1 La investigación en el ámbito de la adopción aborda principalmente dos campos: la evolución de los niños adoptados (prevalencia de los trastornos psicopatológicos en menores adoptados en comparación con menores no adoptados, consecuencias de las condiciones de vida antes de la adopción) y la construcción identitaria en estos menores. Las investigaciones sobre la construcción de la identidad cultural en menores adoptados forman parte de este último campo.
2 La literatura anglosajona define la identidad cultural como el conjunto de creencias, conductas sociales, ritos, costumbres, tradiciones, valores, lenguas e instituciones de una cultura dada (Baden y Steward 2000; Thomas y Tessler 2007; Vonk 2001; Lee et al. 2006). Si hablamos de identidad cultural en menores adoptados es porque los menores adoptados en el marco de una adopción internacional (la gran mayoría de las adopciones en la actualidad son de este tipo) vienen del extranjero. La primera parte de su vida tuvo lugar en otro país y estuvo impregnada de otro entorno cultural. Suele darse además una diferencia entre la apariencia física del menor y la de sus padres, algo que pone de relieve la noción de alteridad, alteridad que el menor lee en la mirada del otro, que lo categoriza como diferente y extranjero. El menor adoptado lleva consigo afiliaciones múltiples y su construcción identitaria se teje a través de esta multiplicidad de sentimientos de pertenencia.
3 Existen, sin embargo, diferentes enfoques sobre la multiplicidad de las pertenencias en los menores adoptados y difieren concretamente en ambas orillas del Atlántico: la literatura anglosajona acentúa más la pertenencia a una minoría étnica que el tener el origen en otro lugar. El término más paradigmático de esta diferencia de enfoques es la noción de «cultura de nacimiento» del menor adoptado. Esta noción, que resulta evidente en Estados Unidos, viene definida por la cultura del país de nacimiento. Sin embargo, para muchos autores franceses, el término es un sinsentido, especialmente cuando la adopción tiene lugar en edades muy tempranas, ya que concedería a la cultura un sustrato biológico y genético, como si la cultura pudiera depender del morfotipo o del color de la piel (Harf et al. 2006; Lévy-Soussan 2005 y 2010), y equivaldría a simplificar y generalizar en demasía la noción de cultura. Hablar de cultura de nacimiento sería un impedimento para la inserción mítica del menor en la nueva familia (Neuburger 2003), es decir, la inscripción irrevocable en la filiación imaginaria de sus padres adoptivos (Soulé y Lévy-Soussan 2002).
4 ¿Cuál es la cultura de los menores adoptados o, más bien, con qué cultura(s) se identifican? En las familias migrantes, los progenitores transmiten su herencia cultural a los hijos. Padres e hijos comparten una misma apariencia física extranjera y los hijos pueden identificarse con sus padres y con su cultura. Pero ¿qué ocurre en el caso de los menores adoptados en otro país, que crecen inmersos en la cultura de sus padres adoptivos y están poco expuestos a la cultura de su país de nacimiento? Los menores adoptados en el marco de una adopción internacional migran solos y se ven confrontados, en la mayoría de los casos, a lo que Richard M. Lee llama la «paradoja de la adopción visible»: pertenecer a un grupo minoritario por su apariencia física y al grupo mayoritario por su entorno familiar (Lee 2003).
5 Las familias que asisten a la consulta sobre adopción del centro de atención a adolescentes Maison des Adolescents del hospital Cochin (servicio de la catedrática Marie Rose Moro) plantean tarde o temprano la cuestión cultural. Esta puede salir a colación en su discurso, en el que emergen sus representaciones del país y la cultura de nacimiento de su hijo.
«Intento darle valor no solo a su color, sino también a su origen, a su país, que se sienta orgulloso del lugar de donde viene».
7 Otros padres, desde posiciones diferentes, nos consultan acerca de la importancia o la pertinencia de ayudar a sus hijos a mantener vínculos con esa «otra cultura».
«No creo que haya que obsesionarse tampoco con China. Ya sé que hay familias que escuchan música china o que compran CD de cuentos en chino para su hijo. A mí eso no me convence».
«A mí me parece que hay que ayudarle a conservar su origen, su personalidad, su cultura».
«Es su país de origen y, por lo tanto, me parece importante conservar cierto contacto. No es un tabú, al fin y al cabo es brasileña».
