescentes que presentan este tipo de cuestionamiento identitario, se pueden registrar sobre todo quienes recurren a un acercamiento psicomédico de la transidentidad. Ellos/ellas/elles [7] presentan a menudo síntomas —entre otros actos autoagresivos, ideas suicidas, trastornos de la conducta alimentaria, ansiedad y depresión— que son proporcionalmente más significativos que entre adolescentes cisgénero.

10 Las técnicas médicas evolucionan, pero esto no implica necesariamente una mayor apertura de la población general a estas minorías identitarias. Los hombres y mujeres trans y las personas no binarias presentan así dificultades significativas en el ámbito de la inserción social. Las intimidaciones son aún demasiado numerosas y tienen una influencia sobre el bienestar psíquico. Debido a su passing[8] y a la tendencia social a tolerar mejor cierta masculinidad en las mujeres que cierta feminidad en los hombres, los hombres trans encuentran menos discriminaciones que las mujeres trans y las personas no binarias. Las mujeres trans se ven más afectadas por las agresiones en lugares públicos. En las personas no binarias concretamente, la dimensión inédita de este tipo de experiencias identitarias puede implicar una incomprensión de la gente cercana y tener un impacto sobre el apoyo emocional. Sin embargo, ellos/ellas/elles presentan un sentimiento de pertenencia más importante que las personas trans binarias en la comunidad LGBTQIA+. Debido a ello, sus dificultades tienen tendencia a ser mejor compensadas por el apoyo que encuentran en ella (Barr, Budge y Adelson 2016). Esto nos lleva a considerar las relaciones de amistad en la adolescencia como un apoyo importante en el proceso de individuación. Sin embargo, también en las relaciones de amistad pueden darse microagresiones y estas tienen efectos deletéreos sobre la autoestima. Un estudio subraya las diferencias experimentadas por las mujeres trans, los hombres trans y las personas no binarias respecto a las microagresiones en las relaciones de amistad (Pulice-Farrow, Clementsy y Galupo 2017). Las personas trans hombres y mujeres recibirían así mayor presión para ajustarse a lo que se espera socialmente de un hombre o una mujer. Las personas no binarias experimentarían más a menudo la presión de «ser suficientemente trans» (being trans enough) (Garrison 2018).

11 Hasta aquí hemos abordado sobre todo las violencias internas y las expectativas sociales, pero no hay que olvidar las violencias del sistema de acompañamiento. En Francia, desde la publicación de una circular ministerial en 2009, la transidentidad se ha visto parcialmente desiquiatrizada. Sin embargo, es necesaria por lo general la consulta con un psiquiatra para obtener un reembolso del 100 por ciento del servicio de seguridad social. La transidentidad ya no es considerada un trastorno psiquiátrico, pero la importancia potencial de la atención requerida y sus desafíos en el tiempo han permitido que se la considere una enfermedad específica de larga duración (ALD31, por sus siglas en francés). Esto plantea la cuestión del diagnóstico y de sus criterios. Entre las personas menores, el acompañamiento no concierne únicamente a la persona trans y a los profesionales de la salud. Los padres o tutores legales desempeñan un papel importante en los procesos de transición emprendidos con el menor (Condat 2016). Hoy en día la cuestión del sufrimiento psíquico se ve con perspectiva. Aunque las modificaciones corporales irreversibles deberán esperar hasta la mayoría de edad, los bloqueadores de pubertad permiten paliar los efectos indeseables de la pubertad y los ataques de ansiedad. Su uso prolongado tiene, no obstante, un efecto en la psique, mientras otros adolescentes de la misma edad atraviesan la pubertad. Los bloqueadores de pubertad tienen ciertos límites, por ejemplo, el efecto de expectativa que implica mientras los otros jóvenes de la misma edad pueden atravesar una pubertad deseada y adquirir un físico adulto. Aun así, influyen de manera significativa en la experiencia dolorosa.

