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A finales de agosto de 2004, mientras las tropas norteamericanas pulverizaban la ciudad sagrada de Nayaf para arrancar a un grupo de chiitas insurgentes de la sagrada mezquita de Alí, dos desafortunados periodistas franceses eran secuestrados por otro grupo de militantes. Al igual que muchos otros secuestros en Irak, éste dio lugar a exigencias y a amenazas de cortar la cabeza a los rehenes si no se cumplía con ellas. Sin embargo, había una diferencia: más que amenazar a los países involucrados en la «Operación Libertad en Irak», el secuestro iba dirigido contra un país, Francia, que se había opuesto acérrimamente a la guerra y se había negado a sumarse a la ocupación. Si el Gobierno francés no revocaba la ley recientemente aprobada que prohibía el uso del pañuelo islámico en las escuelas públicas francesas, los secuestradores amenazaban con que los periodistas pagarían con sus vidas.
Por diversas razones, eso representaba un giro notable de los acontecimientos. En primer lugar, y no era la primera vez, los militantes islamistas mostraban una completa falta de comprensión de quiénes eran sus amigos o, al menos, qué países podían explotar para oponerse a sus enemigos. En segundo lugar, resultó que el secuestro tuvo un efecto perverso en la opinión de los musulmanes dentro de Francia e hizo que muchos de los que antes se habían opuesto a la ley que prohibía el uso del pañuelo en la cabeza se convirtieran en defensores del derecho de la República francesa a regular sus propias costumbres…
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