«Cuando me dice que es haitiana le regaño y le digo: no, no eres haitiana, eres francesa nacida en Haití».
12 Pero la cuestión de las pertenencias culturales surge también en el discurso de los niños y los adolescentes. Algunos reivindican sus sentimientos de pertenencia al país de nacimiento y se aproximan de manera activa a algunos elementos culturales de este país.
«Mi identidad nacional es francesa, pero de corazón siempre seré brasileño».
«A veces me siento francesa, a veces francovietnamita».
«A veces me dice que será presidente de Etiopía, en fin…».
«Cuando escucho decir que los rumanos roban, es como si me insultaran a mí. Si supieran que yo era rumana, seguramente no harían ese tipo de comentarios delante de mí».
17 Otros cuentan sus experiencias de discriminación, que los llevan a reaccionar ante estas afiliaciones impuestas por la mirada del otro, o bien para rechazarlas o bien para apropiárselas afiliándose, por ejemplo, con hijos de migrantes.
«Me molesta un poco. Pensaban que era tunecino simplemente porque era de piel morena».
«Como soy diferente por mi color de piel se dan siempre pequeñas discriminaciones, gente que generaliza mucho a los inmigrantes, sobre todo basándose en el color de la piel. Hablan de inmigración y de delincuencia y no veo por qué conectan una cosa con la otra».
«Tengo un compañero que es magrebí y dice que le pasa lo mismo».
«A veces hablamos de Marine Le Pen… y me pregunto si me iría, si no fuera francés, si no tuviera la nacionalidad…».
22 Las familias nos ayudan por tanto a no ocultar la cuestión de las pertenencias culturales y toda la complejidad que entraña en los menores adoptados a través de adopciones internacionales. En este contexto, en primer lugar clínico, realizamos una revisión de la literatura sobre este tema tan poco estudiado en Francia, donde es casi transgresor a diferencia del contexto anglosajón, donde es objeto de una vasta literatura. ¿Cómo se aborda este asunto de las pertenencias culturales en la literatura y por qué es tan diferente de unos países a otros?
23 El objetivo de este artículo es comprender mejor cómo se entienden en la literatura anglosajona las múltiples afiliaciones culturales de los sujetos adoptados. Para ello, realizamos una revisión de la literatura anglosajona sobre el tema de la identidad cultural de los adoptados.
Método
24 La revisión de la literatura anglófona se realizó a través de la consulta de las bases de datos informatizadas Medline y PsycINFO, en el campo de la psiquiatría, la psicología, la sociología y el trabajo social. Las palabras clave empleadas fueron international adoption, intercountry adoption, ethnic identity, cultural identity, cultural socialization, cultural competence y adopted children. Buscamos estudios publicados entre 1970 y 2012 y se establecieron los siguientes criterios de inclusión: la población estudiada eran niños, adolescentes o jóvenes, adoptados en el marco de una adopción internacional, es decir, en la que el país de nacimiento y país de acogida eran diferentes; el país de nacimiento y la edad del menor en el momento de la adopción no fueron, en cambio, criterios de inclusión; los ejes estudiados debían estar relacionados con la construcción de la identidad cultural de los sujetos adoptados; y, finalmente, los estudios debían haber sido realizados con una población general. A través de una primera selección, realizada a partir de los títulos y los resúmenes, se intentó filtrar los artículos que no tuvieran que ver con el tema. Esta búsqueda digital se completó además con una búsqueda manual de las referencias citadas en los artículos seleccionados.
Resultados
25 Se seleccionaron veintiocho estudios y, de la revisión de la literatura efectuada, emergen tres resultados principales: la dimensión histórica de los conceptos de identidad cultural y étnica, la noción de competencia bicultural de los sujetos adoptados y la existencia o no de una correlación entre identidad cultural y desarrollo psicológico de los menores adoptados.
Recorrido histórico y contexto social de los conceptos de identidad cultural y étnica
26 De esta revisión de la literatura se desprende rápidamente que la cuestión de la identidad étnica y cultural en el contexto de la adopción debe ser entendida y estudiada en relación con el contexto histórico en el que emerge. La manera de conceptualizar la identidad puede ser considerada en sí como un objeto cultural que se inscribe en un contexto científico, cultural e histórico determinado. La identidad étnica, que debe distinguirse de la identidad cultural, se define como el sentimiento de ser miembro de un grupo étnico (Phinney 1992). La identidad étnica ha sido conceptualizada sobre todo en Estados Unidos por Jean S. Phinney, que define tres aspectos de la identidad étnica: la identificación étnica de la persona (¿con qué grupo étnico se identifica?), el sentimiento de pertenencia de una persona ante un grupo étnico y la intensidad de la identidad étnica (Phinney 2003).
