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El cambio sociocultural fundamental que ha provocado el aumento del activismo transnacional ha sido el desarrollo de un estrato de individuos que viajan con regularidad, leen libros y periódicos extranjeros y participan en redes de transacciones en el extranjero (Rosenau et al., de próxima publicación: cap. 1). Existe una serie de mecanismos que subyacen a dichas actividades y vinculan a los individuos en redes de intereses, valores y tecnologías. Mediante el empleo de recursos y oportunidades tanto nacionales como internacionales, unos activistas de base nacional —ciudadanos y otras categorías— se desplazan al exterior para formar todo un espectro de «cosmopolitas arraigados» que participan regularmente en prácticas transnacionales.
Esa posición característica corresponde tanto a los funcionarios que dedican una parte considerable de su tiempo a participar en comisiones transgubernamentales (Slaughter, 2004; Wessels y Rometsch, 1996), como a la clase ejecutiva transnacional que estudia Sklair (2001) o a los militantes y activistas transnacionales que constituyen el tema principal de esta obra. Dichos activistas aparecen involucrados en una enorme variedad de actividades políticas transnacionales: desde los activistas obreros y defensores de la justicia global e inmigrantes transnacionales, hasta los trabajadores de organizaciones medioambientales y de ayuda humanitaria, los responsables de campañas contra las minas terrestres, los defensores de la justicia transnacional y los militantes religiosos…
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