1 En Francia, como en otros lugares, la historia del feminismo está marcada por altibajos y por el influjo sucesivo de movimientos tan diversos como controvertidos. Un modo de abordarlo podría consistir en distinguir grandes «olas», cuatro en total si incluimos el movimiento actual impulsado por internet. La primera ola en Francia ve sancionados sus resultados (derecho al voto, sobre todo) con el decreto de 1944, la segunda ola, con la Ley Veil de 1975 sobre el aborto y la tercera, con la ley sobre la paridad de 2000. La cuarta, aún en curso, añade a la cuestión del acoso sexual una especificidad francesa, el debate sobre el lenguaje inclusivo. En los países latinoamericanos, la historia del feminismo estuvo marcada por tres olas principales, descritas por la socióloga mexicana Márgara Millán.
2 En el presente dossier, Françoise Picq repasa las especificidades de la segunda y la tercera ola en Francia. Evoca, en particular, los períodos de estancamiento del feminismo, e incluso su retroceso, primero durante los años cincuenta y sesenta y, más tarde, entre 1980 y 1995. La influencia del célebre libro de Simone de Beauvoir Le deuxième sexe [El segundo sexo], publicado en 1949, curiosamente solo se vuelve palpable durante la segunda ola, a comienzos de los setenta. Proponemos la lectura de una entrevista a Simone de Beauvoir de 1975 que da cuenta de este desfase. Los dos textos siguientes ilustran dos tendencias radicalmente opuestas de la reflexión feminista actual. En el primero de ellos, la socióloga Nathalie Heinich arremete contra la tentación «diferencialista» que, según ella, se opone peligrosamente a la tradición republicana universalista. La socióloga se muestra contraria a las cuotas de género, a la feminización de los nombres de las profesiones y al lenguaje inclusivo. Por su parte, en la entrevista que nos concede aquí la joven socióloga Éléonore Lépinard, de la Universidad de Lausana, defiende rotundamente el punto de vista opuesto.
3 El dossier prosigue con una exploración de la cuarta ola, impulsada por la militancia en línea y dos análisis, uno sobre los efectos de la institucionalización y otro sobre las ambigüedades de la implicación de los hombres en las asociaciones feministas.
6 Nuestra selección:
7 Françoise Picq, Simone de Beauvoir, Nathalie Heinich, Márgara Millán.
8 Y también David Bertrand; Soline Blanchard, Alban Jacquemart, Marie Perrin y Alice Romerio.
9 Carta blanca para Eléonore Lépinard.

Las tres primeras olas del feminismo francés
10 El artículo publicado en 2002 en la revista Cités por la decana de los estudios feministas en Francia, Françoise Picq, describe las conquistas y las preocupaciones del feminismo francés en los albores del siglo XXI. Tras repasar los logros de la «primera ola», sancionados con el decreto de 1944 (derecho al voto, elegibilidad, «igualdad de derechos» en todos los ámbitos), muestra que el feminismo quedó atrapado hasta Mayo del 68 en «la ideología familiarista triunfante». Dominado por militantes católicas y comunistas, el movimiento «“desaprovechó” la oportunidad de El segundo sexo y, más tarde, la de la lucha por la contracepción». Cedió a lo que Françoise Héritier llamaba la «cara amable del patriarcado», impulsada por las medidas que favorecían el retorno de la mujer al hogar.
11 La «segunda ola» del feminismo nació en la estela del Mayo del 68, a tal punto que 1970 fue declarado «como el año cero de la liberación de las mujeres» por ser la fecha de creación del Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLF). Asistimos entonces a una «explosión espectacular» alimentada por la «esperanza descabellada de acabar de golpe con la opresión, de abolir el patriarcado en el marco de una generación». La culminación fue la Ley Veil que autorizó el aborto en 1975. Esta fue la «conquista principal del movimiento de los setenta: la libertad para disponer del propio cuerpo».
12 Después de esto el feminismo entró de nuevo en letargo: los años ochenta trajeron «el triunfo de la ideología “posfeminista” que proclamaba el fin del patriarcado y la obsolescencia de la revuelta […]. Cualquier otra reivindicación sería excesiva y peligrosa».