27 La cuestión de la identidad étnica y cultural se plantea, en efecto, de manera diferente en el contexto estadounidense, con su historia migratoria, su historia de esclavitud y de segregación, de abolición y de lucha por los derechos civiles, así como su política de minorías étnicas (se le da valor a un sentimiento comunitario fuerte y a la conservación de las especificidades culturales de los diferentes grupos), y en el contexto francés, con su historia de colonización y descolonización, en el que las minorías son el resultado de las migraciones coloniales y poscoloniales (Skandrani et al. 2012).
28 En Estados Unidos, las adopciones de niños negros por parte de padres blancos fueron cuestionadas en los años setenta por la asociación nacional de los trabajadores sociales negros (National Association of Black Social Workers), que las consideraba equiparables a un «genocidio cultural». En un contexto histórico dominado en Estados Unidos por el movimiento por los derechos civiles, estas adopciones se convirtieron en el emblema de injusticias más globales de orden político e histórico (Rushton y Minnis 1997). En contra de estas adopciones se presentaron dos argumentos. El primero, de orden psicológico, postulaba que crecer en una familia blanca amenaza el desarrollo de una «identidad negra positiva». Los padres blancos no estarían además en condiciones de transmitir a sus hijos las «estrategias de supervivencia» adecuadas para superar las experiencias de racismo a las que probablemente se enfrentarían en sociedad. El segundo argumento era de orden político: este argumento denuncia la reproducción, en el reducido mundo de la adopción, de las opresiones que viven los individuos negros en la sociedad en general. En este contexto histórico y social emerge, en el marco de la investigación en ciencias sociales, la cuestión del desarrollo de la identidad cultural y étnica en menores adoptados. Las investigaciones llevadas a cabo, sin embargo, no lograron confirmar la hipótesis de que la adopción «transracial» (transracial adoption) provocara más efectos negativos sobre el desarrollo de los niños que la adopción «intrarracial» (intraracial adoption) (Silverman y Feigelman 1990; Simon y Altstein 1987; Vroegh 1997). En los años noventa, se promulgaron en consecuencia textos legislativos para relanzar de nuevo estas adopciones (por ejemplo, la Multi Ethnic Placement Act de 1994). Este contexto histórico permite identificar la transposición, a la población adoptada, de preocupaciones y desafíos que afectan a otra población, la de los migrantes y sus hijos en Estados Unidos, en los que las nociones de identidad étnica y cultural han sido ampliamente estudiadas.
Las competencias biculturales de los adoptados
29 La «competencia bicultural» (bicultural competence) se define como el conocimiento, en el niño o en el adulto adoptado, de la historia, los valores, las creencias y las costumbres de dos culturas —la cultura del país de nacimiento y la cultura del país de acogida—, la capacidad de comunicar verbalmente y no verbalmente y de tener una red social en ambas culturas (Thomas y Tessler 2007). La competencia cultural depende a la vez de la exposición del menor a la cultura del país de nacimiento y de cómo el niño se apropia estos mensajes (Lee 2003).
30 La competencia de los menores adoptados en la cultura de su país de nacimiento estaría vinculada y se haría posible a través de la participación del menor en actividades culturales. La «socialización bicultural» (bicultural socialization) descansa por lo tanto en el aprendizaje de la lengua, la participación en fiestas, en comidas en las que se sirven platos típicos del país de nacimiento; también es estar al tanto de las tradiciones, sentir orgullo en relación con su herencia cultural, escuchar música o ver películas del país de nacimiento, ser consciente del parecido físico con las personas del mismo grupo étnico y cultural (Lee et al. 2006). En este aspecto, estas nociones se inspiran directamente en las investigaciones llevadas a cabo con los migrantes no adoptados. Esta exposición cultural le ayudaría al menor a vivir como miembro de una minoría étnica y le enseñaría estrategias para hacer frente a las experiencias de racismo (Lee 2003).
