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A fines del verano de 2001, un abanico de organizaciones con sede en Washington preparaba una manifestación contra una reunión del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (Gillham y Edwards, 2003: 91). Compuesto por una coalición de grupos de defensa de causas nacionales e internacionales, organizaciones religiosas y comunitarias así como de sindicatos y defensores del medio ambiente, el grupo se había organizado en una coalición llamada Movilización por la Justicia Global (MGJ en sus siglas en inglés). El objetivo era montar «una más en una serie de prominentes manifestaciones masivas desde que la Batalla de Seattle había estado a punto de paralizar las reuniones de la Organización Mundial del Comercio en 1999» (p. 92). Las dos instituciones habían sido blanco de protestas el año anterior, pero, después de la muerte de un joven manifestante en Génova en julio (véase el Capítulo 10), la policía de Washington se estaba preparando para una confrontación mucho mayor.
Los organizadores también estaban preparados con todo el arsenal de comunicaciones electrónicas, «asambleas de portavoces» y títeres radicales que, después de Seattle, era tan familiar en las manifestaciones. Sin embargo, no se trataba en absoluto de activistas por la «justicia global», ya que su carácter y su grado de militancia iba desde «personas internas» en las estructuras de los grupos de defensa de causas hasta activistas «externos». Y, aunque las reivindicaciones iban desde las más globales hasta las muy locales (recordemos aquí a los «jardineros comunitarios» del Capítulo 4), sus planes se estructuraban en torno al punto de enfoque de esas instituciones internacionales…
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