1 En el marco de la crisis sanitaria, el Ministerio de Salud francés alertó en octubre de 2021 sobre una «tercera oleada» de un nuevo tipo: una oleada psiquiátrica. Su causa sería principalmente el confinamiento, responsable de una lenta degradación de la «salud mental» de los franceses. [1] Desde entonces, el término «salud mental» ha estado presente en el discurso público como un asunto prioritario de salud. Desde las Assises de la santé mentale et de la psychiatrie [Sesiones de la salud mental y la psiquiatría] de septiembre de 2021 hasta la implementación del dispositivo MonPsy que permite el reembolso de las consultas de psicología a partir de febrero de 2022, la salud mental se ha convertido en una política preeminente que justifica la intervención del Estado en la organización de la atención psiquiátrica y la promoción del bienestar de la ciudadanía.
2 En la Declaración de Alma-Ata de 1978, la OMS definió la salud a partir de dos criterios: el primero, positivo, entiende la salud como «un estado de completo bienestar físico, mental y social» y el segundo, de forma implícita, define la salud como «la ausencia de afecciones o enfermedades». Pero el alcance de esta definición en el ámbito de la «salud mental» resulta problemático por varias razones. En primer lugar, ¿cómo se manifestaría este estado de bienestar mental? Difícilmente se ven los criterios que podrían generar consenso para evaluar la salud mental; teniendo en cuenta que esta remite a un estado interior y subjetivo, en el encuentro de lo íntimo con lo social, escapa a una definición unívoca y totalizante —probablemente porque el bienestar de algunas personas no es necesariamente el de otras—.
3 Además, el término «salud mental» presupone una disyuntiva entre lo normal y lo patológico. Ahora bien, a diferencia de las afecciones somáticas, los fenómenos mentales no tienen propiamente marcadores biológicos que permitan una cuantificación y la determinación de un umbral patológico. No obstante, pueden detectarse en el discurso de los individuos y también en sus conductas. Y lo observable es un continuo entre lo que es normal y lo patológico.
4 Este dossier propone volver a los orígenes del concepto «salud mental» a partir de dos preguntas: ¿a qué concepto se opone? ¿Cómo se incorpora a la atención de los pacientes? Un primer artículo revisará la aparición del concepto a mediados del siglo XX. El segundo presentará a un equipo de psiquiatras que se ha esforzado, desde hace treinta años, por implementar e incorporar lo más cerca posible de los «usuarios» los preceptos fomentados por el concepto de salud mental en un sector psiquiátrico de Lille. El tercer artículo mostrará las dificultades siempre actuales a las que se enfrentan la psiquiatría y la filosofía en la definición de los trastornos mentales.
De la higiene mental a la salud mental

5 En el siglo XIX la «salud mental» no era un tema de interés para los alienistas. Cuando se abordaba, se trataba a lo sumo de dictaminar una «serie de recetas para los individuos y las familias» o de una mezcla de consejos de higiene de vida por lo general sobre el desarrollo del niño y el adolescente. [2] Fue necesario esperar hasta los años 1940-1970 para que la salud mental se convirtiera en un referente de las prácticas y los discursos a partir de la creación del National Institute for Mental Health (Instituto Nacional para la Salud Mental) en Estados Unidos. Tras la Segunda Guerra Mundial, en un mundo dividido en dos bloques, la salud mental tuvo como función «convertir potenciales conflictos sociales, ya sea en la industria o en los países en desarrollo, en conflictos "intrapsíquicos" individuales o interrelacionales entre individuos que deben "resolverse de manera armoniosa"».
6 Así, el paso de «higiene mental» al concepto «salud mental» no es solo un cambio semántico. Al cubrir un campo muy amplio, la salud mental actúa como un término unificador vago, lo que es una fortaleza para las autoridades de salud que pueden fácilmente apoyarse en este nuevo término para orientar sus investigaciones y políticas de atención —pero también es una debilidad para los usuarios, pues estas acciones establecen indirectamente una norma para su estado psicológico—. Durante décadas, la salud mental se ha inscrito en una «biopolítica de las emociones y los afectos», es decir, una gestión de los fenómenos mentales de los individuos por los dispositivos de poder.