31 Muchos estudios abordan la influencia de la actitud de los padres en el desarrollo identitario de los menores adoptados. ¿Qué ocurre con la cuestión identitaria en estas familias «multiculturales»? Varios de estos estudios muestran que el nivel de competencia bicultural de los niños depende de las convicciones de los padres sobre la importancia de la socialización bicultural: ¿en qué medida quieren que sus hijos participen en eventos culturales, conozcan la historia y la lengua de su país de nacimiento? ¿Hay en la red social de los padres personas procedentes del mismo país que el menor o que pertenezcan al mismo grupo étnico para permitir modelos identificatorios? El posicionamiento de los autores es claro: es deseable, e incluso fundamental, que los padres adopten una actitud dinámica para permitir que su hijo se vincule con la comunidad de su país de nacimiento, que favorezcan las identificaciones con su grupo étnico y pueda apropiarse de su herencia cultural (Hollingsworth 1998; Rushton y Minnis 1997; Lee y Quintana 2005; Thomas y Tessler 2007; Vonk 2001; Lee et al. 2006; Andujo 1988; Carstens y Julià 2000; DeBerry et al. 1996; Basow et al. 2008; Yoon 2004). Estos autores abogan por que se le ofrezca al menor adoptado la posibilidad de crecer en un entorno multicultural.
32 La «competencia cultural parental» (parental cultural competence) (Vonk 2001) estaría entonces definida, por una parte, por una actitud dinámica a la hora de fomentar el desarrollo de una identidad cultural y étnica positiva en el menor y, por otra, por ser conscientes de la importancia y del lugar que ocupan las nociones de etnicidad y de cultura en la vida de cada cual (Greene et al. 1998). La consecuencia de este segundo punto es una participación fuerte de los padres a la hora de ayudar a su hijo adoptado a desarrollar capacidades para protegerse del racismo y de la discriminación, aunque estas no les afecten a ellos directamente. Incluso se les propone a los padres que realicen formaciones en este sentido (Vonk 2001) y se ha elaborado y validado una escala para medir el nivel de competencia cultural de los padres (Transracial Adoption Parenting Scale; Massatti et al. 2004). La actitud parental que niega o minimiza el problema de las discriminaciones —Richard M. Lee habla de color-blind attitude (Lee et al. 2006), Myrna L. Friedlander de «estrategia universalista» (Friedlander et al. 2000)— sería, para estos autores, perjudicial para el menor (Huh y Reid 2000).
33 La gran mayoría de los autores anglosajones defiende por tanto la importancia, para el menor adoptado, de desarrollar una competencia bicultural, es decir, una competencia en la cultura de su país de nacimiento y en la de su entorno familiar. Estos primeros resultados de la revisión de la literatura anglosajona, que promueven de manera activa y militante el mantenimiento de los vínculos con el país de nacimiento y su cultura a través de las «actividades culturales», nos dejan perplejos a los terapeutas e investigadores franceses. ¿Qué sentido tiene para los menores y los padres adoptantes la prescripción de mantener contacto con ese otro lugar, el país de nacimiento del menor? ¿En qué consiste la cultura del país de nacimiento? Podría parecer que este término apela a una entidad unívoca; sin embargo, la noción de cultura de un país no existe, y este término reduccionista oculta en qué medida la noción de cultura es diferente y singular para cada cual, como resultado de la compleja alquimia de un trayecto vital. Pero antes de iniciar la discusión, sigamos con la presentación de los resultados, puesto que la idea subyacente a esta literatura anglosajona es que la competencia bicultural permitiría un mejor desarrollo del menor adoptado. Así pues ¿han podido demostrar las investigaciones que una elevada competencia bicultural y una identidad cultural positiva y fuerte en el menor adoptado pronostiquen un mejor desarrollo psicológico de este?
¿Existe una correlación entre competencia bicultural y desarrollo psicológico en los sujetos adoptados?
34 Las investigaciones realizadas con hijos de padres migrantes no adoptados subrayan que la autoestima y, de manera más general, el bienestar están correlacionados con la competencia bicultural y con el orgullo de su pertenencia étnica (Phinney et al. 1990). Pero ¿qué ocurre en el caso de los menores adoptados? La literatura revisada muestra resultados discordantes.
Estudios que muestran una correlación entre identidad cultural y desarrollo psicológico
35 Algunos estudios descubren una correlación entre el nivel de competencia bicultural o de identidad étnica y el estado psicológico.