13 La «tercera ola» surgió en 1995, tras la Conferencia Mundial de Mujeres de Pekín y coincidió en Francia con la vuelta de la derecha al poder y la multiplicación de las acciones de los comandos antiaborto. Se creó un colectivo por los derechos de las mujeres que impulsó nuevos temas como «la paridad, el lugar de las inmigrantes, las mujeres sin papeles y las lesbianas, etc». A diferencia del MLF, que rechazó los grupos mixtos, los hombres fueron acogidos en este movimiento y los estudios feministas despuntaron en las universidades y los institutos de investigación.
14 Sin embargo, señala Françoise Picq, los logros son más ambiguos que los de las dos primeras olas. Al igual que la socióloga Nathalie Heinich, considera que la ley constitucional sobre la paridad del año 2000 «plantea un problema desde el punto de vista feminista» porque «institucionaliza las categorías en el campo político». Por el contrario, la ley que instaura el PACS (Pacto Civil de Solidaridad), que permite la unión entre homosexuales, pero no el matrimonio, la adopción ni la reproducción asistida, «rechaza» la diferencia de sexo. Al igual que Nathalie Heinich, muchas feministas «se muestran reticentes ante el ideal de una sociedad sin género, en la que la filiación quedara desbiologizada». Para Françoise Picq, hay que «tener en consideración la asimetría biológica para concebir la igualdad social». Considera que «el siguiente desafío del feminismo» podría ser «reformular un contrato social entre los géneros», en la casa y en el trabajo.
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Simone de Beauvoir y la segunda ola
16 En una entrevista concedida en 1975 a la edad de 67 años publicada en la revista Les Temps Modernes, Simone de Beauvoir explica cómo fue rescatada por la «segunda ola» del feminismo. Hace una crítica retrospectiva de El segundo sexo, publicado en 1949 en Francia y poco después en Estados Unidos. Considera que confió «excesivamente en el futuro de la sociedad en general» y «en lo que a ella le pareció ser el triunfo del socialismo». Pensaba que la condición de la mujer mejoraría automáticamente al mejorar la sociedad. Veinte años más tarde, después de constatar que «los países socialistas no eran mejores en esto que los países capitalistas», llegó a la conclusión de que «la lucha de las mujeres era una lucha absolutamente intrínseca […], que solo las mujeres podían llevar a cabo». Cuando las mujeres del MLF, fundado en 1970, fueron a verla «para hablarle del problema del aborto», aceptó movilizarse en torno a este tema que, hasta entonces, no había tomado en consideración.
17 Al ser preguntada sobre su relación con el feminismo estadounidense, le da la vuelta a la pregunta y alude a lo que le aportaron, ya a edad avanzada, las feministas estadounidenses. «Tal vez por tener menos esperanza […] en el socialismo», fueron ellas quienes le ayudaron a entender que «era necesario que las mujeres llevaran a cabo su propia lucha». Cita libros publicados a comienzos de los setenta, de Kate Millet y The Dialectic of Sex [La dialéctica del sexo] de Shulamith Firestone. Libros que «en muchos casos iban más allá» de lo que ella había escrito. «Era más bien yo la que estaba equivocada y las feministas estadounidenses las que tenían razón».
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Contra el feminismo diferencialista
19 En una entrevista publicada en 2018 en la revista Cités, la socióloga Nathalie Heinich hace explícitas sus posturas, a menudo heterodoxas, sobre lo que ella interpreta como las contradicciones del feminismo francés actual. Desde su punto de vista, este feminismo se inspira, con cierta pereza intelectual, en la tendencia dominante del feminismo estadounidense, que ella describe como «diferencialista», en oposición a un feminismo «universalista» que estima mucho más fecundo. Empieza por cuestionar una visión para ella simplista de la dominación masculina inspirada en la obra de Pierre Bourdieu. Juzga esencial «salir de una postura acusatoria por sistema para adoptar una postura descriptiva y pluralista» que incorpore el análisis de las tensiones propias de las mujeres atravesadas por «una tensión entre dos aspiraciones contradictorias».
20 La concepción diferencialista que Heinich cuestiona se basa «en la afirmación de la especificidad de las minorías como manera de luchar contra la marginalización y la dominación», mientras que la concepción universalista que defiende consiste en «la suspensión de las diferencias en beneficio de lo común». Es una posición más exigente, desde su punto de vista, porque implica «capacidad para pensar la complejidad» y «capacidad de abstracción». Para tratar de poner fin a las desigualdades, «la solución no es crear una contraigualdad que favorezca a las mujeres, como ocurre en la política de cuotas». La solución es, por el contrario, «suspender la diferencia de género donde esta no tiene sentido». Por ello, la socióloga está «absolutamente en contra de la feminización sistemática del nombre de las profesiones» y del lenguaje inclusivo, «una estupidez desde el punto de vista de la lucha feminista», y no cree que haya que penalizar la prostitución si esta se basa en el libre consentimiento.