7 Lejos de buscar reformar el entorno que está en el origen del sufrimiento mental, lejos de ocuparse de la «cuestión social», las políticas de salud, por el contrario, tuvieron como objetivo intervenir en los factores psicológicos individuales: «Se desarrolla así toda una clínica psicosocial cuyo efecto principal es plantear la pregunta del desarrollo socioeconómico no en términos de relaciones sociales, de desigualdad de clases, de discriminaciones políticas, etc., sino de "sentimiento de inseguridad", de inestabilidad psíquica y de tensiones nerviosas». La salud mental se inscribe en esta estrategia.
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La salud mental: un ejemplo humanista

François Tosquelles (1912–1994) y Jean Oury (1924-2014) fueron psiquiatras y psicoanalistas, figuras de la psicoterapia institucional.
Lucien Bonnafé (1912-2003) fue un psiquiatra desalienista francés que elaboró e implementó la política de sector psiquiátrico en Francia a partir de los años sesenta
9 A partir del tríptico de la OMS —empoderamiento, recuperación y ciudadanía— el Dr. Jean-Luc Roelandt y sus colegas presentan la aplicación de estos conceptos en el marco de la atención en salud mental comunitaria a través de la experiencia de psiquiatría ciudadana en los suburbios de Lille durante treinta años. Esta psiquiatría ciudadana pretende mantener al paciente en el barrio y se articula alrededor de cuatro principios:
- «ser» socios en la atención del paciente (y no «tener» socios de atención), principio esencial del empoderamiento y la ciudadanía;
- privilegiar la prevención acentuando la presencia del personal asistencial en la comunidad;
- desarrollar los equipos móviles de atención a domicilio;
- promover la «autonomización de los usuarios», lo que retoma el lema de las asociaciones de usuarios estadounidenses, «nothing about us without us» (nada sobre nosotros sin nosotros).
11 Puestos en marcha en esta experiencia, estos cuatro principios han permitido la implementación de estructuras públicas de psiquiatría y ofrecer más de 170 alojamientos a los pacientes, lo que posibilitó que salieran del hospital las personas que allí quedaban por falta de hospedaje. Al mismo tiempo, se llevó a cabo una verdadera política de inserción de los pacientes en el barrio: los equipos móviles favorecieron la desestigmatización de los pacientes en el barrio, los servicios municipales reubicaron a muchos enfermos y permitieron así liberar camas de hospitalización y aumentó el número de consultas ambulatorias con la colaboración de los médicos generales. Por lo tanto, el énfasis se puso sobre el principio de «trabajar con el entorno» (en lugar de modificarlo), es decir, «preservar el tejido social y familiar» y también «cuidar a los cuidadores».
12 Con su voluntad de «privilegiar a los seres humanos, no los muros», Jean-Luc Roelandt inscribió el proceso de atención en salud mental comunitaria en la línea de Lucien Bonnafé, iniciador de la política de sector psiquiátrico en la Francia de los años sesenta (desarrollada tras la experiencia piloto de la ASM13 (Asociación de Salud Mental del Distrito 13 de París) en 1958, en una época marcada por los trabajos innovadores de la psicoterapia institucional de François Tosquelles y luego de Jean Oury. Esta política de sector ha permitido en primer lugar ofrecer una atención al enfermo en la zona geográfica cercana a su domicilio; posteriormente ha evolucionado para garantizar la continuidad de la atención a las personas «por fuera de las paredes del sanatorio». Ella ofrece un ejemplo de atención psiquiátrica humanista.