36 Marianne Cederblad encuentra más angustia psicológica, más trastornos de conducta y una autoestima más baja en los adolescentes adoptados que tienen un sentimiento de pérdida de la cultura de nacimiento y una identidad étnica incierta. Este estudio se llevó a cabo con 211 adolescentes de entre trece y dieciocho años, adoptados en Suecia en el marco de adopciones internacionales (Cederblad et al. 1999).
37 Un estudio de Susan A. Basow et al. con ochenta y tres adultos de dieciocho a treinta y siete años, adoptados en Corea, muestra que un nivel elevado de identidad étnica está correlacionado con un mejor estado psicológico (crecimiento personal, aceptación de sí mismo, relaciones positivas con los demás [Basow et al. 2008]).
38 Para Dong Pil Yoon, las experiencias de socialización cultural permiten aumentar el bienestar del menor, quedando esta correlación mediada por la fuerza de su identidad cultural y étnica (241 adolescentes adoptados en Corea). Este resultado es independiente del funcionamiento familiar general, medido a través de la comunicación padres-hijos y la calidez de las relaciones familiares (Yoon 2001).
39 En un estudio longitudinal que incluía a 143 madres que habían adoptado a un hijo en China o en Corea (preadolescentes en el momento del estudio), Kristen E. Johnston et al. detectan que cuantos más contactos tienen las madres con la comunidad asiática, más favorecen el orgullo étnico y la herencia cultural de sus hijos, es decir, la socialización cultural. El estudio muestra que el nivel de socialización cultural está asociado con una disminución de la prevalencia de los trastornos de conducta (conductas agresivas y delictivas) en los menores adoptados (Johnston et al 2007).
40 En un estudio reciente basado en una compilación de datos por internet de ochenta y dos adultos adoptados en el marco de adopciones internacionales (el 60 por ciento adoptados en Corea), Jayashree Mohanty et al. destacan que la autoestima está correlacionada positivamente con la presencia de experiencias de socialización cultural (Mohanty et al. 2006).
41 Kimberly M. DeBerry et al. detectan en ochenta y ocho afroestadounidenses adoptados un desarrollo psicológico mejor en los adoptados cuyos padres defienden el biculturalismo. Se hicieron dos evaluaciones con diez años de intervalo; la edad media de los niños fue de siete años durante la primera evaluación y de diecisiete durante la segunda (DeBerry et al. 1996).
42 Finalmente, William Feigelman y Arnold R. Silverman mostraron que los menores orgullosos de sus orígenes culturales estaban mejor adaptados y presentaban un mejor desarrollo psicológico que los menores menos entusiastas con sus orígenes culturales (Feigelman y Silverman 1983).
43 Otros estudios, por el contrario, no muestran evidencias de correlación entre la competencia bicultural o la identidad étnica y el bienestar psicológico.
Estudios que no muestran correlación entre la identidad cultural y el desarrollo psicológico
44 Amanda L. Baden no encuentra diferencias significativas de desarrollo psicológico entre los adoptados que se identifican con la cultura de los padres adoptivos y la comunidad blanca y los que se identifican con la cultura de su país de nacimiento y las personas que pertenecen al mismo grupo étnico que ellos. Se incluyeron en el estudio cincuenta y un adultos, de edades comprendidas entre los diecinueve y los treinta y seis años (Baden 2002).
45 Nam Soon Huh y William Reid no encontraron relación entre el desarrollo de una identidad étnica fuerte y una mejor adaptación de los menores. Treinta familias con cuarenta niños adoptados en Corea, de edades comprendidas entre los nueve y los catorce años, participaron en el estudio (Huh y Reid 2000).
46 David C. Lee y Stephen M. Quintana tampoco encuentran correlación entre el autoestima y la exposición y los conocimientos culturales en cincuenta niños adoptados en Corea por familias blancas de Estados Unidos. La edad media de los menores era de doce años y medio (Lee y Quintana 2005).
47 En el estudio de Kevin L. Wickes y John R. Slate, que incluye a 174 jóvenes adultos adoptados en Corea, con edades entre los diecisiete y los treinta y nueve años, la media del nivel de aculturación (es decir, el grado de internalización de la cultura dominante) es alta y no está correlacionada con la autoestima. La mayoría dice tener una identidad cultural mestiza y los jóvenes se describen como coreanoestadounidenses, y no como únicamente coreanos ni únicamente estadounidenses (Wickes y Slate 1996).