12 Globalmente, la literatura científica internacional refleja un deseo de acompañar mejor a las personas trans. Esto se manifiesta en un esfuerzo de representatividad de las personas trans, de sus dificultades y de sus necesidades. Desde hace unos diez años, han emergido otras identidades alternativas que, por lo general, se reúnen bajo el término «no binarias» [9]. El término «transgénero» reúne así tres grupos: mujeres trans, hombres trans y personas no binarias. Empero, cuanto más se interesan los investigadores en las personas no binarias, más percibimos que la fluidez de género inducida en estas categorías de género muestra una realidad mucho más global: la transición no se limita a las iniciativas de modificaciones corporales, sino que tiene lugar a lo largo de toda la vida. Dicho de otro modo, la variabilidad de las identificaciones más allá de la relación binaria hombre-mujer desborda la cuestión del género para abarcar la transición desde un punto de vista más global. Así, ya no se considera únicamente la transición de un género a otro, sino de un tiempo a otro, con la posibilidad de identificaciones sucesivas, pero no contradictorias. Por ejemplo, una persona no binaria puede evolucionar hacia una identidad más binaria a lo largo del tiempo, luego volver hacia una no binaridad.

13 Clínicamente, esto se traduce por un enfoque más individualizado, concretamente en la infancia y adolescencia. Se abandonan así los antiguos modelos live in your own skin (adecuar el género asumido y el género asignado al nacer) y wait and see (esperar el inicio de la pubertad) por un modelo gender-affirming, que invita a una exploración de los códigos de género y de la creatividad de cada cual (Ehrensaft 2017). Aunque la gran mayoría de niños y niñas que acuden a consulta con profesionales de la salud sobre estas cuestiones no llegan a emprender el camino de la reasignación de género en la adolescencia, este modelo de acompañamiento permite que no cristalicen los eventuales conflictos existentes con su círculo cercano sobre las cuestiones de género y que evolucionen hacia una identidad «auténtica». En paralelo, muchos avances terminológicos y diagnósticos tienen lugar a escala internacional. En efecto, ya no se habla de «trastorno de la identidad sexual», sino de «incongruencia de género» o «disforia de género» —sensación de inadecuación entre el género asumido y la imagen que devuelve el cuerpo sexuado. El interés por las identidades de género no binarias, así como los intentos de incluir a participantes normativos —cisgénero y heteronormativos—, han llevado a un cambio de terminología. Implícitamente lo que se aprecia es que la noción «sufrimiento psicológico» está evolucionando gradualmente. «Sufrimiento» que plantea cuestionamientos en muchos niveles, tanto en lo que respecta a su definición como a su legitimidad y a sus desafíos (Thomas 2010).

14 Por ejemplo, algunas personas no tienen necesariamente disforia genital, y esto hace que cambien las demandas de modificaciones corporales. Si consideramos que no hay una única manera de ser hombre o mujer, cisgénero o transgénero, emerge una variabilidad de identificaciones de género y de necesidades (transición social, hormonas o cirugía/s, etc.). Actualmente, las demandas de modificaciones corporales suelen tender a ser más «parciales» y no necesitan obligatoriamente una temporalidad particular (tratamiento hormonal, por ejemplo). Las personas no binarias se topan, no obstante, con mayores dificultades para acceder a procesos psicomédicos de modificaciones corporales. Esto se explica por una falta de sensibilización a estas cuestiones por parte de los profesionales de la salud, lo que puede provocar incomprensión y rechazo. Además, las personas no binarias tienden a expresar menos su incomodidad con las características físicas sexuadas que las personas trans hombres y mujeres (Jones, Bouman, Haycraft y Arceluset 2019).

15 El acompañamiento a las personas trans, concretamente en edad infantil y adolescente, ha evolucionado considerablemente en Francia y a nivel internacional. Las dificultades en adolescentes pueden estar tanto ligadas a las problemáticas de la adolescencia como a los procesos de transición de género. La temporalidad del acompañamiento, así como la singularidad de cada joven, influyen ampliamente en el equilibrio psíquico y la congruencia de género.

Violencias de discurso

16 Podemos percibir en el sistema binario hombre/mujer cierta violencia coercitiva para cualquier adolescente en construcción. Aunque la violencia puede venir del exterior, nuestras presuposiciones no están a salvo. En un acompañamiento terapéutico, se precisa una neutralidad amable y se debe cuestionar cualquier efecto normativo por ser un obstáculo para la autoconstrucción creativa y auténtica. En esta parte, miramos en perspectiva el carácter subversivo, así como la normatividad del enfoque psicoanalítico en cuestión de género.

