1 Numerosos autores franceses se han interesado estos últimos años por el conspiracionsimo. Podemos citar en primer lugar a un precursor, Edgar Morin y La rumeur d’Orléans [El rumor de Orleans] (París: Seuil, 1969), donde analizaba una especie de psicosis que cautivó a la ciudad de Orleans, según la cual comerciantes judíos estarían secuestrando a chicas jóvenes para una supuesta «trata de blancas», a pesar de que no se había notificado ningún caso de desaparición. Más recientemente, durante el siglo XXI, podemos citar La société parano [La sociedad paranoica] de Véronique Campion-Vincent (París: Payot, 2005), La foire aux illuminés [La feria de los iluminados] y más tarde L’imaginaire du complot mondial [El imaginario del complot mundial] de Pierre-André Taguieff (París: Mille et une nuit, 2005 y 2006), Le complot cosmique [El complot cósmico] de Stéphane François y Emmanuel Kreis (Milán: Arché, 2010), Enigmes et complots [Enigmas y complots] de Luc Boltanski (París: Gallimard, 2012) y La démocratie des crédules [La democracia de los crédulos] de Gérald Bronner (París: PUF, 2013).
2 Hemos optado aquí por darles la palabra a textos posteriores a 2013, que hacen justicia a estos primeros autores pero que presentan puntos de vista originales, que evocan hechos recientes (como el conspiracionismo que se ha desarrollado alrededor de la pandemia de la COVID-19) o que son testimonio del interés de algunas revistas francesas por recoger la voz de autores no franceses.
3 Así, el español Alejandro Romero Reche llama la atención sobre una paradoja: el conspiracionismo se desarrolla más que nunca precisamente cuando vivimos en una sociedad de transparencia. El escritor francés Yves Pagès muestra cómo aterriza el fantasma de los Illuminati en la sociedad negra estadounidense y en la canción francesa reciente. El belga Loïc Nicolas pone en evidencia la función de revulsivo que juega la retórica en el conspiracionismo que pone en el punto de mira a los jesuitas, los francmasones y los judíos. Sarah Troubé analiza el vínculo entre conspiracionismo y paranoia. Dos investigadores coreanos muestran cómo la clase política dominante puede verse atrapada por los espejismos de las teorías de la conspiración.
4 Un rasgo común de estos análisis es que todos subrayan la crisis de confianza en las instituciones que muestran las formas actuales del conspiracionismo, amplificadas por las redes sociales. Estos análisis coinciden también al mostrar que el conspiracionismo es un medio de construir sentido en una sociedad que no es capaz de producir el suficiente y cuya complejidad nos confunde.
6 Nuestra selección
7 Alejandro Romero Reche, Yves Pagès, Loïc Nicolas.
8 Y también Sarah Troubé, Sang-Chin Chun y Jeong-Im Hyun.

Una paradoja en una sociedad de transparencia
9 La pandemia de la COVID-19 ha suscitado una proliferación de teorías de la conspiración. La revista de filosofía Rue Descartes ha invitado al sociólogo español Alejandro Romero Reche a aprovechar la ocasión para realizar una síntesis de las investigaciones sobre el conspiracionismo y sugerir sus propias interpretaciones. Romero Reche adopta la descripción de la teoría del complot aportada por el politólogo estadounidense Michael Barkun: «todo está conectado, nada ocurre por accidente y nada es lo que parece». Se basa en «la presunción del secreto», se nutre de indicios que revelan «lo que subyace». Es por naturaleza irrefutable porque los hechos y las imágenes que podrían desacreditarla son interpretadas como simulacros destinados a ocultar el secreto. Más a fondo, las teorías de la conspiración atraen porque permiten dar sentido a un mundo complejo y caótico y «nos aporta también una misión en ese mundo», la de encarar un enemigo tan potente como invisible. Sus adeptos se consideran a sí mismos «paladines de la verdad». El auge de las teorías de la conspiración se ve favorecido no solo por las redes sociales y la «liberalización del mercado de la información» sino también por la tendencia a la atomización de la sociedad. Traduce «una profunda crisis de confianza» en relación con las instituciones. La idea de conspiración «nos permite orientarnos en el todo social cuando nos fallan otras guías».