48 Desde un punto de vista metodológico, es de señalar que las herramientas metodológicas empleadas para medir el desarrollo psicológico de los adoptados son escalas de autoestima o de self concept y que, por lo tanto, reflejan el estado psicopatológico de los sujetos solo de manera muy parcial.
49 Finalmente, conviene recordar que una correlación positiva no es una relación de causalidad. Muchos de los estudios citados asemejan, en efecto, la existencia de una correlación entre competencia bicultural y un mejor desarrollo del menor a un vínculo de causalidad: la competencia bicultural elevada sería la explicación y la causa de un mejor desarrollo del menor. Las conclusiones de estos estudios, utilizadas por muchos profesionales de la adopción cuando aconsejan vehementemente a los padres adoptivos que conserven vínculos y que expongan a los hijos a su cultura de nacimiento, son por lo tanto cuestionables y poco rigurosas desde un punto de vista metodológico.
Discusión
50 Un primer punto de discusión está en torno a las herramientas metodológicas empleadas para medir la identidad étnica y cultural de los sujetos adoptados. Existe un sesgo claro en la medida en que la mayoría de los estudios emplean herramientas metodológicas elaboradas para los migrantes o hijos de migrantes, algo que cuestiona su validez en el caso de los adoptados: herramientas que miden la identidad étnica (Baden y Steward 2000; Baden 2002; Basow et al. 2008) o escalas que miden el grado de aculturación (Lee y Quintana 2005; Wickes y Slate 1996). Los adoptados internacionales son efectivamente migrantes, pero la particularidad de su migración y de su entorno familiar debería ser tenida en cuenta. Las medidas habituales de aculturación y de enculturación no pueden aplicarse del mismo modo a las familias adoptivas. Esta discusión metodológica confirma el postulado de base y el origen de esta literatura anglosajona sobre la identidad cultural de los menores adoptados: la trasposición a la población de los menores adoptados de interrogantes planteados en la literatura para los migrantes y los hijos de migrantes, sin tener en cuenta las diferencias fundamentales que existen entre estas dos poblaciones.
51 Recordemos también que el propio concepto de identidad cultural y étnica, tal y como ha sido empleado en la investigación anglosajona relacionada con los migrantes y sus hijos, ha sido criticado por los enfoques transnacionales y poscoloniales (Bhatia y Ram 2001, 2004; Glick-Schiller 1999; Hermans y Kempen 1998). Estos enfoques, más recientes, rechazan esta idea reduccionista de la identidad. Esta implicaría, ciertamente, que todos los individuos identificados e incluso estigmatizados como pertenecientes a una comunidad étnica o cultural visible tuvieran una misma identidad étnica y cultural (Skandrani et al. 2012).
52 La identidad étnica manifiesta más bien una identidad impuesta por otro. Se corresponde con lo que Pap Ndiaye, historiador francés, ha denominado identidad fina, definida como la identidad proyectada por el otro: «la identidad fina delimita un grupo que solo tiene en común la experiencia de la identidad prescrita» [1] (Ndiaye 2008). La identidad fina está asociada históricamente a experiencias de dominación. Como contraste está la identidad espesa, que se basa en una historia y se mantiene esencialmente en la esfera privada. La identidad espesa es subjetiva, compleja, plural (Skandrini et al. 2012).
53 Nuestro acercamiento a la noción de identidad cultural se aleja por lo tanto de una concepción estática y categórica para poner de relieve, por el contrario, la importancia de negociaciones identitarias complejas y dinámicas. La identidad cultural es un proceso dinámico, en perpetuo movimiento, renovado siempre en la relación con el otro. La identidad es en efecto un devenir; nunca concluye, no está definida ni es definitiva (Skandrini et al. 2012).
