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El 15 de febrero de 2003, dos millones y medio de italianos desfilaban frente al Coliseo para protestar contra la inminente guerra de Irak. Las pancartas que exhibían y las máscaras mortuorias que llevaban algunos de los manifestantes simbolizaban su indignación por la agresión norteamericana y la indiferencia mostrada por las leyes internacionales. Sin embargo, protestaban también contra el apoyo de su propio Gobierno a la guerra, así como en defensa de toda una diversidad de reivindicaciones de orden interno (nacionales) que iban desde la reforma de las pensiones hasta el desempleo, pasando por los problemas legales del primer ministro Berlusconi (Della Porta y Diani, 2004).
Los manifestantes de Roma no estaban solos. El mismo día, en París, 250.000 personas se manifestaban contra la guerra; en Berlín, medio millón de personas desfilaban frente a la puerta de Brandeburgo; en Madrid había un millón de manifestantes, y en Barcelona, 1,3 millones; en Londres, 1.750.000 personas —la mayor manifestación en la historia de la ciudad— se extendían por Hyde Park para protestar contra la guerra y el apoyo a ésta del primer ministro Blair. Incluso en Nueva York, a pesar del duro trato policial del Departamento de Policía después del 11-S, más de 500.000 personas se concentraron en el East Side de Manhattan.
Ese día de febrero, empezando con las manifestaciones de Nueva Zelanda y Australia y siguiendo el curso del sol alrededor de la Tierra, se calcula que 16 millones de personas desfilaron, se manifestaron, entonaron cánticos de paz y, en algunos casos, a pesar de los denodados esfuerzo…
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