10 El sociólogo español construye su texto a partir de una paradoja: se supone que nuestra sociedad es una sociedad de la transparencia, ¿cómo puede el conspiracionismo, que se alimenta de la convicción de que se están tramando acciones secretas, prosperar en este entorno? La idea de que vivimos en una sociedad de la transparencia que «suprime los espacios discretos» y en la que «en teoría, podemos verlo todo» ha sido concretamente desarrollada en dos obras que llevan este título, una del filósofo italiano Gianni Vattimo en 1989, la otra del filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han en 2012. Ahora bien, «parece innegable —escribe Romero Reche— que en los abarrotados escaparates virtuales de la sociedad de la transparencia abundan las teorías conspirativas» y evoca el referéndum sobre el Brexit, la elección de Donald Trump en 2016 o incluso los «terraplanistas». Vincula esta idea de una sociedad de la transparencia dopada por las redes sociales con la de la «epistemología ingenua» definida por el filósofo Karl Popper. Esta actitud consiste en pensar que basta con descubrir hechos para desvelar lo real —como si lo real no fuera una construcción compleja lastrada por nuestros prejuicios y nuestra historia. La epistemología ingenua desemboca, según Popper, en una «teoría conspirativa de la ignorancia», según la cual la ignorancia puede ser, según los términos del filósofo, «obra de algún poder inquietante, origen de las influencias impuras y malignas que pervierten y contaminan nuestras mentes y nos acostumbran de manera insidiosa a oponer una resistencia al conocimiento». Para Romero Reche, las teorías de la conspiración desarrolladas en relación con la COVID-19 reflejan una epistemología ingenua que tiende a imputar las dudas y los errores de las autoridades a una forma de maquinación.
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Los Illuminati siguen siendo de total actualidad
12 Desde finales del siglo XVIII el mito de los Illuminati ha alimentado prácticamente sin interrupción, pero con puntos más o menos álgidos, el campo conspiracionista. Después de los atentados del 11 de septiembre se nutrió de una nueva generación, en Francia y más aún en Estados Unidos, en donde curiosamente ha acercado a una fracción de la comunidad negra y a los supremacistas blancos. El novelista y ensayista Yves Pagès rastrea esta historia complicada, evoca su actualidad y trata de interpretar su evolución en La Revue du Crieur.
13 Fundada en 1776 en Baviera, la orden de los Illuminati era uno de los numerosos clubs creados discretamente en Europa para propagar las ideas de la Ilustración. Goethe formó parte de él. Prohibido en 1784, el club adoptó a partir de los años revolucionarios una existencia fantasmagórica. En la pluma sucesiva de un francmasón escocés, de un jesuita francés y de un pastor estadounidense, los Illuminati se convirtieron en conspiracionistas determinados a acabar con la religión y los poderes instituidos. A partir de mediados del siglo XIX fueron asociados a la idea de un complot judío. Idea que fue recuperada en los años veinte en Inglaterra por la hija de un pastor anglicano y luego en Estados Unidos por un reverendo evangelista. En los años cincuenta un oficial de la marina estadounidense acusa a Eisenhower de pertenecer a los Illuminati que ha firmado un tratado con extraterrestres… Y luego, en los años setenta, esta teoría del complot conquistó los entornos afroamericanos para convertirse en los años dos mil, escribe Pagès, en «una de las leyendas urbanas más populares entre la juventud negra estadounidense». Pero el movimiento también prendió en el seno de la derecha supremacista, algo que pudo generar la sensación de una «fusión paranoica», según la expresión de un cronista estadounidense. En Francia, el mito penetró en los entornos de la izquierda altermundista, algo de lo que dan testimonio algunas de las canciones de Mathias Cassel o de Keny Arkana.
14 Yves Pagès concluye viendo en la «moda de los Illuminati un síntoma más profundo de lo que pudiera parecer de una crisis del contrato de confianza democrático», alimentado por las frecuentes revelaciones de los activistas que denuncian innegables y graves anomalías en el funcionamiento «del capitalismo posmoderno».
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¡Abajo los retóricos!
16 Denunciar el conspiracionismo es sin duda necesario, pero demasiado fácil. La noción de «teoría de la conspiración» es «una expresión que lo mismo vale como revulsivo, como etiqueta fácil o como cajón de sastre», escribe en la revista Diogène el académico belga Loïc Nicolas, especializado en el estudio de la retórica. El conspiracionista es el otro, nunca nosotros mismos. Nicolas nos invita a «luchar contra el sentimiento tranquilizador de una alteridad entre ellos, los “creyentes” […] y nosotros, que estaríamos inmunizados». El conspiracionismo expresa una manera de responder «a los avatares y a los tormentos de la existencia […] de construir sentido de cualquier manera, cuando este está ausente». Las teorías de la conspiración, por muy «desalentadoras» que sean, aportan «un testimonio que justamente debería invitarnos a analizar nuestras relaciones ambiguas con la incertidumbre, la duda, el discurso, la racionalidad y el poder de la palabra». Para esclarecer esta cuestión, Loïc Nicolas aborda sucesivamente tres de los grandes mitos que han alimentado la historia del conspiracionismo: los jesuitas, los judíos y los francmasones. Lo hace desde una perspectiva singular, la de la relación con la retórica. Un rasgo común de estas tres teorías de la conspiración es en efecto la denuncia de un poder retórico capaz de «corromper las mentes». Denuncia transmitida hasta en las más altas esferas de la sociedad. En lo que respecta a los jesuitas, cuya orden fue disuelta en 1773 antes de ser restablecida en 1814, Loïc Nicolas cita una conferencia de Edgar Quinet que tuvo lugar en el Collège de France (Colegio de Francia) en 1843. «Nunca fue tan empleada la razón para conspirar contra la razón», declaraba el eminente historiador, añadiendo también que el jesuita encarna el «vagabundo, [el] nómada que ronda alrededor de las casas felices». Y también que el jesuita quiere «ahogar el saber» y «encarcelar el auge de la ciencia». A propósito de los judíos, Loïc Nicolas evoca la historia de los famosos Protocolos de los sabios de Sion, un montaje realizado para el zar Nicolas II por los servicios secretos rusos. Los supuestos «sabios» tienen como ambición «dominar la opinión pública», y para ello expresan «por todas partes tantas opiniones contradictorias para que los goyim no iniciados se vean perdidos en su laberinto». En relación con los francmasones, el autor evoca la película Forces occultes [Fuerzas ocultas], distribuida en 1943 y que se hacía eco de la encíclica Humanum Genus del papa León XIII, publicada en 1884. En esta podíamos leer que el enemigo masónico «halaga con habilidad los oídos de los príncipes y los pueblos y ha sabido atrapar a unos y a otros gracias a la dulzura de sus máximas y al hechizo de sus adulaciones». Los conspiracionistas, concluye Loïc Nicolas, «quieren hacer triunfar una palabra absolutamente depurada y auténtica», una palabra también en la que «el diálogo y la crítica no puedan (o ya no puedan) expresarse libremente».