17 Una de las principales reconfiguraciones de la adolescencia es la que tiene que ver con la reelaboración de las identificaciones de género para lograr una identidad estable en el tiempo. Pero ¿de qué estabilidad se trata? ¿Qué desafíos plantea durante la adolescencia? En el psicoanálisis, la noción de identidad se ha dejado de lado en favor de las identificaciones, que pueden dar mejor cuenta de la adaptabilidad del aparato psíquico. Ya no es necesario demostrar la creatividad del aparato psíquico y su resiliencia ante la separación. Sin embargo, desde Freud, se acepta por lo general que la sexualidad polimorfa infantil se ve marcada durante la adolescencia por la primacía de la sexualidad genital y la elección de un objeto. El enfoque psicoanalítico se basa en un paradigma importante: el de la diferencia sexual. Esta diferencia sexual se establece antes del nacimiento, con la asignación a un lugar determinado, ya sea mujer u hombre. A continuación, se ve envuelta por el escenario de la pareja parental, que se inserta a su vez en las cuestiones familiares y las normas sociales. Durante la adolescencia, se empieza a trabajar la alienación originaria del sujeto para permitir un equilibrio entre el yo falso y el verdadero.

18 El punto en el que el enfoque psicoanalítico se ha alejado del discurso social es en el de la noción de bisexualidad psíquica, que es una verdadera concentración de historia. Esta noción remite al problema de la importancia de la psique sobre el soma y viceversa. Tras cierta reticencia, Freud la teorizó a partir de la realidad orgánica y en continuidad del Edipo: dado que encuentra sus raíces en un reflejo biológico, la bisexualidad psíquica refrendaría las fantasías reprimidas por ser consideradas como no conformes con el género asignado al nacer, pero sobre las que actuó la represión en el inconsciente. La masculinidad y la feminidad estarían, por tanto, presentes en la psique, tanto en el hombre como en la mujer. Si «la anatomía es el destino» (Freud 1924, 121), la bisexualidad psíquica marca la superviviencia de la sexualidad infantil, a pesar de la primacía de la sexualidad genital. A Freud no le terminará de gustar la articulación entre bisexualidad biológica y bisexualidad psíquica. Planteará la posibilidad de cierto equilibrio entre estos dos elementos de manera general. Y Stoller completará este acercamiento con las aportaciones de Money sobre el núcleo de la identidad de género: considera la transidentidad, en un extremo de este equilibrio psíquico, como resultante de una alteración del núcleo de la identidad de género, acentuada concretamente por una simbiosis madre-hijo demasiado prolongada (Stoller 1973). La terapia contemporánea permite restarle importancia a la socialización de género en la trayectoria transidentitaria, algo que antes era percibido como capital.

19 No obstante, ¿podemos decir, hoy en día, que la transidentidad se caracteriza por una realización de la bisexualidad psíquica? Cuestión delicada que nos lleva a pensar rápidamente en el debate histórico alrededor de la homosexualidad, con la hipótesis concretamente de cierta bisexualidad biológica en Freud, probablemente impronta en su obra del imaginario colectivo de la época. Visionario en su enfoque clínico, su mirada sobre la diferencia sexual, lo masculino/femenino y lo activo/pasivo era fruto de su tiempo y su contexto cultural. La hipótesis biológica bicategorizada de la sexuación pudo ser refutada más tarde por Anne Fausto-Sterling (2013), pero el discurso científico de nuestra época sigue estando claramente más del lado de lo biológico que del lado psíquico, algo que abre interrogantes. ¿Por qué uno u otro, psique o soma, estaría más cualificado para justificar una experiencia subjetiva?

20 La mirada psicoanalítica tiende justamente a considerar el desarrollo psíquico como multifactorial y complejo. El hecho de plantear la transidentidad como resultante de un vuelco de la bisexualidad psíquica parece restringir mucho también la potencialidad creadora del aparato psíquico. En este sentido, las nuevas afirmaciones identitarias (no binarias) y una reapropiación más asumida de los códigos de género (para las personas trans, binarias y no binarias) permiten paliar cierta violencia del vínculo al otro en una exploración auténtica del verdadero yo (Ehrensaft 2009). Se trata de considerar tanto la evolución del enfoque psicomédico, que tiende a cierta inclusividad de la variabilidad presente en cada cual, como el potencial de creatividad en la adolescencia. En cualquier adolescente, hay que impulsar la creatividad para alcanzar una relación equilibrada entre el yo verdadero y el yo falso.