21 Para Nathalie Heinich, el «feminismo a la estadounidense» es impermeable a la noción de universalismo heredada del «republicanismo a la francesa». Se basa en «una concepción angloestadounidense de la ciudadanía» que se remite a las comunidades y acaba en el clientelismo, mientras que la concepción republicana pone por delante el bien común y la igualdad de los ciudadanos. Este feminismo de las comunidades da lugar a posicionamientos que la socióloga juzga aberrantes, como la defensa del uso del velo, símbolo de la dominación patriarcal «característica del mundo musulmán». Nathalie Heinich cuestiona también el fundamento de la noción de interseccionalidad, que fortalece en su opinión una «culpabilización de base paranoica» y que termina por ocultar los comportamientos «de dominación, de violencia, de reproducción de las diferencias sexistas» que es posible identificar en algunas mujeres. De hecho, «una buena parte de la cultura de la “dominación masculina” […] es transmitida por las mujeres».
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Las tres olas latinoamericanas
23 La historia del feminismo, o más bien de los feminismos, toma distintas formas según los países y las regiones del mundo. En la Revue Tiers Monde, hoy Revue internationale des études du développement, la socióloga Márgara Millán nos introduce a la génesis y a las transformaciones de los feminismos en América Latina. Distingue tres «olas» principales, que se corresponden a grandes rasgos con las identificadas en Francia. La primera va desde finales del siglo XIX hasta los años treinta. Al encontrarse la historia de esta ola «aún en proceso de escritura», Millán le dedica un extenso desarrollo. El punto de partida parece estar relacionado con la integración de las mujeres en la enseñanza y evoluciona hacia el movimiento de las sufragistas, a la vez que promueve «la organización y defensa de las mujeres trabajadoras». A partir de 1897, emergen revistas frecuentemente de inspiración anarquista y anticlerical: primero en Argentina, donde en 1888 se desencadenó una huelga de empleadas domésticas, y más tarde en México, Perú y Ecuador. Encarcelada por su oposición al régimen de Porfirio Díaz en México, Juana Belén edita el periódico Fiat Lux. El movimiento anarquista feminista se desarrolla en Chile y en Brasil, donde la Asociación de Costureras de Sacos milita por la reducción de la jornada laboral. Las posturas son complejas porque «por un lado se enaltece la familia y lo doméstico, por el otro se cuestiona el matrimonio a favor del amor libre». En 1905 se funda en Argentina el Centro Feminista, cuyo objetivo es «propender a la emancipación intelectual, moral y material de las mujeres, cualesquiera sean sus condiciones sociales».
24 Millán fecha el inicio de la segunda ola en 1936, momento en que una médica mexicana reivindica la despenalización del aborto. El sufragio femenino fue instituido en 1947 en Venezuela y Argentina. La segunda ola también estuvo marcada, a partir de los setenta, por una creciente toma de conciencia de la cuestión de las «mujeres indígenas», fuente de tensiones en el seno del movimiento. Se cuestiona cierto feminismo «pequeñoburgués». Las ONGs se multiplican. El problema de la violencia contra las mujeres pasa también a un primer plano. Evocando la atracción ejercida por la revolución cubana, Millán señala la especificidad de los feminismos latinoamericanos y las «enormes diferencias entre países» que difieren en su historia política. El ascenso de un feminismo lésbico aparece como otra fuente de tensiones.
25 Surgida en los noventa, la tercera ola se define en respuesta al neoliberalismo. Esta se caracteriza por la institucionalización de los «estudios de género» en las universidades. Emerge así una nueva tensión entre los «feminismos institucionales», presentes también en las ONGs, y «la realidad pluricultural de las mujeres “de abajo” y sus demandas». Tanto que a partir de entonces el aumento del número de «organizaciones de mujeres indígenas y afrodescendientes […] es exponencial», aunque «no todas […] acceden a denominarse feministas». Se desarrolla finalmente la corriente del «feminismo decolonial», que afirma «la necesidad de vincular descolonización y des-patriarcalización». Para Millán, «la eficacia política» de los feminismos latinoamericanos se basa en «la capacidad de tender puentes entre estas diversidades».