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Un reflejo de la definición de «salud mental»: la de «trastornos mentales»

14 En la segunda mitad del siglo XX, el concepto de salud mental responde a las críticas contra la psiquiatría planteadas por la llamada corriente de la «antipsiquiatría». Este califica el espacio del sanatorio como coercitivo [3] y rebate la idea de que la psiquiatría sea una ciencia. Maël Lemoine aborda en este artículo el cuestionamiento principal de Thomas Szasz, psiquiatra y defensor de la antipsiquiatría, quien, en su artículo The myth of mental illness [El mito de la enfermedad mental] de 1960, afirma que toda enfermedad supone una lesión orgánica. En consecuencia, como la patología mental no tiene un soporte biológico, en realidad solo sería un mito [4] y la psiquiatría no podría pretender definirse como una ciencia médica.
15 En este artículo, Maël Lemoine revisa en particular el experimento de Rosenhan de 1973 en el que algunos psiquiatras no pudieron detectar a los falsos pacientes entre las nuevas admisiones a una institución psiquiátrica. Este experimento tuvo una gran repercusión y contribuyó a redefinir la categoría «trastorno mental». Boorse propuso así una definición del trastorno mental como algo derivado de una disfunción, es decir, «como la imposibilidad, para una parte de un organismo, de lograr el propósito típico de la manera de sobrevivir y reproducirse que es propia de los organismos similares». Por ser insatisfactoria y muy ampliamente criticada (pensemos en el ejemplo de la homosexualidad), esta propuesta fue luego complementada en 1992 por parte de Wakefield con la noción «disfunción perjudicial». Según él, para que un estado sea patológico es necesario y suficiente que haya un perjuicio (harm) y una disfunción (dysfunction). Agrega que «lo disfuncional se define como un defecto de adaptación a un entorno que moldeó la especie mediante la presión selectiva en un momento de su evolución». Esta definición, aunque haya sido criticada muchas veces, aún sirve de referencia en todos los análisis del concepto de trastorno mental.
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Conclusión
17 El concepto «salud mental» más general, flexible y vago sería entonces la cara «positiva» del concepto restrictivo, difícilmente delimitable y peyorativo «trastorno mental». En el fondo, hablar de salud mental es tratar de describir lo que hace parte del buen funcionamiento —más que de la disfunción— de la vida psíquica humana, con palabras más consensuadas.
18 Detrás de este nuevo término «políticamente correcto», los profesionales llegan a una conclusión amarga: ante las ambiciones expresadas de tener políticas de salud mental, la falta de medios es escandalosa. Si bien algunos incluso dirán que la salud mental es «el pariente pobre del sistema de atención francés» [5], es difícil considerar un desarrollo sin medios y a gran escala de un sistema de atención en el que el usuario podría trabajar con el entorno para retomar el lugar en el barrio, como nos exige el Dr. Jean-Luc Roelandt.
Traductor: Jaime Velásquez, Editores: Víctor Zamorano Blanco y María Florencia Fernández, Editor sénior: Mark Mellor
Notes
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[1]
Yannick Kusy, «Covid19: Le confinement dégrade lentement la santé mentale des français, selon le psychiatre lyonnais Nicolas Franck», France Info (sitio web), 19 de noviembre de 2020, acceso el 13 de agosto de 2022, https://france3-regions.francetvinfo.fr/auvergne-rhone-alpes/rhone/lyon/covid19-confinement-degrade-lentement-sante-mentale-francais-psychiatre-lyonnais-nicolas-franck-1895830.html.
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[2]
The Hygiene of Mind [La higiene de la mente] de Thomas Clouston, publicado en 1906, es uno de los ejemplos emblemáticos.
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[3]
Erving Goffman, Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, trad. Mª Antonia Oyuela de Grant (Buenos Aires: Amorrortu, 1970).
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[4]
Thomas Szasz, «The myth of mental illness», American psychologist 15, n.o 2 (1960): 113.
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[5]
Marie-Cécile Renault, «La santé mentale, parent pauvre du système de soins français», Le Figaro, 8 de diciembre de 2020, acceso el 13 de agosto de 2022, https://www.lefigaro.fr/conjoncture/la-sante-mentale-parent-pauvre-du-systeme-de-soins-francais-20201208.