21 Para concluir, la experiencia transidentitaria reúne ciertas problemáticas adolescentes, concretamente la existente ante la inquietante extrañeza del propio cuerpo, pero también la activación de las identificaciones de género. Las dificultades a las que se enfrentan las personas adolescentes trans son las de cualquier adolescente, pero a menudo amplificadas. En este sentido, si bien los avances en las técnicas médicas han permitido transiciones más tempranas, también han dado lugar a otros problemas relevantes, como el poner a prueba el vínculo familiar. El papel estructurante de la comunidad de iguales se hace aún más evidente. Aunque observamos cierta correlación entre proceso adolescente, pubertad y transidentidad, no podemos entender el hecho transidentitario como una nueva manifestación de la violencia en la adolescencia. El hecho transidentitario pone en perspectiva las manifestaciones dolorosas de la adolescencia en una violencia de la construcción identitaria, del vínculo a los otros y de las normas de género. Los profesionales de la salud deben tener en cuenta estas realidades diferentes a la hora de acompañar a los adolescentes.

Notes

  • [1]
    «Transidentidad» hace referencia a la inadecuación entre el género autopercibido y el género asignado en el momento del nacimiento. A la inversa, «cisgénero» hace referencia a la adecuación entre el género autopercibido y el género asignado en el momento del nacimiento.
  • [2]
    «Transgénero» es el término más empleado para designar a las personas en situación transidentitaria. Todas las personas cuyo género actual es diferente del género asignado en el momento del nacimiento, los hombres y mujeres trans y las personas no binarias (ni exclusivamente hombre, ni exclusivamente mujer) serán reagrupadas bajo la categoría «transgénero».
  • [3]
    Una «transición» de género es el término más empleado para designar el hecho de asumir una identidad de género diferente de la asignada al nacer. Puede implicar una dimensión social o jurídica o física (modificación o modificaciones hormonales o quirúrgicas).
  • [4]
    Frente al término «identidad sexuada», más habitual en el campo analítico, el término «identidad de género» nos parece que permite captar de manera más completa la identidad y los movimientos inconscientes y conscientes activos en este proceso. La relación simbólica con el sexo, a través de diferentes significantes que participan en el orden sexual (Lacan 1958-1959) y la capacidad de figuración del género parecen desempeñar un papel en la búsqueda identitaria del sujeto de manera conjunta y estrecha.
  • [5]
    Lesbianas, gays, bisexuales, trans, queers, intersexuales y asexuales/aliado/ a y otros.
  • [6]
    «No binario» remite al hecho de sentirse parte de una identidad de género que supera las categorías estrictas de hombre/mujer. El término engloba varias realidades individuales: el hecho de sentirse en cierto modo entre hombre y mujer, los dos (bigénero, two-spirit, etc.) o más allá de la noción de género (agénero).
  • [7]
    Pronombre neutro.
  • [8]
    El passing remite al hecho de que se nos perciba socialmente en el género social reivindicado.
  • [9]
    En los países anglosajones también se utiliza gender-queer. Este concepto remite a la misma idea que non-binary gender, es decir, a una identidad de género que desborda las categorías estrictas hombre/mujer.
Español

Estos últimos años, la visibilidad de los niños, niñas y adolescentes transgénero se ha incrementado de manera importante. Esto plantea el problema de la articulación entre transidentidad y proceso de la adolescencia. En este artículo proponemos una reflexión sobre dicha relación. También ponemos en perspectiva el «sufrimiento psíquico» que se experimenta durante la adolescencia considerando las potenciales violencias exteriores del socius, del enfoque psicomédico y de nuestras presuposiciones teóricas.

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Fanny Poirier
Universidad de París
Centre de recherche psychanalyse médecine et société (CRPMS – Centro de Investigación Psicoanálisis, Medicina y Sociedad), ED 450
75013 París, Francia
Ouriel Rosenblum
Universidad de París
Centre de recherche psychanalyse médecine et société (CRPMS – Centro de Investigación Psicoanálisis, Medicina y Sociedad), ED 450
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