54 Esta revisión de la literatura, por sorprendente o chocante que pueda resultar para los investigadores franceses poco familiarizados con las nociones de identidad cultural o étnica, permite contrastar sin embargo los enfoques teóricos e incluso ideológicos de ambos lados del Atlántico en el ámbito de la adopción. Tiene también el mérito de poner la mirada en un tema poco explorado en Francia: ser visto por el otro como migrante o como miembro de un grupo minoritario tiene consecuencias en la construcción identitaria del menor, independientemente de la fuerza de su inscripción en la familia adoptiva. La cuestión de la alteridad del menor adoptado se plantea en todas las familias adoptivas, alteridad basada no solo en un patrimonio genético extranjero y en la particularidad de la entrada en la filiación, sino también en la diferente apariencia física, que encarna el país y la cultura en los que el menor nació. El niño adoptado viene de otro lugar. Su nacimiento en una cuna cultural diferente sigue inscrito en su historia. Las huellas de las primeras experiencias del niño dan testimonio de ello, pero también la mirada del otro o las representaciones que de ese otro lugar se hacen el niño y su familia. Es importante explorar la contratransferencia cultural de los padres, esa parte de miedo o de prejuicios presente en todos nosotros ante la diferencia cultural (Devereux 1980), porque puede influenciar las representaciones parentales del país de nacimiento y de su cultura, y estas son las representaciones que se transmiten al menor.
«Nos gusta la cultura asiática, el budismo, nos gusta la gente, sus rasgos».
56 ¿Qué posición debemos tomar ante algo tan complejo como las pertenencias culturales de los menores adoptados? Y, sobre todo, ¿qué posición terapéutica defender para permitir el acceso a la singularidad y la subjetividad de cada cual? Parece ante todo crucial desenredar esta madeja de significaciones disimuladas que hay detrás de este término tan vasto de «cultura de nacimiento».
Cultura y filiación
57 Hablar de cultura del país de nacimiento permite hablar de los orígenes del menor. ¿De dónde viene? ¿De qué deseo? ¿De qué historia? Las representaciones de la cultura del país de nacimiento y las representaciones de los padres biológicos se entrelazan. Las pertenencias culturales y el patrimonio genético se confunden a veces en el discurso de las familias.
58 La investigadora canadiense Françoise-Romaine Ouellette analiza la noción de cultura en el campo de la adopción, poniendo de relieve la figura de los padres biológicos, el lugar que ocupan como fantasma para los padres adoptivos, y afirma que sería menos costoso psíquicamente elaborar una memoria para el menor relacionada más con su país de nacimiento y su cultura que con su familia biológica:
«La cuestión de la identidad personal está intensamente relacionada con la de la herencia nacional, cultural o étnica. Traslada así la problemática de los orígenes fuera del campo de la parentalidad».
«Se ha criado con una madre de cultura francesa, va a un colegio francés, su trasfondo cultural es francés y, aun así, es cierto que pienso también que la cultura haitiana tiene probablemente para ella un sentido particular, son sus orígenes al fin y al cabo».
«Siempre les hemos contado lo mismo, pero cada cierto tiempo vuelven sobre el tema, aunque poco podemos decirles sobre sus padres, más bien les hablamos del país y hablamos a veces de ir a Etiopía cuando sean más grandes».
62 Cuando los hijos, especialmente durante la adolescencia, reivindican su pertenencia al país de nacimiento, se afilian a hijos de migrantes o manifiestan la voluntad de volver a su país de nacimiento, se interrogan sobre su estatus de alteridad visible, pero también sobre sus orígenes y sus padres biológicos. Esto puede pasar por una reivindicación de los lazos de sangre, paradigmática de la intrincación entre filiación «biológica» y sentimientos de pertenencia cultural.
«Yo sigo teniendo algo de colombiano en mí».
«Me siento orgulloso de ser vietnamita, estoy orgulloso de tener sangre vietnamita en las venas».
«Lo que me vincula con Haití es que tengo sangre haitiana corriendo por mis venas».
66 Pasar por la etapa del viaje de vuelta al país de origen o interesarse en la cultura del país de nacimiento se convierte en una etapa en el proceso largo, doloroso y caótico de la búsqueda de los orígenes, del acceso al primer capítulo de su historia.
«Me gustaría aprender la lengua, pasar tiempo allí, e incluso vivir un tiempo ahí».