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Carta blanca para Éléonore Lépinard
«La igualdad formal no basta»
- ¿Comparte la idea de que asistimos a una cuarta ola del feminismo?
- La metáfora de la ola tiene una larga historia en el feminismo y, a la vez que sirve como estímulo para las mujeres, tiene un propósito. Desde un punto de vista militante, esta metáfora ayuda a las generaciones feministas más jóvenes a unirse e identificarse colectivamente con cierto conjunto de ideas y demandas. En la actualidad, las demandas relacionadas con la autonomía y el consentimiento sexual, el cuestionamiento de las normas relativas al cuerpo y las representaciones restrictivas de la feminidad, la exigencia de un espacio público libre de acoso y la interseccionalidad —la intersección de la opresión de género con otros ejes de dominación como la raza, la sexualidad, la clase y la discapacidad— son parte de un vocabulario común compartido, fundamentalmente en las redes sociales, por mujeres jóvenes que llegan a identificarse a sí mismas como feministas. El uso de la metáfora de la ola sugiere que cada generación de feministas, cada cohorte, necesita reapropiarse las ideas feministas y aplicarlas a su propia experiencia, que es siempre histórica y socialmente situada y, por lo tanto, cambiante. Esto demuestra la capacidad que tiene el feminismo para reciclarse y reinterpretarse, dando lugar a nuevos tipos de conciencia feminista. Desde un punto de vista histórico, la metáfora de la ola puede dar lugar a confusión y así lo han señalado las historiadoras feministas: oculta las continuidades existentes entre las diferentes olas en términos de temas y prioridades, oculta también las diferencias dentro de cada ola e invisibiliza finalmente algunas formas de activismo que pueden no haber sido identificadas como prácticas típicamente feministas, por ejemplo, porque en los períodos existentes entre las diferentes olas las mujeres se integraron en otros movimientos sociales o dentro de las instituciones del Estado. Sin embargo, desde un punto de vista militante, es una herramienta productiva. Esta cuarta ola es interesante debido también a su proximidad temporal con la que fue considerada la tercera ola, que se inició a mediados de los noventa. Parece que ahora las olas se suceden unas a otras sin muchas separaciones ni contratiempos entre ellas, algo que acaso sea una gran noticia para el feminismo.
- ¿Comparte el punto de vista de Nathalie Heinich cuando afirma que la concepción diferencialista del feminismo está prevaleciendo sobre la concepción universalista?
- El discurso de Nathalie Heinich sobre el feminismo contemporáneo me resulta típicamente francés y bastante desconectado de la realidad de la teoría, el activismo y la investigación feminista contemporánea de ese país. Es típicamente francés por su énfasis en el universalismo, como algo opuesto e irreconciliable con cualquier consideración sobre la compleja articulación de la diferencia de género en nuestra vida social, psíquica, económica y emocional. Creo que ese tipo de discurso feminista no se encuentra en otros países europeos. Muestra una adhesión acrítica a las ideas republicanas por parte de un sector feminista bastante marginal en el ámbito académico francés y en el activismo feminista, pero con un acceso privilegiado a la esfera pública. Por supuesto que no hay que descartar los derechos universales y que hay que defenderlos, pero cualquier análisis feminista crítico de tales derechos debe tener en cuenta su construcción histórica, basada en la figura masculina, y su muy limitada capacidad para garantizar la igualdad de las mujeres (valga como ejemplo la cuestión de la representación política, que es una importante dimensión de la ciudadanía. El énfasis de Heinich en la ciudadanía y la clara división entre la esfera pública —donde las diferencias deben ser suspendidas— y la privada va a contracorriente de gran parte del trabajo teórico feminista, que ha mostrado cómo la división público-privada construye la diferencia de género. Me alegra saber que Nathalie Heinich puede pasear por las calles parisinas e ir al cine sin ser un cuerpo sexuado, suspendiendo su diferencia de género en el espacio público, pero esa no es la experiencia de muchas mujeres, ¡y lo ha demostrado el movimiento #metoo! Esta capacidad está en realidad socialmente determinada: por su color de piel, su edad, su estatus social, su ubicación y su propia capacidad. Tomando como referencia su propia experiencia y universalizándola a todas las mujeres, corre el riesgo de ignorar demasiado rápido los muchos privilegios que hacen que su experiencia social sea posible.
