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Podría parecer que Ciudad del Cabo, Sudáfrica, y Greensboro, Carolina del Norte, poco tienen en común, especialmente por lo que respecta a la contienda transnacional. Fundada desde Virginia a principios del siglo xviii, Greensboro es una pequeña ciudad sureña de 239.000 habitantes que aspira básicamente a ser conocida por haber sido escenario de una batalla durante la Revolución y de una famosa sentada en un bar de comidas en la década de 1960. Después de haber sido uno de los principales productores de tela vaquera de Estados Unidos, en la actualidad su principal industria lucha por sobrevivir y hacer frente a la competencia extranjera. Ciudad del Cabo, por su parte, es una vibrante metrópoli con 2,7 millones de habitantes a la que los blancos llegaron cuando la armada británica la convirtió en centro de abastecimiento de carbón en la ruta hacia la India.
Aunque ambas ciudades están racialmente divididas, sus composiciones étnicas son muy diferentes: con un 25 % de afroamericanos y una población latina en rápido crecimiento, Greensboro es la ciudad pequeña típica del Sur de Estados Unidos; modelada por las políticas de exclusión del régimen de apartheid, Ciudad del Cabo tiene sólo un 2,6 % de población africana y casi la mitad de la población es mestiza y asiática. Sin embargo, las dos ciudades tienen algo en común, por muy improbable que parezca: una «Comisión de la Verdad y Reconciliación».
Cuando Nelson Mandela logró llevar al poder un Gobierno liderado por el ANC (Congreso Nacional Africano), se hizo cargo de un país con un 80 % de población africana, un 10 % de población mestiza y asiática y un 10 % de blancos (Gibson, 2004: 32)…
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