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¿Podemos hablar de paranoia?
18 Se suele vincular el conspiracionismo con una forma de paranoia colectiva. Se habla de «cultura paranoica». En la Revue française de psychanalyse, la psicóloga y psicoanalista Sarah Troubé analiza esta relación, haciendo referencia a Freud. El trastorno paranoico es en principio puramente individual. El paranoico se fija en todo tipo de detalles que prueban según él la existencia de un complot dirigido contra él. Ahora bien, las teorías de la conspiración tienen un carácter colectivo; apuntan a una minoría que trata no tanto de perseguir como de manipular, y se trata frecuentemente de manipular la colectividad en su conjunto. Sin embargo, como señalaba ya el estadounidense Richard Hofstadter en 1964, se puede hablar perfectamente de un «estilo» paranoico, que designa «una tendencia a la sospecha, a la interpretación de los acontecimientos anodinos, a la externalización y a la proyección». Desde este punto de vista, estima Sarah Troubé, «el conspiracionismo se muestra como una retórica paranoica». Pero según la psicoanalista es importante cuestionar el término incluso de «teoría de la conspiración». Porque «no se trata solo de teorías, sino de un proceso de descodificación, de deconstrucción y posterior reconstrucción de los hechos». Al respecto subraya la función que ha asumido recientemente en este proceso la imagen (fotos, videos, etc.), que debe relacionarse con la influencia de las series de televisión. Al igual que otros, insiste en la relación entre conspiracionismo y «pérdida de confianza» respecto a las autoridades, las instituciones y el discurso oficial o dominante. Cita al psicoanalista Serge Tisseron: «cuanto más brutal y desconcertante es una información más posibilidades hay de que la teoría del complot se presente como una respuesta».

Élites coreanas atrapadas por el conspiracionismo
19 El conspiracionismo no es por supuesto algo exclusivo del mundo occidental. En la revista Hermès dos investigadores coreanos de la Sogang Daehakgyo (SU – Universidad de Sogang) se adentran en un caso reciente ocurrido en su país. Muestran cómo una manifestación de estudiantes de secundaria, más bien banal pero que reflejaba una fuerte desconfianza respecto a la clase política, fue interpretada por una buena parte de los diputados y ministros conservadores como el resultado de una maquinación destinada a derribar el régimen. De esto resultaron varios juicios. La tesis propagada en el Parlamento era que los estudiantes habían sido manipulados por grupos conspiradores afines a Corea del Norte. El ejemplo es interesante porque muestra que las teorías de la conspiración no resultan solo de los grupos marginales o decepcionados de la sociedad sino que pueden desarrollarse en el seno de las élites dirigentes. Aun admitiendo que «la teoría de la conspiración puede ofrecer al pueblo un medio de resistencia contra el poder», Sang-Chin Chun y Jeong-Im Hyun hacen de ella una descripción muy negativa. Basada en «una relación de causalidad imaginaria que oscurece las informaciones», la teoría de la conspiración funciona «porque seduce. Aporta un marco de interpretación simple y claro para situaciones difícilmente explicables […] y ofrece una forma de confort en un mundo incierto». Al menos en Corea del Sur, pero también vemos síntomas de esto en otros lugares, el desarrollo de las teorías de la conspiración muestra que «la comunicación entre políticos y ciudadanos se ha convertido en un desafío casi inalcanzable».
Traductor: Yago Mellado Lopez, Editor: Victor Zamorano Blanco, Editor sénior: Mark Mellor