Por último, me parece aún más sorprendente que no esté muy informada acerca de ciertos movimientos feministas franceses, tanto del pasado como contemporáneos. La idea de que cualquier tipo de reflexión o demanda basada en la diferencia de género procede de Estados Unidos es históricamente falsa y constituye, además, un intento más de rechazar como no francesa cualquier visión crítica del universalismo republicano. Las feministas francesas, como las feministas de la mayor parte de los países occidentales, siempre han usado argumentos basados en la igualdad y en la diferencia para defender su causa, porque la igualdad formal no es, desde luego, suficiente. Actualmente, las feministas jóvenes no están reclamando un derecho a la diferencia, tal y como Heinich sugiere. Muchas de ellas están influenciadas por la teoría queer y desean subvertir y deshacer las normas de género, una estrategia que es también una respuesta al interminable y frustrante dilema de la igualdad y la diferencia: si exijo igualdad, me tendré que adaptar a las normas masculinas, y si exijo diferencia, puedo verme atrapada en las normas de género. Mostrar la arbitrariedad de la norma, subvertirla, puede ser una estrategia más efectiva.
- ¿Qué piensa de la moda del lenguaje inclusivo?
- En primer lugar, no me parece que sea una «moda». La idea de que para que tenga lugar un cambio social tenemos que cambiar el modo en que escribimos no es nueva. Ya a finales del siglo XIX, feministas como Hubertine Auclert reclamaron una feminización de las profesiones, un ámbito en el que ha habido finalmente un progreso en las últimas dos décadas. En segundo lugar, el lenguaje inclusivo puede significar cosas diferentes. Puede implicar un cambio en las reglas gramaticales, para que el género masculino no prevalezca sobre el género femenino —que es lo que ocurre en la actualidad—, o un cambio en los sustantivos, para que ambos géneros queden incluidos en la frase (por ejemplo, étudiant.e.s, que significa en francés estudiantes de género masculino y femenino, en lugar del genérico étudiants, que hace referencia a todos los estudiantes pero que es en realidad un sustantivo masculino). La lucha por el lenguaje inclusivo es especialmente difícil en Francia, porque el lenguaje es un ejercicio de poder, cuyos límites están estrechamente vigilados por la conservadora Academia Francesa. En ningún otro país existe un cuerpo de hombres blancos ancianos que le diga al resto de la población cómo debería escribir: ¡hoy en día, solo hay un 10 por ciento de mujeres en la Academia! Esta batalla es el ejemplo perfecto del dilema igualdad-diferencia. Hay quienes creen que hacer emerger el género en nuestro lenguaje les asignará un lugar a las mujeres en vez de incluirlas en lo universal, y otros creen que debemos inscribir la diferencia en el lenguaje para que las mujeres no sean eliminadas de la conversación. Tal vez haya quien considere que esta batalla es inútil y una distracción si tenemos en cuenta otros temas más urgentes para el feminismo. Otros dirán que el lenguaje es el vehículo del poder y que antes el francés era más abierto a la feminización (durante el Renacimiento), por lo que debemos trabajar para transformarlo de nuevo, dándole espacio a las mujeres y deshaciendo el privilegio masculino validado por la gramática francesa. Otra estrategia que me parece interesante consistiría en inventar y usar en francés pronombres personales neutros, que ya no serían, por tanto, masculinos, como «they» en inglés o «hen» en sueco. Algunas activistas proponen el uso de «ielles» en francés. Cualquier intervención en el lenguaje que interrumpa nuestra forma de pensar habitual, nos haga reflexionar y repercuta en la validez de nuestras normas y sus efectos sociales es un buen comienzo.

Eléonore Lépinard / DR
Para leer también en francés en cairn.info
Cuarta ola: el feminismo en línea
30 La generalización del uso de las redes sociales en línea ha contribuido a la emergencia de lo que muchos llaman la «cuarta ola» del feminismo. En la revista Réseaux, David Bertrand, de la Universidad de Burdeos, explora los datos disponibles sobre este fenómeno. Recurre a encuestas llevadas a cabo a ambos lados del Atlántico sobre las prácticas de las mujeres en línea y estudia, para el caso de Francia, la evolución del interés de los internautas y del personal político por el feminismo. Sitúa la emergencia de la cuarta ola en Francia en torno a 2011. Impulsada por internet, esta ola posee nuevos rasgos y el principal es probablemente «la persecución y la denuncia de la misoginia», que se han desarrollado «paralelamente a la promoción de una lectura interseccionalista de las relaciones sociales de dominación». De ello da testimonio el caso Weinstein.