68 En el sentido inverso, la relación entre pertenencia cultural e inscripción en la filiación aparece en las investigaciones de una antropóloga que ha llevado a cabo algunos estudios en Noruega, quien describe un proceso, por parte de los padres, de «renaturalización cultural» del menor adoptado que le permite integrarse por completo tanto en la familia como en su país de adopción. Este proceso, que incluye la educación, la lengua, la forma de vestir, la comida, las tradiciones y las fiestas noruegas, conduciría a una verdadera transformación del menor gracias a una impregnación de todo su ser con las referencias culturales y sociales de sus padres adoptivos (Howel 2009). A diferencia de la posición defendida al otro lado del Atlántico en cuanto a la importancia que tiene para el menor adoptado sentir la pertenencia a la cultura del país de origen, los padres adoptantes incluidos en este estudio reivindican la inmersión de su hijo, al llegar a la familia, en los elementos de su propia cultura. Esta experiencia noruega muestra que las familias necesitan afianzar a los hijos, procedentes de otro lugar, en su cultura, para inscribirlo en su filiación en lugar de acentuar excesivamente en un principio estas pertenencias culturales.
Cultura y adopción visible
69 Un último punto de discusión surge de los estudios de antropólogos como Corinne Fortier en Francia o Diana Marre en España, que constatan que los padres adoptantes se interesan más en la cultura del país de origen de los hijos cuando estos han sido adoptados en África, Asia o América Latina, a diferencia de si la adopción tuvo lugar en Europa del Este, a pesar de que en todos los casos se trata de adopciones internacionales. Estas autoras afirman que la cuestión del país de origen y de su cultura se plantearía de modo más acuciante cuando se trata de adopciones «visibles». Corinne Fortier habla de un movimiento de culturalización de la diferencia física puesto que el tener características fenotípicas diferentes de la población dominante parece implicar necesariamente una cultura de origen diferente. Esto mismo ocurre en la actualidad en Francia, según la antropóloga, con los franceses procedentes de lo que se denomina «las minorías visibles», a los que se suele remitir a una cultura de origen distinta de la cultura francesa aun cuando hayan nacido y se hayan criado en Francia, debido a su diferencia física, que es interpretada como signo de una alteridad fundamental a nivel cultural (Fortier 2011). Hablar de diferencia cultural sería por tanto una manera de hablar de diferencia de color de piel. Los padres adoptantes se interesarían por la cultura de origen del menor cuando se da una diferencia física no erradicable (Marre 2007; 2009).
70 En la consulta, los padres pueden evocar a veces, al hablar de la elección del país, este desplazamiento de la cuestión de la alteridad a la cuestión cultural.
«No está tan lejos de nuestra manera de comer. Es por eso que nos interesó Europa, porque hay cosas que son como aquí. No es tan diferente, eso era lo que nos resultaba interesante. De todas maneras, al ser blanco y rubio, no hay que preocuparse».
«No es un problema, no hay racismo verdaderamente con los asiáticos. El racismo va esencialmente dirigido a la población africana, porque hay un choque de culturas, hay una gran diferencia».
73 Las familias adoptivas hablan de cultura, pero cuando se habla de cultura se habla también de otra cosa. A través de las representaciones familiares de ese otro lugar, la multiplicidad de afiliaciones, la reivindicación o la negación de la alteridad del menor o incluso la cultura del país de nacimiento como soporte de proyección de la cuestión del origen, resulta fundamental que lo cultural pueda ser complejizado, rumiado, estirado, para construir o más bien construir de manera colaborativa los múltiples sentidos ocultos en la cuestión de la cultura. El enfoque transcultural tiene así como objetivo poder hablar de alteridad, de migración y de mestizaje, sin que esto constituya una amenaza para el nuevo vínculo de filiación o una falta de lealtad hacia los padres adoptivos. La cuestión cultural vendría a ser un soporte de la cuestión de la alteridad del menor adoptado. La apropiación psíquica de un menor proveniente de otro lugar es un desafío presente en la llegada de cualquier niño, pero que exige una creatividad infinita cuando se trata de adopción. El menor adoptado es mestizo, puesto que lleva en él pertenencias e identificaciones múltiples. Como en toda situación de mestizaje, esta complejización de los asuntos identitarios y esta multiplicidad de los sentimientos de pertenencia pueden ser causa de sufrimiento, pero también de gran riqueza (Moro 2002; Moro et al. 2004) cuando las diferentes afiliaciones pueden coexistir y permitir el desarrollo de las posibilidades identitarias. Ni completamente como mis padres adoptivos, ni completamente como lo que mi cuerpo parece dar a entender, una paradoja que es causa de sufrimiento y de riqueza, entre dos mundos.
74 Verano de 2013
Notes
-
[1]
Traducción propia (todas las traducciones de citas textuales en este artículo lo son).