31 En Francia, como en otros lados, el grupo más activo es el de las mujeres entre dieciocho y veintinueve años. David Bertrand describe también el efecto de refuerzo que internet ejerce de manera casi automática en todas las formas de militancia, y entre ellas el feminismo: los sesgos de confirmación, que generan homofilia, son atizados por los algoritmos de las redes sociales. Internet tiene por lo tanto una función liberadora pero también canalizadora: «las múltiples constelaciones reunidas por connivencia ideológica dialogan muy poco entre ellas».
Las ambivalencias de la institucionalización
33 La revista Actes de la recherche en sciences sociales dedicó un número en 2018 a la «resistible institucionalización de la causa de las mujeres». En el texto introductorio, Soline Blanchard (Universidad de Lausana), Alban Jacquemart (Universidad París-Dauphine), Marie Perrin (Universidad París 8) y Alice Romerio (Universidad París 8) analizaban en primer lugar el término «institucionalización», que definían como «la integración de la causa de las mujeres en las prácticas y los discursos de las instituciones». En Francia, el fenómeno se aceleró a partir de 1974 con la creación, por un gobierno de derecha, de una Secretaría de Estado para la Condición Femenina y con la dotación por parte del Estado de servicios centrales y descentralizados. Los partidos de izquierda integraron la igualdad de género en sus programas a partir de los ochenta, los sindicatos y las empresas a partir de los dos mil. Algo semejante ocurrió en muchos otros países, especialmente porque a partir de 1975 la ONU desempeñó un «papel central» como prescriptor, que fue imitado rápidamente por la Unión Europea. El adjetivo «resistible» presente en el título del número hace referencia a «las ambivalencias» del proceso: como pone de manifiesto en Francia el «paro total» de los ochenta, es algo «precario»; encuentra resistencias por parte de los hombres; se pervierte debido a «las relaciones sociales de clase» (las políticas de igualdad profesionales favorecen así la promoción de una «igualdad elitista» que favorece a las «mujeres dirigentes “de alto potencial”» y dejan en la sombra a «las mujeres de las categorías de menor titulación y menos remuneradas»); va acompañado también de una cierta «despolitización»; y finalmente «la institucionalización muestra resultados limitados en relación con la igualdad de género». Pero no ocurre lo mismo en otros países, como en Egipto, que merece un artículo aparte en este número de la revista: en este caso, «la institucionalización puede dar lugar a movilizaciones».
La implicación feminista de los hombres
35 Alban Jacquemart ha realizado una tesis de sociología sobre la implicación de los hombres en las asociaciones feministas a partir de 1970. En la revista Cahiers du genre, este investigador de la Universidad de París-Dauphine y del Centro Maurice Halbwachs presenta los resultados de una investigación realizada con la asociación feminista mixta Mix-Cité, creada en 1997, y grupos «antipatriarcales», exclusivamente masculinos, creados a lo largo de los años dos mil. Al igual que otros antes que él, observa «los mecanismos de producción y de reproducción de las desigualdades entre hombres y mujeres activos en los movimientos sociales, incluso entre los que se declaran más progresistas». Mix-Cité no escapa a la regla: los hombres tenían «tendencia a tomar más la palabra» y a tener mayor visibilidad en los medios de comunicación. Los estatutos de la asociación tuvieron que ser modificados para garantizar la preeminencia de las mujeres y entonces los hombres se desvincularon. Los grupos «antipatriarcales», de inspiración anarquista, conocieron una evolución semejante, es decir, quienes defendían una posición feminista centrada en la deconstrucción de la «masculinidad opresiva» fueron poco a poco superados por los hombres que «se desvinculan de esa postura y entienden esos encuentros como lugares de intercambio de su sufrimiento como hombres». Los movimientos feministas no pueden «sustraerse totalmente» a la dominación masculina, concluye Alban Jacquemart.
Traductor: Solange Gil, Editores: Yago Mellado Lopez y Flor Fernández, Editor sénior: Mark Mellor